Su tío, el hermano de su padre Umberto Agnelli, fue el ‘auténtico rey de Italia’. O así al menos lo bautizó sin miedo a equivocarse el genio del neorrealismo Federico Fellini. Porque si bien empresarialmente, Gianni Agnelli fue un magnate de alcance planetario, que lo mismo hablaba de tú a tú con Onassis como el general Kissinger se le ponía al teléfono a las 4 de la mañana; en cuanto a linaje, su relación con la alta aristocracia, ya fuera la de sangre azul europea como la roja y caliente de las colinas de Hollywood, era tanto de consanguinidad como de colecho. Y porque, por si esto fuera poco, la Historia dell’avvocato y la de su estirpe, como suele ocurrir en las sagas reales de alta alcurnia y regio abolengo, se ha visto salpicada por sucesos trágicos, infidelidades, muertes y venganzas que, muy a su pesar siempre, la ha convertido en materia de estudio de bibliografías y documentales cuando no, en carne de crónica rosa y negra a partes iguales. De hecho, éste es el caso de la noticia que nos ocupa y que tiene como protagonista a uno de sus sobrinísimos, Andrea Agnelli, quien, por si faltara algo, también ha sido portada de los diarios deportivos de medio mundo.
Porque al mismo tiempo que su futuro profesional volvía a estar en el aire, el vástago de la familia mater de la FIAT se casaba con la actriz turca Deniz Akalin. Y, efectivamente, volvían a confluir en este episodio personal ingredientes propios de un folletín tipo Dinastía, Dallas y Falcon Crest. O de Los ricos también lloran.... Lujo, pasión, negocios, fraudes, tribunales, dinero… Y es que, mientras que en Roma el Colegio de Garantías del Comité Olímpico Italiano, la tercera instancias deportiva del país, algo aquí como el TAD español, rechazaba su recurso y confirmaba la sanción impuesta de dos años de inhabilitación deportiva, el ya expresidente de la Juve, acusado de aumentar el valor del mercado de los futbolistas para generar mayores ingresos en sus traspasos y lograr así una plusvalía ficticia, pasaba por vicaría en secreto. Y lo hacía con la que había sido la esposa de su mejor amigo y socio.
Sin entrar con precisión quirúrgica en el entramado deportivo -aún en litigio por distintas causas, que llevaron todas a que el pasado noviembre tuviera abandonar el sillón en capitoné de la Vecchia Signora-, los últimos movimientos de Andrea enlazan perfectamente con el mood familiar, cuyo corazón siempre ha ido a la contra del mantra que rigió, sin embargo, las frías y trascendentes decisiones del “pater familias”: “uno se enamora a los veinte años. Después, el amor es una cosa de camareras”.
Con apenas cuarenta invitados, entre los que se encontraban algunas de las figuras históricas del club bianconero, como Alessandro del Piero, Gianluigi Buffon o Pavel Nedved, Andrea Agnelli se daba el sí quiero con la mujer que le ha dado dos hijas y con la que estallaba también el primero de los últimos grandes escándalos que han manchado el historial de la Juve, Agnelli’s mediante claro. La boda tenía lugar en el ayuntamiento de un pequeño municipio en provincia de Perugia, en Lisciano Niccone, con su alcalde, Gianluca Moscioni como oficiante y con sus hijas, Livia Selin e Vera Lin y la madre del erede, Allegra Caracciolo di Castagneto, viuda de Umberto Agnelli, hermano a su vez de Gianni, como testigos. El convite sería después, en un exclusivo resort también en la Umbría, il Castello di Reschio y, de la luna de Miel, solo ha trascendido su primera etapa, la gran manzana neoyorkina, desde donde Andrea se ha pronunciado sobre este revés judicial que le impide volver al negocio del fútbol de su Turín natal.
Allí, en la capital del Piamonte, emblema del capitalismo italiano, Corte de los Saboya y reino de los Agnelli se desataba en 2015 el primer capítulo de su pasión turca cuando, hasta entonces, parecía que el papel de la última de una larga lista de ovejas negras de la familia era su primo Lapo Elkann del que, evidentemente, luego hablaremos. Porque en aquel entonces, el presidente de la Juventus se separaba de su mujer, la británica Emma Winter tras ser pillado en adulterio con una exmodelo turca, esposa del que era su íntimo de la infancia, pero también su brazo derecho en la dirección de la Juve, Francesco Calvo.
