Lo suyo no es, ni por asomo, ser una “hija de”. De hecho, su vida ha sido una continua huída hacia adelante. No del quién es efectivamente, pero sí del quedarse tan solo en ese nombre y ese apellido sin evolucionar, por qué no, hacia otra cosa. Y no porque Amaia Arguiñano tenga complejo de Electra. O porque reniegue del apellido o de sus orígenes. O porque se sienta sea un verso suelto en su familia a la que ama por otra parte, sino precisamente por todo lo contrario. Porque buscaba autoafirmarse. Porque, sencillamente, estando feliz en su zona de confort, le apetecía vivir unos años incómoda y ver mundo. Fin.
Ahora, cuando esta guipuzcoana se ha convertido en madre, y tras haber disfrutado primero, y padecido, después, la vida de aeropuerto, el despertar en una ciudad y acostarse en otra, el dar la vuelta al mundo varias veces y formar parte de un equipo internacional en el que su apellido es uno más, ha vuelto a casa. Y ha regresado a los orígenes. A las raíces, nunca mejor dicho. Y es que hasta hace unos añitos, la benjamina del clan hostelero por excelencia de nuestro país se dedicaba a las motos. Al motociclismo de élite para ser exactos. Durante seis años, trabajó en el equipo AGR Team.
Después, cuando hubo que asentar la cabeza, se puso al frente de la bodega familiar y, ahora, es una gerente de éxito. Tanto como que, la semana pasada, al cierre de la edición de papel de ¡HOLA! que, por eso, no tuvimos tiempo a introducir ese dato, se publicaron los resultados del prestigioso concurso mundial de vinos de la revista Decanter y su Kaiaren16, del que se ha producido poco más de 6000 botellas, obtuvo puntuación de 96 puntos. O lo que es lo mismo ¡la medalla de Oro! Con sus otros dos caldos, K-Pilota y K5, a la zaga por muy corta distancia.
Amaia Arguiñano es una de las protagonistas del número de esta semana de nuestra revista. La descubrimos en el que es su hábitat: los viñedos de la bodega Bk5, un paraíso verde en las montañas frente al Cantábrico, a 30 kilómetros de San Sebastián. En Aia. Un vergel donde, pese a ser propiedad de una de las familias más conocidas, populares y queridas de nuestro país, ella pasa totalmente desapercibida porque, como los caseríos que circundan su propiedad, su familia también forma parte del paisaje.
Amaia nació en Zarautz —el pueblo natal de su madre, Luisi Ameztoy— hace 35 años, es la sexta de siete hermanos, está casada, es madre desde hace un año y, sobre todo, es una mujer fuerte y decidida. Cuando era adolescente trabajaba los veranos en el restaurante y en el hotel que su familia regenta desde hace más de cuatro décadas, pero pronto supo que quería caminar otra senda más allá de la restauración. Decidió estudiar Ingeniería técnica Mecánica en Mondragón y, después, un grado Superior licenciándose finalmente en Ingeniería Industrial con especialidad en Materiales.
Nos lo contaba ella misma en la entrevista. De su amor por las matemáticas y la física y también de sus recuerdos de verano echando una mano en casa. “Yo ya sabía lo que era trabajar en hostelería, ya que desde pequeña lo he visto en casa y los veranos me tocaba echar una mano. En aquella época me parecía muy duro trabajar cuando mis amigos tenían fiesta y por eso decidí que quería ir a la Universidad para poder trabajar en otro lugar con otro tipo de horario y calendario, además me divertía mucho estudiar ciencias”.
Pero retomemos donde lo habíamos dejado ¿Le pesaba el apellido Arguiñano? ¿ha vuelto a las raíces o es que pese a que uno se marche de un lugar, éste no te abandona nunca? Y, otra cosa, ¿Por qué el vino? ¿Qué sabía ella de vino para cambiar bujías por uvas? Amaia es taxativa con la primera de las preguntas. “No me pesa el apellido. Yo no tengo que demostrar que cocine bien o cuente los chistes como él, cada uno es diferente y siempre nos han enseñado en casa que tenemos que ser como somos y no tenemos que imitar a nadie. Seguramente la gente tenga alguna expectativa sobre mí, pero eso no me importa”. Es más. Sucede todo lo contrario, Amaia encuentra en su padre eso que la complementa. “Para mí, mi padre es un gran apoyo, yo soy bastante nerviosa y exigente y me frusta cuando algo no sale como había imaginado. Él siempre me transmite su confianza, su positivismo y me recuerda que estamos haciendo lo mejor que podemos”.
