Aunque su nombre inevitablemente vaya unido al de Alejandro Sanz, con quien inició una relación en 2019, Rachel Valdés tiene entidad propia gracias a su talento. Nacida en La Habana (Cuba) hace 32 años, la artista ha expuesto en The Rockefeller Brothers Foundation de Nueva York —la premió en 2016—, en la feria Art Basel de Miami o en la Bienal de Venecia. Ahora Rachel acaba de inaugurar Piscinas , su primera exposición individual en Madrid. En la galería La Cometa reúne acuarelas, fotos y dibujos que empezó a crear en 2019 y que invitan a viajar en el tiempo. Sus referentes son “el suprematismo, el minimalismo, el constructivismo ruso… También Malévich, Piet Mondrian y otros maestros de lo minimal, o arquitectos como Mies van der Rohe o Le Corbusier”, como señala ella misma, antes de hablar de sus orígenes, su hijo, Max —de una relación anterior—, y del amor.
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—Háblanos de Piscinas. ¿Cuál es la idea que quieres transmitir con tus creaciones?
—Parte fundamentalmente de vivencias, de experiencias que tuve en La Habana durante mi niñez en los 90 y, específicamente, donde yo practicaba natación. Casi siempre todas aquellas piscinas estaban vacías y era un poco la frustración de no poder utilizarlas. Es un poco de la metáfora en varios sectores de la vida en Cuba, que es la no funcionalidad y la ausencia de ciertas cosas. Un poco también el abandono y el paso del tiempo.
—¿Cómo definirías tu obra?
—Mi interés es crear espacios y, a través de ellos, proporcionar al espectador experiencias sensoriales, emocionales y vivenciales.
—¿El interés por el arte es algo que hayas heredado de tus padres?
—No, los dos eran informáticos. Mi abuelo, que era historiador del arte, fue quien vio mi inquietud. Toda la influencia me viene de él.
—Y a los siete años se despertó tu interés.
—Incluso antes. Desde muy pequeña siempre me gustó el dibujo y la pintura. Me llevaban a casas de cultura y galerías de arte joven para participar en concursos. A los siete años fue cuando gané mi primer concurso.
—Curiosamente, lo ganaste haciendo un retrato a Fidel Castro.
—Son estas cosas un poco típicas de mi país. Participé como quien participa en cualquier otro y, casualmente, gané. Bueno, es algo un poco simbólico y raro… —ríe—. Sobre el 2006, con quince años, entré en la Academia de Bellas Artes San Alejandro [de La Habana]. Luego, me gradué y entré en el Instituto Superior de Arte, en el ISA, pero nunca di clases porque obtuve una beca en Barcelona.
—Estudiaste en la Academia San Alejandro, un nombre que ha marcado tu vida.
—Sí, qué cosa –—ríe—. Esas conexiones en la vida son supergraciosas.
Sobre su relación con Alejandro Sanz, nos asegura: “Increíblemente, no hay diálogo artístico. Aunque parezca raro, no mezclamos. Ni yo me meto en su mundo ni él en el mío”
—¿Cómo recuerdas tu infancia? ¿Notaste algunas carencias al nacer en Cuba?
—Creo que todos los cubanos estamos un poco en la misma sintonía, con las carencias conocidas. Nací en el período especial, una época bastante dura en la historia de Cuba y sí, evidentemente, crecí con muchas carencias materiales, pero nunca emocionales.
—A la hora de iniciar tu formación, ¿te resultó difícil sobrepasar esas carencias?
—Evidentemente, eso marca. Pero, en el arte, creas con lo que está en tus manos. Nacer con ciertas necesidades y carencias hace que despiertes otras partes del intelecto.
—Llegaste a Barcelona por una beca. ¿Notaste un choque cultural?
—No. Tenía 20 años y me adapté fácilmente. Lo que noté es que pude acceder a materiales que no tenía en Cuba. Eso abrió bastante mi espectro a la hora de crear.
—¿Has desempeñado otros trabajos antes de vivir de tu arte?
—Siempre me he dedicado al arte. Desde que me gradué.
