Todo lo que soy en la vida se lo debo a Tony Leblanc. Él me llevó de la mano a Las chicas de la Cruz Roja y me hizo protagonista. Pasé de cobrar 45 pesetas diarias a 3.500 e ir primera de cartel”. Ir a verla al teatro era una liturgia; oírla hablar en su casa, un crisol repleto de vivencias únicas, de anécdotas de vida y de sabiduría… Más de cien películas a sus espaldas, más de cuarenta obras de teatro, series, programas de televisión y un inacabable etcétera jalonado de premios. Todos los tenía, incluidos dos Premios Nacionales de Teatro. Concha Velasco, la artista que fue Teresa de Jesús, Inés en ‘el Tenorio’ y chica yeyé en Historias de la televisión, chica de la Cruz Roja y Filomena Marturano, Mariana Pineda y la Truhana. Y también Carmen, la Hécuba de Eurípides y, entre muchas otras, la escritora con agorafobia Isabel Chacón, en La habitación de María , la obra con la que esta gran dama de la interpretación dijo adiós a los escenario teatrales. Fue el 21 de septiembre, en Logroño.
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La inolvidable chica ‘yeyé’ ha fallecido este sábado, y deja, tras sí, un legado incomesurable. Recordamos la última entrevista que concedió a ¡HOLA!, a las puertas de cumplir ochenta y dos años —su cumpleaños era el 29 de noviembre—.
La actriz nos recibió en su nueva casa tras haberse mudado con sus hijos, Paco y Manuel (viven en el mismo rellano), y su nieto y nos hablaba de su nueva vida. “Me gustaría hacer mis Memorias y hay interés, pero de momento no hay nada concreto. A mí me encantaría que las hiciera Manuel”, nos decía. Era Concha Velasco, que debería ser Patrimonio Nacional.
—Hace unas semanas, te despediste de los escenarios después de toda una vida.
—Ha sido tremendamente doloroso porque estaba haciendo La habitación de María, una función que ha escrito Manuel con mucho cariño, pero era absolutamente necesario porque no puedo seguir viajando.
—La ultima función fue en Logroño, un lugar muy especial para ti.
—Tengo familia allí y me siento como si fuera parte del teatro Bretón. Lo inauguraron los Reyes don Juan Carlos y doña Sofía y luego hice Carmen Carmen, Las manzanas del viernes, La Truhana, Hello Dolly…
“Me han hecho feliz trayéndome a esta casa. Ha sido la gran alegría. Lo que más he tenido que agradecer en la vida es que Manuel me dijera: ‘Te vienes a vivir con nosotros’”
—Poco antes, en Valladolid, tu tierra, anunciaste tu adiós. Un momento emotivo y, a la vez, duro.
—Sí, pero mi madre decía que no se debe llorar en público. Ella era una mujer maravillosa y muy sabia a la que me hubiera gustado parecerme. Me ha enseñado muchas cosas que yo he tratado, a la vez, de enseñarles a mis hijos. ¿Cómo le voy yo a contar a la gente que tengo un problema, que me duele una pierna o que me voy a retirar, cuando ha venido a verme al teatro y ha pagado una entrada? ¿O cómo te vas a poner a llorar en un hotel con un abrigo de martas cibelinas mientras vas acompañada de tus hijos cuando hay gente que no tiene nada o está sola? Bueno, lloré en Barcelona, cuando me puse mala con la hernia, hace unos meses, y tuve que operarme.
—¿Es cierto que tus hijos te pidieron que dejaras los escenarios?
—Sí, absolutamente, porque sabían que no podía seguir, me cuesta trabajo andar, estoy pachucha de salud… Ellos no quieren verme mal. Ves que se aprovechan de la gente mayor para ridiculizarla. Yo soy mayor, pero tengo la cabeza muy bien puesta. Soy Concha Velasco, tengo mucha suerte de serlo y defiendo a la gente mayor.
—No pareces una persona muy fácil de convencer.
—No. Ellos se creen que me convencen de todo —ríe—. Pero lo que sí quiero decir es que Manuel me ha hecho feliz trayéndome a esta casa. Que dijera: “Te vienes a vivir con nosotros”, ha sido la gran alegría, lo que más tengo que agradecer a la vida.
—Decías que tuvieron que operarte al final de una hernia. ¿Cómo estás?
