Como “guerrilla”, “tapa” o “mosquito”, el término tuvo su origen en España y se exportó con éxito al resto del mundo. Como el fenómeno al que efectivamente se le ponía nombre y que, hasta entonces, no tenía parangón, que era tan desconocido como, al mismo tiempo, fascinante. Hablamos de la “Beckhammania”, el huracán mediático y mercadotécnico que se desató en nuestro país con la llegada del astro del esférico y de su esposa, no menos estrella… Sucedía al principio de los 2000 y David y Victoria Beckham provocaban en Madrid un “algo” avasallador e irresistible aún nunca visto. Era completamente nuevo. Arrollador. Multidisciplinar. Sociológico. Digno de estudio y análisis. Porque la “Beckhammanía” trascendía a la moda, a la música, al deporte… Y como los terremotos, aunque tenía un epicentro bien definido -el rubio futbolista y la “posh” de las Spice Girls- su repercusión y alcance parecían no tener fin. Ni límites.
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¿Cuántas columnas de periódico abordarían el asunto hasta convertirlo en un axioma antropológico? Incontables. Porque, en aquel entonces, aún no existían las redes sociales... La “Beckhammanía” era inaudita y, después, vaya que si hemos tenido/padecido otras pero, como aquella, ninguna. Máxime, porque no ha habido nada igual y... “la cosa” sigue. Porque si utilizamos el pretérito imperfecto para hablar de este prodigio social es porque obedecemos a la norma de que éste es el tiempo verbal idóneo para contar un acontecimiento que tuvo su punto de arranque en el pasado, pero eso no significa ni que “Beckhammanía” acabara y, ni mucho menos, que cayera en el olvido. El fenómeno no ha dejado de azotar todo lo que llevamos de siglo XXI, de manera sucesiva, constante y recurrente, hasta el punto de moldear, marea tras marea, nuestro tiempo, nuestra memoria sentimental y nuestra cultura -pop- a su imagen y semejanza.
Con el nuevo documental de Netflix sobre la pareja de estrellas que recuerda, por un lado, los albores del fenómeno como, por otro, saca a la luz algunos de los momentos más emotivos y desconocidos de los 24 años de relación/amor de la pareja, volvemos otra vez a surfear en la cresta de la ola de los Beckham. Y volvemos a sorprendernos también de que la estela de su efecto tiene una proporciones que van más allá del negocio, de la publicidad, de la nueva masculinidad o del estilo, por darle un contexto a esta corriente que se escapa a una única perspectiva. Porque si bien es cierto que de aquella fotografía de 2007 con la que Armani cubría un palazzo milanés en Corso Garibaldi utilizando a un David Beckham vestido únicamente solo con unos calzoncillos han pasado ya tres lustros y que, tras él, vinieron otros, como Cristiano Ronaldo, Iker Casillas, Cannavaro, Fredrik Ljungberg… Cabría recordar también que: 1) él fue el primero en hacerlo y 2 y más importante) él podría volverlo a hacer si quisiera. Con el mismo éxito. O mayor.
Físico no le falta. E interés, menos. Porque no es menos cierto tampoco que hace ya la friolera de veinte años que Beckham entró en nuestras vidas. Vestido de merengue, con la leyenda de que España olía a ajo y otras historias que sucedían en el gimnasio Metropolitan de José Abascal pero, esas mismas historias siguen generando titulares dos décadas después (por muy envueltas en la leyenda que estén....) Hoy, a octubre de 2023, todo el mundo ha vuelto a hablar de David Beckham. Era entonces el futbolista más mediático del planeta y, ahora, es el ex futbolista más icónico y popular. Y un gancho para todas las marcas, como ya barruntaban algunos cuando llegó a aquel Real Madrid galáctico con el que se calzaba el dorsal 23 tal y como nos recuerda la serie.
Aquello ya generaba suspicacias. “Que nadie se equivoque, Beckham está aquí porque es uno de los mejores jugadores ingleses de la historia. Sólo piensa en fútbol. Ayer dijo ‘no puedo esperar’ y saltó al césped del Bernabéu”. Eran las palabras de Florentino Pérez, minutos después de que Di Stefano hiciera entrega a David de su camiseta en la presentación del jugador ante la prensa. Y sus palabras sonaban a justificación porque sus fichaje, para los sancto santorum de las páginas deportivas, sonaba más a intereses crematísticos que futbolísticos, algo que hoy está fuera de debate o ¿Hablamos de la liga de Arabia? “Llega desde el teatro de los sueños y viene al equipo de sus sueños. Es algo más que un hombre del fútbol pero esta aquí porque es un fantástico futbolista. Bienvenido a la Liga de los sueños”, terminaba el discurso el Presidente blanco. Y no cabe duda de que el británico estuvo atento porque supo mejor que nadie rentabilizar aquellas horas de sueño. Hoy sigue siendo una máquina de facturar dinero, que no deja de acumular patrimonio y ver florecer sus negocios y patrocinios
“Sigue siendo una máquina de facturar…” porque ya lo era antes incluso de llegar al club de los galácticos. Obviamente. Tenían que estar ciegos -David o Victoria- para no darse cuenta ellos mismos de su potencial cuando comenzaron a salir juntos en 1997. Todo lo relacionado con el “chico guapo conoce a chica de éxito” interesaba tanto o más que el desamor entre el príncipe Carlos y Diana. Por eso, era cuestión de tiempo -o de inteligencia- que esa popularidad no se tradujera en ceros en su cuenta corriente. Formaban un tándem era perfecto: jóvenes, carismáticos, bellos y líderes de dos de los sectores más populares del mercado: el fútbol y la música. Lo que ellos se ponían, comían, hacían, disfrutaban o detestaban se convertía en noticia. De buenas a primeras, se constituían como los primeros influencers del siglo.
