El arranque de su novela te deja sin respiración. Como una bofetada. Un golpe seco. “¡Taf!”. Frío. Por momentos, hasta telegráfico. Absolutamente arrollador. Y qué difícil es contenerse y no reproducirlo tal cual, porque, en Delito, basta con esa primera página para que se te hiele la sangre y no puedas parar de leer. Porque sálvese decir que ese es el sueño de cualquier periodista, que el lector se enrede en tu historia, se enfangue y, placenteramente, sucumba anegado por el peso de tu historia. Carme Chaparro lo es. Periodista. Y de raza. Utiliza las teclas como un afilado bisturí para desmenuzar el alma humana. Y entre vísceras y tendones busca la piedra de la locura. O, mejor dicho, el interruptor del mal, ese clic que detona nuestros peores instintos. Que la pregunta sería: ¿qué convierte a una persona normal en una asesina?¿no les parece? Porque, ¿cuántas veces han oído en un telediario eso de “...era un vecino excepcional, que siempre saludaba en el ascensor. Cómo iba yo a imaginar que acabaría pasando a cuchillo a su mujer y sus hijos…”? Eso mismo es lo que obsesiona a esta mujer, que, un día, se puso a escribir de manera fortuita un cuento macabro y, hoy, se ha convertido en la reina del thriller en español.
Ganó el Premio Primavera de Literatura con su primera novela, No soy un monstruo, y, desde entonces, juega en sus libros con la culpa, la vergüenza y la violencia como lo haría una madre haciendo malabares con las naranjas del desayuno. Eso hace ella también. Con una mano escribe autopsias con la precisión de una forense, y con la otra, bate una tortilla francesa para la cena de sus hijas. Por ellas, por su bienestar y, especialmente, por su seguridad, se ha cambiado de casa. Con maravillosas terrazas de 180 grados, un vergel de plantas y flores, una escalera al aire que parece recién salida de un loft neoyorquino… Pero no era eso lo que buscaba. Carme Chaparro necesitaba desaparecer. Escapar de un acosador que, primero con amenazas en redes y después, físicamente, le hizo la vida imposible. Una década de vistas judiciales infructíferas y miedo. Mucho miedo. Presentadora de televisión, escritora de éxito, mujer y guapa, era, al igual que sus personajes de ficción, la presa perfecta para un delincuente. “Me he mudado de casa por él. La casa que van a ver los lectores de ¡HOLA! es consecuencia de un acoso terrorífico ”, nos descubre dejándonos boquiabiertos. De ahí su interés por que no se viera el exterior del edificio en las fotos, su preocupación por que no se pudiera identificar dónde vive. Pero rebobinemos y comencemos por el principio, aunque sea difícil con declaraciones como esta. Sientes cómo te tiemblan las canillas. Lean: “No podía permitir estar sentada en casa y recibir un mensaje asqueroso del tipo ‘te voy a cortar la lengua a cachitos y tu familia la va a recibir en una caja’”.
—Matar no es fácil... ¿Saltar la delgada línea del dicho al hecho o el proceso en sí, Carme?
—Todos mis amigos policías me lo dicen. Porque una cosa es fantasear. Lo típico: “A este me lo cargaría”, pero no es más que una expresión. Cuesta mucho. Y que el cuerpo humano no está diseñado para morir. Está diseñado para envejecer o morir de una enfermedad, pero no para que nadie te clave un puñal… Y luego está ejecutar el asesinato. Es muy difícil. Yo no lo he intentado nunca, conste (risas), pero sí que lo he estudiado mucho.
—Ya, pero se te cruza el cable y…
—No es un cable lo que se te cruza. Es la vida que te pone frente a algo. Yo lo pienso muchas veces: si alguien le hace algo muy malo a mis hijas y estoy en un juicio y lo tengo sentado en el banco de al lado, ¿podría contenerme? Me ha tocado contarlo mil veces en la tele. Padres sentados al lado de los violadores y asesinos de sus hijos... ¿Cómo no saltan? ¿Cómo no descargan la rabia? ¿Qué fuerza de la naturaleza se lo impide?
—Tú también abordas el dilema de las personas que, sin tener nada que ver en un delito, están bajo sospecha. Es decir, los familiares del criminal a los que “obligamos a retratarse”.
