Según fuentes del Instituto de la Mujer, el 80 % de las mujeres ha sufrido algún episodio de acoso en las redes sociales. La mayoría de los mensajes de sus agresores, un 56,2 %, son de carácter sexual e intimidatorio o se refieren, en un 53 %, a la divulgación de fotografías, sexualmente explícitas, sin el consentimiento de las víctimas. De ellas, hasta un 37,7% se ha sentido deprimida, paranoica, ansiosa o ha tenido trastornos alimenticios. Un 24 % ha faltado a su puesto de trabajo y hasta un 12,3 % ha tenido pensamientos suicidas.
Son datos fríos. Cifras estadísticas. Que si bien alertan sobre un crecimiento vertiginoso de la violencia, requieren de contextualización para que en ese momento y de ipso facto se nos hiele la sangre y, sin querer, se detone en nosotros el botón del pánico. Porque tomamos conciencia de que hay que hacer algo y ese “algo” no signifique encerrarnos en casa a cal y canto con una recortada, como Audrey Hepburn en Sola en la oscuridad. Y eso sucede cuando, de repente, ponemos cara a tan solo una de esas víctimas. Es entonces cuando, como de una bofetada, nos sentimos intrínsecamente implicados en la violencia del ciberespacio y somos realmente sensibles. Ese rostro puede ser, por ejemplo, el de Carme Chaparro .
Porque podemos seguir con los datos y apuntar que el 44% de las agresiones se producen por medio de insultos, amenazas, burlas o mensajes hirientes tras la negativa de una mujer a los deseos del hombre, pero más de la otra mitad de las situaciones de acoso que tienen lugar en redes se producen por hombres que agreden a sus víctimas porque ellas disponen de un perfil público y son activas en las redes sociales. Desgraciadamente, solo la mitad de estas mujeres denuncia o lo comparte. Intentan, en cambio, solucionar por ellas mismas la situación, bloqueando el perfil del acosador, privatizando su cuenta o dejando las redes cuando no, su vida normal y cotidiana. De hecho, una de cada tres mujeres que ha sufrido ciberacoso procura volver sola a casa de noche.
Por eso, la periodista ha decidido dar un puñetazo sobre la mesa. Y hablar. Ella ha sufrido un acoso. Durante más de una década. Y no estaba dispuesta a que ninguna otra mujer pasara por lo mismo que ella ha pasado. El miedo, pero también la indefensión. Porque hasta que no han salido a la luz informes como el que acabamos de desglosar correspondiente a 2022, lo que sucedía en el ámbito de las redes sociales, parecía que no existía. Que formaba parte del éter o, mejor dicho, de las conexiones de silicio de las conexiones eléctricas y, por tanto, no eran constitutivas de delito. Por eso ella, como tantas mujeres, sentía auténtico pánico. Palpable.
Nos lo contaba en el último número de ¡HOLA! En el que entramos en la casa de esta gran dama de la novela negra en castellano con motivo de la publicación de su último libro. Delito supone un nuevo comienzo tras la trilogía de Ana Arén y en él, como es habitual en esta barcelonesa, utiliza las teclas como un afilado bisturí para desmenuzar el alma humana. Y, así, entre vísceras y tendones, encontrar la piedra de la locura. O, mejor dicho, el interruptor del mal, ese clic que, como ocurría en su debut literario con el que conseguía el Premio Primavera de Literatura, convierte en monstruo al vecino del quinto.
Delito comienza cuando, del Edificio España, a la misma hora, de diez diferentes ventanas del imponente rascacielos castizo, se tiran al vacío diez personas, hombres y mujeres de diferentes edades y sin ningua conexión aparente entre sí. Solo el huésped de la 716 se permite dejar una pista. El médico forense Santiago Munárriz será ahora el encargado de descubrir las “5W’s” de ese hipotético suicidio masivo. Un hombre, sí. Metódico, obsesivo, narcisista y de una inteligencia supina, pero también con una doble vida. Munárriz es la transformista Delito en la Sala Luciérnaga.
Y utilizábamos esta dualidad de su personaje para trazar un esbozo de la forma de trabajar esta periodista metida a escritora que, además del reina del thriller , es madre de dos niñas… Fue aquí cuando descubrimos el porqué de esta nueva casa que mostraba a los lectores cuando aún muchos de sus recuerdos permanecían en cajas de La Segoviana. Precisamente por sus hijas, por su seguridad, por su bienestar, paz y tranquilidad, estábamos en estas nuevas cuatro paredes a estrenar. Su nuevo ático, a las afueras de la capital suponía una ascensión a la cumbre tras un largo peregrinaje. Pero no por el desierto, sino por un oscuro y terrorífico bosque encantado donde, desgraciadamente, le acechaba un tipo muy real, aunque también muy maléfico y malvado.