David Beckham tiene 48 años recién cumplidos. Para la generación Z, cualquiera con esa edad, es, por decirlo suavemente, invisible. Desde los 45 exactamente, que es la edad máxima de cualquier estudio de marketing para tenerte en consideración. Pero, a pesar del edadismo, él y Victoria son dos iconos. Mejor dicho, David con Victoria o -ante, bajo, cabe, contra, de, desde, durante, en, entre, hacia, hasta, mediante, para, por, según, sin, sobre, tras- Victoria, la pareja sigue siendo un dúo icónico. Son como el señor rey y señora reina Midas: todo lo que tocan lo convierten en oro. Quizás hoy más que entonces. Porque si bien, hace 20 años, para un gerifalte sin visión de futuro podrían ser dos advenedizos con un afán fashionista que rayaba lo obsesivo, hoy, sus estrellas son rutilantes. Y tienen peso específico, caché y exclusividad. Son, de hecho, star system en el sentido más puro del término.
En 2015, con 40 años y recién retirado del césped, Beckham era el segundo ex deportista más rico del planeta tras Michael Jordan, según datos de The Mirror. Para entonces, había ganado 800 millones de dólares entre salarios y patrocinios. Pero eran marcas relacionadas con su ámbito. Véase, Adidas, véase Gillette, véase Pepsi…. Hoy, veinte años después, el branded ha cambiado. Ha madurado, tal vez. Beckham es imagen de Tudor, Maserati o Qatar, con quien selló un acuerdo de diez años antes del Mundial 2022, lo que evidencia que el poder mediático de Beckham no solo se mantiene intacto sino que se le ve con visos de futuro.
Porque todo lo que rodea a Beckham continúa siendo aspiracional. Aquel era el “leit motive” de la película de 2002 “Quiero ser como Beckham”, de la directora Gurinder Chadha, en donde una niña india quiere emular en el campo -y fuera de él- al héroe del Manchester. Hoy, la película podría ser reeditada perfectamente por cualquier influencer que quiera mantener su estatus a pesar del paso del tiempo. Ya sea llegando a diseñar su propia línea de gafas de sol. O de underwear. O de whisky. Lo que ocurre es que conseguir que Armani te catapulte con lonas alrededor del mundo, desde Picadilly a Times Square o Place Vendome, es fruto de un tiempo. Ni mejor ni peor, solo que único. No en vano, el Sr. Beckham se había desnudado para el milenio. Otros lo hacen todos los días en IG, pero ya no es lo mismo…
Todo en David -luego entraremos si Victoria ha tenido algo mucho o poco que ver- ha sido objeto de deseo. E imitado hasta la saciedad. Desde su depilación extrema -¿se acuerdan de aquel concepto archisobado de la “metrosexualidad”?- a su mirada extra mega seductora pasando por el Fiat Cinquecento con el que se le vio al volante en tal o cual calle o el perfume con el que se le fotografió pulverizándose, escaparate de Selfridges mediante. Y tiene su gracia porque, tal y como cuenta en el docu, el todo el mundo exterior se veía con derecho a interferir en sus decisiones deportivas y empresariales pero, en cambio, en la intimidad de su hogar, (los) Beckham decidía(n) sobre su imagen. Y con ella, por un lado, apuntaló todos los estereotipos con los que se suele asociar a los futbolistas (véase Sergio Ramos) para, por otro, derrumbarlos después sin piedad. Por ejemplo, su pelo -y todo lo que hizo con él- no era sino una forma de rebeldía. “Mi pelo es mío y hago con él lo que me da la gana. Rapármelo, teñírmelo. Lo que sea”, cuenta ante las cámaras. Y también, con sus estilismos. En el último capítulo de Beckham -y no les hago spoiler porque está colgado desde el primer día- el ex futbolista explica cómo organiza sus outfits semanales... Y de repente, uno cae en la cuenta de que, al igual que hay gente que pasa los domingos preparando tuppers para la oficina, él prefiere dedicar ese día a su ropa para que nunca peque de ser fruto del azar.