—¿No trabajaste como modelo?
—Pero en mi adolescencia, en Cuba. Como de 15 a 19 años. Lo veía como una forma de expresión y me recordaba mucho al cine… Era como hacer performance.
—De hecho, has llegado a salir en un videoclip de Marc Anthony.
—Ya había trabajado con el director, Alejandro Pérez, y me llamó para hacerlo —ríe—.
—¿Cuándo te fuiste a Miami?
—Nunca llegué a vivir en Miami. Sí en Nueva York, Utah o Vermont, durante uno o dos meses, por becas de arte. A Miami solo he ido por proyectos específicos.
Su vida en España
—Has vivido entre Madrid, Barcelona y La Habana. ¿Y ahora dónde tienes fijada tu residencia?
—Desde la pandemia no he regresado a La Habana. La idea de vivir en Madrid coincidió con el inicio de mi relación. Los dos buscamos un lugar apropiado. Me fascina España, es mi segundo hogar, así que dijimos de probar en la capital.
“De Alejandro admiro mucho su capacidad de trabajo y de concentración con su música y a la hora de cantar. También la capacidad de gestionar esa presión, que debe de ser fuerte”
—¿Cómo te está resultando la experiencia de vivir en Madrid?
—Me encanta el mundo social de Madrid. Es bastante cosmopolita: tiene muchas mezclas, pasan muchas cosas y muchos proyectos interesantes. Luego, es una ciudad que da la bienvenida. Me siento bastante cómoda. Y su luz es muy bonita.
—¿Qué es lo que más echas de menos de Cuba?
—Muchas cosas… Experiencias… Incluso algunas que sé que no volveré a vivir. Echo de menos una Cuba que ya no es. Por ejemplo, personas que no están o energías que sé que no son las mismas.
—¿Por la cuestión política?
—Política y social. Mucha gente ha dejado el país y, al final, los lugares lo hacen las personas. Siento que ya no es el mismo lugar y no se respira lo mismo. Eso anhelo.
—Conoces a Ana de Armas.
—A través de amigos en común, en 2017. Ana es maravillosa. Supertalentosa, carismática y muy trabajadora.
—¿Y a otros cubanos, como Rubén Cortada o William Levy?
—Conocí a Rubén Cortada en La Habana porque es pareja de una amiga. A William Levy no le conozco.
—¿Cómo te inspiras a la hora de crear? ¿Cómo es ese proceso?
—Depende del proyecto, si es escultórico o pictórico, que es más íntimo y orgánico. Pero voy al estudio cada día y, por lo general, cumplo con un horario preestablecido, aunque a veces no tenga la fuerza o inspiración. Siempre intento estar en el estudio.
—¿Tienes el estudio en casa?
—No, en Alcorcón. Depende del mood, pero suelo prepararme un café o té y encender incienso, que me ayuda mucho a meditar. También me pongo música cubana, que es un acercamiento a mis raíces. Escucho desde Pablo Milanés hasta Los Muñequitos de Matanzas, que son rumberos clásicos, o los Bang Bang, que hacen salsa.
“Tuve a mi hijo con 23 años. Creo que el ser madre te saca de cierta manera algo de adentro que te hace creer y luchar hasta el último momento por un ideal”
—Tu obra abarca la pintura, fotografía, instalaciones… ¿Con qué disciplina del arte te sientes más cómoda?
—Por lo general, trabajo con base en una idea. Luego, intento encontrar el método o la técnica que me sea más sugerente para hacerlo. El dibujo es frecuente porque me ayuda a materializar una idea. También la fotografía o la acuarela materializan objetos en un plano bidimensional. A veces, la instalación o el environment, creando escenarios… En realidad, me siento cómoda en todos.
—Que tu pareja sea también artista, ¿facilita la fluidez en la relación? ¿Notas algún tipo de diferencia?
—Para nada. Mi ejercicio y mi creación lo vivo todo bastante de manera individual, sin mezclarlo con mi vida personal, a pesar de que él también se dedique al arte. Mi determinación es no pedir opinión ni mezclar.
