El modelo del coche aparecía en los primeros minutos de metraje de Le Mans, el filme de 1971 con el que el rubio más duro y arrebatadoramente canalla del cine atravesaba la campiña francesa. Estaba aparcado entre catenarias, en la calle Jorge Juan de Madrid, donde centenares de personas se arremolinaban, teléfono en mano, atraídos por el brillo de dos mitos de la industria y el estilo que se daban la mano: TAG Heuer y Porsche. Porque el icono era compartido: Steve McQueen.
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El rebelde con causa, el atractivo pistolero, el galán de mirada turbia e inquietante no solo conducía una bestia del motor, sino que llevaba además en su muñeca a todo un ganador: el reloj modelo Mónaco de TAG Heuer. Quizás, una de las piezas de relojería más famosas del mundo, un diseño que ha pasado a la historia no solo como un emblema de la alta tecnología y la precisión, sino también como una piedra angular en la construcción de la leyenda. Del mito.
“A lo mejor parece que ella (Nuria) es la más formal y yo el más rebelde, pero puede ser que sea al revés”, nos sugiere el escritor y periodista
De ahí que ver a esta pareja sentada al volante y con las esferas de sus relojes, en azul y rosa, brillando bajo un subversivo sol de octubre fuera casi una revelación. Sucedía en medio del tumulto de la exposición El motor de la elegancia, una muestra única en España donde podíamos contemplar, por primera vez juntos, modelos de relojes y automóviles históricos. Y la estampa de Juan del Val y Nuria Roca te evocaba directamente otra película: La huida. Otro filme de un estilo al margen del tiempo. Y de una velocidad vertiginosa.
La pareja encabezaba un nutrido elenco de amigos de la firma en una cita en la que también se encontraban, entre otros, Jaime Astrain, Aitor Ocio, Lucía Villalón y Maxi Iglesias. Y aunque pudiera parecer que con Nuria y Juan se hubiera detenido el tic tac de las manecillas de sus relojes -el de Nuria, el modelo TAG Heuer Carrera Date, en rosa; y el de Juan, el modelo TAG Heuer Carrera X Porsche Limited Edition, en azul-, algo imposible, dicho sea de paso, juntos han cumplido 25 años de matrimonio.
“Nosotros no nos separamos nunca”, nos confiesa Nuria. Y quizás sea porque, aún separados, “nos llamamos para contárnoslo todo”, apunta Juan
Los votos de McQueen y de la que fuera su mítica heroína duraron, sin embargo, solo un lustro. Aun así, ella pasó a la posteridad como la horma de su zapato. Como la mujer que, aun siendo el positivo de su negativo, era la única que sabía cómo dar cuerda a su corazón: Ali McGraw. De belleza morena —como Nuria—, de mirada inteligente, verbo afilado y de un atractivo fuera de lo común… Porque, quizás, ambos no eran tan distintos: su complicidad era tan grande como diametral su distancia y contaban con el mismo atractivo fuera de toda norma y esa modernidad atemporal que, aún hoy, sigue fascinando medio siglo después.
Con Juan y Nuria hay más de una coincidencia ¿no? ¿Podría ser? Porque Juan, como McQueen, tiene ese mismo aire indómito, insumiso y contestatario, mientras que la presentadora, como la eterna protagonista de Love Story, es fresca, chispeante, encantadora. Se lo preguntamos. Y ellos se miran y se ríen. “Es un juego de los dos ¿no?”, responde Nuria con sonrisa pícara. “Desde fuera, imagino que es así como se nos ve, pero yo creo que al final… Al final, no sé si te equivocas. O tal vez, tampoco”, retoma Juan, igual de juguetón. “Esas cosas son clichés. A lo mejor, la realidad puede que te sorprenda. Que tenga otra vuelta de tuerca”, continúa el periodista mientras que su mujer le mira en silencio, pero divertida y, ya saben lo que dicen, que el que calla, otorga. “Yo te diría que es posible que los roles sean distintos, que depende del momento”, se arranca Roca a contestar mientras, como antes con la mirada, juega con los dedos y uno de los botones de su blusa. “Puede ser que ella parezca la formal y yo el rebelde, pero puede ser que sea al revés”, concluye Juan.
