No es una sensación. Ha vivido mucho, muy deprisa y muy intensamente. Con 14 años, era profesional del toro; con 15, novillero, y con apenas 16, matador. A los 23, se retiraba por primera vez de los ruedos, y sin haber cumplido los 26, la vida que no le habían arrancado las cornadas en el albero casi la pierde en el asfalto. Resucitó, ya lo leerán luego. Nos lo cuenta él mismo mientras recorremos a su lado sus 50 años.Jesús Janeiro celebra medio siglo y, aunque podría resultar extraño seguir llamándole en diminutivo cuando es todo un señor padre de familia, en realidad, no lo es tanto. Jesulín, perdónennos la rima, sigue siendo un “chavalín”. Es más, el de Ubrique podría ser “el cuarto hijo” de María José Campanario . Lo confiesa entre risas, aunque el porqué de esta digresión temporal tiene un trasfondo duro. Casi desolador. Porque ahora Jesús se ve haciendo cosas que, por contra, cuando era un niño, no hacía. Una prematura madurez, una responsabilidad familiar a sus espaldas demasiado grande para su edad, verse rodeado de personas mayores, críticas descarnadas a su toreo cuando jugaba con la muerte cada tarde… Todo eso, de alguna manera, le robó la infancia y, casi, la juventud. Fue el precio de la fama, que, como su espada, tuvo doble filo.
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Hoy, en cambio, casi-casi en el anonimato, como él dice sin que le creamos, está en la plenitud de su vida. Ha vuelto a ser padre 20 años después de que se estrenara en esas batallas y su niño, el pequeñajo Hugo, ocupa sus días y sus noches. ¿El futuro? Por lo pronto, emprende nueva senda, aunque en terreno conocido: apoderado de jóvenes promesas del toreo. La primera, un bonito retruécano del destino: Manuel Martín Morilla, nieto del que fuera el suyo en sus comienzos. Por lo demás, Dios dirá. No lo piensa. Vive el presente, un presente perfecto. Pluscuamperfecto, como su mujer, que define en dos palabras: “Im-presionante”.
Recorremos su vida más desconocida: el hombre, el marido y el padre de familia
—Jesús, 50 años. ¿Da vértigo el paso del tiempo?
—Se me ha pasado muy rápido... Pero tampoco te puedes obsesionar. Lo importante es que hoy me siento bien. Me siento joven. Y voy cumpliendo años de una manera bastante… bien, ¿no? (Risas). Soy una persona a la que la profesión le ha exigido cuidarse. Y eso te ayuda a que, cuando vas cumpliendo años, te veas casi-casi igual. Pero ¿en cuanto a mi forma de pensar? He cambiado. El tiempo te da una madurez y te hace ver las cosas como son. O de otra manera, vaya. Con mis 50 años recién cumplidos, creo que estoy en un momento espléndido. Por supuesto que uno tiene la inquietud de saber si esto me va a durar siempre (risas), pero, a día de hoy, estoy feliz y contento.
—Pero si haces balance, ¿cómo te sale?
—Mira, ¡no miro para atrás ni para coger impulso! Pero, si no hay más remedio, creo que he sido una persona muy afortunada. Por supuesto que he tenido mis momentos difíciles… Situaciones muy muy desesperadas, porque, por mi profesión, me he jugado la vida cada tarde... Pero, en general, creo que he sido una persona con suerte. Como que he puesto mi vida en riesgo y he salido ¡vivito y coleando! Aunque también he sabido gestionarla, ¿eh? Esperar el momento y, cuando he tenido las cosas de cara, he sabido aprovecharlas. Por supuesto que uno comete errores... o pensabas que estabas en lo cierto y después, con el tiempo, te das cuenta de que no. Pero, en resumen, no me quejo. En cualquier caso, soy una persona a la que le gusta vivir el presente. Tampoco pensar mucho en el futuro. La incertidumbre no quiero pensarla.
—¿Tienes la sensación de que te han pasado muchas cosas?
—He vivido muy intensamente. Mi profesión de por sí ya es bastante intensa, competitiva y estresante. Y si tienes la suerte de “mandar”, se complica. ¿Por qué? Porque eres el enemigo a batir, el objetivo a tumbar. Y yo lo he sido durante mucho tiempo.
“Me siento un afortunado porque he sido una persona con suerte, un hombre que ha puesto su vida en riesgo y ha salido ¡vivito y coleando!”
—Cuéntame eso de lo que te sientes orgulloso, eso de lo que te arrepientes y eso que te queda por hacer.
