maximo huerta  j ocana4© Javier Ocaña

Café con letras

Máximo Huerta nos presenta 'París despertaba tarde': 'Necesitaba una novela llena de vida que me sacara de mi casa y me llevara de viaje'

El autor valenciano nos ofrece un fresco y romántico lienzo del París bohemio de los años 20


9 de febrero de 2024 - 8:52 CET

Máximo Huerta (Utiel, Valencia, 1971) regresa con fuerza al panorama literario tras el éxito de crítica y público de Adiós pequeño, su obra más íntima y personal con la que obtuvo el Premio de Novela Fernando Lara 2022. Lo hace con París despertaba tarde (Ed. Planeta), novela romántica e histórica en la que retrata la intensa realidad de la capital francesa en su época más bohemia y evocadora, los años 20 del siglo pasado, cuando París se convirtió en hogar de grandes creadores y artistas llegados de todas partes. Una ciudad que ansiaba olvidar la Primera Guerra Mundial y disfrutar de cada momento como si fuera el último. Sobre ello charlamos hace unos días, de París, del amor y las ansias de vivir.

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© Javier Ocaña

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- París despertaba tarde es una novela muy vitalista, que combina alegrías y desgracias. ¿Tenía que ser así para plasmar la vida en el París de los años 20?

La novela une la intensidad de vivir con el drama que se respiraba en esos tiempos en la capital francesa. Precisamente, esto es lo que me parece más atractivo de aquel período, que en medio de tantas desgracias y pobreza tras la Primera Guerra Mundial hubiera esa alegría de vivir.

Había una capacidad o facilidad para sobreponerse frente al dolor, tanto de la protagonista como de la propia ciudad. Esa necesidad de olvidar está muy presente.

- ¿Por qué París? ¿Qué tenía de especial en esos años 20?

No ha vuelto a haber en el mundo una ciudad tan cosmopolita. Ni Londres, ni Nueva York, ni Berlín. La única ciudad que ha generado moda, vanguardia, modos de vivir, arquitectura y actitud vital fue París en aquella década.

Esa eclosión, producto del azar, del ADN y de la concentración de arte que aglutinó, hizo que fuera el único momento en el que una ciudad fue cosmopolita de verdad frente al mundo. París se convirtió en refugio de artistas italianos, polacos, americanos, negros, judíos… los acogió a todos y eso fue lo que la hizo brillar tanto, gracias al talento ajeno y al hacerlos sentir parisinos.

Mencionabas Nueva York, un lugar que también tenía entonces su atractivo con el mundo del cine, como reflejas en tu novela.

Efectivamente, tenía el reclamo de Hollywood y la propia Kiki de Montparnasse viajó hasta allí para probar fortuna. Pero cuando vio que había muchas actrices a la cola decidió regresar, pues no le hacía falta brillar allí, ya que en París ella era la reina.

La principal diferencia entre las dos radica en que Nueva York es de cartón piedra, algo veloz, que surge de manera rápida y excesiva, mientras que París se asienta sobre una base firme, de cultura, de arte, de vida, de moda. Esa firmeza no la tenía ni la puede tener Nueva York ni ninguna otra ciudad, quizás sólo Roma.

© Javier Ocaña

- Alice y Kiki, son dos grandes amigas que posan ligeras de ropa para diferentes pintores. ¿Cómo era esa cruda realidad que retratas en tu novela?

Alice Humbert y Kiki de Montparnasse eran mujeres humildes y de familias rotas, dos mujeres que en ese París de 1920 tenían muchas posibilidades de que se las comiera la vida y, sin embargo, ambas se convirtieron en modelos que posaron para los pintores.

Todos los lunes, acudían junto a otras jóvenes a la calle La Grande Chaumière para optar a ser elegidas por los pintores y posar para ellos, en lo que se asemejaba a una especie de mercado de la carne. Una frase retrata muy bien esta realidad, pronunciada por Moïse Kisling: "¿Dónde están las nuevas putas?". Kisling fue un pintor polaco que aparece en la novela y que así trataba a estas chicas.

Posaban en talleres rudimentarios, con escasa calefacción y comodidades, pues se trataba de pintores pobres que apenas tenían para comer. Pero esa era casi la única posibilidad que tenían muchas jóvenes de sacarse algo para vivir. Reivindico a esas mujeres que lo pasaron muy mal, pero que lo afrontaron con una alegría de vivir porque era la solución. Frente a todo, vivir.

- ¿Todos hemos querido parecernos a Kiki de Montparnasse alguna vez, pero quizás no nos hemos atrevido?

Claro que sí, lo que ocurre es que hay que ser muy valiente para eso. Todos hemos querido ser Kiki algún viernes o sábado, una mujer capaz de perder el pudor y la vergüenza porque, para ella, hoy siempre era el último día y la última fiesta.

No hay personaje en la historia comparable a Kiki de Montparnasse. Siempre se dice que Ava Gardner se bebía las noches, pero nadie en el mundo como Kiki. Nació y se crio en la pobreza hasta que decidió que lo único que quería era estar rodeada de artistas porque amaba el arte. De hecho, acabó pintando, exponiendo y escribió unas memorias que fueron prologadas por Hemingway.

