Hay un momento en el que Jude Law , imponente con su sotana blanca y convertido en controvertido, ateo y casi maligno -pero arrebatadoramente atractivo- pontífice Pío XIII, da una explicación, sin vuelta de hoja, a su constante negativa a aparecer en público. Hablamos de The Young Pope , por supuesto. De una escena con el estratega y oscuro cardenal Voiello en la que se queda sin palabras. Porque él - un maravilloso Silvio Orlando- le insiste una y otra vez con que muestre su rostro a las cámaras. Su argumento es, a todas luces, de una evidencia que tira pa’trás. Véase que, en una sociedad como la contemporánea, donde prima la imagen sobre todas las cosas, para una Iglesia en crisis, la exposición mediática es la única forma de ganar adeptos. Pero el Papa, sin embargo, es de otra opinión. Y sus palabras son inapelables e indiscutibles : “Los más grandes nunca aparecen. Desde Salinger, pasando por los Daft Punk y Banksy. O Mina… La mayor cantante italiana de todos los tiempos”. De ella, precisamente, va a este “post”. Que hoy, pese a su desaparición voluntaria y total de nuestras vidas, vuelve a estar más de actualidad que nunca. Porque la tigresa de Cremona, que así ha pasado esta cantante con tres octavas a la posteridad, hoy es la mujer más escuchada de las redes en todo el mundo, pese no haber dejado jamás su condición de Greta Garbo all’italiana.
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Mina Mazzini, en lo más alto de su carrera, decidió desaparecer de la vida pública. Corría agosto de 1978. Y en Bussola di Pietrasanta, (Versilia) en la costa tirrénica toscana, daba su último concierto . De entonces, datan también —obviamente— sus últimas fotografías en un acto social. Nadie lo sabía cuando bajaba las escaleras del backstage, pero se estaba despidiendo de los escenarios para siempre con los acordes finales -y en alto- de una de sus canciones más rabiosamente sensuales: Ancora, ancora, ancora . La misma con la que, también meses antes, con su emblemático cabello esponjado sobre sus hombros desnudos, sus labios luminiscentes, y esa mirada oscura, casi irreal y melancólicamente lasciva, miraba por última vez el pilotito rojo de la RAI. “Ciao, grazie” fueron sus palabras. Era un adiós a las cámaras y el calor de su público.
Ahora, Ancora, ancora, ancora (Todavía/aún/de nuevo, en castellano) revisitado por Mark Ronson, el siete veces ganador de un Grammy, productor del mítico Black to Black, de Amy Winehouse, se ha convertido en viral. Es la canción más reproducida en Tik Tok e Instagram del momento. Un remix que, precisamente por la insistencia de los usuarios de estas aplicaciones, se ha tenido que subir en las plataformas de música en streaming cuando éste no era su propósito. Un hecho, hasta ahora, inaudito, y que surgió del grito de Io ti chiedo ancora, el verso convertido en hashtag con el que comienza este hit de despedida.
Porque el tema sirvió de banda sonora del apoteósico carrusel del que era el desfile más esperado del año. Era el primero después de que el artífice del giro neorrenacentista de Gucci hubiera abandonado la firma en noviembre de 2022. Alessandro de Michele había dejado el acerico sobre su mesa de trabajo y eso que, durante siete años, había llevado las riendas de la marca de lujo italiana hasta convertirla en una estrella de Belén para todas las demás y había logrado que Jared Letho llevara una réplica de su cabeza en el regazo y que Dakota Johnson tuviera un tercer ojo en la frente… Pero, al igual que los concursantes de Maestros de la Costura, había sido invitado a marcharse tras una bajada de las ventas en Asia, el primer mercado que se había rendido a sus extravagancias. Era el momento de que, para la multinacional Kering (dueña también de Valentino, YSL o Bottega Veneta), colgara su bata en el perchero de las oficinas de Roma. Tocaba buscar un cambio. Más comercial, más ponible después del maximalismo de inspiración barroca y futurista del romano. Y el momento de la verdad había llegado. Era la prueba de fuego. Una apuesta por el cambio. Incluso, por la ruptura total. Y tenía rostro, pese a llevar desde enero de este año detrás de la dirección creativa sin la oportunidad de mostrarse. La Semana de la Moda de Milán era ése momento y el napolitano Sabato del Sarno no iba a desaprovechar su alternativa. El nombre de la colección era toda una declaración de intenciones. Efectivamente, sí, era Ancora. Ancora porque todavía hay Gucci para rato. Ancora porque, después de De Michele, aún hay vida. Y porque Ancora puedes enamorarte de su propuesta. De la moda. De nuevo.
