Era la única de los cuatro hermanos Urdangarin que no había estado en Camboya , así que podría decirse que, en algún momento, el destino la habría llevado hasta allí. Tras decidir tomarse un año sabático antes de comenzar la universidad, Irene quiso seguir los pasos de su hermano Juan, adentrándose en el universo de la cooperación, trabajando como voluntaria y explorando un mundo totalmente desconocido para ella.
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La estrecha relación y el cariño que tiene su familia a monseñor Enrique Figaredo fue lo que le hizo decantarse por este destino y recalar en Battambarg, una de las regiones más pobres del país. Kike fue el encargado de guiarla los primeros días, mostrándole la ciudad, las costumbres de los camboyanos y la que será su labor durante este año como voluntaria en la ONG Sauce.
Irene está concienciada y preparada para cumplir con su misión. Nos dicen que está muy ilusionada con su trabajo en los proyectos con discapacitados físicos y mentales junto a los equipos de educación, Outreach y Obrum. Son dos grupos de acción que están centrados en la formación y educación de niños discapacitados marginados, en dar apoyo a las escuelas en las aldeas más remotas de la región y en conocer a las familias y líderes locales para poder ayudarlos en sus necesidades.
Sin embargo, aunque está resultando una experiencia enriquecedora -que, sin duda, recordará por siempre-, también es dura. La hija de la infanta Cristina nunca había estado tan lejos de casa y está viendo, de cerca, la pobreza y el sufrimiento de los camboyanos, que aún sufren las consecuencias de décadas de conflicto.
La guerra terminó hace muchos años, pero las minas siguen sembrando dolor. Todavía quedan por desactivar un millón de artefactos de los diez millones que se sembraron en los campos, matando a 20.000 personas y dejando a otras 50.000 amputadas. El material bélico es el enemigo invisible que se esconde en los arrozales, impidiendo a los camboyanos el acceso a la tierra cultivable y a una vida digna. Este es el sueño de Enrique Figaredo: lograr que los jóvenes puedan soñar con un futuro mejor y tengan una educación, un trabajo digno, una casa, un pozo y un trozo de tierra para cultivar. Y, gracias a su compromiso, cada vez está más cerca de lograrlo.
Ya lo dice el padre: “Dependo sobre todo de los voluntarios que están aquí con nosotros y viven al servicio de los pobres”. El trabajo es muy exigente y no hay mucho tiempo libre, pero todas las semanas, además de Ta Hen, Irene visita con sus compañeros The Lonely Tree Café. El local está en el centro de la ciudad y emplea a discapacitados. En la tienda se promociona y vende arte camboyano y en el restaurante se sirve comida española y camboyana. Es un lugar precioso —con guitarra española incluida— en el que se pueden ver muchas fotografías de voluntarios y personas que han apoyado a la ONG, entre ellas doña Cristina. Es la primera vez que se separa tanto tiempo de su ‘pequeña’, pero es de las que piensan que los hijos son tuyos, pero también del mundo, y que Irene está en el lugar perfecto junto a su querido padre Kike.