Irene Urdangarin ha comenzado su nueva vida. Tras alcanzar la mayoría de edad el pasado mes de junio, la hija pequeña de la infanta Cristina ha decidido explorar el mundo, pero, también, aportar su granito de arena para mejorarlo, ayudando a los más vulnerables.
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En las imágenes que publicamos esta semana en ¡HOLA!, la descubrimos en esta nueva etapa que ha comenzado como voluntaria de la ONG Sauce en Battambarg, en el corazón de Camboya. Llegó allí en la segunda quincena de enero -ella misma se pagó el billete de avión- y estará al menos seis meses ayudando a los más desfavorecidos, siguiendo, a su manera, los pasos de su hermano mayor, Juan, quien también trabajó como cooperante en Asia.
La estrecha relación que mantiene su familia con monseñor Enrique Figaredo la ha llevado hasta esta región -una de las más pobres del país-, donde Kike, prefecto apostólico de Battambarg, levantó el centro Arrupe sobre las ruinas de la iglesia de la ciudad, que fue destruida por el régimen de Pol Pot en 1978.
Irene trabaja en los proyectos con discapacitados físicos y mentales junto a los equipos de educación, Outreach y Obrum. Son dos grupos de acción que están centrados en la formación y educación de niños discapacitados marginados, en dar apoyo a las escuelas en las aldeas más remotas de la región y en conocer a las familias y líderes locales para poder ayudarlos en sus necesidades.
La vida en el Centro Arrupe
Irene comparte con otra chica una casita pequeña en el Centro Arrupe, dentro del recinto de la Prefectura, que está en el barrio católico, al otro lado del río Sangker. Desde allí se coordina la tarea de los voluntarios -que conviven con niños que tienen alguna discapacidad y profesionales especializados-.
Su día comienza a las cinco de la madrugada. Cuando despunta el sol, las camionetas llevan a los voluntarios a las zonas rurales y a los estudiantes a sus colegios. Es el arranque diario de un futuro que liderarán muchos de los 3.000 alumnos que la Prefectura tiene escolarizados en Camboya gracias al apoyo de la ONG Sauce. El padre la creó, junto a familiares y amigos, en 2001 para ayudar a reconstruir el país y se sigue trabajando con la misma ilusión del primer día, aunque cada año que pasa van aumentando su capacidad de servicio y atención a las necesidades. Es la obra de la reconstrucción y abarca un mundo: atención a discapacitados físicos, que fueron víctimas de las minas antipersona, y mentales, asistencia sanitaria mínima, hogares de acogida, acceso a la educación, escuelas, becas para la universidad, creación de infraestructuras —incluidas las carreteras—, ayuda en situación de emergencia a personas vulnerables y proyectos agrícolas sostenibles para que puedan vivir con dignidad en las zonas rurales. De los campos de batalla minados a la vida de los arrozales.
Cada día, para llegar hasta las zonas más pobres, recorren kilómetros y kilómetros por caminos de tierra en camioneta o en moto; y cada día, en un plan de seguimiento regular, asisten a jóvenes y familias para que puedan tener acceso a la educación, un trabajo digno, una casa, un pozo, un trozo de tierra para cultivar. La labor es asegurar que vivan en condiciones de dignidad, reciban oportunidades y, en el mejor de los casos, se atrevan a soñar con el futuro.
La hija de la infanta Cristina está muy sorprendida con la increíble labor que la ONG lleva a cabo en Battambarg; y, también muy ilusionada y comprometida con este trabajo en un mundo muy diferente al suyo.