“A mí, el valor me lo dan las mujeres”. Juan del Val puede parecer que va de sobrado y, en muchas ocasiones, no iríamos muy desencaminados… pero, esta vez, no. Se trata de una revelación. Sentida. Apesadumbrada. Incluso, no exenta de dolor mezclado con ciertas dosis de conmiseración y patetismo. Lo cuenta él mismo. En la entrevista que nos dio para ¡HOLA! En realidad, en ese texto, era tan solo una pincelada. Muy discreta. Se deja entrever. Entrelíneas. Y siempre y cuando se conozca bien al personaje. Personalmente, sin cables catódicos de por medio. Si no, con todo el reluciente oropel que lo envuelve -y esconde-, no lo adviertes. Porque no dejan de ser fuegos de artificio que Juan enciende por divertimento, por afán de provocación y también, incluso, por timidez. Para deslumbrar. Ya. No se lo niego. Difícil... Y si a eso le unimos que el papel da de sí lo que da, pues nos encontramos con un galimatías. Afortunadamente, tenemos plus. Para ser más laxos. Y más amplios. Porque el tema tiene su miga. En realidad, su hondura.
Porque Juan del Val acaba de publicar su última novelaBocabesada, un texto francamente precioso, emocionante, emocionado, sensible, sentido, sencillo, sincero, puro… Un fresco de historias y personajes al estilo de Manhattan Transfer, de Dos Pasos. De hecho, también sucede en Nueva York, pero sin la frialdad ni la distancia del americano. O, por aquello del casticismo, podría parecer una suerte de La Colmena, de Cela, pero sin esa mirada ácida e inmisericorde del gallego. Juan mira con delicadeza, con comprensión, con bondad. Y llama la atención precisamente por eso, porque la imagen que cultiva este escritor, periodista y guionista es otra muy distinta. Que le divierte, sí, pero que, a veces, lo convierte en una víctima de sí mismo. Ya lo decíamos al principio, la de un ‘sobrao’.
“Jugar me pone. A mí, me hacen gracia los tópicos y los prejuicios. Y… sí, hay una característica en mí que la gente identifica y en la que cree a pies juntillas: soy un sobrao”. ¿Y?, le preguntamos. ¿Verdad o mentira? “No es del todo así. Doy ese punto… Pero hay veces que, sinceramente, lo soy… Pero en el sentido de que me da igual lo que opine la gente que no me conoce. Realmente igual. O sea, me la suda”.
Y ustedes se preguntarán, pero, ¿adónde quiere ir a parar con esa declaración de principios sobre lo que es o no es Juan del Val? Todo este prólogo tiene una explicación. Tiene que ver sobre la construcción de su identidad , su postura ante la vida, la pose, la impostura, el éxito, también el fracaso…. Y el sexo. El poder del sexo a la hora de darte todo lo demás: una postura ante la vida, una pose y granjearte el éxito. Y es que, hablando sobre las posibilidades del arte, la escritura como arma y su imagen de ‘echao pa’lante’ y chuleta madrileño, llegamos sin darnos cuenta a un aspecto profundo de la personalidad del escritor en la conversación. “El que se dedica a la música, a la pintura, a la literatura, a los medios de comunicación… tiene que remover algo en el otro. Rechazo, amor, bueno, malo… Te tengo que hacer pensar, dudar, reflexionar… Aún cayéndote mal. Pero convencerte o tocarte. Es tu obligación como artista y hoy por hoy hay demasiados artistas muy educados. No sé si me explico… Mucho artista que no cuenta nada. O que no importa nada lo que cuenta. No puede haber artistas así y hay demasiados, tío. No es que reivindique al músico drogadicto que rompe habitaciones de hotel. Yo no estoy hablando de eso, hablo de que tú, como artista, tienes que tener alma y decir cosas que nadie se atreve a decir. No puedes estar siempre constreñido. No puedes estar contenido no sea que los de la HBO te llamen la atención o no sé qué tal… A mí, eso no me sale”.