Las expectativas eran altísimas; el listón, casi infranqueable. Milán no es una plaza fácil y Alessandro de Michele había conseguido que, cada desfile de Gucci, se desplegara como una obra de arte efímero, conceptual, imaginativo… También extraño -ojo-, alejado de los códigos sensuales de la marca y de ese fondo de armario en el que se había especializado il marchio fiorentino durante décadas con piezas únicas, ricas y, sobre todo, eternas. En el front row se sentaban estrellas de todo el planeta y condición: Bad Bunny, Julia Roberts, Ryan Gosling, Paul Mescal, Troye Sivan, Pier Paolo Piccioli, Wizkid, Fedez y Chiara Ferragni, Poppy Delevingne, Jessica Chastain… Mientras que, en los corrillos, los rumores profetizaban una vuelta al pasado, a los archivos, a la herencia. También al sex appeal de la época de Tom Ford, al lujo silencioso de Frida Giannini, a un minimalismo alejado de la imaginería de De Michele, de vuelta a los logos y estampados clásicos, con la iconográfica serpiente y la no menos mítica “G”. De Sarno ya había dado alguna pista. El cambio de Era había comenzado en las redes cuando, del perfil de Instagram de Gucci, se archivaron (que no borraron) todas las publicaciones anteriores. Una damnatio memoriae contemporánea y políticamente correcta en toda regla. Para después, ocupar ese espacio virtual -y físico, porque la capital lombarda y París se vieron plagadas de carteles al más puro estilo siglo XX- con maxicarteleres en rojo y dos palabras: “Gucci ancora”.
Y, en esas, a punto de concluir el desfile, de ese mismo color, se teñía el Gucci Hub en el carrusel final. El hangar, transformado en un cubo negro, se iluminaba dramáticamente para el último desfile de los modelos. Un rojo tendente al púrpura, pompeyano… El mismo rojo que llevaba en los labios Mina en su adiós cantando Ancora ancora ancora. Un rojo llamado, a partir de ese momento “Gucci Rosso Ancora”, y que parpadeaba al ritmo de ese temazo seventies’ tamizado con las bases de Ronson. Pero, éso, aún nadie lo sabía. La música se convertía en un puente entre el pasado y el presente de la firma y la voz de Mina lo llenaba todo. ¿Era Mina, ¿no? ¿No era Roysin Murphy? Todos los asistentes, incluidos Troye, Roberts, Bunny shazameaban el tema que les envolvía. No aparecía en ninguna plataforma. Era una versión. Un remix de un clásico que solo podía postearse a través de videos. Y las grabaciones de Iphone y Smartphones colapsaron -y colapsan- las redes hasta lograr que esa reinterpretación de Ronson se colgara en Spotify, Apple e Amazon music. Mina volvía a ser noticia sin que ella hubiera movido ni un dedo.
Por eso, hemos sabido la intrahistoria de esta versión, porque la repercusión superó a la expectativas y el productor inglés, que ha colaborado con artistas como Britney Spears, Christina Aguilera, Beyoncé, Lady Gaga, Tame Impala, Queens of the Stone Agem, Alicia Keys, Bruno Mars y Miley Cyrus, ha dado más entrevistas ahora que cuando ganó el Oscar por A Star Is Born, con Lady Gaga. “Mantuve muchas cosas del original, como la voz y las cuerdas, pero le di un nuevo ritmo y le añadí mi propio toque”, ha dicho el polifacético productor británico quien, ha confesado no obstante, que cuando De Sarno le envió el tema para que lo reescribiera, no lo había escuchado… Ahora, que fue escucharla por primera vez y que se le metiera en lo más profundo del hipotálamo de donde ya, nunca más, ha salido. “Es una balada épica, muy italiana … ¡Qué canción! Me enamoré de su voz, de la pasión y el deseo que destila, del precioso arreglo de orquesta… Ha sido un placer trabajar sobre ‘Ancora’”, ha añadido Ronson, que se ha hecho un máster en música pop transalpina de los años 70 y 80, la inspiración del nuevo director creativo de Gucci.
Cristiano Malgioglio y Gian Pietro Felisatti fueron los responsables originales de la letra y la música de la mítica canción, el tema que Mina estrenó el mismo día que se despedía para siempre. Lo hacía cerrando un programa de variedades mítico en la televisión de entonces Mille e una luce, una especie de Galas del sábado con Laura Valenzuela y Joaquín Prats pero all’italiana, y los créditos se sobreimprimían sobre un vídeoclip rodado en Bussola di Pietrasanta unos días antes del también último concierto de Mina. De él, hubo dos versiones, el que se emitió, que ya era lascivo para la época, pero menos que otro que nunca vio la luz, Porque éste sería su último encontronazo también con la censura. De hecho, muchos responsabilizan a este sistema de moralidad institucional como culpable del retiro de Mina para siempre. Un retiro que fue una huida del foco, no así de la música.