—¿Te acuerdas de un asesinato que hubo en Canarias, que un padre mató a sus dos niñas tirándolas al fondo del océano? Fue espantoso. Yo estuve allí haciendo un reportaje. Hablé con la exmujer, que era la gran víctima. Pero, luego, me encontré con otras dos personas a las que nadie consideraba víctimas y que, sin embargo, también lo eran: los padres de él, los abuelos, dos personas muy mayores en una comunidad cerrada que habían perdido a sus nietas. ¡A manos de su propio hijo! Imagínate el dolor. Se sentían culpables por haber criado un monstruo. Se preguntaban: “¿Qué hemos hecho mal?”. Y a eso súmale algo ineludible para un padre: era su hijo y nunca podrían dejar de quererlo. Por mucho que fuera un monstruo. A los padres siempre nos queda algo de ese instinto animal, biológico, sangre de mi sangre. En esta novela me interesaba analizar esa perspectiva.
—¿Por el estigma social?
—No hay nada más que ver la actualidad. ¿Qué me dices de dos jugadores de fútbol que están uno en la cárcel y otro, acusado de violación? Hemos puesto el foco en sus mujeres porque... son famosas. Pero estaría bien que también nos fijáramos en que esas mujeres también son víctimas. Míralo así: la persona a la que querían se ha convertido en un desalmado. ¿Le pueden dejar de querer?
—Siendo periodista, no tienes una mirada complaciente. Eres bastante crítica con...
—Lo que hago yo misma también, ¡ojo! Recuerdo que en el desfile de Lola Casademunt, en Cibeles, cuando salió Joana Sanz, fue sorprendente cómo toda la grada comenzó a aplaudirla intentando darle ánimos del tipo “olé tú, tú no tienes la culpa”... Y faltaría más, ¿no? Porque que lo piense cualquier mujer que nos esté leyendo: ¿qué pasaría si, de repente, un día, llega la Policía a tu casa y te planta todas las pruebas de que tu marido es un violador?
Fin de una trilogía
Delito es un punto de inflexión en la obra de Carme Chaparro. Un nuevo comienzo porque es la novela tras la trilogía de Ana Arén, hoy su salto a la literatura y hoy un tótem en la novela negra, porque es la primera protagonista, con una visión femenina y feminista en este género predominantemente masculino. Algo novedoso en castellano que, sin embargo, había explorado Agatha Christie: imposible olvidarse de la inglesa y de su Diez negritos con las máscaras africanas que decoran el salón de Chaparro delante...
Delito comienza cuando, del Edificio España, de diez diferentes ventanas del imponente rascacielos castizo, se tiran al vacío diez personas sin ninguna razón ni conexión aparente. El médico forense Santiago Munárriz será ahora el encargado de descubrir las 5 W’s de ese hipotético suicidio masivo. Un hombre, sí. Metódico, obsesivo, narcisista y de una inteligencia supina, y también con una doble vida. Munárriz es la transformista Delito en la Sala Luciérnaga.
“Somos un país pequeño, en realidad, y sin armas afortunadamente. Los serial killers no son una realidad muy común en España, más allá de las envenenadoras, claro... Pero si aquí estuviera legalizada la venta de armas, estaríamos hablando de un nivel de criminalidad como en Estados Unidos”, responde la escritora cuando le preguntamos sobre cómo se documenta, sobre la antropología de los criminales... “Es muy heavy que dejes al niño en el cole y no sepas si lo vas a volver a recoger. ¿Cómo una sociedad puede vivir con eso?”.
—Carme, con lo que ves a diario y escribes, tu instinto de protección de la familia no tiene que tener medida.
—Más que instinto son ganas de disfrutar cada segundo. De ser feliz con cada cosa, por pequeña que sea. Porque nunca sabes cuándo va a ser tu último momento... A ver, no lo pienso cada mañana (risas), pero, por si acaso, siempre dejo la cama hecha y recojo la ropa del suelo (risas)
—¿Eres como Amanda Gris en La flor de mi secreto, que intenta escribir novela rosa, pero te sale negra?
—(Risas). Sale negra porque la vida es muy negra. Y solemos convertirnos en protagonistas de tragedias que no son nuestras. Al menos yo. Soy “la señora de las tragedias”. Igual tiene que ver con cumplir 50, con tener la pareja que tengo... Pero al fin me he dado cuenta que no puede ser, que hay que construir futuros optimistas.
—Eres de ponerte en lo peor...
—Soy muy de sufrir. Pero estoy aprendiendo a que me resbale todo. A saber decir “no”.
—Ese es un trabajo...
—Es un proceso mental complicado, pero el cerebro es permeable y aprende. Esta casa es la materialización de ese proceso de cambio.
—¿Por?