—Cuando eres joven y te quieres comer el mundo y te llega el triunfo muy pronto, te expones también a mucho. Yo he sabido aprender de mis errores. Y he sabido no olvidarlos y aprender de ellos. ¿Momentos buenos? Muchísimos. Y en cuanto a si se me han quedado muchas cosas en el camino... Mmm, supongo que sí, pero no voy a volver a desandar lo andando, porque, sencillamente, ya no me veo en esos escenarios. Estoy contento con lo que he logrado y de una cosa especialmente: yo siempre me he expresado tal y como he sido. Nunca hice una pantomima. Nunca tuve que crear un personaje. Yo soy como soy. Muchas veces, e incluso más de las que hubiera querido, me he podido meter en algún “fregao” o buscarme algún problema por decir las cosas tal y como las pienso, pero es que, si no, yo reviento. Siempre he ido de frente. Y cuando tú vas de frente y dices lo que piensas, pues, ¡ea!, te expones. Pero duermes muy tranquilo. Por lo demás, he vivido de una manera normal. A mí, el éxito nunca me hizo perder el rumbo y siempre he sabido de dónde venía. Con lo que he sabido disfrutar del éxito y he sabido también aprender del fracaso. He estado en la gloria y, también, en el infierno. Creo que es de sabios saber aceptar una derrota y aceptar el “no” y seguir tirando para adelante. También he sabido rodearme de gente que me aporta. Rehúyo de la gente que es negativa y para la que todo son problemas, que lo inventa todo y que, de donde no lo hay, busca un conflicto. Nunca me ha molado esa gente.
La infancia
—¿Te has convertido en el hombre que querías ser?
—Estoy contento tal y como soy. He dejado que las cosas fluyeran. Que el tiempo corriera, como el aire. O el agua.
“María José, mi esposa, es un pilar muy importante en mi estabilidad emocional. Es una mujer maravillosa. Como mujer, como madre, como amiga… Es una persona que ha sabido ser fuerte… A María José yo la defino en dos palabras: “Im-presionante””
—Dicen que somos fruto del niño que fuimos. ¿Tú cómo eras?
—Te tengo que confesar que, ahora, soy un niño grande (risas). Me gusta mucho el cachondeo y me gusta seguir siendo un chaval. Soy muy infantil muchas veces. Es mi forma de ser… A veces, María José tiene cuatro niños en vez de tres... (Risas).
—Y el toreo, ¿cómo llegó a tu vida?
—De la manera más natural, cuando, fíjate, en mi casa no hay antecedentes taurinos. Surgió, supongo, por la afición de mi padre, porque a mí, en un principio, lo que me gustaba era el fútbol. Pero por circunstancias terminé de torero. Siendo muy niño. Mira, cuando me di cuenta, con 14 años era profesional. Con 15, novillero, y con 16 años recién cumplidos, me hice matador… Si cuatro años antes de todo eso alguien me lo llega a decir, me habría sonado a chino.
—¿No tuviste más opción?
—No, no, no. Yo, ¿plan B?, nunca. Y fue… sin darme ni cuenta. Y en menos de cuatro años les compré un piso a mis padres… Porque, hasta entonces, vivíamos de alquiler. Y con 16 años, esta finca, “Ambiciones”. Y 35 años después, aquí estamos. Son cosas que ya no pasan. Pero a mí, sí. Por destino.
—¿Qué significa para ti esta finca?
—Es un sueño hecho realidad; el fruto de mi esfuerzo. Ahora mismo, estoy planteándome que sea mi fuente de ingresos principal, porque la voy a gestionar, personalmente, para eventos concretos y exclusivos.
“Mi profesión es intensa, competitiva y estresante, pero si consigues ser “el que manda”, todo se complica más. Durante años, yo fui ese enemigo a batir, el objetivo a tumbar»
—Y, entonces, ¿qué hay de esa novedosa faceta tuya de apoderado de nuevas figuras del toreo?
—¡También! Estoy muy contento e ilusionado. Soy apoderado de Manuel Martín Morilla, fíjate cómo es la vida… Y es un chico muy despierto, despabilado y muy comprometido con la profesión. Espero que tenga suerte... Todo va a depender de los triunfos que consiga en la plaza.
—Pues, maestro, ¡valor y al toro!
—Valor, al toro y suerte. Que no nos falte.
—Volvamos a ti, a tu infancia. Tan pequeño y jugándote la vida, ¿no cundió el pánico en casa?
—Mi padre era aficionado. Y mi madre, bueno… Era mi padre el que llevaba la voz cantante y mi madre se sorprendió, sí, pero me apoyó al cien por cien. Y lo cierto es que ambos sacrificaron muchas cosas para que yo pudiera ser torero. Hay una historia muy bonita de aquella época y que, de alguna manera, me impulsó a torear. Mi padre era empresario de artistas del cante… y el primer dinero que yo gané fue para pagar los honorarios de “la más grande”, de Rocío Jurado, a la que mi padre había contratado, pero aquello no le funcionó y había que hacer frente a la deuda. Había que meterse en un préstamo o vender una finquita que teníamos. Yo le dije a mi padre: “Papá, no vendas el campo, que yo me hago torero”. Así empezó todo.
