No hay ni rastro de vida en estos rincones porque, sencillamente, es imposible. Hay lugares en el mundo en los que los seres vivos no han conseguido abrirse paso, por sus condiciones extremas, y estos peligros, combinados con su belleza, hacen que sean muy atractivos para los turistas... aunque solo puedan acercarse a ellos con cierta distancia y tiempo limitado. Dos de los lugares más misteriosos del planeta son la depresión de Danakil, en Etiopía, y el Pozo de Darvazá, en Turkmenistán.
El primero, impresionante por sus tonos verdes, se extiende sobre un cráter volcánico colmado de sal y en la zona se registran altísimas temperaturas y una gran emanación de gases tóxicos, mientras que el segundo, también conocido como “la puerta al infierno”, una antigua prospección de gas ubicada en el desierto de Karakum, que tiene treinta metros de profundidad y setenta de diámetro y su fuego nunca se apaga, lleva ardiendo desde 1971.
Otro escenario que parece sacado de una película es la Costa de los Esqueletos, en Namibia, donde se producen densas nieblas oceánicas que han provocado centenares de naufragios —algunos apuntan a que la cifra podría rozar el millar—, convirtiendo esta enorme playa desierta en un inmenso cementerio de barcos entre las dunas.
Como un espejismo, creando una ilusión óptica de espejos infinitos en el Salar de Uyuni, en Perú, es el mayor desierto de sal del mundo con una superficie de 12.000 kilómetros cuadrados. Otro lago salado, pero con unas aguas extremadamente peligrosas y de color rosa, se encuentra en el Gran Valle del Rift, en Tanzania, donde los animales que se acercan, por equivocación, terminan petrificados. Por último, sin rastro de agua y con las temperaturas más altas del mundo, está el famoso Valle de la Muerte de California, cuyo récord está en 57 grados centígrados.