Hacía décadas que en los entelados salones del palacio de Nymphenburg no se había vuelto a escuchar el “alzad vuestras copas y gritad “¡Glückwunsch!” por los novios”. Pero, este fin de semana, el príncipe Luis de Baviera , tataranieto de Luis II, protagonista de la película de Visconti al que dio vida Helmut Berger y último Rey de los bávaros, se casaba con Sophie-Alexandra Evekink en la iglesia teatina de San Cajetan, en Munich. Un fabuloso acontecimiento de sabor tirolés que devolvía el esplendor de la realeza milenaria al corazón de Alemania. El sábado amanecía con miles de banderas ondeando al viento y bouquets de flores con los colores de la Casa Real adornando las calles de la capital del estado de Baviera.
Cientos de lugareños, ataviados con los trajes típicos, salían a las calles para saludar al último de los príncipes de una dinastía que un día gobernó aquellas tierras. Se agolpaban en torno al cortejo nupcial que unía el templo con el palacio de Nymphenburg, donde tendría lugar el banquete. Daba así comienzo una celebración que, según ha calificado Bild, uno de los periódicos más influyentes del país, ha sido “el mayor evento real del año”, con el que, además, sus protagonistas se han ganado el sobrenombre de los ‘Kate y Guillermo alemanes’.
Luis de Baviera, como manda la tradición, llegaba el primero a la iglesia, con un impecable chaqué gris antracita. Sonriente, nervioso y acompañado por su madre, la princesa Beatriz, recibía los aplausos y el fervor de quienes habrían sido sus súbditos. No en vano, los ancestros de Luis, heredero de la Casa Wittelsbach, se remontan al siglo XI. Dos de ellos fueron emperadores del Sacro Imperio Romano, sin contar la mítica Sissi de Austria, de la que es descendiente.
La pareja, con un marcado compromiso social, pidió a sus invitados, miembros de realeza europea y la aristocracia y política alemana, que no les hicieran regalos de boda, sino que, en su lugar, hicieran donaciones a organizaciones humanitarias
Pocos minutos después, acompañada de su padre, Dorus Evekink, con una corbata del mismo tono de azul que el traje su mujer —esta del brazo de su consuegro, Luitpold de Baviera—, llegaba la novia, Sophie-Alexandra, bellísima y siempre pendiente de su corte de pequeñas damas de honor. Sin embargo, quizá por los nervios y la tensión del momento, la princesa fue protagonista de un ligero percance durante la ceremonia religiosa, que ofició el cardenal Reinhartd Max: sufrió un leve vahído y necesitó recuperarse con unos minutos de descanso y un poco de agua, tras los cuales, eso sí, todo continuó según lo previsto.
Todas las grandes familias de príncipes alemanes se dieron cita en Munich para la celebración
Tras la ceremonia religiosa, los novios hicieron el recorrido hasta palacio en un clásico BMW de colección para así reunirse con sus invitados. Entre ellos, destacados miembros de dinastías europeas, de la aristocracia germánica y la política, a los que habían pedido que, en vez de regalos, donaran su importe a iniciativas humanitarias.
Sophie-Alexandra llevaba algunas de las joyas más fascinantes de la Familia Real, pero también un velo cosido en Ucrania
El príncipe Luis es hijo del Luitpold de Baviera y se ha formado en Derecho Internacional con particular atención a los Derechos Humanos. De hecho, ha trabajado durante años en Kenia para diferentes ONG. Un compromiso social y político que se ha convertido también en el germen de su amor con Sophie-Alexandra. Licenciada por la University College de Londres y la Universidad de Oxford, la joven ha trabajado para la ONU y actualmente, acaba de doctorarse en Oxford, donde forma parte del elenco de profesores. Allí, probablemente, establecerán su residencia y quien sabe si, gracias a su imponente atractivo, simpatía y labor social, rivalizarán con sus “espejo” británico tal y como aseguran los diarios del país.