Obviamente, él -y su imagen- son su mejor creación. Y desde 2014, un año después de anunciar su retirada cuando jugaba en el Paris Saint Germain, la monetiza a través de su empresa, DB Ventures, una compañía -a modo de fondo de inversiones personal- para gestionar sus derechos comerciales. Por cierto, según The Times , el futbolista habría vendido en enero del año pasado por 200 millones de euros un 55% de su accionariado a la compañía estadounidense Authentic Brands Gloup aunque él nunca habría confirmado tal hecho. Más allá de eso, gracias a su -excelente- gestión financiera, según el portal Celebrity Net Worth, David Beckham ocuparía el tercer puesto entre los futbolistas más ricos de la historia con una fortuna total de 450 millones de dólares.
Y eso que sus gustos, aunque sean compartidos por el resto de los mortales, no son asequibles a todos los bolsillos. Lo vemos en su documental, ese vestidor… ¡Ese vestidor! Metros y metros de sastrería y grandes firmas… Sin hablar del garaje de lujo con un Lamborghini Gallardo, un Rolls-Royce Phantom Drophead, un Bentley Bentayga y unos pasillos donde se cuelgan un Damien Hirst, un Tracey Emin, un Banksy… Eso que sepamos porque, tal y como publicaba ¡Hello!, el patrimonio inmobiliario del matrimonio está por encima de los 85 millones de dólares con un apartamento en el Burj Khalifa de Dubai, donde ya tuvieron una villa de lujo en Palm Jumerah; una casa en una finca de los Costswolds; un ático en Miami en un rascacielos de la arquitecta Zaha Hadid; una villa en la Costa Azul francesa y su casa eduardiana en el centro de Londres, que adquirieron hace ya una década por 37,9 millones de dólares, según AD.
Si algo bueno tienen las redes sociales es que permiten cuantificar la repercusión o el éxito. Otra cosa es la valoración que a ese número queramos darle o su cuantificación económica, pero lo cierto es que el número de seguidores en las cuentas de David Beckham después del documental se han multiplicado exponencialmente. Más allá de sus colaboraciones en este tiempo con Mango, MacTec, Cellular Goods o L’Oreal, David ha ganado más de medio millón de seguidores. Concretamente, 667.290 perfiles.
Actualmente, el icono del futbol tiene un total de 84 millones de followers mientras que Victoria suma casi los 32 millones. Algunos de ellos, acaban de sucumbir a los Becks; otros, los siguen desde hace décadas. Primero en páginas satinadas, después el webs, hoy en redes; unas veces con pareos, otras con mechas color caramelo, con trenzas, con cortes de pelo bobo, afeitado, sin afeitar, con un vestido igual que el de Paz Vega, un Hannibal Laguna pasta la posteridad… Experimentado entonces y, ahora, sentando cátedra. Para todos, en definitiva, ayer y hoy, ambos son un modelo a seguir para parejas de todo sexo y condición. Porque ese fue otro de sus secretos: el panestilismo para la pansexualidad. Y, desde ese punto de vista, los Beckham también son apasionantes.
En su evolución, a veces errática, muchas otras veces, acertada, los Beckham han tenido siempre un compromiso con la estética inigualable y eso los ha hecho eternos iconos de estilo aunque éste, dicho sea de paso, fluctuara muchísimo y en poquisimo tiempo. En cualquier caso, su esfuerzo por ser y estar y crear y “snobear” la moda es único. E ímprobo. De hecho, Beckham pasó de ser el chico con el “look” perfecto para ir “de discoteca” a investigar, probar, experimentar, con falda, cardigans, gabardinas o mocasines. ¿Ese cambio, quién lo promueve? ¿El mismo con su mecanismo? No hace falta ser un as de la lógica aristotélica para darte cuenta de quién estaba detrás era la otra mitad del tándem que ha sido silenciada quien sabe si por una misogínea colectiva… Efectivamente, Victoria, la villana, perdón, la pija, le granjeó a David un canal en el que realizarse e incluso, mimetizarse (¿se acuerdan de aquellos gabanes y trajes de cuero de Gucci con las que parecían recién salidos de Matrix para aparecer en un evento de Versace?) aunque eso supusiera que su estrella se opacara.
Porque Victoria, no nos olvidemos, ya era una estrella mundial y sus looks le valieron su apodo dentro del grupo: “Posh Spice”. Sus minivestidos negros, los top de escote halter ajustados, las blazers de cuero negro y los pantalones de cintura baja ceñidos... se convirtieron no solo en su código de vestuario, sino también en el de millones de adolescentes que la copiaban around the world… Pero se casó y prefirió ser una parte del todo, una parte un paso por detrás -corto, de stiletto, pero para atrás- tanto como para diseñar -midiéndose tete a tete con Stella McCarney en Londres, Armani en Milán o Vuitton en París- como para ser modelo. Eso se lo dejaría a su marido. Resumiendo, que si no hubiera sido así, hablaríamos de la “Victoriamanía” y no de la “Beckhammania”… Ahora bien, sin ella, sin Victoria en juego, ¿Estaríamos hablando de algo?