En los últimos tiempos, es habitual verla disfrutando de sus grandes pasiones. Bien a lomos de un caballo -es una ávida amazona- o en el tendero -como espectadora de algún espectáculo taurino-. Pero, más allá de los toros y la hípica, tampoco falta a sus compromisos institucionales.
Uno de ellos fue la entrega, el pasado jueves, 25 de mayo, del Premio Embajador Velo de Antelo. Un prestigioso galardón que, año tras año, entrega la Academia de la Diplomacia. En anteriores ocasiones, han sido distinguidos el rey Simeón de Bulgaria -primer premiado de la historia de este premio-, así como el archiduque Jorge de Habsburgo -quien no pudo asistir al evento y, en su lugar, lo hizo su hija Sofía-.
En esta ocasión, el premiado era el Papa Benedicto XVI . Monseñor recibió, a título póstumo, este Premio Velo de Antelo, en reconocimiento a su labor no sólo al frente De la Iglesia, sino por su contribución a la fe católica.
Doña Elena fue la encargada de entregárselo al Monseñor Bernardito Auza, Nuncio Apostólico de su Santidad en España, en un acto que tuvo lugar en la Nunciatura del Vaticano, en Madrid.
La Infanta estuvo asimismo acompañada por el embajador Eduardo de Laiglesia, Marqués de Villafranca del Ebro y presidente del Patronato del Premio, así como por Santiago Velo de Antelo, presidente de la Academia de la Diplomacia.
En su discurso, Doña Elena quiso recordar “a quien fue un ejemplo de servicio, coherencia y buen hacer en esta querida profesión diplomática”, asegurando que su legado “perdurará para siempre en la memoria de muchas personas, no sólo de fe católica, sino con otras creencias, y no solamente en intelectuales y personas versadas en Teología y Filosofía, sino en muchos creyentes que sienten su fe como el siempre añorado Benedicto XVI”.
Finalizado el emotivo acto, se sirvió un cóctel en el que también estuvo presente Doña Elena.