Por primera vez, las niñas no jugaban con muñecas triponcitas de ojos redondos y tirabuzones. O con bebés calvetes de bracitos rechonchos. A finales de los años 50, hubo una mujer que revolucionó la industria juguetera y dio a su hija y a todas las niñas del mundo una muñeca distinta, con curvas de mujer adulta y… ¡qué mujer! Con peinado a la moda, piernas larguísimas, pecho en V y mirada maquillada como Elizabeth Taylor en Cleopatra. Y con profesión. Aquella muñeca no era una mujer objeto como las ‘amitas de casa’ de la publicidad postbélica. Podía ser médico, profesora e, incluso, astronauta, cuando aún faltaban décadas para que una mujer tripulara una nave espacial.
Entonces, Barbie ya lo hacía. Barbie rompía tabúes, aunque durante un tiempo fuera tachada de promover cánones de belleza inalcanzables y valores superficiales de una falsa vie en rose . Sin embargo, la historia de su creadora no fue precisamente de color rosa. Ruth Handler , la mujer a la que debemos en primer término el éxito sin precedentes de la película que lleva el nombre de su mítica y fantástica alter ego de plástico, tuvo una vida inspiradora, pero también difícil y triste.
La película Barbie ha recaudado, en su primer fin de semana en las pantallas, 382 millones de dólares y ha convertido a Margot Robbie y a Ryan Gosling en dos estrellas imitadas por millennials y centennials que acuden en tropel a los cines vestidos de rosa y con la melena oxigenada, haciendo de este verano una fiesta pastel, tan divertida como vintage, tan surrealista como ‘infantiloide’, tan contradictoria como reivindicativa, tan amable como mercadotécnica. No obstante, pocos recuerdan que la mujer que torneó el cuerpo de la ‘Margot Robbie de juguete’ y que le dio el nombre de su propia hija, Bárbara, hizo un camino tortuoso.
A la vez que obraba el sueño de millones de niñas, el éxito de Handler quedaría eclipsado por los tribunales —fue condenada por delitos fiscales y expulsada de su propia compañía— y por el cáncer de mama. Levantó un imperio, Mattel, y luchó por liderar un mundo, el industrial, dominado por los hombres, como todos en aquella conservadora y puritana América. Y cuando le diagnosticaron la enfermedad y le practicaron una doble mastectomía, lejos de arredrarse, decidió aferrarse a la vida, a su feminidad y a su capacidad inventiva: ella, que había trabajado con distintas síntesis de polímero para sus juguetes, desarrolló las primeras prótesis mamarias de la Historia.