Fíjense si los policías venecianos tienen que estar acostumbrados a ver a los vips más vips de la Tierra por los canales, ¿no? Pues bien, fue toparse con Jaime Lorente y perder los papeles. Literalmente. “È Denver, Denver... Quello della Casa di Carta”, gritaba uno. Eso y cogerlo de los hombros para hacerse un selfie fue un sí y no es. Y no solo polizzoti, también turistas. Internacionales, muchos, y transeúntes nacionales, o sea, italianos, todos. Completamente impazziti (locos). Por él.
Acompañábamos al actor en su visita a la Mostra de Venecia con Armani Beauty y aquello en el aeropuerto no era solo una impresión. En el hotel (el Kempirsky, 5 GL, a 2.612 euros la suite Junior la noche, no se vayan a pensar...) la “película”, con los camareros y los huéspedes, se volvía a repetir: besos, autógrafos por los pasillos, en el lineal del catering para la comida… Sin embargo, no fue hasta la tarde cuando ¡HOLA! tenía la oportunidad de seguir a nuestra luminaria a la alfombra roja del Palazzo del Cinema cuando nos girara completamente la cabeza cual Linda Blair en El exorcista. ¡Tuvieron que parapetarlo cuatro “seguratas” como armarios empotrados! La avalancha de fans fue tal que el dispositivo de seguridad parecía el de un Presidente de los Estados Unidos. Y los 20 metros de camino que separan el epicentro del festival, el hotel Excelsior, de las escaleras de la red carpet» —donde posaban Adam Driver o Patrick Dempsey— se hicieron angustiosos por momentos. Al menos, para los que lo veíamos como espectadores, porque Jaime en ningún momento perdió la calma. Ni la sonrisa. Con una mano se sujetó el botón que cerraba la chaqueta de su esmoquin Armani, la otra en el bolsillo. Y con la mirada al frente y un grazie en los labios, sorteó el trance. Ya está acostumbrado a esta histeria colectiva. ¿Acostumbrado? Mmmm... quizás esa no sea la palabra. ¿A lo mejor, “resignado”? En una entrevista exclusiva, nos lo aclara, porque Jaime no solo es una estrella. O un ídolo. O uno de los actores más populares del mundo. También es padre. De dos pequeños: Amaia, la mayor, que no tiene ni dos años, y el pequeño Luca, de cuatro meses. Y el artista llegaba a la Serenissima sin dormir. Una “noche toledana” porque “la enana” había cogido algo en la guardería y todos, como en cualquier casa de vecino, se contagiaron también… Sí, Jaime Lorente es humano. En realidad, como todos sus personajes, mucho. Con todas sus virtudes y sus defectos e inseguridades. Tiene esa humanidad del “malote” con buen corazón que desarma con su primer guiño canalla de ojos.
‘Malote’ de buen corazón
Pero olvídense de la idea de que es un “echao pa lante”. Jaime tiene ese aura de actor torturado e intelectual tan del Hollywood clásico. Paul Newman, James Dean, Marlon Brando... “Todos los días vivo un examen. Frente al público y en casa. Porque no solo te examinan los demás. Te examinas tú mismo. Yo soy muy crítico conmigo. Mejor dicho, soy malo. Me trato mal. Fatal. Y eso no está bien. Me autocastigo todo el rato. Aunque también es verdad que es una cosa que me estoy trabajando. Estoy intentando quererme y portarme bien conmigo”, nos confiesa el actor, consciente de que “vivir así no es buen negocio” y que, al mismo tiempo, ni tanto halago le impresiona ni tampoco le hace perder la cabeza. “No me dejo llevar por el ruido. No tiene nada que ver con mi trabajo. Eso no está ni cuando estoy en el set de rodaje ni cuando estudio un papel. Es bueno saber dónde colocas esa adulación, porque si no puedes terminar siendo un “gili”. La fama te puede hacer perder el horizonte”, sentencia este murciano que nunca ha sido de “términos medios”. Para nada. De hecho, este verano, pudiendo estar en cualquier punto del planeta en un resort exclusivo a cambio de un par de post (atesora casi 13 millones de seguidores en Instagram), lo pasó en La Manga con sus padres. Que los abuelos necesitaban ver a sus nietos. Lo mismo que él mientras hablamos y nos enseña a sus dos “muñequitos” en la pantalla del móvil. “Ser padre me ha cambiado todo. Y para cosas buenas. Ellos me han enseñado a relativizar y a cuidarme más a mí mismo también. Ellos me dan un amor puro y yo les devuelvo el amor máximo que existe, la entrega absoluta”.
