“El destino es juguetón”, dice Ana Locking. Unas veces se pasa de cruel. Otras, te da gratas sorpresas como si tratara de compensar esos momentos en los que te ha tenido con el agua al cuello… Eso, por llamarlo de alguna manera, porque la diseñadora nos cuenta que vio “de reojo a la muerte” y verbalizar esa sensación sin emocionarte no es fácil. Fue hace muy poco. En la pandemia. Tres días antes de que nos confinaran a todos, a ella le diagnosticaron un cáncer de mama y, el mismo día en que volvía a casa tras ser intervenida de urgencia, sin poder mover un brazo siquiera, con las fuerzas y el espíritu en los talones, su chico, Alberto Gomper, sufría la primera ola de covid con 42 grados de fiebre. Día y noche. “Fue un momento de desolación, de tristeza, de soledad…”.
El cáncer, confiesa, le hizo darse cuenta de que “un día, de repente, la vida se te escapa y todo lo que tenía importancia hasta ese instante, ya no la tiene”, mientras, sin embargo, otras, las corrientes, las ordinarias, las sencillas… se transforman en una fiesta. En algo paradisíaco y gozoso. De eso va, de hecho su nueva vida, esa que comenzó después de nueves meses de quimio, de la flaqueza y el pavor, de disfrutar, de vivir, de ser uno mismo y no pedir permiso para serlo, de ir a la esencia, a lo auténtico... Aunque para eso, haya que recurrir a todo lo contrario: a las lentejuelas, a los oropeles, los pestañones, los postizos, las plumas y el plataformón.
Porque el cáncer surge en la conversación de manera natural. Hablamos con la jurado más fashion de Drag Race, el programa de Atresplayer que acaba de emprender nueva temporada. Con nuevas concursantes, nuevos desafíos, nuevos roces, rivalidades, grandes apoteosis e historias valientes que nacen, unas de la rabia, otras del afán de superación y, por supuesto, también de la autoafirmación. No todo el mundo tiene la oportunidad de nacer en una capital, ni en el seno de una familia open mind, con una capacidad económica desahogada o con una educación de colegio internacional. “Vivimos en burbujas. No presupongas nada porque nada, aún hoy en día, es fácil”, advierte la diseñadora. Y en ese “interin” de la conversación, hablamos de moda, de hechuras, patrones, tendencias...; también de la ensoñación o fatuidad de lo “fashion” que, en algunos diseñadores, deviene en pesadilla.
“Acuérdate de Alexander McQueen, la moda tiene éso. De irreal, de magia, de fantasía... pero es fácil cruzar la línea y encontrarte con el horror. Su sueño se convirtió en un infierno”; pero también de pedagogía y sociología de la moda. De “cómo lo que llevas puesto te coloca ante la vida, te posiciona en el mundo” y de cómo su forma de ver la moda siempre ha sido completamente emocional, pero la reválida constante, ese somenterse al juicio de los demás -crítica, prensa, clientes- con las dos temporadas por año, hoy por hoy, en su caso, “forma parte del pasado” .
“Emocionalmente, sigo muy implicada con mis colecciones, pero ahora entiendo que es solo trabajo. Me suponía muchos esfuerzo, mucho cansancio, mucho desgaste y es en ese punto de inflexión que supuso la pandemia y mi enfermedad cuando me doy cuenta que… ¿De qué me sirve tanto? ¿Tanto esfuerzo, de qué? Hay que vivir. Hay que ser feliz. Hay que estar con la gente que quieres y que te quiere. No perder ni un minuto sin ellos. Hay que estar en eso porque puede llegar un momento en el que tú no estés”.
Cierto es que, nos cuenta Ana, siempre le dieron esperanzas. “Morir no era una opción. Siempre me dijeron que, con los tratamientos, la fase temprana en la que me detectaron el cáncer, la vida sana… yo me iba a curar… pero ¿Y si no? ¿Sabes al cien por cien que eso será cierto?”. Y lo que nos rodeaba no era nada alentador. “Miles de personas morían cada día… Y pensaba ¿Por qué yo no? Pero también, por otro lado, me sentía egoísta. Estaba cuidada, estaba en casa, estaba bien… pero otras personas un día estaban y al siguiente, no”.