—Me he mudado de casa por un acosador. La casa que van a ver los lectores de ¡HOLA! es consecuencia de un acoso terrorífico.
Y es difícil articular palabra. Como si el verdadero Jason de Viernes 13 hubiera irrumpido en medio de un relato de ficción a la luz de una fogata de campamento verano. Durante una década, se ha tenido que enfrentar a un criminal. Finalmente, fue condenado a dos años de prisión.
—La gente que tenemos cierta exposición pública estamos acostumbrados a que nos insulten, porque las redes sociales “son así”. Luego, esa misma gente te ve por la calle y te pide un selfie... (Risas). Una vez que eres consciente, le quitas importancia. Lo que pasó es que, de repente, apareció un tipo muy recurrente. Con decenas de perfiles falsos. Y, un día, colgaba la dirección de mi casa; otro, hacía mención a cosas personales, concretas, casi inmediatas… Lo acabé denunciando. Y empezaron las amenazas de muerte. Acababa de nacer mi hija pequeña. La Policía se portó fenomenal, pero en el juzgado se “chotearon” de mí. El fiscal ni se presentó. Dijeron que no era nada. Y ¿qué ocurrió? Que el tipo se envalentonó y siguió. Siguió a peor. Y en la presentación de uno de mis libros, en Valencia, me persiguió por toda la ciudad. Me despidió en el tren gritándome como un loco.
—¡¿Sabías quién era físicamente?!
—Desde la primera denuncia.
—¡Pensaba que me hablabas de un “huevo” en redes!
—También, también. Sabía quién era, pero tenía 50.000 perfiles falsos en redes. Ninguno con su nombre. Y cuando dio ese salto del acoso virtual al real yo estaba completamente…
—¿Aterrada?
—Te diré que hice toda la promoción del libro con guardaespaldas armado. Al final, lo han condenado, pero yo me he prometido que no voy a vivir con miedo. Y por eso también he querido contarlo. Creo que debemos visibilizar estas situaciones para que se tomen medidas.
—Entiendo que ser una mujer conocida ha ido en tu contra...
—Así fue. Para el juez, para el fiscal, esa fue la premisa: “Esta señora se expone”, “vende su vida y su intimidad”, cuando en realidad no es así. Mi proyección pública es parte de mi trabajo. Al final, el juez dictó un auto muy bueno diciendo que era inadmisible y fue condenado.
—Tendrás tu teoría sobre qué le pasaba a este desaprensivo contigo, ¿no?
—Respondía a esa mentalidad del “te quiero, pero como no te puedo tener, te odio”. Obsesión enfermiza.
Volvemos al libro, a que quizá se convierta en cine y fantaseamos con que Pedro Pascal sea Munárriz. “Le voy a mandar el libro, ¿te imaginas que suena la flauta?”. También hablamos de su manera de escribir “con las tripas”, de la construcción narrativa, que enlaza “como si estuviera montando una noticia” para el Informativo y de su proceso de escritura: “Aleatorio, como dicen mis hijas, random”.
—¿Cómo es ser madre y “reina del thriller”?
—Soy capaz de hacer una autopsia con una mano mientras que, con la otra, hago la cena. Y creo que tiene que ver un poco con esa capacidad que tenemos todas las mujeres de hacer un montón de cosas a la vez...
—¿Cómo son tus hijas?
—Emma quiere ser inventora. Se pasó el confinamiento construyendo máquinas con cartón. Curradas, ¡eh!: dispensadoras de chucherías con ruedas y todo. Hizo hasta un tren con sus vagones y coche cama (risas). Laia ya está entrando en la pubertad... Pero es buenísima. Tengo mucha suerte. Son muy buenas niñas. Tienen un gran corazón.
—¿Seguirán tu camino?
—Que hagan lo que quieran, pero, sobre todo, que sean felices con lo que hagan. Este trabajo, por ejemplo, es muy esclavo y duro e ingrato, pero me encanta.
Y tanto es así que, dado que su marido, Bernabé Domínguez, es uno de los realizadores estrella de la televisión, vida, pasión y obligaciones se fundan en un totum revolutum con unos códigos solo comprensibles para quien ama lo que hace y se ama entre sí. “Mi madre dice que es insoportable ver la tele con nosotros porque la vemos en clave profesional: “¿Cómo cuenta eso?”, “ese plano está desenfocado”...”, bromea la periodista.
Y... ¿saben entonces lo que hace la señora madre de Carme? Leer nuestra revista. Por algo somos la espuma de la vida, aunque este no siempre sea un camino de rosas.