Es una de las actrices más reconocibles de nuestra televisión, apasionada del teatro y de la vida, un torbellino de energía pura, de esa que contagia, optimista de vaso lleno, nada de medias tintas, siempre de buen humor, porque, como dice ella, “¿de qué me vale estar enfadada?”. Con fama de buena compañera y mejor persona, llevando a gala lo que su madre le dijo cuando se marchó a Madrid de su Vigo natal: que prefería que la recordaran no por buena actriz, que también, sino por buena gente.
Madre de dos niñas con su marido, José Manuel Villalba, su tercera hija nacerá en primavera: “La tripa pesa un poquito, porque son ya casi siete meses, pero estoy pasando un embarazo tranquilo”
En pocas semanas, María Castro será madre por tercera vez de otra niña. Tras Maia, de siete años, y Olivia, de tres, la bebé completa el sueño de una familia numerosa junto a su marido, José Manuel Villalba, con quien se casó en septiembre de 2018, tras cinco años de relación. En un momento muy especial, María posa para ¡HOLA! donde se ‘cocina’ La promesa , en la que da vida a Pía Adarre, el ama de llaves. La serie diaria de Bambú Producciones, la factoría de ficción liderada por Ramón Campos, sigue batiendo récords de audiencia y ha celebrado 300 capítulos con la emisión de un especial el pasado domingo.
—María, ¿qué tal te encuentras, qué tal estás?
—Me encuentro muy bien. A ver, estoy cansada a ratos, pero es que tengo dos hijas, trabajo en La promesa y también en las redes sociales. La barriga pesa un poquito, porque son ya casi siete meses, pero estoy pasando un embarazo tranquilo. No me atrevo a quejarme ni lo más mínimo.
—La experiencia es un grado, y a ti no te falta porque es el tercero.
—Sí, desde luego. Yo soy una persona bastante tranquila en ese sentido, no soy nada agonías ni demasiado hipocondríaca. Pero es como que en este embarazo, que va a ser el último, sí tengo más prisa porque pasen los meses rápido para saber que ya estamos todos, los cinco que yo quería tener en casa, y que todo ha salido bien. El primer embarazo lo vives de forma mucho más inconsciente. Aunque es el último y me da pena que ya no vaya a haber más, realmente ahora sí siento que no me queda nadie por posar en la foto una vez que nazca esta chiquitina.
—Tienes clarísimo que has cerrado el cupo cuando nazca tu hija.
—Sí, es que no puedo, además. Ya no le pregunto ni a mi cabeza ni a mi corazón, mi cuerpo habla, aparte de que ya tengo 42 años; se puede seguir todavía, pero sobre todo es porque tengo dos cesáreas, esta va a ser la tercera, es el extra que le pido al cuerpo, pero ya hay que cerrar la cicatriz y dejar que sane para siempre. Van a sacar a la niña en la semana 37, si no es antes porque haya alguna contracción previa. Estoy de 30 semanas y, para la fecha que me han dado de parto, me quedan ahora mismo siete semanas.
“Aunque es el último embarazo, porque esta será la tercera cesárea, y me da pena que ya no vaya a haber más, realmente ahora sí siento que somos los cinco que yo quería tener en casa”
—Cuando supiste que estabas embarazada, ¿se lo contaste rápidamente a tus compañeros de La promesa?
—Al principio lo supo el gran jefe, pero no el resto de la gente, por si pasaba algo y por respeto a mis hijas, que aún no lo sabían, ya que esperamos a pasar la semana de seguridad, digamos, para contárselo. Algunos de mis compañeros parece ser que sí sospechaban algo, por lo que me comentaron después. Yo iba con mi virus estomacal por delante y estás disimulando constantemente una forma de ser que en nada se parece a la tuya, porque yo soy muy vitalista, alegre y enérgica y estaba todo el día sentada y pálida. Pero no podía saberlo la gente antes que mi propia familia, ahí sí que lo pasas un poco mal, no solo por no encontrarte bien, sino por tener que disimular que estás bien cuando te sientes horrible.
—¿Lo pasaste mal entonces en los primeros meses?
