Han pasado tres años de su ruptura y, evidentemente, el tiempo lo cura todo. Y sana. Pero, como dice Raquel Perera, también requiere de un esfuerzo para que el dolor se mitigue. Porque de las caídas hay que levantarse. Y, “OK”, el golpe pudo ser muy duro al principio, pero, como nos decían nuestras madres para acallar llantinas inconsolables: “Ea, ya pasó”. El nombre de Alejandro Sanz nos sobrevuela, pero hablamos en abstracto. Que nos encanta poner nombre y apellidos a esas aflicciones del pasado y queremos hacerlas concretas y siempre, siempre buscamos un culpable, pero Raquel, no. No está en esas porque nunca se quedó ahí. No se ancló ni al victimismo ni a la autocomplacencia y, aunque si bien eso significó que por un momento tuviera que enfrentarse a la pena y masticarla y llorarla hasta creer volverse loca, fue solo un instante. Después, ella se lamió las heridas. Las curó. Ya no sangran. Esas cicatrices dibujan ahora el mapa de su piel y, en cierta medida, le dan otra belleza: la de la experiencia.
Durante años, desde que era muy pequeña, se preocupó por escribir notas sobre qué le pasaba por la mente cuando las espinas de este camino de rosas que es la vida le rasgaban la ropa unas veces y, otras, se le clavaban en el corazón, pero quizás era hoy cuando había llegado a ese alto en el camino —de serenidad y reconstrucción total— para reunirlas todas y volcar emociones, sentimientos y aprendizajes en un libro: Para que no te olvides. Sin embargo, este manual es algo que va más allá de una novedad bibliográfica para las estanterías de El Corte Inglés… Ella nos lo cuenta en la intimidad de su hogar: se trata de una carta a sus hijos, un testamento emocional para que, si un día ella falta, ellos lo tengan en su mesilla de noche y puedan recurrir a él cuando lo necesiten. Dylan y Alma pueden estar contentos, porque las líneas que ha escrito su madre están dictadas por el amor. Absoluto, puro, sin condiciones. Ni rencor. Y, en sus páginas, el nombre de su padre no aparece bajo una doblez o en un capítulo final. Es parte de su historia y de su familia. Con la familia no hay finales.
—Hace dos veranos, nos contabas que habías cerrado una etapa. Llama la atención que en el título de tu libro apeles a la memoria. ¿Ambas cosas son compatibles?
—Perfectamente, porque hay cosas que son para no olvidar: las cosas esenciales de la vida. Cuando uno pasa por ciertas situaciones en la vida, siempre te deja un poso de experiencia, de sabiduría… Éso es lo que no se debe olvidar.
“Cuando lo he pasado mal en mi vida, no lo he evitado. No he hecho como que “esto no me está pasando”. Yo lo atravieso, lo siento, lo estrujo, me lo mastico, me lo lloro”
—Pero es cierto que cuando te toca enfrentarte a cosas muy duras en la vida, te dices: “Esto me lo podría haber ahorrado…” ¿no?
—Hubo quien me preguntó si me gustaría que mis hijos no cometieran ningún error en la vida y estuvieran siempre a salvo. Yo le contesté: “Me gustaría que eligieran bien sus errores”. De los sentimientos se aprende: malos y buenos. Desafortunadamente, se aprende más de los sentimientos malos... Aprendemos más a través del dolor que a través de la felicidad. En mi opinión, podemos cometer cualquier error excepto aquel que nos destruye como personas.
—¿La memoria a veces no dulcifica las cosas o las selecciona?
—Creo que es una elección. Como todo en la vida. Nosotros somos capaces de manejar nuestra mente. Las emociones no somos nosotros. Y nosotros tenemos la capacidad de elegir nuestro estado emocional. Yo, por ejemplo, prefiero optar por la memoria selectiva. Quedarme con aquellos recuerdos que a mí me hacen bien, porque si me pongo a hurgar en los que no me han hecho bien, me puedo quedar toda la vida anclada en la pena. Yo necesito avanzar, evolucionar, desarrollarme. Cuando lo he pasado mal en mi vida no lo he evitado. No he hecho como que “esto no me está pasando”. Yo lo atravieso, lo siento, lo estrujo, me lo mastico, me lo lloro.
