París era una fiesta. Nunca antes un desfile de moda había provocado tanto interés. Ni tantos cortes de circulación, efectivos policiales en las calles ni decenas de helicópteros sobrevolando las mansardas de la Ciudad de la Luz. Porque, quizás otra cosa no, pero de pasarelas y alta costura, en la Citè saben un rato largo y de semanas de la moda con toda la industria tomando las calles de la ciudad, pues oye, también. Y dos veces al año mínimo. Pero esta ocasión era diferente. Y llamativa. Muy llamativa. Y la expectación, máxima. Primero, porque tenía lugar en la edición de moda masculina que, está muy bien, que se lo digan a Florencia con la Pitti Uomo, pero, seamos claros, la ropa de caballero no mueve ni el dinero ni el espectáculo que la femenina.
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Segundo porque, si bien, las grandes Maison de Couture ocupan habitualmente recintos emblemáticos de la capital francesa para mostrar sus colecciones, estos suelen ser espacios cerrados, más controlables en todos los sentidos confiando su magnificencia en la grandeur de su arquitectura ya, de por sí, incontrolable. Sin embargo, en esta ocasión, el Pont Neuf, la arteria más antigua del corazón de París, se convertía en la pasarela perfecta sobre el Sena para hacer desembarcar a modelos e invitados. Quinientos siglos de historia a la sombra del Hotel Cheval Blanc y con la Torre Eiffel al fondo para -y así llegamos al tercer punto- exponer al mundo los diseños de un... debutante. Porque efectivamente, así era. La centenaria Louis Vuitton dejaba las bridas de sus caballos en manos de un director creativo que, ¡oh mon Dieu! era un recién llegado a la industria: Pharrell Williams.
Que Pharrell Williams ha llegado a la cumbre de todos los Tourmalets que se ha propuesto es una obviedad, pero debutar entre hilos y botones en una Casa legendaria del tamaño, la historia, la influencia y la maquinaria de Louis Vuitton, perdónenme, pero son 127 puertos de montaña colocados uno encima uno del otro multiplicados por la distancia de la Tierra a la Luna al cuadrado y por 3,14, el número Pi, ya saben. Lo que pasa es que lo de Pharrell tenía truco. ¿Cómo? Pues que Pharrell no era ni un desconocido ni en neófito para la Firma. Así lo relataba hace cuatro meses, su CEO y Presidente Pietro Beccari, cuando el nombre del rey Midas de la música saltó a los titulares de la prensa internacional como nuevo “sastrecillo valiente”: “Estoy muy contento de ver a Pharrell de vuelta en la Maison como director creativo masculino, tras las colaboraciones de 2004 y 2008. Su visión creativa más allá de la moda sin duda conducirá a Louis Vuitton hacia un nuevo capítulo decididamente emocionante”.
Porque el rapero, empresario y filántropo, por describirlo de alguna manera, no solo conocía los oropeles color chocolate de la Maison desde el front row de la pasarela, de la que ha sido un sempiterno admirador, sino que, tal y como recuerda Beccari, había echado un ojo desde dentro al engranaje de este mecano del lujo y del buen gusto. A decir verdad, de este y, perdón, de otros. De paracaidista en este universo fashionista, nones. En marzo, hizo un colección cápsula para Chanel de tintes urbanos, de hecho, ya había puesto música a algunos de sus desfiles y su colección para Adidas y su edición limitada para Moncler, con siete chaquetas modelo Maya, sirvieron para que los italianos celebraran su 70 aniversario…
De ahí que, su nueva andadura, no es que hubiera tenido que pillarnos por sorpresa, no; lo que pasa es que solventar con éxito este salto suponía o que nos encontrábamos ante un nuevo hombre del Renacimiento que estaba a punto de tocar el cielo en un doble carpado con tirabuzón o ante un bluff a punto de desinflarse con escarnio público mundial… Porque, aún no se había visto su propuesta. Fue esta semana pasada, ese día de caos en París cuando la vimos: 71 modelos cruzando el damero dorado -con el que se había enmoquetado el famoso puente sobre el Sena- vestidos con una revisión del patrón Daimier, convertido ahora en un estampado camuflaje digital con el que el americano, no solo reivindicaba la cultura y el black power, sino que canonizaba el hip hop. “Una nueva era”.