Pero ¿no ha sido una rémora? Cuántas son las historias -reales o de ficción- que nos cuentan la dificultad del hijo por brillar fuera de la sombra alargada de un padre famoso, con una personalidad tan acusada y un carácter arrollador… Acordémonos de Postales desde el filo por ejemplo. Amaia no reniega, sin embargo, de nada. “Mi infancia fue en Zarautz, por lo que me he relacionado con la gente del pueblo y en ningún momento me he sentido diferente o especial por tener un padre famoso. Mi padre tuvo una oferta muy buena para ir a Madrid a trabajar, pero decidieron quedarse en el pueblo aunque tuviesen que trabajar más para sacar adelante a toda la familia. Si hubiesen decidido aceptar la oferta, seguramente tendría una infancia muy distinta, pero por suerte, se quedaron en Zarautz”.
Y lo cierto es que, pese a que Karlos Arguiñano es una figura fundamental de la televisión de los últimos 40 años, su vida privada o, mejor dicho, familiar, se ha mantenido fuera de foco. Tanto es así que Amaia era, hasta aparecer en nuestras páginas satinadas, casi una desconocida aunque ahora, desde este miércoles, aparezca en decenas de páginas web en donde se hacen eco de nuestra entrevista y su sorprendente cambio de vida profesional, su belleza serena y su mirada inteligente. Como la de su padre. Éso, lo de no haber aparecido en medios, cómo se consigue. Amaia también tiene explicación. “Supongo que no llamando mucho la atención en el día día, juntándonos con la gente de toda la vida. En resumen: haciendo vida “normal”. Por supuesto, y muy importante, siempre hemos vivido en un pueblo pequeño que, creo, tambien ayuda”.
El motociclismo ha sido su modo de vida profesional durante sus años de soltera, pero los años pasan -y pesan- y la idea de dejar la velocidad comenzó a dar vueltas por la cabeza de Amaia también a 100kh. “Las caídas, algún viaje demasiado largo, las esperas en los aeropuertos…Ya no todo era la adrenalina de las carreras… Pero todo lo demás se me pasó muy rápido, estuve siete años cuando yo pensaba que iba a estar dos, tres años, y vuelta. Se me fue volando y cuando me di cuenta del tiempo que había pasado empecé a plantearme en cierta forma el futuro: ¿Qué quiero hacer con mi vida? ¿Quiero estar siempre viajando por el mundo, o quiero buscarme otra cosa y estar cerca de casa? Poco a poco, yo sabía que no quería pasarme toda mi vida en las carreras de motos. Y surgió la propuesta”.
La bodega necesitaba una mano firme, inteligente, responsable y de confianza. El puesto estaba casi diseñado para ella. Solo por una cosa. ¿Qué sabía ella de vinos? Ahora, la idea era atractiva a rabiar. “Era un reto para mí. Soy una foodie que disfruto mucho con la gastronomía y me encanta la naturaleza…. Tendría la suerte de “casi” vivir en una bodega en un sitio espectacular, estar al frente de un viñedo propio y la oportunidad de hacer un vino único”. Así que se inscribió en la Universidad de la Rioja en Dirección de Empresas Vitivinícolas, se licenció et voilà la magia: está al frente de una producción de 80.000 botellas anuales que salen de los viñedos donde cultivan la uva local, Hondarribi zuri.
“Un proyecto muy chulo, muy ilusionante. Tiene 15 hectáreas de viñedo y quince de bosque, en total 30. Todo está aquí, en Aia. Desde el principio se ha querido hacer el txakoli con la uva local al cien por cien y todo lo que elaboramos es con nuestra propia uva, no compramos nada. Para nosotros es muy importante la calidad”. Y sus caldos llegan a Japón, Australia, Estados Unidos, México, Polonia, Inglaterra… No estaba desencaminado su padre: “su llegada a la bodega ha sido como un soplo de aire”. Así es su papel en la bodega. Y ¿Su sueño? ¿Ese leit motiv que la despierta cada mañana y la incita a trabajar más y mejor? “Mi ilusión es que la gente disfrute bebiendo nuestros vinos, que sienta que está bebiendo un vino que se ha elaborado con mucha pasión y así nos permita ir experimentando más y seguir sacando vinos únicos e irrepetibles”.
En este momento, tiene tres txacolís en el mercado, K-Pilota, K5 y Kaiaren16, con los que precisamente, estas últimas semanas, antes de hacer este reportaje, se ha recorrido Estados Unidos. Y el mercado enloquecido y se ha “emocionado”. ¿Su favorito? “Un blanco mineral envejecido en botella”. Su K5, “que expresa el paisaje que le rodea”. Y es fascinante.