Las bombas atómicas que el 6 y 9 de noviembre de 1945 cayeron sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki cambiaron para siempre la historia. Christopher Nolan rescata ahora para el cine la vida de Robert Oppenheimer, que estuvo detrás de este capítulo que marcó el principio de un nuevo orden mundial. Un hombre que fue más allá de la física teórica para crear un arma que acabaría devorando su conciencia y que se enfrentaría a la gloria, el ostracismo, la depresión y una turbulenta vida sentimental. De Oppenheimer ha transcendido su obra, pero en estas líneas repasamos su lado más personal y quizá más desconocido. Así era el hombre que se escondía tras el arma más peligrosa conocida.
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La poesía, su otra pasión
Robert Julius Oppenheimer nació en Nueva York el 22 de abril de 1904, de padre judío alemán, instalado en Estados Unidos desde finales del siglo XIX, y de madre artista. Tenía un hermano Frank. Fue físico teórico, filósofo y profesor de física en la Universidad de California en Berkeley antes de embarcarse en el Proyecto Manhattan que desarrollaría la bomba atómica. Era un apasionado de la literatura y sobre todo le gustaba leer poesía (lo refleja Kai Bird, autor de su biografía).
Muy inquieto intelectualmente, estudió varias lenguas como el italiano (para leer a Dante en su versión original) o el sánscrito, para leer los versos del texto hindú de Bhagavad-Ghita. De este texto sagrado tan importante para el hinduismo, reprodujo precisamente unas palabras tras la primera prueba que hizo en Nuevo México en julio de 1945 de la bomba letal. “Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”. Una predicción que desgraciadamente se haría realidad meses después.
El científico, a pesar de que ser considerado como héroe tras la Segunda Guerra Mundial, siempre mostró un gran pesar por las víctimas inocentes que había provocado su trabajo. Ocupó el cargo de asesor jefe en la Comisión de Energía Atómica de Estados Unidos que se creó tras la Segunda Guerra Mundial y, desde allí, abogó por el control internacional del poder nuclear. Sus mensajes se dirigían a evitar la proliferación de armamento nuclear y frenar la carrera armamentística entre Estados Unidos y la antigua Unión Soviética. Un prestigio profesional que se vio truncado en los años 50, cuando la persecución del comunismo en Estados Unidos estaba en su punto álgido. Se le acusó de comunista, se le retiraron sus pases de seguridad y se le sometió a un duro juicio en 1954.
Continuó escribiendo y dando conferencias sobre física, aunque ya sin ninguna influencia política. Nueve años después de aquel escarnio público, John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson rehabilitaron su figura con la concesión del Premio Enrico Fermi. El 18 de febrero de 1967 fallecía a causa de un cáncer y sus cenizas eran esparcidas en el mar frente a su casa en St. John, en las Islas Vírgenes, un área conocida ahora como "playa de Oppenheimer".
La mujer que no quiso casarse con él
Para entender las acusaciones que pesaban sobre él por comunismo hay que rescatar la figura de su hermano pequeño Frank, también físico y que sí estuvo afiliado a dicho partido y con quien Robert acudió en su juventud a diversas protestas sindicales. Cuando se vio candidato al proyecto del gobierno para desarrollar la bomba atómica, Robert aseguró que estaba tratando de cortar todos los lazos con quienes compartían estas ideas (sus amigos de la universidad habían simpatizado con esta ideología). Pero la investigación que se hizo sobre Frank, que admitió su ideología, redobló las sospechas sobre Robert.
Hay que mencionar en este sentido a una de las mujeres que formó parte de su vida, Jean Tatlock, hija de un profesor de literatura inglesa en Berkeley, diplomada en psiquiatría y física, que mantuvo una tormentosa relación con Oppenheimer desde 1936. Ella sí fue miembro activo del Partido Comunista y muy comprometida con la causa de la República Española, con la que colaboraba recaudando fondos. Su relación estuvo marcada por los episodios de depresión que ambos padecían y por los rechazos que sufrió Oppenheimer cuando le pidió matrimonio. Jean le dijo que no hasta en dos ocasiones, motivo por el que finalmente acabaron rompiendo en 1938. Aunque dos años después Robert se casó, parece que siguió teniendo encuentros secretos con Tatlock durante su matrimonio. Jean Tatlock acabó con su vida en 1944 cuando tenía 30 años.
Fue ese mismo año cuando Oppenheimer daba la bienvenida a su segunda hija, a quien el destino uniría años más tarde con Tatlock en una trágica coincidencia que contaremos dentro de unas líneas. Robert se casó con Kateherine, conocida como Kitty, en 1940. Su mujer, que había estado casada en tres ocasiones anteriores, fue un gran apoyo para el físico durante el Proyecto Manhattan y parece que a ella le consultaba cuestiones relativas al trabajo. Era licenciada en botánica y trabajó como técnica de laboratorio en Los Álamos. Tras dejarlo, organizaba encuentros con las mujeres de los científicos. Se enfrentó junto a su marido al tribunal en 1954 y juró lealtad a los Estados Unidos durante el proceso. Tras la muerte de su marido emprendió un viaje con un amigo de la familia Robert Serber durante el que falleció (en 1972).
Robert y Kitty tuvieron dos hijos, Peter (1941) y Katherine (1944), conocida como Toni, que se formó en estudios literarios. La hija de Oppenheimer hablaba tres idiomas y en 1969 aspiró a un puesto de traductora en las Naciones Unidas. La sombra de su padre sin embargo llegó hasta ella y un informe desfavorable, en el que se rescataban las sospechas que recayeron sobre él, acabó con sus aspiraciones. Rechazada por la organización la joven, de ahí la terrible coincidencia con la que fue amante de su padre, puso fin a su vida en 1977. Tenía solo 33 años.