—Aun así, ambos tenéis una sensibilidad especial. ¿No hay diálogo artístico entre vosotros?
—Increíblemente, no lo hay. Aunque parezca raro, no mezclamos. Ni yo me meto en su mundo ni él en el mío. Vamos de forma paralela, independientes.
—Cuando tu nombre salta a los medios, en el inicio de vuestra relación, ¿cómo lo gestionaste? ¿Te costó?
—Los artistas visuales solemos ser gente bastante poco conocida. En mi caso, ni vivo de la popularidad ni de las grandes masas. Entonces, no estaba acostumbrada. Realmente, me costó un poco al principio, porque, al final, da como cierto acceso a tu vida personal a muchas personas y eso también da pie a muchas opiniones.
—¿Qué admiras de Alejandro?
—Definitivamente, su talento. Admiro mucho su capacidad de trabajo y de concentración que tiene con su música y a la hora de cantar. También la capacidad de gestionar esa presión, que debe de ser muy fuerte.
“¿Ser madre de nuevo? Eso lo dejo al azar. Nunca lo he planificado y no tengo ni idea. Dejo que la vida me sorprenda”
—¿Qué es lo que te llamó la atención cuando le conociste?
—No sabría decir… Creo que esa pasión que siente precisamente por lo que hace. Es algo digno de admirar.
—Entonces, lo normal que era.
—Sí. Totalmente.
—Por cierto, ¿qué tal cantas tú?
—¿Cantar yo? —se ruboriza—. Me gusta cantar, pero solo para mí —ríe—.
Las claves de su maternidad
—Tienes un hijo de ocho años. Fuiste madre muy muy joven.
—Sí, con 23 años.
—No habrá sido fácil compaginar la maternidad con tu trabajo, viajando a Nueva York, Utah, Vermont…
—Suerte que estas residencias de arte las hice antes de ser mamá. Ahora no las hago porque implicaría estar lejos de mi hijo. Pero es cierto que es difícil. Se necesita apoyo en ciertos momentos, cuando no puedes recoger al niño al colegio o hay un viaje de trabajo. Es difícil, pero no es imposible. El tema de la profesión y la maternidad es complicado. Es una condición única y exclusivamente de las mujeres.
—¿La maternidad ha influido en tu obra de alguna forma?
—Visualmente, quizás no se perciba, pero, de alguna forma, lo que más me ha marcado es la convicción. El poder llevar a cabo un proyecto hasta el final con toda la fuerza. Creo que el ser madre te saca de cierta manera algo de adentro que te hace creer y luchar hasta el último momento por un ideal. Entonces, esa fuerza o esa determinación está mucho más presente desde que fui mamá.
—¿Qué opina tu hijo de tu obra?
—Creo que ya está acostumbrado… No va a seguir mis pasos —ríe—. Intento que se meta conmigo a trabajar, pero no lo consigo —vuelve a reír—. Pero le atrae todo el proceso y le gusta mirar. También me gusta mucho practicar la meditación con él.
—¿Te gustaría volver a ser madre?
—Eso lo dejo al azar, al universo. Nunca lo he planificado y no tengo ni idea. Dejo que la vida me sorprenda.
—Una de tus canciones favoritas es Cuando nadie te ve. ¿Qué te gusta hacer cuando nadie te ve?
—Me encanta meditar cuando nadie me ve —ríe—. Me encanta a solas.
—Eres reflexiva entonces.
—Mucho. Y me gusta la contemplación. Por eso, también intento que el espectador, cuando perciba mi obra, tenga un poco de esa esencia.
—Has tenido varios golpes de suerte: ganado concursos de niña, obtenido becas… ¿Cuál ha sido el mayor golpe de suerte en tu vida?
—Primero, ser madre, tener esa gran posibilidad… —Se para a pensar—. Pero no creo que haya tenido golpes de suerte. Creo mucho en trabajar con base en las cosas. Si estás enfocado a sus objetivos y le proporcionas tiempo, energía y esfuerzo… es algo que te mereces. No creo que se trate de cuestión de suerte, te corresponde de alguna manera.