Se casaron hace ahora dos años y su boda fue un acontecimiento Plus Ultra. Porque fue lo más de lo más y porque la ceremonia fue un puente entre ambas costas del Océano Atlántico. Karla Covarrubias se desposaba -que suena así más mexicano y ella lleva México por bandera- con el empresario Ramón Hermosilla y, tras dos días de fiesta —y despedida— con un genuino toque americano, la chef cambiaba de escenario: Ciudad de México por Madrid, aunque no así de sabores ni de aromas, colores o tradiciones. O, quizás, no tanto. Lo descubrimos en la entrevista que esta mujer de rompe y rasga ha concedido a ¡HOLA! en donde, no solo nos anuncia que está esperando a su primer bebé —como si esto fuera poco—, sino que, además, leemos entre líneas cómo está siendo su nueva vida en España, en Madrid, concretamente. Una ciudad que, dice, le transmite tanta paz que la inspira. Será que, en estas latitudes, ha encontrado otros mimbres con los que hacer volar su imaginación culinaria y dar un aire nuevo a ”sus platillos”.
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Su cocina habla de mujeres, de saberes y sabores milenarios, de la América Precolombina, de la vida y la muerte, de cocciones lentas y de técnicas contemporáneas, de color y de flores del paraíso. Recordemos, por ejemplo, el menú de la cena en su preboda con el empresario español que elaboró ella misma para el restaurante Rompehielos. Aquella noche se sirvió ceviche de pescado, camarones en aguachile, panuchos de cochinita pibil, pollo con mole en tortilla azul, quesadillas, flautas de pollo, taquitos de barbacoa, lonchecitos bañados, nieve con naranja de mezcal, nieve de mamey, pastel de tres leches que remataba café de olla, carajillos, tequilería y mezcalería… Sin embargo, ahora ¿Cuál es su plan de domingo perfecto desde que está en Madrid? Nada que ver con ese mexicanismo absoluto. Un plan, más “gato” madrileño, imposible: aperitivo con torreznos. Nos sorprende con su confesión cuando le preguntamos por eso con lo que su marido la tiene ganada. “A mí, con que me lleve los domingos a comer torreznos, yo me doy por muy bien servida”, nos suelta entre risas.
Porque no es que se haya adaptado bien a nuestro país, es que ¡le encanta! Y no solo porque haya redescubierto el pan, o sea, el trigo. De hecho, nos cuenta que es su vicio confesable. “La harina me parece algo brutal. No puedo —ni quiero— dejar de comerla”... Sino porque, aquí, en España ha ganado muchísimas cosas que, aunque solo sea por una vez (sic), no tienen tanto que ver con el estómago. “He ganado un amor, amistades entrañables, una suegra maravillosa — la elegantísima e influyente Silvia Gómez-Cuétara— costumbres y tradiciones nuevas y muchos sueños por cumplir…”. De hecho, le encanta salir a pasear sola, sintiéndose “segura” que, ya saben que, en México, los índices de criminalidad en ciertas zonas, son elevados... O con amigas. Porque su círculo de amistades es extenso y... Excelso. De hecho, ya supimos de su club íntimo cuando los vimos acompañándola en sus últimos días de soltera, en el Desierto de los Leones, primero, y en el convento de las Las Vizcaínas, después, cuando se dio el “Sí, quiero”, resonando entre piedras barrocas. Nos referimos a Marta Ortega y Carlos Torretta, a Isabelle Junot con su marido Álvaro Falcó, a los hermanos Cortina, Carlos y Felipe, con sus parejas, Amelia Millán y Clara Vega-Penichet, y a Marta Ordovás, Priscila Pérez Pla de Alvear y Vega Royo-Villanova, con quien la vimos, por cierto, en la gran fiesta de aniversario de Joyerías Suárez.
No obstante, hay tradiciones que, ni miles de kilómetro de distancia, pueden cambiar. Porque, sí, le gusta tener una rica vida social pero ¿comer? hay que comer en casa… “En mi casa, se cocina todos los días. Hay mucha más comida mexicana que española, pero por supuesto que le hago a Ramón sus antojos... Mi marido lo goza y yo también”. Y no tardamos en confirmar sus palabras. Esta misma semana, le llamábamos para invitarla a una fiesta que, oh qué mala suerte, coincidía con San Valentín. “Tengo una cita con mi marido ‘i-ne-lu-di-ble’”, se disculpaba. No cabe duda de que el amor es como el mole: require cuidado continuo y es más aterciopelado cuanto más horas pasa al calor del fuego.