“El día más feliz que recuerdo fue el día que nací”. Así respondía Julio Iglesias a su hijo Miguel en las páginas de ¡HOLA! con motivo de su 70 cumpleaños. El artista llegó al mundo el 23 de septiembre de 1943, en un hospital de la calle del Mesón de Paredes, en el castizo barrio de Lavapiés, tras una complicada cesárea. “Yo creo que el mejor gol de mi vida fue cuando mi padre y mi madre decidieron tener un hijo y yo salí chillando porque nací en una cesárea y yo creo que tenía muchas ganas de vivir ya. Justamente mi arranque hacia la luz de la vida fue con ganas, con rabia de salir”.
Su padre, Julio Iglesias Puga, era un médico gallego que trabajaba como ginecólogo y se convertía, así, en padre por primera vez junto a su mujer, Rosario de la Cueva. La infancia de Julio transcurrió en el barrio de Argüelles y, como la gran mayoría de los niños, soñaba con el fútbol. El juguete que marcó su infancia fue un balón y empezó a destacar como portero. Con 16 años, se presentó a las pruebas de acceso al Real Madrid, que lo admitió en juveniles, compaginando desde entonces sus entrenamientos con sus estudios de Derecho. Llegó a debutar con el primer equipo en 1962. Cumplía así un sueño.
La noche del 23 de septiembre de 1962, Julio volvía a nacer. Un accidente de tráfico estuvo a punto de costarle la vida. Durante año y medio, los médicos pensaban que no volvería andar
Un sueño que estuvo a punto de truncarse. La noche del 23 de septiembre de ese mismo año, Julio volvió a nacer. Estaba celebrando su 20 cumpleaños con unos amigos cuando, a las dos de la madrugada, el coche en el que viajaban se estrellaba contra unos arbustos. Horas después, despertaba en el hospital Eloy Gonzalo, de Madrid, y el parte médico que recibía era demoledor: no podría volver a andar.
Cualquiera se habría venido abajo, pero Julio se aferró a la vida. No obstante, fue un largo proceso y no exento de dolores y desalientos. Tal y como confesó Julio en las entrevistas posteriores a ganar Benidorm, estuvo paralítico durante año y medio y fue entonces cuando cogió por primera vez una guitarra.
Las secuelas físicas le han acompañado toda la vida, pero su recuperación fue casi milagrosa tras la intervención del doctor Urquiza, la terapia del doctor Blanco Argüelles y los desvelos de su padre, que cerró su clínica para dedicarse en cuerpo y alma a la recuperación de su hijo. “No te he traído a la vida para que te quedes en una silla de ruedas”, le repetía una y otra vez su progenitor. El enfermero que se encargaba de su rehabilitación, Eladio Magdaleno, le regaló una guitarra para que ejercitara sus dedos. Esa fue su tabla de salvación: “Siempre hay a quien amar, siempre hay por qué vivir, por qué luchar”.