¿Les suena el nombre Luisi Ameztoy? No mucho. Ya. ¿Y si les dijera que es la mujer de Karlos Arguiñano ? Ahora, sí, ¿verdad? Pero, ¿Le ponen cara? No se preocupen. Efectivamente, la esposa del cocinero más conocido, popular y querido de la televisión es una desconocida. Sin embargo, “la capitana” como la llaman en casa, es una piedra angular en una de las familias hosteleras más importantes de nuestro país y, por sí misma, guarda una historia dura, sacrificada y también dolorosa que merece ser contada porque, sin ella, probablemente, y son palabras textuales de su marido en ¡HOLA!, “sin ella, nada habría sido posible”. La compañera de vida fiel del cocinero vasco desde hace 50 años, la matriarca del clan, no ha sido “la mujer que ha estado detrás del Gran Hombre”. En absoluto. En más de una ocasión, ella ha sido quien ha estado delante, al frente, batallando por sacar adelante una familia y un negocio cuando no siempre venían bien dadas e, incluso, llegaban con el soplo gélido de una galerna del océano.
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Serena, tranquila, sonriente. Nuestro fotógrafo Javier Salas le robaba unos minutos durante nuestro viaje relámpago a las bodegas Bk5, un mar de viñedos en las colinas que rodean San Sebastián desde las que se ve el profundo azul de Cantábrico. Y la captaba para ustedes porque, en un principio, nuestro objetivo era descubrir el paraíso vinícola de la familia Arguiñano. Entrevistamos a Amaia Arguiñano, la sexta de sus siete hijos, al frente del complejo viticultor y artífice de los últimos éxitos de la cava. De hecho, la premura del cierre de la edición de papel de ¡HOLA! nos impidió que publicáramos en el texto los resultados del prestigioso concurso mundial de vinos de la biblia de la enología, “Decanter” con el que su caldo más preciado, el Kaiaren16, obtenía una puntuación de 96 puntos. O lo que es lo mismo la medalla de Oro del certamen. También hablábamos con Karlos Arguiñano, la estrella, el bastión de proa del clan. De su relación con su hija, de su complementariedad, de su trabajo en común, de sus lazos paternofiliales, de cocina obviamente… pero Luisi estaba, como siempre, fuera de foco. Pero ¿qué ocurría sin embargo? Que aunque las preguntas iban dirigidas a padre y a hija, en cada respuesta, sobrevolaba una presencia, silente quizás o, mejor dicho, discreta, pero ineludible, fundamental, de hecho para entenderlo todo. Como si fuera la brújula que señala el rumbo y también piedra de toque que marca el camino. Era la de Luisi quien, a pesar de ceder el primer plano a su hija y a su marido, como escribía Ken Follet, es algo así como los pilares de la tierra. Esa amalgama de fortaleza, capacidad de resiliencia y entereza ante el dolor que permite que el coloso Arguiñano, en vez de pies de barro, los tenga de acero.
El año próximo, Karlos y Luisi cumplirán sus bodas de oro, medio siglo juntos. La vemos en nuestro reportaje brindando con su dorado txakolí que tantas alegrías les está tando. Formaba parte del acting, ok, pero su celebración de la vida es real. No es un brindis al sol, es una victoria. Vestida de rojo y blanco, con un favorecedor corte de pelo que no oculta su edad sino que le da la majestad y empaque, Luisi mira a cámara con decisión después de haber pasado unos últimos años en los que, en cambio, tuvo miedo. Por primera vez. Miedo a que todo su trabajo y su esfuerzo se desmoronara como un castillo de naipes. Como si su tesón inquebrantable no hubiera servido de nada. Ocurrió con la pandemia. Hoy parece cosa de un pasado lejano. Algo que creíamos insuperable pero que, sin embargo, ahora recordamos de manera somera, como si estuviera casi olvidado: la distancia social, el miedo al contagio, la pérdida de amigos y familiares. Miles los primeros meses… La vacuna se veía como algo casi de ciencia ficción y la nueva normalidad, la que vivimos hoy, no pasaba nunca.
Lo contaba Karlos Arguiñano en una de las pocas ocasiones en los que dejaba ver su intimidad. En televisión y serio como nunca lo habíamos escuchado antes. Como si viera que el bastón sobre el que se ha apoyado tantos años estuviera a punto de resquebrajarse. “Se nos está haciendo muy largo, esta historia está siendo dura de verdad. Luisi, mi mujer, no sale de casa por la pena. Me dice ‘tú sales mucho’”. Hablamos de diciembre de 2021 cuando nos azotaba la quinta ola de coronavirus y vivimos un tiempo de incertidumbre sanitaria y económica que parecía enfangarnos hasta tal punto que no sabíamos cómo ibamos a salir. O si saldríamos. El chef hablaba para el programa de TVE Dos parejas y un destino sobre la dificil situación de la hostelería en general y de su lucha en particular cuando llevaban once meses sin ver a sus nietos, pese a que vivían en la misma ciudad. Casi, en la misma calle. “Mi mujer ha sido capitana toda la vida” y los chispeantes ojos del cocinero tan dado al chiste y la broma se humedecían irrefrenablemente.