—En Para que no te olvides cuentas cómo ha sido tu experiencia vital, cómo has vivido tú tus emociones, tus dolores, tus sufrimientos, tus alegrías, para que el lector descubra que lo suyo no es extraño. Que los dramas humanos son comunes y compartidos, ¿es así?
—Es una especie de manual para la vida y en él te doy herramientas, pero no respuestas. Te invita a que te cuestiones si estás en el camino correcto para ser la persona que quieres ser y para vivir como quieres vivir. De hecho, en el libro me dirijo casi permanente y directamente a mis hijos. Es una carta que yo les entrego como un testamento emocional para que tengan en su mesilla de noche. Porque, en algún momento, me va a tocar no estar cerca de ellos... Pensé que, si algún día se sienten mal, aquí encontrarán...
“El tiempo es sanador, pero siempre que lo uses a tu favor y le pongas ganas. Conozco a gente que prefiere hacerse la víctima... Yo procuro hacerme responsable de lo que siento”
—Porque la vida no es fácil…
—No solo no es fácil, sino que es peligrosa, y cuanto antes sepan que la vida no está pintada de rosa, mucho mejor. Lo que pasa es que también hay que tener delicadeza y sensibilidad para explicárselo. Debe de ser algo gradual, aunque yo siempre les he insistido sobre lo valioso que es conocerse y aprender a manejar su mundo interno. Les hablo de cómo ganar autoestima, del autocontrol, de la responsabilidad...
—Raquel, a veces nos sabemos la teoría, pero aplicarla no es fácil.
—Es muy importante entrenar la mente para que no nos juegue malas pasadas. Cuando te viene un pensamiento negativo recurrentemente a la cabeza y no lo puedes parar es porque necesitas entrenamiento. Y luego, una cosa muy importante: la voluntad, tienes que querer cambiar. Yo he tenido la suerte de que mi vida ha estado regada por más cosas buenas que malas. He tenido una infancia increíble, unos padres maravillosos, parejas y amistades magníficas... He tenido mis altibajos y he conocido la tristeza, el sufrimiento, el dolor… Por supuesto que ha habido veces que he creído volverme loca... y tienes que permitir que eso te pase. Todo eso es válido en el proceso de sanación: no levantarte un día de la cama, romper la vajilla entera… Pero luego hay que parar, analizar... y, sobre todo, nunca separarte de ti. Yo me separé de mí y hubo un momento en el que me eché de menos. Porque cuando eres madre y tienes hijos, tú eres la última. Yo cometí también ese fallo: me ocupé de mí muy superficialmente. Pero, pasado el tiempo, cuando ya todo se coloca, cuando ya todo está bien, de repente dices: “¿Dónde estoy yo?”. Tuve esa crisis de identidad. Me miré al espejo y no me reconocía. No me gustaba, no veía mi belleza por ningún sitio. Estaba triste con mi vida. Conmigo. Sentía que no sabía quién era. Me dije: “Yo así no quiero estar. Tengo que volver a sentirme yo”.
—En el amor, ya sea el de pareja o el maternal, parece que la identidad de uno siempre se va al carajo…
—Cuando eres madre, el cambio es brutal. Es una cosa muy salvaje que se manifiesta no solamente en el cuerpo, sino en tu cabeza. Pero tienes que aprender que no puedes vivir preocupada todo el rato, que lo que tienes que hacer es ocuparte. Con el amor de pareja, es algo parecido. Cuando uno se enamora locamente pierde el enfoque un poco general. De la vida. Estás desenfocado porque ahí hay muchas cosas que no solamente son sentimentales, sino que son puramente químicas, son biológicas… A eso súmale que la idea de “amor romántico” nos la hemos inventado... Ese cómo deberían ser las relaciones de pareja… En la convivencia, el amor de pareja es como proclamarse el rey de la selva todos los días, un desafío.
“Cuando a una persona la consideras tu familia, padre de tus hijos… no hay finales, hay transformaciones. Yo a Alejandro lo considero amigo y, además, familia”
—¿No crees que debieran enseñarnos a amar o, mejor dicho, a amar bien? Que la línea del amor al odio…
—Es muy delgada. En el amor hay que ser muy empático, hay que ser muy generoso… Siempre digo que nadie deja a nadie por sus defectos, porque todos, en el fondo, sabemos de los defectos de la otra persona desde los primeros meses...