““Ambiciones” es un sueño hecho realidad. Es el esfuerzo de mi trabajo. Ahora mismo, estoy planteándome que sea mi fuente de ingresos principal. Voy a gestionar la finca, personalmente, para eventos exclusivos”
—En tus primeras entrevistas, parecías más maduro de lo normal. ¿Sientes que, quizás, no tuviste la infancia de un niño normal y corriente?
—Mi infancia no fue igual a la de otros niños. Claro que no. Date cuenta de que tenía una disciplina, que yo me rodeaba de gente que me triplicaba la edad… Por eso creo que la infancia la estoy viviendo ahora, que soy un niño rico (risas). Yo no he tenido infancia. Pasé de jugar al fútbol en el barrio a tener una responsabilidad muy grande. A tener “la carga” de muchas familias. Familias que dependían de la decisión de un chaval de 14 años, porque yo llevaba una cuadrilla de muchos padres de familia y todos dependían del dinero que ganaba. Eso te hace madurar muy rápido. Disfruté de mi infancia, pero a mi manera. Hice... otras cosas. Pero yo he sido de los afortunados, ¡ojo!, porque ¿cuántos otros se quedaron en el camino? Yo, aun sacrificando algo tan importante, tuve una buena recompensa.
—Cuando te ponías, tan jovencito, delante de un toro, ¿ahí había valentía, inconsciencia, pasión?
—Al principio, era como algo mágico para mí. Pero, cuando me pegaron la primera cornada, entendí perfectamente a lo que me estaba exponiendo. Porque, además, fíjate que la primera cornada que recibí en mi vida fue la más gorda. Me cortó la femoral. Físicamente, tardé sobre cuatro meses en recuperarme. Psicológicamente, tardé un par de años… Yo no solía leer nada de lo que escribían de mí, aprendí a no hacerlo... Pero de las pocas cosas que vi, recuerdo una: “Se le había ido el valor por el boquete”. ¡A mí!, que si de algo he presumido delante del toro ha sido de echarle coraje… ¿Arte? A lo mejor no he tenido el arte de otros, pero ¿valor? Mira, si de algo me arrepiento es de que, entonces, me los hincharon tanto que me monté encima de un toro y dije: “¿Que no? Verás”. (Risas).
“No he tenido infancia. Pasé de jugar al fútbol en el barrio a tener la carga de la responsabilidad económica de muchas familias. Pero, aun sacrificando algo tan importante, tuve una buena recompensa”
—¿Cuándo se da cuenta Jesús Janeiro de que se ha convertido en una estrella?
—¡Nunca! Me agradaba que la gente estuviera bien conmigo. Yo no sabía decirle a la gente que no. Era un suplicio. Llegaban aquí, a mi finca, 50 personas en un autobús y pasaban dentro conmigo. Era feliz. Y creo que el mayor éxito que he tenido ha sido mi naturalidad. La fama no me transformó, ni me hizo cambiar mi actitud ni mi vida en absoluto.
—Sin embargo, todo lo que tú hacías generaba polémica. Recuerdo esa vez que te bajaste los pantalones en televisión...
—Fue en mi defensa. Me sentí un poco... no menospreciado, pero sí incómodo, porque mi concepto del toreo era estar muy cerca del toro y el que te quería herir te decía que lo que hacías, en cambio, no tenía ningún riesgo. ¿Cómo no voy a tener riesgo, carajo? Estos boquetes que tengo yo aquí, ¿me los ha hecho el viento? ¡Vamos, no me fastidies! Y mi reacción fue fruto de un arrebato. Pero es que siempre he sido así. Yo no puedo ir con un guion. De hecho, hice una película y me costó la misma vida. (Risas). ¿Aprenderme un guion? A Santiago Segura se lo dije: “Yo empiezo a leer y, conforme voy leyendo, se me va olvidando”... Y no sé si eso es un defecto o una virtud.
“Cuando me pegaron la primera cornada, entendí perfectamente a lo que me estaba exponiendo. Porque, además, la primera cornada que recibí en mi vida fue la más gorda. Físicamente, tardé cuatro meses en recuperarme. Psicológicamente, un par de años”
—¿Ser famoso iba en tu contra?
—Yo no he sido del agrado de la crítica taurina. ¿Por qué? Porque yo no me he puesto el toreo por montera, ni mucho menos, pero sí que le puse un poquito de rock & roll. En el toreo tiene que haber de todo y para todos los gustos. Hoy, como aficionado, desde la barrera, te digo ¡ojalá ahora hubiera cuatro como yo entonces! ¡Sería mucho más interesante! En el toreo, alguien tiene que tirar de la masa. No todo el que va a una plaza sabe de toros. Mira, yo, con muy poca gente me siento a hablar de toros, porque para escuchar tonterías siempre tendré tiempo. De hecho, hubo una frase por la que se me sentenció, cuando dije que todos los aficionados caben en un autobús. Tú nunca puedes discriminar al público: la Fiesta la hacen todos, el público y los aficionados.