—El primer trimestre fue muy duro y ahí bajé mucho de peso, como unos cinco kilos de repente, porque no podía comer casi nada, todo me daba un asco horrible. Creo que me pasé dos semanas comiendo calabacín a la plancha, que era lo único que me apetecía, y aceitunas y almendras, algo salado para la tensión, porque me baja mucho. Tuve un montón de mareos y náuseas y, pasado el primer trimestre, pero largo, no en la semana doce, sino en la dieciocho o diecinueve, todo empezó a establecerse. Ahora las digestiones no son brillantes, así que intento comer más veces y menos cantidad, pero, quitando eso, bien.
Más pausada
—Tienes tripa, claro, pero no parece que hayas cogido mucho peso…
—No es de forma buscada, simplemente supongo que mi cuerpo está más cansado. Al final, tienes dos niñas, estoy rodando una serie diaria, que es duro, y ya no eso, sino que llegas a casa y empieza el trabajo, digamos, de verdad, y aparte estoy muy metida en cosas de redes sociales, que me encanta, pero te consume energía. Este es el embarazo en el que menos peso estoy cogiendo y eso también me tenía no preocupada, pero sí pendiente. Pero, cada vez que voy a una ecografía, la niña crece lo que tiene que crecer y está en el peso perfecto. Y yo me encuentro fuerte y sana.
—Cuando le dijiste a Josep Cister, el creador y productor ejecutivo, “el gran jefe”, como le llamas, que estás esperando un bebé, ¿qué te dijo?
—Solo tengo palabras de agradecimiento hacia Josep, porque podría entender cualquier respuesta. Al final es un empresario, tiene gente a su cargo, y un embarazo es la vida, como dijo él, pero siempre tienes más incertidumbre en el proceso. Imagina que pasa algo y tengo que parar. Sin embargo, yo entré, se lo dije y ni le cambió la cara, me dijo: “Muy bien, ¿qué quieres hacer? ¿Te quieres ir?”, y yo le respondí que me quería quedar, pero que entendería cualquier decisión que tomara al respecto. Y me dijo: “Esto no es un problema, María, esto es la vida, y yo como empresario soy una persona también y lo único que quiero es que mis trabajadores puedan compaginar su vida con su trabajo. Estás en la edad de ser mamá, querías tener uno más y ha ocurrido. Lo que tenemos que hacer es buscar soluciones y contarlo de la mejor manera posible”. Así que, como es muy práctico, cogió su calendario y enseguida comenzamos a planificar cómo grabar.
“Yo, María, me iré a dar a luz y luego volveré, pero mi personaje, Pía, no desaparece de la trama, sigue en ‘La promesa’. ¿Cómo? Pues ya se verá… ¡El jefe ha tenido una idea con la que la gente va a alucinar!”
—Claro, porque sigues apareciendo en la ficción, pero tu personaje, Pía, no está embarazada.
—Se me está tapando con elementos físicos, como carpetas, personas… Pero, claro, la barriga cada vez crece más y las carpetas se quedan pequeñas —ríe—. Vamos a planos cortos y mucho plano general, y yo siempre por detrás.
—Pero tendrás que irte para dar a luz… ¿Qué pasará mientras en La promesa con ella?
—Claro, me tengo que ir a dar a luz; voy a estar hasta el final y luego volveré. Voy a parir en la semana 37, como te comentaba, y hasta diez días antes estaré grabando en el plató. Cuando le di la noticia a Josep, bajé después a hacer una secuencia y, mientras estaba en ello, ya tenía un mensaje donde ponía: “Cuando termines ven, que se me acaba de ocurrir una cosa”. Subí y ¡ya tenía la trama diseñada! Se lo tomó casi como un reto personal. Y ha tenido una idea con la que vais a alucinar, es impresionante. Yo, María, me iré a dar a luz y volveré, pero mi personaje no se va, no desaparece de la trama, sigue en La promesa ; el cómo, pues ya se verá, el jefe ha diseñado algo para que nadie lo note, aunque no quiero contar mucho para que siga la intriga.
—¿En La promesa hay tan buen rollo como se transmite?
—Sí, es verdad, y no solo del elenco, de todo el equipo. Y eso no ocurre en todos los rodajes. Y mira que echamos horas y llevamos ya año y medio grabando, que podría haber tirantez. Nada. Cuando en una serie diaria, después de tantos meses, ese ambiente se mantiene intacto con la ilusión del primer día, es una maravilla.
—¿Preparada ya para ser madre de familia numerosa?