El eje vital suyo era sobrevivir y no hubo pintor que no retratara a Kiki. Es una pena que no se hayan hecho películas sobre ella.

- Hay un guiño importante en la novela a tu tierra valenciana. ¿Cómo o de dónde surge esta idea?

En un viaje con Mónica, una amiga experta en telas, nos encontramos con dos valencianas, dos falleras con espolines de colores verde y rojo representadas en el altar del Sacré-Coeur. Este hallazgo casual me fascinó como valenciano, así que investigué sobre esas pinturas y descubrí que estaban hechas en 1924, el año de los Juegos Olímpicos y que los arquitectos, los mismos que hicieron el ABC Serrano encargaron las telas a los talleres Garín de Moncada, Valencia.

La Epifanía de la novela es ver a esas dos valencianas allí con un perfil muy Concha Piquer, muy Kiki de Montaparnasse, que no es casual. La novela surge por unas telas, por esas dos valencianas que hay en el altar del Sacré-Coeur.

© Javier Ocaña

- Un tema de trasfondo en toda la novela es la maternidad, hay mujeres que no pueden ser madres, otras que lo desean fervientemente, otras adoptivas…

Quería que la maternidad estuviera latiendo durante toda la novela. Es una novela de mujeres que se sobreponen y que sufren el hecho de no poder ser madres porque tienen que posar para los pintores. Son años de muchos abortos como consecuencia de la vida de entonces.

Pero sí, la maternidad es el hilo conductor, por envidia, admiración, frustración y desde todas las miradas: madre, hija, adopción y como persona mayor que quiere sentirse protectora.

El amor y la maternidad son los hilos que discurren a lo largo de toda la novela.

- Una frase refleja bien uno de los mensajes que deja tu novela: “El tiempo es algo que nadie te da nunca, porque no existe tiempo para regalar”.

Es el Carpe Diem de Kiki, la alegría de vivir, el hoy o nunca, el "esta noche vamos a bebernos París".

Es así porque venían de una guerra, de muchísimo dolor. Había tanta pobreza que necesitaban divertirse en lugar de amargarse, era la hora de compartir, aunque no tuvieran apenas nada. La mayoría de las terrazas, como Le Dôme permitían a los artistas ocupar sus mesas, aunque no tuvieran para pagar o consumieran sólo una sopa a cambio de unos dibujos.

El Carpe Diem, la alegría de vivir, la necesidad de sobreponerse y olvidar el dolor es lo que hace que se den todas esas circunstancias para que haya arte, moda y se rompan todos los esquemas. París fue una isla de libertad en el mundo en esa década de 1920.

- ¿Cómo ha sido pasar de tu libro anterior, más intimista y personal, a esta novela?

Nunca olvidaré Adiós pequeño por el éxito que tuvo y porque fueron mi familia y mi propia vida las que se convirtieron en novela, pero ahora necesitaba un libro feliz, que contagiara felicidad y amor.

Necesitaba una novela llena de vida, de alegría, que me sacara de mi casa y me llevara de viaje. Por eso es una novela tan efervescente.

© Javier Ocaña

- Máximo Huerta, ante su libro más personal, habla de los prejuicios a los que se ha enfrentado: 'Hay batallas que se ganan solas'

- ¿Cómo llevas tu faceta de librero con 'Doña Leo'? ¿Qué es lo mejor y lo menos bueno?

No tiene nada malo, todo lo que me da 'Doña Leo' son alegrías. Se ha convertido en un pulmón en Buñol, un lugar turístico, de lectura y de cultura, así que creo que es el mayor acierto de mi vida haber montado una librería pequeñita, de estilo francés e inspirada en una parisina que se llama 'Hortense', como la protagonista infantil de mi novela. La librería me da una alegría cada mañana.

Lo más complicado es seleccionar qué autor destacas cada día. Muchos de los grandes han pasado ya por Doña Leo y espero que lo hagan muchos más.

- Máximo, dinos algún libro que últimamente hayas disfrutado.

He disfrutado mucho En busca de la felicidad de Douglas Kennedy y también Lecciones de Ian McEwan.

Soy lector asiduo de novela japonesa y me impactó sobremanera Luna llena de Shimazaki, que trata de un matrimonio de ancianos en el que ella tiene Alzheimer y, en un momento dado, le pregunta a su marido quién es él. Entonces, él le dice que es su prometido y tendrá que reconquistarla. Una novela muy bonita.

- Por último, ¿cómo escribe Máximo Huerta?

Escribo con pluma y en libretas todas las notas e ideas que me van surgiendo para posibles novelas. Siempre llevo alguna encima.

Luego me da igual escribir con ordenador en el salón o en mi habitación, aunque últimamente me he acostumbrado más a hacerlo en el sillón para mirar a mi madre. No le gusta que me suba a la habitación, así que me siento con ella a escribir.