Y fíjense que, más allá del compromiso social, de los límites de lo políticamente incorrecto, de la dictadura de las redes sociales , de los influencers vacíos de contenido y la información como publicidad, llegamos a algo mucho más prosaico, preguntamos por el lado más prosaico del concepto ‘provocador’: la cama. O lo que es lo mismo, por ese lado desprejuiciado que tiene Del Val a la hora de hablar de sexo. Por la gran libertad con la que escribe sobre él. Y la naturalidad con la que describe las escenas sexuales y, sí, también por la profusión con la que lo hace. Llama al pan pan y al vino vino muchas, muchas veces en blanco sobre negro y en todas las posturas posibles. “Hay muchísimo sexo y de todo tipo en mis novelas. Pero yo te explico por qué. Para mí, el sexo y cómo se practica, es decir, el deseo, en general, da una información acojonante sobre el personaje. Una información, además, muy precisa sobre su estado de ánimo. O sobre cómo es. O sobre su pasado, por ejemplo. Y es una información de vital importancia, tanto o más que un diálogo o cuando se está contando. Porque fíjate que, ahí, puede estar mintiendo. En la cama, no. Haciendo el amor se están contando muchas más cosas. Queriendo o sin querer”. Y no solo porque los personajes, al estar desnudos, no tienen manera de ocultarse ni ocultar nada, sino porque “en el deseo o en la falta de él, más allá del morbo, lo que hay es vida”.
Siguiendo su discurso y acordándonos de los dos leit motives literarios que vertebran su obra, véase 1) la verdad, es decir, escribir con conocimiento de causa aún significando eso que se utilice como material literario, y 2) sentirse querido y amado, es obvia cuál es la pregunta sobre el conocimiento preciso que tiene del sexo, del cuerpo femenino y, por ende, del espíritu de una mujer. “A los escritores que han vivido frente a los escritores que solo han leído y saben de oídas se les nota muchísimo. Por eso, si me preguntas cómo sé cómo siente una mujer, evidentemente lo sé porque he estado muy muy muy atento... No sé si me explico… Atento en aprender qué sienten, cómo lo sienten y qué quieren todas esas veces que he compartido con ellas”, nos confiesa Juan que también habla de un lado femenino muy exacerbado en su forma de ser por ésta y por otras razones. “Mis formas son las que son. Yo mido 1,85 cm, tengo esta cara, tengo esta expresividad... De vez en cuando me sale el acento de Madrid, muy de barrio. Y, luego, soy heterosexual. Cualquiera que me vea y que me oiga dirá, pero, ¿cómo va a ser este tío femenino? Pues mucho, mucho. Porque siento fascinación por la mujer”.
Y es cierto que, en la entrevista, Juan del Val nos habla de lo unido que estaba a las mujeres de la casa, a sus historias con las vecinas, a la costura… “Flipaba con su mundo. Siempre he preferido estar en la cocina con las mujeres y no con los hombres. El matriarcado estaba mucho más presente en mi vida”. Pero con su adolescencia, la figura de la mujer toma otro significado. Un significado crucial. Las mujeres serán el barómetro de su éxito cuando, sin embargo, en aquel momento de su vida “todo se tuerce y todo va mal…”.
Fue un momento vital que le ha costado, a posteriori, “siete años de tratamiento psiquiátrico y psicoanálisis puro” porque se convirtió “en un adolescente fracasado”. “En mi casa había bastante obsesión con que estudiáramos para salir a otro lugar mejor y tal. Como en todas las casas, supongo… Pero yo fui un estudiante lamentable. Sentía que yo no era capaz de escapar de mi destino. Del fracaso. Nada me salía bien… Nada, salvo con las chicas. Yo, ahí, me agarré como a un clavo ardiendo. Con ellas, todo eran éxitos. Era algo que no podía dejar de lado. Al revés, tenía que fomentarlo”, cuenta Juan, ufano, y, al mismo tiempo, como si hablara de un don con regusto amargo.
“Yo vengo de un lugar no demasiado bonito. Fui un estudiante lamentable al que expulsan de institutos y que acaba trabajando con 17 años en una obra. El único valor que podía tener, me lo daban las mujeres. El valor… -retoma- me lo dan las mujeres”. Y el círculo se completa minutos después, a punto de terminar la entrevista, con la mayor declaración de amor incondicional a la mujer con la que comparte su vida desde hace 23 años, Nuria Roca. “Yo, sin Nuria, no sería yo. Nuria es mi razón para todo. Y… esta novela se la dedico a ella. Como todo en mi vida. Cada momento. Cada libro. Cada programa…”.
Por eso, aunque todo haya cambiado, su lugar en el mundo, su ascenso a la cumbre y el cielo se haya despejado de nubes negras, esa forma de validación está aún grabada en su bulbo raquídeo. “A mí, los hombres me dan exactamente igual. Si un hombre opina que yo soy más o menos interesante, más o menos inteligente, me da igual. Una reunión con cinco tíos me puede divertir, vale. Pero si una sola mujer me presta atención, ahí me deshago, Soy un idiota”.