Sin querer se había convertido en uno de los personajes de ficción que ella misma describe en sus novelas:la víctima perfecta para un desalmado. Presentadora de televisión, escritora de éxito, mujer, madre y muy atractiva. “Me he mudado de casa por un acosador. La casa que van a ver los lectores de ¡HOLA! es consecuencia de un acoso terrorífico”, nos descubría dejándonos ojipláticos en medio de la entrevista. De manera que, aquellas maravillosas terrazas 180 grados, sus innumerables plantas, su nívea amplitud que recordaba al loft neoyorquino de Halston en Manhattan, era producto de una huida hacia adelante. De una escapada. De un borrón y cuenta nueva ante una vida que se había hecho invivible por un historial de amenazas en redes que terminaron siendo físicas. Ahí nos explicamos sus preocupación por los enfoques de las focos, sus reticencias… temía que se identificara dónde vive y que todo volviera a empezar. Y bastaba escuchar su relato para entenderla y sentir cómo el vello de la espalda se te erizaba del coxis a la nuca. “No podía permitir estar sentada en casa y recibir un mensaje asqueroso del tipo ‘te voy a cortar la lengua a cachitos y tu familia la va a recibir en una caja’”. Pero no se resignó. Ni a vivir amedrentada y menos, a no ser feliz. Y sí, le hizo frente. Durante diez años.
“Finalmente, lo condenaron a dos años de cárcel, pero conmutables por una orden de alejamiento. Pero yo he me prometido que no, que no voy a vivir con miedo. Por eso también he querido contarlo ahora porque hay muchas mujeres que lo sufren, mujeres desconocidas y mujeres públicas, compañeras... Creo que debemos visibilizar esto para que las autoridades y la Ley tomen medidas y vean que éste es un problema muy gordo”, nos confiesa Chaparro porque, además, en su caso, ser una mujer conocida, jugó en su contra. Para las autoridades, cuando comenzó el proceso judicial, era algo así como “es a lo que se expone”.
“Para el juez, para el fiscal, esa fue la premisa “esta señora se lo busca”. O como podrán decir ahora cuando vean las fotos en ¡HOLA! “Es que a ver, vende su vida, su intimidad”. pero no es verdad. Es mi trabajo. Y parte de mi trabajo también es mi proyección pública. Creo que solo a fuerza de perseverar, de denunciarlo una y otra vez, el mensaje llega a calar. De hecho, el juez que juzgó la segunda vista dictó un auto muy bueno diciendo que era inadmisible lo que estaba sufriendo y le condenaron a cárcel”.
Han leído bien: si hubo una segunda vista es que también hubo una primera. Es cierto. Y, entonces, Carme no tuvo tanta suerte. “Acababa de nacer mi hija pequeña. La policía se portó fenomenal conmigo pero en el juzgado se chotean de mí, el fiscal ni se presentó y el juez pasó. Dijeron que no era nada. Y ¿Qué ocurrió? Que él se envalentonó y siguió. Siguió a peor. Y en la presentación de uno de mis libros en Valencia, vino corriendo, gritándome en la estación de tren, persiguiéndome por toda la ciudad”.
Porque la periodista, que ahora regresa a la primera plana de los informativos con la sustitución del mítico Pedro Piqueras , sabía quién era el desalmado. No era un huevo en las redes sociales. O mejor dicho, no era “solo” un huevo. “Sabía quién era y que tenía 50.000 perfiles falsos en las redes. Ninguno, nunca, con su nombre. Y cuando dio ese salto del acoso virtual al real, yo estaba completamente aterrorizada”. De hecho, hizo toda la promoción del libro No solo un monstruo con guardaespaldas armado. Quien les escribe la entrevistó entonces dentro de un coche de camino a Mediaset sin saber ni entender por qué la nueva revelación de la literatura española se guardaba tanto de los objetivos o los fans. Ahora, todo tiene sentido y, tienen razón: todo se podría haber solucionado mucho antes. Quizás porque hemos naturalizado este tipo de situaciones que, por otro lado, no tienen nada de natural.
“La gente que tenemos cierta exposición pública, estamos acostumbrados a que nos insulten, a que nos digan cosas un pelín desagradables… Bueno, las redes sociales son así. Que luego, esa misma gente te ve por la calle y te pide un selfie (risas) Una vez eres consciente de eso, le quitas importancia. Lo que pasa es que, de repente, apareció un tipo que era constante. Todos los días. Con decenas de perfiles falsos. Y que no solo se conformaba con insultarme, sino que colgaba la dirección de mi casa, hacía mención a muchas cosas personales, concretas, casi inmediatas… Fue, entonces, cuando lo acabé denunciando y empezaron las amenazas de muerte”...
Hoy, todo ha concluido y Carmen es hasta capaz de bromear… De hecho, el material de sus sueños, sus trabajos y sus apuntes, de los que damos constancia echando un ojo somero por los sumarios policiales, los libros de anatomía y las explícitas fotografías que se dispersan por su mesa de trabajo, son eso, casos criminales. ¿Habrá trazado tal vez esta autora de éxito un perfil psicológico de su propio desaprensivo como si de una CSI de Las Vegas de tratara? Obvio, señores. “Creo que respondía a esa mentalidad del “te quiero, pero como no te puedo tener, te odio”. Y entonces va recorriendo por esa autopista de la admiración que va del “como no me haces caso, me cabreo contigo y te amenazo de muerte, pero luego te pido perdón y después te vuelvo a amenazar, voy a buscarte, te grito porque no me haces caso y te amenazo de muerte”. Una obsesión enfermiza que las redes permiten sin que nadie haga nada al respecto”.