Complicidad y equilibrio
Porque durante la entrevista, el matrimonio se complementa. El uno parece la prolongación del otro; el yin y el yang de un mismo todo que, de igual manera, como partes, también funcionan independientemente. Quizás sea el producto de 25 años al lado el uno del otro. O quizás sea que, en sus relojes, el engranaje encajó a la perfección desde el mismo instante en que sus miradas se cruzaron e hicieron ‘click’. “¿Balance?”, les preguntamos: “¿De los 25 años?”, preguntan casi al unísono. “No somos de pensar en eso. Pero si echas la mirada atrás, hemos hecho un montón de cosas juntos: tres hijos, una hipoteca y un trabajo que celebramos cada día”, responde él. Que eso no significa que no celebren los aniversarios... “Celebramos todo todo el rato. No solo un día en concreto. Nos gusta celebrar a todas horas», añade Nuria, quien confiesa sin embargo que, pese a “esa cotidianidad”, a la hora de festejar la vida, el día en que se casaron lo hacen de manera especial: solos. Sin niños. Es su momento. Suyo. De nadie más. “Y cuando salimos a cenar, de los niños tampoco es que hablemos mucho (risas de los dos). Eso lo reservamos para cuando nos quedamos en la cocina”.
Nuria —aunque quién lo diría— cumple también un segundo aniversario este año: tres décadas delante de las cámaras y ¿sabrían decirme en qué se gastó su primer sueldo? No parece muy femenino, pero forma parte también de esta pareja fuera de lo común. “Me compré un reloj. Para mí, los relojes vienen asociados a momentos importantes. Cuando acabé la carrera, mi padre me regaló un reloj. Y cuando nacieron los niños, Juan también sabía qué regalarme”, recuerda la líder de opinión que se confiesa “una nostálgica” recalcitrante. “Me encanta recrearme” mientras que, por el contrario, Juan es de “mirar al futuro porque lo pasado es pasado”.
“¿Balance? No somos de pensar en eso. Pero hemos hecho un montón de cosas juntos: tres hijos, una hipoteca y un trabajo que celebramos cada día”
—Si a uno le gusta una cosa, al otro le gusta la contraria, si uno toma un camino, el otro va por el sentido opuesto… ¿Ese es el secreto?
—Juan: Yo creo que el secreto está en que nos caemos bien. Que parece esa una cosa que no se dice en las parejas, ni en los matrimonios pero, en nuestro caso, a nosotros nos gusta estar juntos.
—Pero vosotros lo estáis. Trabajáis juntos, vivís juntos… ¿Cuándo os separáis?
—Nuria: En realidad, no lo hacemos nunca.
Y se nos escapa un ‘Uf’ y Nuria se ríe. ‘Uf, ¿verdad? Pues aun así, fíjate cómo somos que, a veces, ¡nos echamos de menos!’. “Porque no estamos tampoco las 24 horas pegados el uno al otro. Pero, ¿sabes qué? Que si uno está fuera de casa —nos explica Juan que acaba de llegar de Valencia de promocionar su novela Bocabesada, una auténtica superventas— nos llamamos para contarnos... ¿A quién si no? Nuria es mi mejor amiga”. “Y Juan, el mío”. Y estamos a punto de emocionarnos, si no fuera porque Nuria prosigue: “Pero eso no significa que siempre estemos de acuerdo”. “Respetamos nuestros espacios. Y nuestras opiniones —añade Juan—. Pero cuando estamos juntos, ponemos las cosas sobre la mesa, las hablamos, debatimos”.
¿Y quién se lleva el gato al agua? “Por lo general, estamos bastante de acuerdo en todo”, concluye Nuria. “No siempre, que sería aburridísimo, pero hacemos un juego de equilibrio. Y sin esfuerzo”, apostilla su marido. Entonces, recapitulando, todo se resumiría en... ¿Otro juego? “Supongo que sí porque yo no tengo la sensación de ceder como si fuera un sacrificio”, asiente del Val. Juguemos entonces: a la hora de buscar un lugar donde huir del tiempo y del espacio, como hacían McQueen y McGraw en La Huida, cuando encaminaban sus pasos hacia Manhattan, ellos ¿donde irían?: “Huir efectivamente no huiríamos porque nadie nos persigue. Si escapamos es porque nos da la gana”. Hecha la salvedad, eso sí, el destino sería el mismo.