—Sí, en mayo, la operación fue muy bien, ya no me duele nada. Tengo otros achaques, pero te diré que, desde que vivo en esta casa, estoy fenomenal. Haberme traído aquí ha sido la ilusión de mi vida, no se me hubiera ocurrido a mí nunca.
“Al principio me costó amoldarme a mi nueva vida. Paco es estupendo, vive para su hijo, me cuida y, además, le salen unos guisos maravillosos, pero tiene un carácter fuerte, como su padre, y yo soy mandona”
—¿Y es un adiós definitivo, Concha?
—Del teatro sí. Si se deja, se deja. Pero me gustaría seguir haciendo cosas, aunque sean pequeñas y puntuales. Doblar, por ejemplo, me encantaría. Este verano doblé la segunda parte de Canta , que saldrá en Navidad. También algún cameo en una serie… Cosas que sean cómodas para mí, ya veremos. Lo que no quieren mis hijos es que duerma fuera, en hoteles. Y, además, ahora cobro una pensión, si el asesor dice que no puedo trabajar, porque a mí me compensa más cobrar mi pensión, pues no puedo —ríe—. Y necesidades económicas, gracias a Dios, no tenemos.
—Tu nueva vida ha pasado también por un cambio de casa, te has mudado con tu hijo Paco y tu nieto.
—No puedo estar sola, fundamentalmente. Pensamos en que me fuera a casa de mi hermano, que vive en Riaza, con su mujer y sus hijas, Manuela y Carlota, en un sitio fenomenal, pero está lejos y tengo a mis médicos en Madrid; no era efectivo. Se les ocurrió entonces a mis hijos que me viniera con ellos, porque Manuel vive aquí enfrente, en este mismo rellano. Son dos pisos que compré en el año noventa y seis, sobre plano, con su padre, Paco Marsó, aconsejada por Francis Lorenzo —con quien coincidió en Compañeros—, cuando aquí no había nada, y resultaron ser de los mejores de la zona. Los ayudamos a comenzar y luego ellos pagaron sus hipotecas.
—Y te has instalado en muy pocas semanas.
—Había que hacer obra y decidimos que vendría a casa de Paco. Y la hemos hecho en tres semanas. ¡El día uno de octubre fue la primera noche que ya dormí aquí, aunque seguíamos en obras!
—Estarás encantada de estar con tu nieto, Samuel.
—Estoy encantada, claro que sí, ¡pero se ha hecho mayor muy pronto! Lo más importante de mi vida ha sido tener a mis hijos. Los tuve ya mayor porque, cuando nació Manuel, tenía treinta y seis años, y luego llegó Paco. He ido con ellos a todas partes y no he dejado de trabajar ni un solo día.
“Manuel vive enfrente, en este mismo rellano. Son dos pisos que compré, en el año 1996, sobre plano, con su padre, Paco Marsó, cuando aquí no había nada. Los ayudamos a comenzar y luego ellos pagaron sus hipotecas”
—¿Te ha costado amoldarte a tu nueva casa, a tu nueva vida?
—Me ha costado un poquito los primeros días… Paco es estupendo, vive para su hijo, me cuida y, además, le salen unos guisos maravillosos, pero tiene un carácter fuerte, como su padre, y yo soy mandona.
—¿Y has conseguido traer todas tus cosas?
—Venirme a vivir aquí ha sido un poco traumático en ese aspecto, porque ha habido que meter dos casas en una. Yo tenía mucha ropa, por ejemplo, y aquí no cabe y no queríamos vender nada. Ya sabes el follón que se armó este verano por una tontería que, además, no era verdad. He regalado seis abrigos de visón y he dado todos los bolsos también, con la prohibición, además, de que nadie los puede vender.
—Dices que tu hijo Paco cocina bien, ¿y tú has sido y eres de cocinar?
—Sí, tengo tres libros de cocina editados. Uno de ellos, Entre pucheros, tiene un premio. Me gusta mucho cocinar y guiso muy bien. Es la única lucha que tengo con Paco —ríe—, lo único en lo que nos peleamos es en la cocina, competimos entre nosotros a ver a quién le salen mejor los platos.
—¿Qué te distrae ahora?
—Mi vida ahora… ¡es que hace muy poco que he empezado mi vida ahora! —Ríe—. Leer, y yo… releo. Mis libros de cabecera son Santa Teresa, Carmen Martín Gaite y un libro que escribió Barbara Leaming, biógrafa de Orson Wells, sobre Rita Hayworth que se llama Si aquello fue felicidad. Y por las tardes me pongo aquí, en mi rincón del sofá, y veo el wéstern de Telemadrid —me encantan—, y por las noches, el cine clásico de La 2.