Luisi lo ha superado pero como tantas mujeres de su generación temió perder todo por lo que había luchado. Con tan solo nueve años, Luisi ya ayudaba a su madre a repartir pescado en su negocio. Y la suya parecía una historias de predestinación. Así lo contaba en una de sus pocas entrevistas. A El Diario Vasco: “Mi madre tenía una pescadería y rompió aguas allí mismo, fue a la calle Santa Marina y me parió allí” pero a diferencia del personaje de Peter Suskind, su vida fue una búsqueda de la luz aunque tuviera que ganarse con el sudor de su frente cada fotoelectrón. Pasó su infancia y su adolescencia trabajando entre pescados de la lonja para ayudar a su madre a sacar adelante a sus hermanos y, cuando cumplió los 15 años, viajó a Francia donde trabajó como au pair primero y limpiadora en un colegio con lo que ganar dinerito para mandar a casa. Esos duros comienzos como emigrante fueron esenciales para curtir el carácter de Luisi e incrementar su afán de superación. La universidad de la vida para hacer frente a todo lo que vendría después. Bueno y malo. Porque todo éxito también requiere asumir grandes riesgos y ella nunca se había arredrado. “Yo siempre he sido muy echada para adelante y nos arriesgamos. Trabajamos varios años muy duro y lo sacamos adelante. Eran los ochenta, vivíamos encima del restaurante... Eran momentos difíciles, debíamos mucho dinero, pero yo siempre he dado la cara”, contaba también en la citada entrevista en la que explicaba sobre cómo fue emprender y apostar por crear su primer restaurante.
Con 24 años, se casa con Arguiñano. Quizás sus caminos podrían haberse cruzado antes. Cuadrillas de la misma edad; ella, de Zarautz, él, de Beasain; muy pocos kilómetros de distancia los separaban… pero ella no había tenido la misma vida de otras adolescentes, de poder bailar en la plaza del pueblo en las fiestas de la patrona. Ella había trabajado de sol a sol sin fiestas de guardar. 24/7, como se dice ahora. “Cuando mis amigas se iban de vacaciones era cuando más trabajo tenía. Los domingos se abría la pescadería. Cualquier día de fiesta mientras las amigas disfrutaban yo tenía que trabajar y lloraba mucho”, contó.
Pero con Karlos su vida da un giro de 180 grados. Montaron su propio negocio y cuando el sueño tomaba forma, la vida volvía a darle un mazazo de esos de los que parece imposible que uno pueda remontar: el matrimonio perdía a los dos hijos que esperaba: “Los dos primeros se nos murieron, con siete meses se nos murieron los dos niños. Siete meses y nacieron muertos. Y mi mujer lloraba y lloraba, con razón, claro. Y yo animándola: ‘Tranquila, que tienes un pedazo marido, esto lo vamos a volver a intentar las veces que haga falta’. Y luego vinieron otros seis, y una que tengo adoptada, ya somos siete. Todos emparejaos, todos con hijos menos mi hija, que tiene pareja pero no tienen niños... y ahora me toca aprenderme los nombres”, confesaba Arguiñano, sobre las luces y las sombras de su vida, en una entrevista a El Hormiguero hace dos veranos.
Poco a poco, fueron saliendo de las penurias: a Karlos le ofrecieron trabajo en Madrid, pero ella dijo que de su tierra no se movía una vez más y, menos, con sus seis hijos mayores. Y su decisión fue primordial. Lo cuenta Amaia en nuestra entrevista. “Mi infancia fue en Zarautz, por lo que me he relacionado con la gente del pueblo y en ningún momento me he sentido diferente o especial por tener un padre famoso. Mi padre tuvo una oferta muy buena para ir a Madrid a trabajar, pero decidieron quedarse en el pueblo aunque tuviesen que trabajar más para sacar adelante a toda la familia. Si hubiesen decidido aceptar la oferta, seguramente tendría una infancia muy distinta, pero por suerte, se quedaron en Zarautz”.
Entonces, se obró el milagro: un productor de televisión descubrió la vis cómica del cocinero y su humor culinario se hizo programa. El dinero empezó a entrar y los negocios fueron cogiendo forma. Luisi aparecerá como socia o administradora en las empresas que comparte con su marido, como la Escuela de Hostelería Aiala SL o Irusta Gain. Al fin y al cabo, como reconocía Martin, uno de los hijos de la pareja en una entrevista para Check in News Córdoba, en Argentina, Luisi ha sido el secreto mejor guardado de la fórmula del éxito familiar.
“Nuestra madre ha sido el alma mater de toda la empresa desde el principio. Es ‘la jefa’, la que sostuvo toda la gestión cuando mi padre se fue a Argentina o cuando debía dedicarse casi de lleno a la producción de sus micros en televisión”.