Alfonso Goizueta (Madrid, 1999) es doctor en Relaciones Internacionales por el King´s College London y licenciado en Historia y Relaciones Internacionales por la misma universidad. El pasado mes de octubre fue elegido por el jurado como flamante finalista del Premio Planeta 2023 por La sangre del padre, una novela apasionante sobre Alejandro Magno, personaje histórico y legendario del que nos muestra su lado más humano, repleto de inseguridades, soledad y desamor. El joven escritor emplea una prosa rica y ágil para seguir las huellas del célebre conquistador, adentrándonos en su alma y sentimientos más íntimos.
- ¿Qué te resultó más complicado a la hora de afrontar esta novela sobre Alejandro Magno, un personaje histórico muy lejano en el tiempo y tan rodeado de leyenda?
Que sea una figura a caballo entre la realidad y la mitología me facilitó el proceso narrativo, pues me permitió sembrar la novela de aspectos más mágicos para construir a un Alejandro como el que yo he leído, alguien del que no sabes bien dónde acaba la historia y comienza la leyenda.
La parte más difícil fue darle al texto un sentido narrativo que trascendiera de la mera bitácora de viajes del protagonista y los hechos que le acontecen en cada lugar. Para ello, tienes que tomarte licencias con el objeto de construir la psicológica de los personajes y darle ese toque narrativo a una trama que sí es histórica.
- En La sangre del padre aparece un Alejandro muy humano, un joven repleto de inseguridades y soledad. ¿Te interesaba más mostrar el alma del héroe clásico que todos tenemos en la cabeza?
Soy más escritor de temas que de tramas, aunque lógicamente lo segundo tiene que cuidarse para que la novela enganche y guste al lector. Me interesaba hacer el retrato humano de Alejandro Magno más allá de la máscara arquetípica del conquistador joven, impulsivo y revolucionario. Cuando escribí La sangre del padre la tenía misma edad que Alejandro en la novela y por eso me hermané con él en temas que son atemporales, como la soledad, las inseguridades, el miedo, la falta de confianza en uno mismo, pero también en el deseo de probarte, de superarte, de ser libre.
Alejandro y otros personajes de la novela, sobre todo los más jóvenes, tratan temas que yo mismo he sentido en mis propias carnes. Por eso es una novela, este Alejandro es tan sensible como lo he podido ser yo ante ciertos aspectos de la vida.
Para conocer la historia del Alejandro conquistador es preferible leer una biografía, ya que yo no lo voy a hacer mejor que un historiador. No soy helenista, lo único que puedo aportar como novelista es una mirada, parcial por supuesto, al género humano.
- Sus padres, Filipo II de Macedonia y Olimpia, son personajes apasionantes que subyacen en esta historia. ¿Cómo fue su relación con ellos?
Hay una pregunta que subyace en la novela, ¿por qué Alejandro no quiere volver a Macedonia? La respuesta está en sus padres, en su infancia traumática. De hecho, el viaje de Alejandro es también una huida, sobre todo de su madre, ya que al padre al final lo acaba entendiendo de alguna manera. Olimpia es una cicatriz que Alejandro nunca supera, es una madre edípica y castradora que ejerce un control venenoso sobre Alejandro, quien se quiere liberar de ello, pero a la vez no puede.
Por eso no quiere regresar y va a adoptar a la madre de Darío, Sisigambis, como la suya propia, una madre persa que reemplaza a la griega y también, de alguna forma, al Alejandro griego. Es una mujer que le respeta, entiende y no le juzga ni oprime. Olimpia quería crear un dios que ella pudiera manejar y Sisigambis veía en él a un rey para sostener el estertor del imperio aqueménida. Esto último, Alejandro sí que lo puede ser.
- “Tanto monta cortar como deshacer”, dice Alejandro al cortar el nudo gordiano. ¿Ese momento marca un antes y un después en su vida?
Para mí el nudo gordiano es el epíteto del Alejandro griego, un joven astuto que interpone la lógica y la inteligencia a las supersticiones y a la magia. El nudo gordiano estaba envuelto en la leyenda: quien lo deshiciera sería rey de Asia. Cuando llega Alejandro y conoce dicha leyenda, decide cortar ese nudo directamente. Es el pragmatismo puro, es la lógica aristotélica frente a la superstición oriental.
Ese episodio retrata al Alejandro más griego de todos, que se irá perdiendo a medida que se va orientalizando en su ruta hacia el este. Sólo regresará a la lógica al final cuando va a enterrar a Hefestión y supera la magia de la que se ha ido impregnando durante su viaje por Asia.
- Darío es su enemigo y, sin embargo, Alejandro llora cuando es asesinado por los suyos. ¿Se veía reflejado en él?
Todos los personajes principales de la novela tienen su espejo y, el de Alejandro, es Darío. Por un lado, es el rival, el enemigo, la sombra, la fascinación por el oriente, por ese mundo oscuro de Persia, pero luego Alejandro tomará a Darío como referente del rey libre que él quiere ser.
Para los griegos, Darío era una especie de monstruo que dominaba un imperio repleto de esclavos, aunque esto no fuera así en realidad. Esa era la visión griega, aunque luego Alejandro lo acabará adoptando como hermano por interés geopolítico y por el ansia de encontrar otra familia.
- Hefestión, su amigo, consejero y amante está muy presente en toda tu novela. ¿Crees que fue él su verdadero amor?