—¿Despertaste muchas envidias?
—Supongo que sí, que desperté mucha rabia y mucha envidia… Pero también mucho interés. Y conmigo ganó dinero todo el mundo: el empresario, los toreros que venían conmigo, los ganaderos… Porque yo lo mismo toreaba en Madrid que en un pueblo perdido donde Dios dio la última voz. Fui muy rentable para todo el mundo.
—¿Y se aprovecharon de ti?
—¿Que si se aprovecharon? Pues digo yo que sí… Pero yo también aproveché mi tirón. Y eso que tuve que navegar a contracorriente… Aun así, me quedo con una cosa y es que tuve la suerte de compartir mesa y mantel con tres personas que, creo, algo de toreo sabían: uno se llamaba Luis Miguel Dominguín; otro, Antonio Ordóñez, y el tercero, Manuel Benítez, “el Cordobés”. Si tuve el visto bueno de esos tres, ¡qué me importa a mi nada!
“No me he puesto el toreo por montera ni mucho menos, pero sí que le puse un poquito de rock & roll. En el toreo tiene que haber de todo y, hoy, como aficionado, te digo que ojalá ahora hubiera cuatro como yo entonces. Sería mucho más interesante”
El sex appeal
—¿Cómo recuerdas esa época en la que cerrabas la plaza de toros de Aranjuez para ti y miles de mujeres? ¿Eso no era muy loco?
—Eso fue histórico. Aranjuez fue la corrida con la que más dinero he ganado y ¡era gratis! (Risas). Aquello era una muestra de agradecimiento a tanto público femenino que me defendía y se partía la cara por mí. “¿Cómo puedo hacerlas felices?”, y me respondí yo solo: “Voy a torear exclusivamente para ellas”. Fue una idea mía que, cuando llegó a los medios de comunicación, todos la querían. Antena 3 se llevó el gato al agua y creo que fue uno de sus récords de audiencia. Fue bestial. Y fue también bastante criticado… Pero fue una inyección de energía bastante gorda al mundo del toro... Salió de esta cabeza pensante. No fue “marketing”, lo hice con el corazón.
—¿Me vas a contar el secreto de tu éxito con las mujeres?
—Eso se lo tendrías que preguntar a ellas (risas). Yo soy una persona que se ha dejado siempre querer y... bueno, yo no voy a decir ni que sea guapo ni que sea feo, pero sí que me cuidaba. Creo que ha habido mucha gente mucho más guapa que yo… Pero a las mujeres lo que les enamoraba era mi forma de ser. No porque fuera un guaperas, sino por mi manera de actuar ante la vida.
—Pero te salían chicas de debajo de las piedras…
—Eso es un poco como el refrán, “no es oro todo lo que reluce”. ¿No? He tenido mis cosillas… Antes de mi mujer, he tenido mis parejas, como todo el mundo. Y he conocido a muchísimas mujeres, por supuesto. Pero ni la mitad de la mitad de lo que se ha dicho. Vamos, no sé, pero creo que habré tenido cuatro o cinco novias nada más…
—A ver, Jesús, tampoco hace falta una novia-novia para... Tú ya sabes…
—(Risas). Pero se ha dicho mucho más de lo que realmente hubo… Porque, además, todo aquello me pilló en unos años de mi vida en los que toreaba muchísimo. Tenía que estar al pie del cañón y no tenía tampoco mucho tiempo para divertirme. Pero, oye, a mi forma, “que me quiten lo bailao”. Era joven, no tenía ningún compromiso, ninguna responsabilidad amorosa... Pues, ¡viva la Pepa de Puerto Real!
“Tenía 26 años cuando tuve el accidente. Mi vida entera me pasó por delante en segundos. Recuerdo que vi todo dando vueltas y, después, que algo se me caía encima: el coche. Dejé de respirar. Nunca perdí la consciencia, vi una luz blanca y no sentía dolor”
—¿Cómo encajabas eso de que tu vida personal se convirtiera en objeto de interés? Y no solo la tuya, también la de tu familia...
—Siempre lo he llevado bien. Lo he llevado bien porque yo nunca lo he buscado. Y a mí me llamaban para hacer cualquier reportaje y yo lo hacía encantado. Sin problema y sin cobrar. Sin problema y sin cobrar, te lo repito, porque yo no vivía de eso. Pero es que, en esa época, yo hacía las cosas sin ningún tipo de interés ni de lucro. O, a lo mejor, alguien sí que se lucraba a mi costa, pero yo no. Mis fuentes de ingresos eran la espada y la muleta. Yo no vivía de las revistas del corazón. Y si me llamaban de la televisión, iba encantado. Porque me gustaba y me apetecía. Me prestaba a todo. Y nunca hablaba de dinero ni nada. El dinero no me importaba. Ahora, en cambio, cuando me llaman para ir a cualquier sitio, primero escojo el sitio y, después, pido mi caché. Por supuesto.
