Cuando Marta Chávarri estaba mejor y más feliz, llegó la peor de las noticias. Planeaba celebrar su 63º cumpleaños el uno de agosto, irse de vacaciones al campo con su familia y estaba llena de ilusión y alegría… pero no pudo ser. La que fuera una reina de corazones (muy a su pesar) a finales del pasado siglo, se fue de manera inesperada y en silencio; de la misma forma en la que eligió vivir las últimas décadas, aunque dejándonos de recuerdo su sonrisa.
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Después de casi treinta años a la “sombra” y una vida con muchos picos de tristeza y dificultades, sus últimas apariciones fueron por motivos muy felices: la boda de su hijo, Ávaro Falcó, con Isabelle Junot y el nacimiento de su nieta Philippa, que vino al mundo el 11 de junio en Madrid.
Quería celebrar su 63º cumpleaños el uno de agosto e irse de vacaciones al campo con su familia, para disfrutar de su papel de abuela
Su gran reaparición tuvo lugar el 2 de abril de 2022. Marta regresaba al palacio Marqués de Mirabel, en Plasencia, un lugar lleno de recuerdos: fue allí donde celebró su boda con Fernando Falcó, marqués de Cubas. Cuatro décadas después de su “sí, quiero”, la novia se había convertido en una elegante madrina en el enlace de su único hijo, Álvaro Falcó, IV marqués de Cubas.
Volvía a sonreír
Acompañó al novio en su camino hacia el altar, con un diseño de alta costura de Tot-Hom azul, un tocado a juego y un collar de perlas de cinco vueltas; se fotografió en familia; bailó con los recién casados y hasta con su consuegro, Philippe Junot , el tema These Arms of Mine, de Otis Redding… De alguna forma, fue su regreso y su despedida. Una gran puesta en escena que vivió “muy feliz”, como contó a ¡HOLA!, testigo de las celebraciones.
Su última imagen, en la boda de su hijo Álvaro Falcó con Isabelle Junot: el 2 de abril de 2022 hizo su gran reaparición como madre y madrina y también fue su despedida
Estaba guapa y volvía a sonreír, como se pudo ver en las imágenes que publicamos en exclusiva… Un gesto que repetía con el nacimiento de su nieta. Siempre huía de la prensa o, sencillamente, bajaba la cabeza ante los focos, pero el 14 de junio, tras convertirse en abuela, miró sonriente a las cámaras por última vez y confesó sentirse “muy bien”, muy contenta, añadiendo que su nieta estaba “guapísima, guapísima”. Es “una bebé maravillosa”.
La última merienda
Philippa fue el mejor regalo de su vida. Marta estaba pletórica y encantada con su papel de abuela. Según su círculo, disfrutó de días muy felices que recordaron, en cierta manera, a su alegría contagiosa de otros tiempos. A una Marta joven que se comía la vida a bocados y creía en un destino feliz.
Para el recuerdo de algunas de sus amigas y de su familia, quedará para siempre la última reunión “social” que organizó hace unas semanas. Quería que su pandilla de chicas de toda la vida conociera a su nieta y las invitó a una merienda para poder presentarles a Philippa. Pensaba repetir, pero la vida ya no le dio más tregua.
Murió en su casa, su hogar, su refugio y su mundo, el 21 de julio. Estaba sola, pero así era como quería vivir, independiente, a su aire, aunque sabiendo que tenía a toda su familia pendiente de ella. Lo que más le gustaba en el mundo eran las visitas de su hijo Álvaro , quien almorzaba con ella casi a diario, al igual que su nuera, Isabelle, con la que tenía una relación extraordinaria.
Seguía haciendo collages con cartulinas de colores y, aunque no le gustaba mucho salir de casa, siempre daba su paseo diario con su hermana Isabel
Se levantaba tarde y llevaba una vida muy ordenada. No le gustaba mucho salir —muy de vez en cuando quedaba a almorzar—, aunque daba un paseo todos los días con su hermana Isabel, su otra mitad. Tampoco perdonaba su cita en la peluquería, aunque ya no se sentía con mucha energía para ir al gimnasio.
No le gustaba cocinar, pero sí leía y sobre todo alimentaba su alma de artista pintando. Le encantaba trabajar con colores y pasaba horas haciendo collages con trocitos de cartulinas, que iba regalando a toda su gente.
Del ‘infierno’ a la paz
Según su círculo más cercano, le encantaba la vida que había elegido lejos de los focos. Nunca había buscado la fama, nunca quiso ser protagonista de la crónica social y aquellos años fueron “un infierno” en muchos sentidos. Por eso decidió desaparecer, hacerse invisible y lo consiguió. Se alejó radicalmente de la vida social, buscó refugio en los suyos —cerró su círculo al mínimo— y pudo recuperar el anonimato. Durante años, vivió en la sombra y tan solo hizo apariciones puntuales. Las últimas, como apuntamos anteriormente, muy felices.
Quería vivir sola en su casa, pero su hijo se ocupaba muchísimo de ella, almorzaban juntos casi a diario y fue una persona muy querida por todos, hasta el último día
Sus amigas coinciden en que no fue bien tratada por algunos medios, que pagó un coste personal altísimo y que, tras pasar por momentos muy difíciles, era una persona herida. El primer golpe fue la muerte de su madre, cuando tenía 19 años. Como hija mayor, tuvo que ocuparse de sus hermanos y lo hizo con una entrega que nadie ha podido pasar por alto. Por eso, su dedicación y su apoyo a todos ellos, o el cómo ayudó a su hermana Isabel cuando nacieron sus hijos prematuros, Miguel y Marta Rosillo, en 1983, estuvo muy presente durante las horas en las que fue velada en el tanatorio de La Paz, en Tres Cantos (Madrid), por su familia y sus amigos.
La tragedia
También marcó muchísimo su vida la foto publicada en Interviú en 1989, semanas después de que se descubriera su relación con Alberto Cortina, estando todavía casados (ella con Fernando Falcó y él con Alicia Koplowitz), durante la escapada que hicieron a Viena. Fue el mayor “atentado” contra su intimidad y dañó muy seriamente su imagen social y su reputación. “La dejó arrasada. Por ella y por el daño que causó a su familia”, apunta a ¡HOLA! una amiga suya, que la define como una mujer de “enorme corazón y muy querida por todos”.
Y el destino todavía le reservaba una tragedia: la muerte de su hermano Álvaro, que falleció en un accidente de moto en 1991, a los 28 años. También, muchos años después (febrero de 2013), un grave accidente doméstico. Marta sufrió una caída en el baño de su casa que desfiguró parte de su rostro: se rompió la mandíbula (tuvieron que ponerle una prótesis de titanio) y fue operada de un ojo. Otro golpe para su ánimo que la llevó a aislarse todavía más.
Era ahora cuando, habiendo dejado atrás su depresión , la mujer que protagonizó la crónica social de los años 80 y 90 volvía a estar ilusionada y con ganas de hacer planes.
Su muerte ha dejado a su familia devastada y a su hijo Álvaro, que la adoraba, roto de dolor y huérfano ya de padre y madre.