—Bueno, preparado, uno nunca sabe. Pero sí creo que las decisiones se toman de una forma mucho más pausada con el tercero; con el primero todo te alarma mucho más, te sientes mucho más insegura. Con Olivia, tanto José como yo lo vivimos todo de una manera mucho más tranquila, estuvimos más relajados. Y entiendo que con la tercera pasará lo mismo. Nos tenemos que adaptar todos, no solo José y yo, sino los cinco que vamos a ser; la bebé también habrá momentos en los que tenga que esperar un poquito, momentos en los que iré rápido, pero le tocará esperar a una de las hermanas…
“No me da pena no tener un niño, no íbamos buscando que fuera un chico, sino ser uno más, porque tenemos dos niñas y son opuestas y nos han descubierto mundos completamente diferentes”
—¿Te da pena no haber tenido un niño?
—No, no. Yo no iba buscando un niño, ni José tampoco; íbamos buscando ser uno más. Tanto él como yo tenemos dos hermanos y no íbamos buscando a ver qué experiencia nos da el niño. Porque tenemos dos niñas que son opuestas y nos han descubierto mundos completamente diferentes. Y decía: “Bueno, pues si es niño, bien por aquello de la novedad”, aunque tampoco, porque, como te digo, la personalidad cambia, y si era una niña, pensaba también: “Qué bonito, tres hermanas, tres grandes amigas y compañeras para toda la vida”. Yo quiero tanto a mis hermanos, son el gran regalo de mi vida, que, viniera lo que viniera, sabía que iba a ser un regalo para ellas importante.
—Sí parece que tenías claro que querías familia numerosa.
—Sí, me apetecía, si no hubiera podido ser, por lo que sea, pues ya no me quedaba con la pena de no haber sido madre, o lo que me pasó con Maia, que no quería que se quedara solita, y ahora esto es como un regalo.
—¿Tenéis pensado ya nombre para la bebé o vais a esperar a que nazca?
—Tenemos cinco ahí en la parrilla de salida —ríe—. Pero a unos les gustan más unos, otros buscan que compaginen bien con el apellido, otros que no se escuche tanto… No pasa nada, porque los cinco son bonitos y me va a dar igual. Mi marido y mi hija mayor tienen claro uno; Olivia no cuenta, porque cada día la llama de una manera más marciana —ríe—. Un día la va a llamar Bitelchusa, otro día Eduardo Manostijeras, el último creo que fue Wish, como en la película de Disney… Yo le dije: “Mira, llámala con todos los nombres cariñosos que se te ocurran, pero hay que ponerle uno en el DNI que sea cuerdo” —ríe—. José dice que con esto no se va a estresar, que si no lo tenemos claro, esperamos a verle la cara.
—Ninguna de tus niñas, de momento, ha salido pelirroja.
—No, Maia es muy morena, como su papá. Y Olivia no es tan blanca como yo, se pone morenita en verano; es como más australiana, con este rubio como ceniza y con los ojos azul-gris, muy particular. A ver ahora, hay que tener todo el Pantone.
“Va a ser un parto programado en la semana 37 y voy a trabajar hasta diez días antes. Se me está tapando con elementos físicos, personas… pero, claro, las carpetas se quedan pequeñas”, ríe
—Has celebrado cinco años de matrimonio con José y lleváis diez juntos, ¿qué sigue haciendo que seáis un buen equipo?
—José y yo somos dos personas muy distintas con un objetivo común, que era formar esta familia y querer y creer mucho en ella y que nuestras hijas sean lo primero. Ese ambiente familiar y de respeto a la familia es uno de los pilares. Pero también creo que es muy importante que, en esas diferencias de decisiones y de formas de enfrentar la vida y de actuar frente a ella, no se trata tanto de entender al otro como de respetar cómo es el otro. Es un trabajo constante.
—¿Y sigue dando sorpresas, como aquella de El hormiguero, cuando te pidió que te casaras con él?
—No da muchas, pero las que da te dejan consternada —ríe—. Yo soy más de goteo constante, él no, pero de repente te sorprende con una cosa que te llega directamente al corazón. Eso también es bonito, porque mantiene viva la llama.
“José no da muchas sorpresas, pero las que da, te dejan consternada. Te llega directamente al corazón”, ríe María, a quien su marido pidió matrimonio en televisión