—¿Cómo ha sido la vuelta a la tele, Jesús? Porque hubo un tiempo en que parecías “desaparecido”...
—Mira, si yo hubiese dicho que sí a muchísimas cosas, pensando únicamente en lo económico, habría ganado mucho, pero mucho, con la televisión. Pero he sabido controlarme y administrarme. Por eso, cuando sabía que tenía que decir que no, he pedido lo máximo para que me dijeran que no. Para que pensaran: “Este “notas” está fuera de órbita. Hay que olvidarse de él”. (Risas). ¿Qué es lo que pasa? Que cuando me han llamado para hacer un formato que me apetecía y en el que me veía, si respetaban mis condiciones, lo he hecho encantado. Por eso, El desafío y MasterChef. Eso no quiere decir que haya abierto la veda al “todo vale”. No, no. Hay ciertos programas en los cuales ya no es que sea cuestión de dinero, es que ni encajo ni pinto nada. Es cuestión de “ni hablar”. No me sentiría bien, no me sentiría cómodo y ¿qué necesidad?
—La estrategia, entonces, es “subirte a la parra”…
—(Risas). Es que soy una persona bastante negociante. Eso lo he aprendido y me encanta.
“Lo que no me hicieron 4.000 toros me lo hizo un coche en menos de diez segundos. Porque me cogió muy fuerte físicamente, si me coge un poco grueso, no salgo. O que tampoco era mi destino ni mi hora... Me cambió la vida por completo”
—¿Lo aprendiste de tu padre?
—No. Fue con el tiempo. El tiempo me ha enseñado a tener temple. El mismo temple que antes pude tener con el toro, ahora lo tengo con los negocios.
—¿Le echas de menos?
—A un padre siempre se le echa de menos. Mi padre murió relativamente joven, con 76 años. Y nos acordamos mucho de él. De hecho, aunque mis padres estuvieron separados, los cuatro hermanos siempre fuimos neutrales. Yo he querido siempre igual a mi padre y a mi madre y supe que no me podía meter en la relación de dos personas. Siempre hemos respetado lo que ellos quisieron hacer... Y mi padre tenía sus defectos, pero seguía siendo mi padre. Fue una persona que supo disfrutar de la vida... Mi padre, para mí, fue un fenómeno. Una persona de la que aprendí mucho. Estuvo siempre a mi lado. Fue muy exigente conmigo, sí, pero la exigencia tuvo su recompensa.
La paternidad
—¿Cómo eres tú como padre?
—Creo que soy un padre bueno. Un padre que está ahí cuando mis hijos me necesitan. Y que voy a estar siempre. Yo doy la vida por mis hijos. Eso lo tengo más claro que el agua.
—Uno de los integrantes de tu cuadrilla, cuando le hemos preguntado por lo que creíamos que eran cigüeñas, nos ha respondido: “Son buitres leonados. La última vez que vino aquí una cigüeña fue hace año y medio”. Fuiste padre muy joven y lo eres ahora de…
—(Risas). ¿De viejo? Hoy en día se están viendo padres de edad mucho más avanzada que la mía, ¿eh? (Risas). Mira, en el caso de mi último hijo, fue una sorpresa para todos. Una bendita sorpresa. Es un juguete. Para sus hermanos, para sus padres, sus abuelos… Yo estoy viviendo una etapa con mi niño que no pude, sin embargo, vivir con mis otros hijos, porque mi profesión requería de mucho. He estado con mis hijos, claro que sí, pero no como estoy ahora con el pequeñín. Lo que me cuesta salir ahora de mi casa y despegarme de él… Hugo es una bendición de Dios.
“Aunque mis padres se separaron, los cuatro hermanos fuimos siempre neutrales. A un padre siempre se le echa de menos… Y aunque tuvo sus defectos, seguía siendo mi padre. Supo disfrutar de la vida y, para mí, fue un fenómeno”
—¿Eres un padre diferente a como lo fuiste con 25 años?
—Por supuesto. Es que no es lo mismo ser padre con 24 o 25 años que con 50. No tiene nada que ver.
—Te debió de dar un “chute” de energía, ¿no?
—Me vine arriba (risas). A mí, ahora, no me importaría tener otro más... Yo, encantado (risas). Pero vamos a quedarnos tal y como estamos. ¿Cómo es eso? “Virgencita, virgencita, que me quede como estoy”. (Risas).
—Siguiendo con el recorrido a lo largo de tu vida, hubo un momento crucial, un punto y aparte: tu accidente.
