Si hay una artista querida en este país, esa es Concha Velasco. El público la aplaudió durante toda su vida en el cine, el teatro y la televisión, en las decenas de películas, obras y programas que hoy son ya un legado inestimable. Y entre grandes y sentidos aplausos la despidió también. Primero en su querido teatro de La Latina en Madrid, una segunda casa para ella, y después en su Valladolid natal, donde la gente se echó a la calle para acompañar a la gran dama de la escena en su último adiós.
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A pesar de su delicado estado de salud, el 29 de noviembre había celebrado su 84 cumpleaños en la residencia donde vivía y recibía todos los cuidados necesarios desde hacía casi dos años, rodeada de amigos y familiares, pero dos días después “se puso muy malita”, como contaba su hijo Manuel, muy emocionado, a las puertas de su capilla ardiente, donde agradeció “de corazón” el enorme cariño con el que los medios de comunicación trataron siempre a su madre. Cuando lo llamaron, sobre las 20:30 horas del día 1, avisó rápidamente a su hermano Paco y ambos corrieron al lado de su madre al hospital donde finalmente falleció la madrugada del 2 de diciembre. “Por lo menos ha muerto con una mano cogida a mi hermano Paquito y otra mano cogida a mí. Ha muerto con nosotros”, contaba Manuel entre lágrimas.
Concha Velasco descansa en el panteón de vallisoletanos ilustres en el cementerio de El Carmen. Y la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica que recibirá a título póstumo, se sumará a sus múltiples distinciones que atesoraba como el Goya de Honor, dos Premios Nacionales de Teatro, la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio, la medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, la medalla de Oro de Madrid, y la medalla de Oro de Valladolid.
Muchas de ellas nos las mostraba orgullosa la propia actriz en ¡HOLA! una de sus últimas entrevistas. Fue la víspera de su 82 cumpleaños cuando nos reunimos con ella y sus hijos en casa de Paco, donde se había trasladado a vivir poco después de despedirse de las tablas. Entonces, Concha nos contó qué había significado para ella decir adiós al teatro, cómo era su nueva vida y nos contó múltiples vivencias y anécdotas de más de sus más de seis décadas de carrera. “Venirme a vivir aquí ha sido un poco traumático en ese aspecto, porque ha habido que meter dos casas en una. Yo tenía mucha ropa, por ejemplo, y aquí no cabe y no queríamos vender nada. He regalado seis abrigos de visón y he dado todos los bolsos también, con la prohibición, además, de que nadie los puede vender”, nos contaba. “Mi vida ahora… ¡es que hace muy poco que he empezado mi vida ahora! —reía—. Leer, y yo… releo. Mis libros de cabecera son Santa Teresa, Carmen Martín Gaite y un libro que escribió Barbara Leaming, biógrafa de Orson Wells, sobre Rita Hayworth que se llama Si aquello fue felicidad. Y por las tardes me pongo aquí, en mi rincón del sofá, y veo el wéstern de Telemadrid —me encantan—, y por las noches, el cine clásico de La 2”.
Pero llama la atención, especialmente en este momento, una de sus respuestas en la entrevista. ¿A qué temes, Concha? Le preguntamos, y esto nos respondió: “He tenido terror a la muerte, pero ya no, cómo lo voy a tener si está ahí, a dos minutos, como quien dice. Lo que sí le pido a Dios es que me dé tiempo a confesarme, a pedir perdón y a no dar la lata a la gente que está a mi lado. Sé que me quedan dos años de vida. No me preguntes por qué, pero lo sé. Y me gustaría terminar en esta casa y morirme perdonando a esas tres personas que todavía odio, porque no se puede tener rencor”. Dos años más es lo que ella pensaba que viviría y visto ahora no deja de impactar, porque como en un juego del destino, aquellas palabras, se han vuelto tristemente premonitorias.