Explotaba así una crisis deportiva y personal cuando Calvo, amargado y traicionado, abandona la ciudad del Po por la del Llobregat y el club azulgrana. Y es en ese momento cuando el foco mediático, hasta entonces puesto sobre el escenario donde se interpretaba la función del traspaso de cargos, se trasladaba de un golpe sobre las bambalinas donde se desarrollaba a escondidas una intrahistoria mucho más… picante. El triángulo amoroso tomaba la primera plana de los periódicos y trascendía a la familia y al consejo de administración del holding que, a ver, eran lo mismo. John Elkann, presidente de la FIAT, primo de Andrea, esposo de Lavinia Borromeo, hermana de Beatrice, y heredera de los Marzotto, o sea, casi nada, le advertía que esa historia con una modelo tenía que terminar 1) y 2) que non centrava niente -o sea, que no tenía nada que ver- con lo que debería ser el estilo de los Agnelli cuando, sin embargo, habría que decir que…. Sí, y mucho.
Porque solo había que recordar que Gianni, el patriarca, el tío de Andrea y abuelo de John, se caracterizó precisamente por los líos de faldas; aunque, eso sí, siempre bajo una discreción exquisita y un estilo más exquisito todavía. Gianni Agnelli, casado con la princesa napolitana Marella Caracciolo -el cisne europeo y aristocrático de la pléyade de musas que aleteaban en torno a Truman Capote- fue un gran playboy con más conquistas que trajes de Calabritto ‘su misura’, y eso que tenía muchos armarios en varias residencias a los dos lados del Océano… Entre ellas, por ejemplo, Jacqueline Kennedy, Anita Ekberg y Pamela Churchill. Pero Gianni Agnelli jamás fue tan inconsciente como para romper sus votos. Ni siquiera, de palabra. “Los hombres se dividen en dos categorías: los hombres que hablan de mujeres y los que hablan con las mujeres. Yo de mujeres prefiero no hablar”.
Su sobrino, en cambio, dinamitaba esa memoria. Más aún cuando el affaire extramarital devenía en affaire erótico-financiero y salía a la luz pública que la Juve habría podido pagar a Francesco Calvo una indemnización de dos millones de euros por su salida honrosa del club, pero, sobre todo, silenciosa cuando su primo John ya le había advertido: “no puedes hacer pagar tus errores a los accionistas”. Especialmente, porque clamarán al cielo. No le hizo caso y se desataron, por supuesto, las desavenencias entre los tres primos hermanos, Andrea por un lado, John, y su hermano Lapo, por el otro.
Todo volvería, hasta ahora que sepamos, a su ser otra vez. O, al menos, de cara a la galería. Deniz no habría abandonado en un primer momento a su esposo Francesco y lo habría acompañado a Barcelona, pero después habría vuelto a los brazos de Andrea; éste lograría separarse de Emma millones de euros después; los primos sellarían la paz con votaciones accionariales que los confirmarían en sus puestos respectivos y gracias a una enemiga común: la tía de uno, la madre de los otros… Y sálvese decir que nada de esto significaría que esta última década haya sido un camino de rosas para los Agnelli. Porque, de hecho, es más, ninguna lo ha sido. Las enfermedades, los accidentes, las batallas judiciales e incluso los suicidios se han sucedido en esta familia año tras año, al tiempo que la fortuna se ha incrementando en número de ceros con la misma progresión aritmética e incluso geométrica, trasladando la sede judicial del coloso a Holanda. Pero siempre con la espada de Damocles cayendo de vez en cuando. Como si el destino insistiera en recordarles con cabezonería que los cuentos de hadas no existen y que podrán rodearse de belleza –de un patrimonio de ingente belleza, exactamente- pero jamás, comprar la felicidad.
El primer gran golpe llegaría a la familia muy temprano. Cuando el Imperio aún se estaba forjando. Con la muerte de Edoardo, el hijo del fundador, Giovanni Agnelli, padre de Gianni y Umberto, el pequeño de los siete hermanos de la saga, y heredero del imperio. Y de una manera grotesca y macabra. De cine de terror. El delfín millonario murió decapitado por una hélice el 14 de julio de 1935 cuando regresaba de Forte dei Marmi en el hidroavión de su padre. Aquel accidente, además de vestir de luto por primera vez a los Agnelli, convertiría a su hijo, a Gianni, en el hombre fuerte de la Casa, en l’Avvocato, en el artífice, desde que cogió las riendas de la compañía en 1966, del titán automovilístico y naval italiano, pero también editorial y químico y metalúrgico…. Una hazaña que lo convirtió en leyenda y en el símbolo del miracolo industrial del país transalpino. De todas sus virtudes y, también, de sus tópicos y defectos. Mientras, Umberto, se mantuvo siempre a su sombra. Primero, como CEO en los 70 de la compañía automovilística y como presidente honorario, después. Ése era el cargo que ocupaba cuando murió en 2004 a los 69 años... Pero también desempeñando otras funciones fuera del conglomerado familia como Presidente de la Federación Italiana de Fútbol y como senador de la República por el la Democracia Cristiana.