Porque Mina no ha dejado de sacar discos. Álbumes de muchas caras y atmósferas musicales muy distintas (jazz, bossanova, rock…), pero con una sola, elegantísima e inimitable constante: ella. Sin contar, por supuesto que, cada año, edita un recopilatorio… En abril de este año, con los 83 años recién cumplidos, más de cuarenta en su refugio suizo en Lugano -el cantón italiano-, lanzó el que es su último álbum hasta la fecha con temas originales. Ti amo come un pazzo (Te quiero como un loco) se titula, con el que colocó en lo más alto de las listas de reproducción uno de sus singles, el dueto con el ídolo rapero juvenil Blanco titulado Un bricciolo di gioia. Ya saben, el ganador de Sanremo de 2022 junto a Mahmood y el destructor del escenario de ese mismo festival mediterráneo en año después, si lo recuerdan… También este año estará en la banda sonora de la próxima película del Almodóvar italiano, Ferzan Ozpetek, titulada Nuevo Olimpo -en Netflix, desde este noviembre-, como siempre ha estado presente en las soundtracks del original manchego, desde Pepi Lucy y Bom a Dolor y gloria.
Liza Minnelli dijo de ella que “es a la música lo que De Niro al cine”. Sarah Vaughan confesó que de no haber tenido su voz, “habría querido tener la de aquella chica italiana”. Louis Armstrong la definió como “la mejor voz blanca del mundo” mientras que Frank Sinatra “hubiera pagado lo que fuera” para que hubiera actuado “por lo menos una vez en los Estados Unidos”... En Italia, Mina es Patrimonio Cultural, Memoria sentimental Colectiva, un monumento emblemático del que se sienten tan orgullosos como si del Coliseo, la Pizza o Puccini se tratara… pero que, sin embargo, los dejó huérfanos. Quizás porque era una mujer demasiado avant gard, que asumía demasiados riesgos y que siempre estaba en primera línea, dispuesta a salir de la trinchera. De ella, se ha dicho que era la gran diva europea, la más peculiar, la inclasificable… Capaz de enfrentarse al conservadurismo, las mentes bienpensantes pero también al destape; una mujer que transgredió la reglas y se reinventó mil veces, treinta años antes de que lo hiciera Madonna o David Bowie o Lady Gaga o Rosalía.
La última ocasión en la que se dejó ver voluntariamente fue en 2001. Hace dos décadas, casi siempre de espaldas o de escorzo, en su estudio, bajo una luz dorada, siempre manteniendo ese aire enigmático con unas gafas de sol ahumadas que impedían ver su rasgo más característico: sus grandes ojos maquillados completamente de negro, como una actriz del cine mudo o como una máscara, desprovistos de cejas. Eso sí, su pelo continuaba siendo rojo, entrelazado a su espalda. Después, utilizaría un holograma. Sería en el Sanremo de 2018 acometiendo su propia versión de Antother day of sun, de la BSO de la película La la land para estupor y frenesí general.
Porque antes de que The Beatles desviaran definitivamente el centro de gravedad de la música mundial a territorio anglosajón, los éxitos pop sonaban en italiano. Y Mina fue crucial. Ornella Vanoni, Patty Pravo, Gigliola Cinquetti, Rita Pavone, Dalida (que era italiana, no francesa) Iva Zanicchi, Mia Martini, Milva… son algunas de sus excelsísimas coetaneas. Sin embargo, ella, quién sabe si por sus reinterpretaciones de hits internacionales, del brasileño Joibin o de Esther Williams, daba igual, o por aquello que decía Sorrentino por boca de Jude Law, logró trascenderlas a todas. Con su voz todopoderosa y con su aura de suma sacerdotisa hastiada de y por la fama. Porque, después de su espantada, se instaló junto con el cardiólogo suizo Eugenio Quaini a una mansión a orillas del lago italosuizo. Con él, vive desde entonces y con él se casó en 2006. Y pese a este retiro autoimpuesto, nunca ha sido olvidada porque nunca ha dejado de cantar. Con los mayores mitos del momento. Desde Adriano Celentano -el otro gran astro de la música italiana durante el último tercio del siglo XX- a Battiato o Tiziano Ferro… También, con mitos españoles como Serrat, Mónica Naranjo o Miguel Bosé.