“Mis hijos me pidieron que dejara los escenarios porque sabían que no podía seguir. Me cuesta trabajo andar, estoy pachucha de salud y no quieren verme mal”
—¿Eres de amigos de toda la vida?
—Sí, tengo amigos de toda la vida, Luis del Val; Pepe Sacristán; Pepe Viyuela; Ana Belén y Víctor Manuel, que son mi familia; Fiorella Faltoyano; Fernando Méndez-Leite; Pedro Olea… Le doy mucha importancia a quien está en los momentos graves. Adoro a Andreu Buenafuente y Silvia Abril. En un momento dado, me pidieron que guardara el secreto cuando nació su hija y así lo hice. Yo sé guardar los secretos de los demás, lo que no sé es guardar los míos —ríe—.
—Hay mucha gente en tu vida a la que quieres, eso es una fortuna.
—A la gente que quiero, la quiero mucho, pero a la gente que odio, la odio profundamente. Y tengo que quitarme la mochila del odio. No diré nombres, pero son tres personas, gente que me ha hecho daño innecesariamente. Porque todos hacemos daño sin querer. Amamos y dejamos de amar, por ejemplo…
—Te refieres a Paco Marsó.
—Cuando dicen de Paco Marsó…Pues era un señor maravilloso, que no fue un buen marido, pero era un padre increíble, un empresario… Yo muchas veces, en el teatro, le sigo llamando. Hace poco, en una entrevista, me preguntaron que a quién resucitaría y, en lugar de decir a mi padre o a mi madre, dije que a Paco Marsó porque era simpático y alegre. Por eso me gusta vivir en esta casa, porque mi hijo Paco es como él.
—Está claro que tu vida hubiera sido distinta de no aparecer él.
—Por eso lo quiero tanto y en esta casa se respeta a Paco Marsó por encima de todo. Mira, ahí está su foto —señala—. Él tenía sus cosas y yo las mías. Le he pedido perdón, le pido a Dios que me perdone... porque a lo mejor le obligué a hacer cosas que él no quería. Era un primer actor y yo le hice empresario y, quizá, a él lo que le gustaba era actuar, porque era muy bueno y muy guapo. Soy consciente de que, quizá, lo forcé demasiado. Por eso nosotros a los sitios donde a Paco le han tratado mal no vamos. ¡Lo que yo daría por que Paco viviera en este momento, lo que sería esta casa con él!
—El veintinueve de noviembre es tu cumpleaños, ¿cómo lo vas a celebrar?
—Aquí. Además, todas mis casas las he inaugurado con mi familia, así que los invitaremos y será también la inauguración oficial, con foto incluida.
“Ahora, con la perspectiva del tiempo, no me siento tan malquerida. Quizá, soy la culpable, siempre estaba trabajando y, a lo mejor, he pedido demasiado”
—¿Qué deseo vas a pedir cuando soples las velas?
—Hay una promesa que me falta por cumplir, ir sin avisar a ayudar al padre Ángel, que da de comer a tanta gente con Mensajeros de la Paz. Así que sí, el día de mi cumpleaños me gustaría invitar a mi familia, hacernos la foto de inauguración e ir a ver al padre Ángel.
—En los últimos años, has pasado algunos baches de salud duros, tuviste cáncer.
—No era cáncer, era un linfoma. No es lo mismo. Me lo quitaron con cirugía y pastillas. Yo me afeité la cabeza y todo y me preguntaron ‘¿para qué?’. Me lo descubrieron porque tuve una peritonitis, pero, afortunadamente, al final no fue grave.
—Tienes lo que se dice una mala salud de hierro.
—Sí, desde niña, ya entonces me rompí un tobillo haciendo ballet. Estoy rotísima. Todo el lado derecho lo tengo roto. Hace unos años, cuando hacía Filomena Marturano, en el teatro de La Latina, me caí y me desgarré todo este músculo de aquí detrás —señala, para recordar seguidamente a su gran amiga Lina Morgan—. Otra persona hecha a sí misma y maravillosa. Lina Morgan era la gran desconocida, que se hacía pasar por inculta y por tonta y no lo era, para nada. Mis hijos, sobre todo Paquito, se han criado en su camerino, y a este le puso una cuna y todo. Y el camerino de Lina Morgan solamente lo he tenido yo.