—Completamente. En una carretera que a mí me tapan los ojos y te la hago... y ¡el porrazo que nos pegamos! Además, yo me lo llevé todo. Iba tendido, intentando dormir, en el asiento de atrás y mi cuerpo reaccionó como un cuerpo muerto. Tenía 26 años o por ahí. Mi vida entera se me pasó por delante en cuestión de segundos. Recuerdo que vi todo dando vueltas y, después, que algo se me cayó encima. Ese “algo” era el coche. Un coche de 2.800 kilos, que lo aguanté durante 25 o 30 minutos. De hecho, dejé de respirar. Y me entró un no sé qué que me quitó el dolor. Nunca perdí la consciencia, pero vi una luz blanca y me entró una paz, una tranquilidad... Ahora, en el momento en que me levantaron el coche y me entró el aire y volví a respirar, esa sensación desapareció de repente... Después, tras la operación, llegaron los momentos difíciles. Cuando me explicaron la lesión que tenía, que me podía haber quedado tetrapléjico porque la lesión era del cuello para abajo, que tenía cinco vértebras fracturadas y seis costillas y el pulmón perforado… Un desastre. Lo que no me hicieron 4.000 toros me lo hizo un coche en menos de diez segundos. Aquello, porque me cogió muy fuerte físicamente, si me coge un poco más grueso, no salgo. O que tampoco era mi destino ni mi hora... La vida es un ¡plaf! y “se acabó”. Eso lo aprendí entonces y me cambió la vida. Aprendí a disfrutar del momento, a intentar ser feliz, a no molestar a nadie y a procurar que no te molesten. Punto. No hay más. Pero le eché un par. Después de todo aquello, toreé 500 corridas.
—¿Te quedó alguna secuela?
—Un tic en la pierna, como un pinzamiento que no controlo. De noche, a veces, cuando estoy acostado, me tiemblan las piernas y doy patadas. Y María José me dice: “¿Ya estás “liao” con las pataditas?”. (Risas). Como remedio casero, lleno la bañera de agua caliente —que salgo rojo como un tomate— y me empiezo a masajear las piernas. Por suerte, nada más.
Una única mujer
—En aquella convalecencia descubrimos a la que fue tu mejor medicina, María José...
—Gracias a Dios, en aquel trayecto ella no iba conmigo, porque estuvo a punto de acompañarme en el coche ese día y, en cambio, se fue con mi hermana a Granada a ver a unas amigas... Yo había conocido a mi mujer en el mes de enero. Algo bueno tenía que pasar ese año, ¿no? (Risas). Fui a torear a la Magdalena, a Castellón, y quedé con ella y… Bueno, como que ahí empezamos nuestra historia. A vernos. A salir... Y, en seguida, yo ya quería tener una relación un poco más seria. Cuando ocurrió el accidente, María José ya era mi pareja. Y allí estuvo conmigo, al pie del cañón. Ayudándome y ayudándonos a todos en lo que podía. De hecho, parte de la rehabilitación me la pasé en Castellón. Me iba a las montañas a cazar, me echaba la mochila a cuestas y me tiraba al monte. Desde la mañana hasta la noche. Me servían de terapia. Ella y el campo.
“Soy un padre bueno, que está ahí cuando mis hijos me necesitan. Y voy a estar siempre. Yo doy la vida por mis hijos. Hugo fue una sorpresa para todos. Una bendita sorpresa. Es un juguete. A mí, ahora, no me importaría tener otro más...”
—De hecho, decidisteis casaros superpronto...
—Pues si aquello pasó en el 2001, nos casamos en el 2002. En julio. Estaba tan convencido de que era la mujer de mi vida que ¿para qué esperar más? ¿Para qué perder el tiempo?
—¿Cómo es María José?
—¿Qué quieres que te diga? Mi esposa ha sido, y es, un pilar muy importante en mi estabilidad emocional. Una mujer maravillosa. Como mujer, como madre, como amiga… María José es currante. No es conformista, está siempre exigiéndose. Es una mujer perfecta. A ver, tiene sus defectos, como tenemos todos... Tiene mucho carácter, cosa que me gusta; es una mujer que tiene sus ideas y que las defiende a capa y espada; es una mujer que ha sabido vivir y convivir conmigo, con todos sus sinsabores; es una mujer que ha sabido ser fuerte… A mi mujer la defino en dos palabras: “Im-presionante”. (Risas).
“Creo que ha habido mucha gente mucho más guapa que yo… Pero a las mujeres lo que les enamoraba era mi forma de ser. No porque fuera un guaperas ni nada de eso, sino por mi manera de actuar ante la vida”
—Es la mujer que buscabas, en definitiva, ¿no?