No lo sabemos, ya que no hay un texto o una carta del propio Alejandro manifestando su amor por él o por otra persona. Pero a mí me encajaba en la novela que con esa infancia tóxica y difícil se aferrara a Hefestión y que éste ocupara un lugar en su vida que nunca pudo ocupar otro. Clito es el amigo, Crátero es el consejero, Nearco también, pero la relación que tiene con Hefestión trasciende todo eso y es su amor más verdadero, aunque sea una relación muy triste porque deja que se le escape a medida que se interna en el Oriente. Se arrepentirá de ello cuando ya es tarde.
Tal y como lo planteo en la novela, la relación de Alejandro con las mujeres es impuesta por la costumbre, por el deber de casarse y dejar heredero. Pero, en realidad, las mujeres le aterran, siente un pavor freudiano como consecuencia de esa madre tan controladora.
- A medida que Alejandro avanza en sus conquistas se va orientalizando, nombrando sátrapas extranjeros para sus dominios y rodeándose de sus servidores, lo que despierta incomprensión entre los suyos. ¿Aspiraba a un mundo global bajo su mando?
Creía en un mundo híbrido donde lo occidental y lo oriental se dieran la mano por primera vez. Era un político inteligente, sabía que Persia no podía ser griega ni era factible imponer la cultura helena. Esa fusión de culturas, que él fomenta con matrimonios entre sus generales y princesas persas, es una operación de asentamiento de su poder.
En el plano más personal, creo que Alejandro encuentra en Persia la libertad que no ha tenido en Grecia y este es uno de los contrastes de la novela: el mundo griego, de la filosofía y la libertad es el que más oprime a Alejandro, mientras que el universo oriental, que los griegos tenían asociado al esclavismo, al despotismo y a la oscuridad es el lugar donde él se siente libre.
Eso crea tensiones con sus hombres más fieles, ya que le ven convertido en un rey como el que habían venido a derrotar.
- Transcurridos ya cinco meses desde la gala de los Premios Planeta, ¿con qué imagen o recuerdo especial te quedas de aquella noche?
Esa noche pasa todo tan rápido, tienes tanta adrenalina y tensión que es muy difícil quedarse con un momento en concreto. Abruma mucho, sobre todo a alguien como yo que venía del anonimato.
Sí que ha habido momentos posteriores en los que te paras a pensar cómo eras antes y cómo eres ahora, para acordarte de ese Alfonso previo, de los motivos que le inspiraban, de porqué escribía, para asegurarte de que el premio no se ha metido en tu cabeza.
Hay cosas preciosas de ser finalista del Planeta. Disfruto mucho cuando voy a ciudades pequeñas, donde la gente te dedica su tiempo, hace preguntas, compra tu libro y encima te lo agradecen con mucho cariño. Son momentos muy especiales, el agradecido soy yo.
- La sangre del padre es tu cuarto libro y el primero de ellos se publicó en 2017, cuando contabas tan solo con 18 años. ¿Esa precocidad como autor es fruto de tu pasión por narrar la historia?
Siempre he sabido que quería escribir. Hasta hace unos meses lo pensaba más como un hobby al que dedicaba horas sueltas para luego publicar mis textos, aunque fuera con tiradas pequeñas. Pero sí, siempre he tenido la necesidad de escribir y de contar historias, muchas veces para contarme historias a mí mismo. Creces y te descubres cuando estás escribiendo, como me ha pasado con esta novela. Mi forma de conocerme es escribir, ver de lo que eres capaz, qué te llena la cabeza y el corazón.
Cuando yo leí Crónica de una muerte anunciada, me gustó tanto que me llevó a Cien años de soledad. Esa manera de narrar tan especial y repleta de imágenes sólo se podía canalizar a través de la novela, así que comencé a escribir Corazón de deidades, mi primera novela después de un sesudo ensayo sobre geopolítica.
Fue a raíz de Cien años de soledad cuando comencé a escribir ficción, al enamorarme de ese lenguaje mágico de García Márquez. Es el libro que me ha hecho novelista.
- ¿Cómo escribe Alfonso Goizueta? Costumbres, ritos, manías…
Soy algo maniático, escribo primero a mano y siempre tiene que ser en el mismo tipo de cuaderno. Es curioso, pero cuando escribo a mano me salen mejor las palabras, yo creo que porque pienso de una manera más pausada que cuando tecleo en el ordenador.
También soy muy cafetero, demasiado.
- Por último, ¿te has convertido en una especie de ídolo para tus amigos?
No, para nada, pero el hecho de ser finalista del Premio Planeta sí que ayuda a darte cuenta de quiénes son tus amigos de verdad y a diferenciarlos de los que no lo son. Están los auténticos, los que te entendían antes y ahora celebran contigo tu éxito y, también, los que nunca fueron tan amigos e incluso les parecías un chico raro o aburrido y, sin embargo, ahora se acercan. Chirría mucho y lo notas enseguida.
Mis amigos de siempre son los mismos y se muestran además muy considerados, ya que he dejado de verlos debido a que la gira promoción es muy intensa. A veces llego a casa agotado y no me apetece salir. Los mejores amigos son los que lo entienden y te dan tu espacio en esa vorágine que estoy viviendo ahora.
Ser finalista del Premio Planeta te ilustra mucho en ese sentido, sobre quién te rodea y cómo reacciona la gente al éxito. De alguna manera, da evidencia a las corazonadas, a la intuición que ya pudieras tener de antemano.