—¿Eres muy padrazo?
—Yo los quiero más que a nada. Hasta que no eres padre, no sabes hasta qué punto puedes querer. No sé quién decía que el título de padre es el único que te lo dan antes de estudiar la carrera. Y que luego ya empiezas a estudiar, ¿no? Hablando contigo, me doy cuenta de que quería ser padre. Un buen padre.
Jaime Lorente asegura que “curra” tanto porque quiere lo mejor para sus hijos, fruto de su relación con la también actriz Marta Goenaga. Ahora ha comenzado a rodar Hamburgo. En Madrid. Que tenía ganas de poder trabajar en casa porque le “desestabiliza” estar mucho tiempo fuera… Porque La casa de papel, la serie que “me puso en el mapa y mi trampolín para todo lo demás”, le granjeó trabajo en los cuatro puntos cardinales del globo, pero también fue un cuchillo de doble filo. “Cuando haces un papel tan característico, a ver cómo luego te quitas esa careta. Cómo te la quitas sin llevarte también un trozo de piel de tu propia cara... No obstante, ya hice ese trabajo: he dedicado el tiempo necesario para recolocarme y para quedarme solo con lo bueno de Denver”.
“Cuando mis padres me oyen hablar de mis dudas sobre el éxito y la interpretación, me dicen que estoy como una cabra. Normal, ¿no? Con lo que disfrutan ellos de los triunfos de su hijo…”, dice Lorente
Sabemos lo que están pensando: Lorente hace muchos trabajos para recolocarse, para aceptarse, para entenderse… Este chico, ¿cómo vive la interpretación? “No lo sé, tío. Sinceramente, la he vivido desde muchos puntos. Unos, muy buenos; otros, muy malos, y otros, absolutamente indiferentes. La interpretación me encanta, pero no siempre me gusta actuar… Entiendo que si te gusta la interpretación, no te puede gustar siempre actuar. Aunque parezca raro, va un poco en contra de lo más puro que existe dentro de la interpretación, de lo orgánico, de la magia. Uno no siempre puede estar en estado de gracia. Y yo... Que también estoy en un momento de mi vida en donde estoy muy... muy… Tío, que me aburre mucho actuar. O sea, no es que me aburra, es que me produce poco interés. Me produce más interés dirigir... El año que viene... Mi “opera prima”. ¿Qué te parece?”. Y nos parece una maravilla. “A ver —se explica—, que yo estoy bien… Lo que pasa es que me están pasando cosas en mi vida. Se va llenando de pequeñas personitas con las que quiero estar y, sin embargo, la actuación comienza a ser invasiva. Muy invasiva. Entonces, ¡jo...!, a veces, cuesta que merezcan la pena esos momentos mágicos que ocurren en los sets de rodaje por los que, luego, puedas soportar todo lo demás”. En resumen, que el actor se encuentra en un mar de diatribas, las típicas de los profesionales vocacionales, cuando el compromiso con el trabajo es absoluto porque no puedes vivir sin él, pero “te das cuenta de que no todo es bonito. Que hay una especie de decepción amarga”. “Yo, a veces, me planteo: ¿qué haría si no fuera actor? Me lo planteo todos los días. ¿Qué haría si dejara de ser actor? Y a veces me dan ganas hasta de llorar...”.
—Pero... ¿tú tenías un plan B?
—De alguna forma, este fue el plan B que la vida me regaló. Porque el plan A que yo tenía era ser un desgraciado.
—Entonces es un regalo, Jaime, míralo así. Ahora, en el hipotético caso de que quisieras descansar… ¿a qué te dedicarías? ¿Podrías tener un trabajo normal?
—Si me preguntas: ¿qué papel quieres hacer? Pues tampoco lo sé. ¿Sabes qué me encantaría? Que me tocara el Euromillón. Y con ese dinero comprar un teatro y poner a todos mis amigos del teatro a trabajar ahí. Eso me encantaría.