Dos oncólogos después, casi un año de cuidados, de vida sana… Ana ganó “la batalla a la enfermedad y al miedo, pero no fue fácil”. Yo soy muy de abrazar, de tocar a mis amigos, de decirles que hay que relajar, que hay que contemporizar… Pero era… de boquilla. Ahora, es muy distinto, enfrentarse a una realidad dura, a eso que nunca piensas porque eres joven ¿no? Te hace ver las cosas de verdad. La enfermedad me hizo asomarme a un lado oscuro. A una época horrible que... Quién sabe si tenía que vivir para poder valorar lo que me iba a venir después”. Y lo que ha venido ha sido una fantasía. “Soy más consciente de la suerte que tengo. De repente, la vida me ha puesto delante de un espejo. Había que reaccionar. No podía llevar la vida que llevaba antes. Alberto y yo nos dejábamos la vida con cada colección. Años y años. Hemos pasado, por lo menos siete o ocho años, sin vacaciones, porque no había dinero para poder descansar, todo lo que teníamos, lo invertíamos en la empresa… Años muy complicados, de sembrar, sembrar, sembrar… Caemos enfermos ¿Y?... Afortunadamente, salimos adelante y, de repente, aparece Drag Race”.
Pero que nadie piense que a Ana Locking se le ha subido el pavo a la cabeza. Que ahora que he llegado la tele a su vida, ha perdido el oremus y que, de la aguja y el dedal, pasa. “La tele para mí es Drag Race. De hecho, no es tele lo que hago, es Drag Race. La tele, en realidad, es otra cosa. Nunca pierdo la perspectiva a la hora de pensar que es el programa de mi vida”, explica Locking, que sigue impartiendo clases en la Universidad, sigue atendiendo a sus clientas en el atelier y sigue cogiendo bajos si es necesario, solo que ahora, en su agenda, tiene horas de grabación y las marca en rojo porque se divierte como una loca. “Porque soy una gran apasionada, defensora y enamorada de la cultura drag. Yo soy una mariliende desde que era una niña y forma parte de mi, de mi juventud y de mi aprendizaje. La vida me ha puesto esto en el camino para que me deje llevar porque que viva ta mi fantasía al máximo. Por eso, los looks que me hago, los maquillajes que me hago, es un “Claro que sí y ¿por qué no?”.
Un ardid del destino en forma de concurso en el que Locking participa a corazón abierto. “Ellas -las participantes- se dejan la vida, la piel en el concurso. Por eso, yo empatizo tanto con ellas. Me emocionan. Y cuando lloro, lloro con ellas. Entiendo tanto esa forma de vivir, de sentir, de belleza… que empatizo muchísimo”. Y tiene gracia que, entre tanto oropel, prótesis de látex, plumas y brillantes de strass, “haya tanta verdad. Ellas lo exponen todo: quiénes son. Ellas mismas”.
La forma de enfrentarse a la cámara, pese a ser una neófita en esto -o quizás precisamente por eso- le ha convertido en una gran revelación telesiviva. ¿Eso como se vive? “Pues fíjate, yo es que quiero mantener mi ingenuidad… Si estuviera haciendo otro programa, quizás más standard, no lo sentiría igual, pero éste es tan de verdad -pese a que todo lo que nos rodee sea tan artificioso paradójicamente- que me parece que no hago tele… Otra cosa es lo que llega por redes... Pero me divierte”. Porque asegura Ana Locking que su nombre no es que sea uno que entre en el imaginario de las “reinas”. “Muchas no tenían ni idea de quién ella yo, normal…” Porque los referentes de la cultura drag son más un Thierry Mugler, un John Galliano para Dior, un Gaultier, Versace… “Referentes muy anclados y muy estables” cuando, por el contrario, Locking no es tan mainstream en su mundo pese a que se confiesa hija de la cultura ballroom y trahs. Lo bueno es que, veinte años después de profesión, la diseñadora se está convirtiendo en alumna de los concursantes.
Primero, cuenta porque en la moda hay una tendencia a tomarse demasiado en serio a sí misma y el mundo drag lo satiriza todo, lo que te permite tomar distancia. Y segundo, por las siluetas con las que ellas trabajan sus cuerpos. “Convierten sus cuerpos en otro cuerpo. Esa transformación es muy interesante y me resulta tan atractiva. Una mujer puede ser bellísima con seis tetas o con cuernos o sin definición de mujer. Es la transformación de todo tipo de cuerpos en todo tipo de cuerpos. Desestructurar los límites del cuerpo rompiendo con estereotipos de belleza y con lo establecido. Es alucinante. Sin querer -o queriendo- me está influyendo mucho como diseñadora”, confiesa.
Sin hablar del cambio de mentalidad que implica ver en television -en television convencional, rectificamos- orientaciones y sexualidades diferentes completamente normalizadas. Al final, ver la vida sobre un plaformón va a ser que amplia la perspectiva ¿no? “Las plataformas son absolutamente necesarias. Necesarias para ir por encima del mal y a veces también del bien. Mirarse demasiado a uno mismo no es bueno. La obsesión por uno mismo genera egocentrismo y acorta mucho las miras y la realidad. Hay que mirar más allá de uno mismo y como diría RuPaul, la vida no hay que tomársela tan en serio. Hay que dejarse llevar y vivir las cosas de otra manera. Y sonreír. Yo me obligo a hacerlo todos los días”.