Varias biblias de la moda coincidieron en esta idea para ilustrar, al día siguiente, lo que había ocurrido en la capital francesa. Porque el cantante y productor daba la vuelta a la marca de lujo más lucrativa del mundo y demostraba que la street culture ha llegado para dominar el mundo, incluso, el de los grandes salones de arañas de cristal. Algo en lo que, Virgil Abloh, su predecesor y antiguo colaborador de Kanye West, ya había dado sus primeros pasos, todo sea dicho. El de Virginia rubricaba el mismo camino con los suyos y casi lo asfaltaba con un desfile efectivo: yendo a lo seguro en cuestión de diseño y haciendo una exhibición músculo, si hablamos de marketing y comunicación. Beyoncé, JAY-Z, Rihanna, A$AP Rocky, Zendaya, Lewis Hamilton, Kim Kardashian, LeBron James, Tyler the Creator, Jared Leto, Megan Thee Stallion y Omar S, entre otros, se sentaron en primera fila para apoyar a su amigo, no sin antes pasearse por los alrededores con la primicia de los estilismos diseñados por él. El mensaje estaba claro: las estrellas del cine, la música y hasta el deporte me pertenecen.
Pero vamos a lo mollar, ¿cómo eran esos diseños? Pues Williams se centró principalmente en la sastrería, con prendas de corte más atemporal en comparación con los looks extremadamente holgados que caracterizaba el Louis Vuitton de Abloh, y con diseños workwear, denim, siluetas pijameras… Su actitud como nuevo dandi -con bolso de un millon de dolares, gafas de brillantes y reloj extrafino- quedaba plasmada en cada una de sus propuestas. Chaquetas de cuero cuadradas, blazers que se recortan hasta la cintura y abrigos largos de inspiración militar estampados por el nuevo “Damoflauge” al tiempo que las iniciales de la Maison se convirtían en el emblema de una nueva cultura: LVERS.
En fin, que Williams conseguía la aprobación absoluta de un público, que vibraba al ritmo de JOY, el leitmotiv del desfile que sonaba al ritmo de las luces que se proyectaban en el cielo. Una puesta en escena perfecta, digna de un ganador de trece premios Grammy, candidato dos veces a un oscar de la Academia, tanto por su canción Happy como por coproducir The Right to Count, de 2016, nominada ese año a Mejor Película.
Pero, y ese derroche creativo, ¿de dónde viene? Los genios no tienen explicación, por eso lo son, básicamente. Y con Pharrell Lanscilo Williams, que así vino al mundo un 5 de abril de 1973 en Virginia Beach (Virginia, EE UU), se puede decir que estamos ante uno de ellos porque, con 50 años, ya ha dejado un huella indeleble en el arte del siglo XX y XXI como uno de los artistas más innovadores y premiados del R&B, como productor musical y hasta como creador de cosméticos.
Pharrell es el mayor de tres hermanos del matrimonio entre Carolyn Williams, maestra y doctoranda en Educación y Pharoah Williams, empleado de mantenimiento. Se crió en Virginia Beach, donde acudió al Princess Anne High School, época en la que formó parte de un grupo musical junto con su amigo Chad Hugo y, años después, crearían The Neptunes, que convertirían al dúo en uno de los más grandes productores de hip hop y R&B de la primera década de los años dos mil, trabajando junto grandes estrellas como Justin Timberlake, Gwen Stefani y Madonna. A finales de los noventa, junto con el baterista Shay Haley, fundaron también el grupo musical N.E.R.D. con Williams como solista. El artista, que se inscribió en la universidad de Northwestern, en Evanston (Illinois), acabaría dejando la carrera a los dos años para perseguir su carrera musical, llegaría N.E.R.D. en 2002, su primer álbum, In Search of… y ... lo demás, ya es historia.
Una historia marcada por el éxito y un olfato para los negocios que ni un perrillo trufero. Solo un ejemplo: en 2017, él y sus padres emprendieron The Williams Family Kitchen, un proyecto que arrancó con ellos creando y vendiendo recetas familiares en los supermercados Dean & DeLuca para así darle a su padre, un experto en la cocina, su momento para brillar. Hoy es un emporio. ¿Quieren otro? Pharrell es un importante activista en causas como la sostenibilidad. En 2014, se convirtió en director creativo de Bionic Yarn, una empresa de ingeniería de materiales que transforma plásticos del océano en tejidos para confeccionar ropa. La empresa recoge residuos plásticos de las costas y, a través de un largo proceso de tratamiento, los convierte en hilos de polímero, material con el que confeccionan nuevos textiles para marcas de gran importancia como H&M, Timberland o G-Star Raw.... Pues no seguimos, que ya es para cogerle hasta manía...