—Es la mujer que necesitaba. Porque si no fuera por esta mujer, yo no estaría. Yo no sería. Yo no podría estar al lado de una persona que yo no quisiera o que no me hiciera feliz. Y yo quiero a mi mujer. Y mi mujer me hace feliz. No tengo que pedir más nada. No podría estar con una persona que no sintiera lo que yo siento por mi mujer. Sería absurdo. Y creo que le haría daño a ella y me haría daño a mí mismo. Se tiene que compartir la vida con una persona que te aporte cosas buenas y que de verdad te sientas entregado a ella. Para mí, eso es primordial. Yo estoy entregado a mi mujer y la quiero con locura. María José ha sido la mujer adecuada.
—Veintidós años de matrimonio...
—Casi 24 cumplimos juntos...
—Dos décadas con muchas cosas a vuestro alrededor y, casi todas, en contra también.
—Por eso mismo te digo que mi mujer ha sido una persona de quitarse el sombrero, porque estoy seguro de que otra mujer no habría aguantado las barbaridades que ella se ha visto obligada a escuchar por mí. Pero, al final, el tiempo ha puesto a cada uno en su sitio. Los comentarios chungos y las mentiras han tenido las patas muy cortas. Y nosotros hemos seguido navegando. Y seguimos juntos. Y con proyectos. Y con otro hijo, fruto del amor y el respeto... Porque estamos convencidos de que ella es la mujer de mi vida y yo, el hombre de la suya. Tela la de parejas que parecían indestructibles y han salido como el Rosario de la Aurora... De nosotros se ha dicho de todo. Nos han pegado por activa y por pasiva. Nos han intentado hacer daño a toda costa. Y ¿sabes qué? Que se la han tenido que tragar. Y se la van a seguir tragando.
Contra viento y marea
—¿Cómo se hacen oídos sordos?
—Cuando tú no tienes nada que ocultar y estás tranquilo y no hay nada que se pueda demostrar, lo malo no te afecta. Yo no podría estar con una persona que no quisiera... Y yo estoy enamorado de mi mujer. Y mi mujer de mí. No estaríamos juntos si no. ¿Qué sentido tendría estar juntos si no nos quisiéramos? ¿Cómo íbamos a aguantarnos 20 años? Con nosotros, los comentarios negativos consiguieron todo lo contrario a lo que buscaban. Todas esas barbaridades que se inventaron para intentar desestabilizar nuestro matrimonio nos hicieron más fuertes. El tiempo ha tardado, pero ha puesto a cada uno en su lugar.
“Mi mujer ha sido una persona de quitarse el sombrero, porque estoy seguro de que otra mujer no habría aguantado las barbaridades que ella se ha visto obligada a escuchar por mí. Pero, al final, el tiempo ha puesto a cada uno en su sitio”
—¿Cómo vives la fibromialgia de María José?
—Siempre tengo en mente una cosa: a mí, cuando me casé, el cura me dijo: “Jesús, en la salud y la enfermedad y hasta que la muerte os separe”. Y así es. Eso lo sigo a rajatabla. Y es el mismo comportamiento que mi mujer ha tenido conmigo cuando yo la he necesitado. No me cabe la menor duda de que, si fuera al contrario, mi mujer estaría al pie del cañón. Cuando te toca una enfermedad en la familia, hay que sobrellevarla lo mejor que se pueda. Con apoyo, con cariño, con comprensión… Porque es lo que necesita la persona que la sufre: amor y cariño. Y eso lo ha tenido siempre mi mujer, por mi parte y por la familia. De sus hijos, de su marido… Eso hace el camino más fácil dentro de lo difícil que es.
—No sé si lo has contado ya, pero ¿cómo te declaraste a tu mujer?
—(Risas). Pues mira, más que una declaración, fue un “tirar los tejos”. Yo la conocí aquí, en un restaurante, porque venía con una amiga mía. Y ella iba acompañándola. Me la presentaron y las invité, después, a las dos a mi casa. Y, en un momento de la conversación, empecé a hablar con ella en esa barrita de la esquina del salón (señala). Y le digo: “¿Te puedo decir una cosilla?”. Y ella me contesta: “Dime”. “Acuérdate de esta cara, que nunca se te va a olvidar”. (Risas). Esa fue mi declaración. Eso ocurrió en el mes de enero y... cuando empezamos a hablar de seguido por teléfono y vi lo que pagaba de factura, me dije: “Me tengo que ir a vivir con ella”. (Risas). Y nos fuimos a vivir juntos.
—¿Tú no estabas desencantado del amor?
—No. ¿Yo? No. Yo tuve una primera relación... Pero ya había tenido novia antes también, ¿eh? Y después. Después también la tuve. Yo no me negué nunca a encontrar a esa mujer que a mí me cautivara. Y apareció. Por fortuna, apareció.
—¿Cómo es un día normal de vuestra vida en pareja?
