Ferran Adriá es mucho más que un cocinero, es un revolucionario para el que no existen los límites, al menos gastronómicamente hablando. Quizás nunca imaginó convertirse en uno de los mejores cocineros del mundo ('El Bulli' fue elegido hasta en cinco ocasiones como el mejor restaurante del planeta) pero ahora que lo es ¿por qué no explotarlo y seguir experimentando con los productos para intentar hacer los platos más rompedores?
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Su cabeza es como una olla a presión, en continua ebullición a la que a veces tiene que poner freno para coger perspectiva, como cuando decidió cerrar El Bulli en 2011 porque le dijo un día el prestigioso chef francés Joël Robucho "hay que saber cuándo cambiar" y él pensó que había llegado el momento.
Trabajaba 18 horas al día, sus camareros y cocineros, que un día fueron solteros, comenzaron a formar sus familias y él, lejos de retirarse convirtió su restaurante en una Foundation con el lema 'Libertad para crear' ”convirtiendo sus antiguas cocinas en un "laboratorio" gastronómico, el mismo en el que hace un mes se inauguraba también elBulli1846, un lugar que, según se explica en su web, es “un museo para reflexionar sobre el conocimiento, la innovación y la historia de El Bulli, cuyas instalaciones recorrieron ayer la princesa Leonor y su hermana, la infanta Sofía, quienes sienten verdadera admiración por el Tres Estrellas Michelin. En 2014 ambas acudieron con sus padres a la exposición Ferran Adrià. Auditando el proceso creativo, que albergaba el Espacio Fundación Telefónica y cuya entrada era gratuita.
Natural del barrio obrero de Santa Eulalia en Hospitalet, e hijo de un estucador y una peluquera, Ferran no ha olvidado nunca de dónde viene ni esa humildad que le hace ser un ser extraordinario. Viste de negro porque se cansó de usar la chaquetilla blanca y en ocasiones se traba al habar porque su pensamiento va más rápido que sus palabras.
La primera vez que entró en unas cocinas fue para fregar platos para poder pagarse un viaje a Ibiza y con 22 años, concretamente en 1984, tal y como informa El País pisó El Bulli por primera vez, con un aspecto muy diferente al de ahora, melena afro y camisas estrambóticas. Tres años después, él y su amigo, Juli Soler, fallecido en 2017 tras una larga enfermedad, se hicieron con el restaurante llevándolo hasta su máximo esplendor.
Forofo del Barça - si hay algo que le hubiera gustado ser si no hubiera sido cocineros hubiera sido futbolista-, no fue nunca a la Universidad, aunque ha impartido un curso en la Universidad de Harvard y cuenta con cuatro honoris causa en las universidades de Aberdeen (Escocia), Barcelona, Valencia y Montreal (Canadá), no tiene carnet de conducir y lleva una vida tan discreta y normal, que no le preocupa ir caminando de un lado para otro a los sitios, pues difícilmente le reconocen.
Vive a caballo entre su apartamento situado en la Plaza de España de Barcelona y cap de Creus, sede de la Bulli Foundation y lleva casado desde 2002 con Isabel Pérez Barceló, vocal de la mencionada foundation, y su fiel escudera. Le acompaña allá donde va y ejerce de traductora ya que él solo habla español y catalán. Nunca han tenido hijos, pues la conciliación familiar era difícil en un trabajo como el suyo. “Pensamos en tener hijos, pero tuvimos que decidir. Mi carrera era muy exigente” declaraba el chef en una entrevista en Vanitatis.
De gustos austeros, Ferran, que ha elaborado decenas de enciclopedias bautizadas como 'Bullipedias' en las que explica muchas de las técnicas que le llevaron a consagrarse como uno de los mejores chefs del siglo, nunca ha alardeado de lo que tiene o deja de tener, y eso, sin duda, es una de las cosas que más le hacen brillar por encima de sus estrellas.