—En la entrevista de ¡HOLA! llegaste a decir que, con Alejandro, tú te enamoraste hasta de sus defectos…
—Mira, yo a mis hijos intento explicarles que lo más bonito de las relaciones es hacer las cosas con amor, que el amor de pareja es a veces para toda la vida y otras no, pero, dure lo que dure, que sea verdadero y que sea con todo el amor del mundo. Les hablo también de lo que es para mí el amor y de cómo lo he vivido yo en mi vida. Intento ser un faro en su camino para que cuando busquen paz en ellos la encuentren y sepan usar la calma.
—Hay veces que el ser amado, la persona que tú querías muchísimo, se convierte en un ser cruel...
—Y se convierte en alguien desconocido, algo que es muy difícil de asimilar. Hay veces que los adultos rompemos un plato por accidente sin darnos cuenta… Cuando el plato se rompe adrede, ahí ya se valoran otras cosas.
—Raquel, ¿cómo te ves con perspectiva?
—El tiempo es sanador, pero siempre que lo uses a tu favor y le pongas voluntad y ganas. Yo conozco gente que prefiere hacerse la víctima en vez de responsable de su vida. Yo procuro hacerme responsable de lo que siento, no puedo hacer responsable a otra persona de lo que permito que me pase. Hay una frase que dice: “No te ahogas por caerte al agua, sino por quedarte ahí”. O sea, no es el golpe lo que te mata, es que te quedes ahí en el suelo toda la vida. Yo he pasado mi etapa, he pasado mi proceso y me siento muy agradecida a la vida. De hecho, cuando me dirijo a mis hijos en el libro sobre la relación con su padre, se lo digo sinceramente: fue una de las relaciones que más me han aportado a nivel personal y a nivel mujer. Para mí, ha sido un gran amor en mi vida y siempre le voy a desear lo mejor. Él sabe que cuenta conmigo en lo que yo pueda ayudar.
“Me siento fuerte y sensible a la vez. La herida no sangra. Solo tengo agradecimiento”, nos confiesa
—Esto viene al hilo con lo que contabas de recolocar las cosas. Qué importantes son los comienzos de las relaciones, pero qué importantes son también los finales…
—Te voy a contestar leyéndote un fragmento del libro: “Papá y yo supimos manejar muy bien durante trece años la difícil tarea de convivir, compartir baño y almohada. Y el día que decidimos separarnos fue doloroso para ambos. Puede que yo me llevara la parte más dura, pero fue triste para los dos. Nos miramos, nos abrazamos fuerte mientras nos hicimos la promesa de que haríamos todo lo posible para que os afectara lo mínimo. Siempre voy a desear lo mejor para papá. Quiero su felicidad siempre”. Con esto te quiero decir que no hay finales en el afecto, hay transformaciones en el amor.
—Caso sanado.
—La herida no sangra. Solamente tengo agradecimiento. Podía haberme quedado en otro sitio. Con lo peor y construir un castillo horrible, con fantasmas todo el rato, y quedarme a vivir ahí. Pero no. Y ¿sabes qué es lo que he conseguido? Que yo vuelvo a ser la Raquel de siempre. He pintado mi alma otra vez. He pintado mi espíritu, mi carácter, mi personalidad. Me siento fuerte y sensible a la vez…
—Es una carta a tus hijos, pero ¿también ha llegado a su padre?
—El libro se lo mandé a Alejandro cuando lo estaba escribiendo… Y cuando lo tuve terminado se lo envié y me dio la enhorabuena. También cree que es un regalo muy bonito para nuestros hijos
—Un nuevo principio…
—Cuando a una persona la consideras tu familia, padre de tus hijos… Yo lo considero amigo y, además, familia. No hay finales, hay transformaciones. Como te digo, somos dos padres muy orgullosos y queremos estar muy cerca de nuestros hijos, ayudándolos y que, cuando se equivoquen, cuenten con nosotros, que estaremos para ellos.
—¡Qué suerte tienen!
—Ellos estarán felices mientras nos vean a nosotros también contentos. Para ellos es importante tener una armonía. Tener esa brisa, esa buena onda, esa buena vibra. Con eso me quedo. Y feliz.