Los focos eran para Gianni. Seductor, impetuoso, pasional, elegante, estratega… un playboy, siempre bronceado e impecablemente vestido, que sorteó crisis, gobiernos inestables, juicios, trampas y muchas muertes a su alrededor. La de su padre cuando solo tenía 14 años; después, la de su madre, estrangulada por su pañuelo en un accidente de coche; y mucho más tarde, la de su único hijo varón, la que que le sumiría en una profunda depresión que precipitaría su muerte en 2003. El cuerpo sin vida de su hijo Edoardo habría sido encontrado tres años antes a los pies del acueducto Fossano, en la autopista Turín-Savona cuando solo contaba 46 años.
Es entonces, como si ambas pérdidas, la del patriarca y la de su primogénito, no hubieran sido suficientes para abrir una herida familiar difícil de suturar, cuando estalla la guerra sin cuartel entre la viuda, Marella, y su hija, Margherita, un conflicto que ha enfrentado a la familia durante lustros por la herencia de la familia que, como no podía ser de otra forma, hizo trizas los únicos lazos que la unían y desbarató su gran patrimonio artístico, puesto que una parte de los nietos dio la razón a la abuela, mientras que la otra, se mantuvo bajo el ala de la madre. Y así ha sido durante 20 años. Una relación tan intacta como rota. Y más de 1500 millones de euros en paraísos fiscales, según Margherita, tenían la culpa.
Antes de morir, la matriarca y su única hija firmaron un acuerdo que dejaba en manos de Margheritta buena parte de la larga lista de palacios, casonas, viñedos y obras de arte de los Agnelli, pero la alejaba para siempre del conglomerado Fiat, la auténtica joya de la corona, cuyo timón llevaría, sin embargo, su hijo mayor, del que ya hemos hablado, John Elkann, fruto de su primer matrimonio con el escritor francés del mismo nombre. Margherita tampoco volvería a mantener ninguna relación con Ginevra Elkann, la cineasta de la familia y miembro del comité asesor de Christie’s y de los comités de adquisiciones de la Fundación Cartier, y menos aún, con Lapo. Los tres, tras la muerte de la princesa napolitana en 2021, reabrirían el proceso patrimonial contra su madre porque le siguen reclamando lo que creen que les corresponde y que su abuela cedió para conseguir ficticiamente morir en paz. La gran princesa no podía dejar este mundo con ese borrón sobre su techado de virtudes y su proverbial elegancia. No en vano había estudiado Bellas Artes en París, habría trabjado como ayudante de fotografía y después como editora de fotografía de moda para Erwin Blumnfeld y Condenast USA y fue musa de Balenciaga, Dior…
Pero dejemos la cristalería y vayamos al elefante, hablemos de Lapo, ¿verdad? Éste era el ojito derecho su abuelo, tal vez por ser también el más parecido a él, pero, a diferencia del patriarca, lo de ser un imán para los excesos, los escándalos e, incluso, el delito se le ha ido de las manos en más de una ocasión. A Gianni, sin embargo… no tanto, salvo porque alguna cosilla que se le escapó a Marella en su ático de Manhattan, en el 770 de Park Avenue, donde colgaba un arlequín pintado en 1909 por Pablo Picasso, y que cayó en negro sobre blanco en el relato Plegarias atendidas de Capote, lo que, por supuesto, le costó al escritor la amistad de Marella y de todas sus cisnes…
El gran campanazo de Lapo ocurrió en 2016, cuando fue detenido por fingir presuntamente su propio secuestro para conseguir 10.000 dólares con los que pagar 48 horas de drogas y alcohol en compañía de una prostituta, un episodio que no era algo aislado en su biografía. Diez años antes casi muere en una rave en Turín por sobredosis de cocaína. Afortunadamente una prostituta transexual lo llevó al hospital donde le devolvieron el aliento… Actualmente, después de un accidente que casi le vuelve a costar la vida en Tel Aviv y por el que estuvo postrado en una cama de la UCI más de dos semanas, su vida ha dado un vuelco de 180 grados, y desde 2021 se encuentra felizmente casado con la expiloto de rallies portuguesa Joana Lemos, un cambio tan radical como casi imposible. Aunque, a decir verdad, los Agnelli son capaces de hacer realidad lo para cualquiera sería una quimera.