Nadie podía creerlo. Oscar Pistorius, el héroe sudafricano, ejemplo de resiliencia, que había competido en los Juegos Olímpicos de Londres junto a atletas no paralímpicos, protagonizó una noticia terrorífica. El 14 de febrero de 2013, Reeva Steenkamp, su novia desde hacía poco menos de un año, moría en terribles circunstancias en la casa de Johannesburgo que compartían. El deportista nunca negó que había sido él quien disparó los tiros mortales que acabaron con la vida de la modelo y abogada, pero basó toda su defensa en un horrible error: oyó ruidos en el baño de su casa y pensó que un ladrón se había colado en su domicilio.
Se sintió terriblemente vulnerable y disparó sin percatarse de que quien estaba en ese baño, y estaba recibiendo esa ráfaga de muerte, era Reeva. Ella tenía veintinueve años, y él veintiséis. El pasado cinco de enero, tras una década en la cárcel, Oscar Pistorius obtuvo la libertad provisional, mientras los familiares y amigos de Reeva ponían el grito en el cielo. Jamás creyeron la versión de Oscar Pistorius, ni la autenticidad de sus lágrimas durante el juicio, que duró meses y se transmitió en directo por televisión; siempre pensaron que él, aficionado a las armas, en un ataque de ira por alguna pelea de pareja, había acabado con dolo con la vida de Reeva. La verdad solo la sabe él, pero la vida de la modelo quedó sesgada y la de Oscar Pistorius hecha añicos. Pasó de héroe a villano en un abrir y cerrar de ojos.
Oscar Pistorius, “Blade Runner”
Quienes conocían a Oscar Pistorius se quedaron sin palabras. Aunque es cierto que era conocida su afición por las armas de fuego, y había protagonizado ya ciertos capítulos de ira incontrolable, jamás se pensó que el hombre de nervios de acero en las pistas de atletismo, defensor con su ejemplo de la inclusión en el deporte y capaz de superar el hecho de haberse quedado sin las dos piernas a los once meses (se las amputaron por haber nacido con una condición extraña, sin peroné), pudiera convertirse de la noche a la mañana en un convicto. Durante su infancia y juventud, Oscar Pistorius sufrió una serie de desgracias que, aparentemente, logró superar con tesón y una fe infinita en su fuerza física y mental, a pesar de las trabas.
“Así como su hermano se ponía los zapatos, él se ponía sus piernas”, recordó hace años su tía, Diana Binge. Oscar Pistorius jugaba, brincaba, subía a los árboles y practicaba uno de sus deportes favoritos, rugby. Una lesión hizo que cambiara de rubro y se dedicara al atletismo. Antes de lograr su primera medalla olímpica, en Atenas en 2004, un oro en 200 metros lisos, vivió un golpe amargo: tenía quince años cuando falleció su madre. Se refugió en los suyos y en el deporte, su tabla de salvación, su todo. Comenzó a ser conocido como Blade Runner por las prótesis en forma de guadaña que le hacían volar sobre la pista. En 2008, el joven Pistorius logró vencer una batalla, aparentemente insalvable: la Corte Arbitral del Deporte le permitía competir en eventos para no paralímpicos. Así llegó a la cima, en Londres, y desde ahí, al horror.
Un mensaje que parte el alma
El 14 de febrero de 2013, a las tres de la madrugada, los vecinos de Oscar Pistorius oyeron gritos desgarradores de una mujer. Después, golpes. Después, nada. Cuando la policía llegó al domicilio del atleta, le encontraron con Reeva entre sus brazos, ensangrentada, caída. Él rezaba, lloraba. Dio su versión de los hechos. Siempre habló del “fatal accidente”. La prensa surafricana sacó a la luz uno de los últimos twitter que Reeva le dirigió: “¿Qué escondes tras la manga para tu amada mañana?”. Terrible.
Cuando, tras un juicio eterno, Oscar Pistorius fue condenado a trece años y cinco meses de cárcel, la madre de Reeva, June, no podía dar crédito. De hecho, escribió un amargo libro sobre el inesperado final de su hija: “Pistorius ha perdido fama, pero Reeva perdió su vida y la posibilidad de ser madre, esposa, y avanzar en una carrera recién iniciada”.