—Nuestro día a día es muy normal. Siempre y cuando mi mujer no tenga que ir fuera con sus cursos, nos levantamos temprano, llevo a los críos al colegio, desayunamos... Y yo vengo al campo, hago mis cosas y ella hace las suyas. Al mediodía, comemos, nos sentamos, conversamos, hablamos y hablamos y hablamos… De los zagales, del cole, de lo uno y lo otro. Vamos al cine o salimos a cenar por ahí. Quedamos con buenos compadres. Con sus amigas, con mis amigos... Una vida muy normal. Porque es, además, lo que nos pide el cuerpo. Y también porque nadie nos molesta. Pasamos muy desapercibidos. Y podemos hacer muchos planes. “Voy a hacer este curso”. “¿El de Francia?”. “Sí”. “Pues, venga, vamos el jueves y me quedo contigo el finde”. Una pareja que tiene una vida bastante social, no te vayas a pensar…
—¿Y tienes añoranza de aquella otra época en la que eras tan conocido que no podías ni salir a la calle?
—No, no, no. Sobre todo, porque ese momento pasó para mí. Lo disfruté. E hice feliz a mucha gente… Pero, con el tiempo, rehúyes de eso. Ahora, soy feliz yéndome a la playa con mi tortilla, mi mujer y mis hijos y estar como cualquier otro ser humano. En un sitio donde no eres Jesulín, sino uno más. Para mí, eso es una bendición. No tengo añoranza del éxito. Y menos de que hablen de mí (risas). Reconocerme, todavía me reconocen. Y lo que me sorprende más es que sean los chiquillos (risas). Y me agrada, pero no es algo que busque. Que sé que hay gente que no sabe vivir sin estar en el candelero... Yo, en cambio, sí. Yo creo que cada artista tiene su momento. Después, pasas a ser historia. Hay gente, en cambio, que no sabe sobrellevar eso y entra en un bucle y en una depresión. Porque se les acaba el mundo cuando, en realidad, hay otra vida. Y muy bonita. Yo estoy encantado de tener una vida prácticamente anónima.
“Soy feliz yendo a la playa con mi tortilla, mi mujer y mis hijos, donde no soy Jesulín, sino uno más. No tengo añoranza del éxito. Sé que hay gente que no sabe vivir sin él, pero el artista tiene su momento. Después, pasas a ser historia”
—Porque ¿has pensado alguna vez qué habría sido de ti sin el toreo?
—Pues no lo sé... No tenía mal futuro como portero de fútbol (risas). Creo que hubiese sido un hombre de campo. Trabajador, porque soy muy currante... Habría trabajado en el cortijo de alguien. O de tractorista, que me gusta mucho la maquinaria…
—También habría sido otra vida para tu familia. Porque tú fuiste una estrella, pero ellos “sufrieron” ese estrellato. ¿Has pensado en si tus padres habrían seguido juntos, por ejemplo?
—Es que eso nunca lo va a saber nadie. ¿Qué habría sido de mí si yo no hubiese sido torero? ¿Qué habría sido de ellos si yo no hubiera sido famoso? A ver, yo tengo un hermano que es comandante de aviación y, para ser piloto, no hace falta tener un hermano torero… No sé qué vida habría tenido mi familia... Yo elegí la mía.
El futuro
—Y si tus hijos te dijeran un día que quieren ser toreros, ¿qué?
—Me echaría a temblar. Fíjate lo que son las cosas. Cuando nació mi primer hijo varón, me habría encantado que fuera torero. Pero, ahora, me daría mucho miedo. Sobre todo, porque sé cómo es el toreo y que merece la pena pero si estás en la cúspide. Cuando se está en el lado contrario, todo es dureza, maltrato, un mal trago. Es un calvario. Son muchos los que están y muy pocos los elegidos. No obstante, con lo que quieran ser, yo voy a apoyarlos incondicionalmente.
—¿Van a los toros contigo? ¿Ven tus corridas?
—El mayor viene conmigo de vez en cuando. Le gusta cuando hago el quite. ¿Y el chiquitín? Me lo traje el otro día a “Ambiciones” y se asustó un poco en realidad. Empezó a berrear una vaca y... (Risas). Lo llevan en la sangre, pero no sé tampoco. No me quiero ver en esa tesitura.
—¿Y con la música?
—(Risas). Pues lo cierto es que me hizo mucha ilusión grabar aquel disco. Me apeteció cantar, fíjate. Y después de 26 o 27 años de aquello, todavía se sigue escuchando por ahí. Yo creo que marcó la historia.
—Y la memoria de los españoles…
—¡Sí, sí, sí! Que se toca en todos los saraos. A mí me lo mandan mucho por WhatsApp, pero nadie la canta como la cantaba yo (risas).
—A mí me gustaba tu camisa de seda y grecas doradas…
—La de Versace. Con un traje blanco. En el Festival de Benidorm. Sí, señor. Llegaba de torear de Algeciras. No veas el recorrido que hice pa’ llegar. Moto, helicóptero, avión, coche... Una locura.
—¿Y valió la pena?
—Claro que sí. Con dos cojones.