—Ahora ya puedes hacer otras cosas que no sean trabajar, como has hecho toda la vida.
—Sí, me encanta estar con mis hijos y ahora quiero que me lleven a ver a Pepe Viyuela; después al Mago Pop; el musical Grease; Ghost, que está ahora Bustamante haciéndolo y vale mucho, y A Chorus Line, con Manuel Bandera. A ver si me sacan un poquito —ríe—.
—Has dicho muchas veces que tú te has sentido malquerida. ¿Tan desgraciada has sido en el amor?
—Pues te diré una cosa: ahora, con la perspectiva del tiempo, no me siento tan malquerida. Quizá, soy la culpable, siempre estaba trabajando y, a lo mejor, he pedido demasiado. Creo que he sido mucho más feliz de lo que pensaba y que yo misma me he inventado un poco la desgracia. Y he tenido tres mujeres que son ejemplares para mí: mi madre, mi tía Carmina y la abuela Ernestina, la madre de Marsó.
“Me gustaría poder seguir haciendo pequeñas cosas, pero si el asesor fiscal me dice que no puedo trabajar, porque me compensa más cobrar mi pensión, pues no puedo —ríe—, y necesidades económicas, gracias a Dios, no tenemos”
—¿Qué le ha faltado a Concha Velasco en la vida?
—Yo creo que me ha sobrado, más bien —ríe—. Faltarme, si te soy sincera, creo que no me ha faltado de nada. Quizá, un poco más de tiempo para amar un poquito más. Yo digo que he sido la malquerida porque siempre he estado enamorada y no he tenido tiempo, he tenido tanta prisa… porque me tenía que ir al teatro —ríe—.
—¿A qué temes, Concha?
—He tenido terror a la muerte, pero ya no, cómo lo voy a tener si está ahí, a dos minutos, como quien dice. Lo que sí le pido a Dios es que me dé tiempo a confesarme, a pedir perdón y a no dar la lata a la gente que está a mi lado. Sé que me quedan dos años de vida. No me preguntes por qué, pero lo sé. Y me gustaría terminar en esta casa y morirme perdonando a esas tres personas que todavía odio, porque no se puede tener rencor.
—¿Te arrepientes de algo?
—Sí, me arrepiento de haber hecho daño voluntariamente, pero he tenido la suerte de haber podido pedir perdón en vida a esas tres personas a quien se lo hice… Cuatro, porque también incluyo a Antón García Abril.
—¿Y cuál ha sido realmente el precio del éxito?
—Trabajar demasiado, la falta de tiempo. He tenido que trabajar mucho para sacar a la familia adelante. Gracias a mi profesión, mi familia ha podido vivir muy bien, esa es la verdad, incluida yo. Ya te digo que he regalado seis abrigos y para poder comprar a Elena Benarroch abrigos de diez millones hay que tener mucho dinero. Con lo cual, lo he ganado.
—¿Y nunca se te ha resistido nada?
—Hombre, donde he perdido todo el dinero que he ganado ha sido en los espectáculos que hemos montado Paco y yo, Hello Dolly, La Truhana, Carmen Carmen… Paco solo fue un mal marido, o no, como decía antes, a lo mejor yo tampoco le supe dar lo que necesitaba, pero empresario, el más grande. Fíjate, la gente se reúne todos los años el cinco de noviembre, que es el día que murió, porque a todos les compró un piso o un coche o les dio un adelanto… Así que si alguien se pregunta qué he hecho con el dinero, ahí tiene la respuesta. No me habrán visto nunca en un casino ni me he drogado. Sí he fumado mucho y me ha gustado el staniswhisky —ríe—. Lo llamo así porque una vez un directora me preguntó: ‘¿Y usted qué método tiene?’, y le respondí: ‘Yo, el staniswhisky’. La gente debe pensar que soy alcohólica, pero no, no —ríe de nuevo—.
—¿Te hubieras casado con Toni Leblanc?
—No, cuando yo conocí a Toni estaba casado y tenía once hijos. Él ha sido mi hermano, mi amigo y mi todo, pero a mí quién me gustaba mucho era Manolo Escobar. Nos hicimos tan amigas Anita y yo que cuando murió Manolo, el día del funeral, entramos ella y yo abrazadas a la iglesia.
—En todas las vidas hay altibajos, ¿en la tuya ha habido más luces o más sombras?
—Diría que mitad y mitad, pero creo que ha sido más una vida de luces que de sombras.