Y eso que su carrera estuvo a punto de truncarse en varias ocasiones… Quizás de ahí su hartazgo. Debacles casi siempre provocadas por grandes polémicas asociadas a su vida sentimental, que fue tildada de “volcánica” lo que repercutió en su música que, antes de ser escuchada, ya era entendida como obscena (y no vamos a negar que un puntito de instinto de provocación, había. L’importanta è finire, de 1975, era un elogio del orgasmo… ) La primera gran crisis fue en 1963 cuando se reveló su relación con un hombre casado, el actor Corrado Pani, tras quedarse embarazada de su primer hijo Massimiliano. El escándalo le valió un veto por parte de la televisión italiana, así como la condena del Vaticano por “pecadora pública”. En aquel momento, la cantante era la maestra de ceremonias del programa estrella Studio Uno y fue Rita Pavone. Sin embargo, como a otras grandes a las que las polémicas les han hecho más grandes todavía, tras su ostracismo, regresó por todo lo alto. Mina encadenó un éxito tras otro: Se telefonando (con música de Ennio Morricone), su versión de Try your luck y Parole parole (junto a Alberto Lupo, fuente de un sinnúmero de versiones… En España, con Carmen Sevilla y Paco Rabal). Con ésta última, Mina fijaba su canon estético inconfundible: melena oxigenada, cejas depiladas y espíritu de mujer liberada que fuma y habla de su deseo sexual sin ambages ni paños calientes.
Walter Chiari, Gian Maria Volonté, Augusto Martelli… Fueron algunos de los hombres que pasaron por su vida hasta que fue el periodista Virgilio Crocco quien la desposara en 1970. Con él tuvo a Benedetta, su hija menor, en 1971. Pero dos años después, Crocco moría en un accidente de automóvil.
Comenzaba la leyenda de la cantante trágica, con canciones de amor y deseo imposible, carnal, salvaje, desesperado como Un anno d’amore, E poi, Insieme, Cittá vuota... que, con el tiempo, la terminaron por convertir en un icono LGTBI, en un mito que, para no mostrar su imagen, utilizaba las portadas de sus discos para transformarse y travestirse. Cada una, una obra de arte. Un insólito muestrario de reinterpretaciones que, con el Gucci Ancora ha dado su último fruto, como no podía ser de otra manera. Mina ha vuelto a dibujarse en las manos de Mauro Balletti, que la ha convertido en un perfil azabache sobre un fondo rojo. Él había sido también quien la transformara en gorila, en mujer barbuda, en mujer picassiana, en La Gioconda, en atleta negra o en cantante gorda pintada por Botero… Siempre contracorriente, siempre a la última. De hecho, para sus álbumes, Mina elige de entre 5.000 y 6.000 canciones que recibe cada año de autores de todo el mundo. Conocidos o no. Jóvenes talentos y recién llegados casi todos. Así fue cómo seleccionó el tema de Blanco cuando aún, ni siquiera, había saltado a la fama con Factor X.
Pero… no, no nos hemos olvidado. ¿Cuál fue el porqué de su confinamiento autoinfligido? Se ha dicho que se debió a un problema en sus cuerdas vocales. Una bronquiolitis que le hizo creer que era el final. También, se habló de un cambio hormonal que la llevó a engordar cuando la dictadura de la delgadez comenzaba a regir las 625 líneas de la televisión italiana. Y por último, que esa misma televisión estaba recorriendo lugares que a Mina ya no le satisfacían. Lo que sí que es cierto es que la cantante nunca había querido triunfar. Cuando se enroló en la música fue por una apuesta, no por voluntad propia y nada de lo que le ocurrió después -ni siquiera este último gran golpe de fama- ha sido porque ella haya hecho algo al respecto, porque haya sido fruto de un objetivo personal. Sin embargo, desde sus comienzos, siempre fue una pieza de caza mayor para los paparazzi y ella, antes de su marcha, ya se había referido a este asunto. Mina había hablado de ese lado ingrato. De que pudiera ser más importante su nuevo corte de pelo o si llevaba una 38 o una 40 que las canciones de su nuevo álbum, que para ella era lo único importante, que practicaba un compromiso integral con su obra, filosófico y estético. Algo que cada vez era más notorio porque, cada vez, su quehacer artístico era más personal.
Su hijo, Massimiliano Panni, que ejerce de director musical y de manager de su madre, se refirió a este tema en su última entrevista con motivo del 80 cumpleaños de “la jefa”. “Cuando se dio cuenta de que todo estaba cambiado y que que era imposible mantener ese nivel de calidad, rescindió su contrato... Mi madre es la persona menos diva del planeta”. Sea como fuere, le dijo “no” a Vincente Minnelli cuando le propuso protagonizar su último filme, Nina. También a Fellini, cuando la tenía confirmada para el cast de su película Il viaggio di G. Mastorna… Está claro que Mina pudo, puede y podrá siempre.