Después de tantos intentos, Vania Millán está cada vez más cerca de cumplir el sueño de ser madre junto al médico estético Julián Bayón, con quien se casó en junio del año pasado. Ahora que acaba de cumplir cuarenta y cinco años y que se encuentra en el ecuador de su embarazo, la empresaria –Miss España 2002– relata a ¡HOLA! todo lo que ha pasado a lo largo todos estos años, de tratamientos frustrados. ¿Cuáles han sido sus obstáculos? ¿Qué ha cambiado en esta ocasión? ¿Cuál es el curioso ejercicio con el que ha encontrado la tranquilidad? La propia Vania nos lo cuenta todo.
—Antes de nada, ¿cómo te encuentras?
—Muy bien, la verdad. No tengo los signos que otras mujeres tienen en su embarazo. Estoy muy activa en mi trabajo y hago vida, como si nada, aunque siguiendo los cuidados obvios de mi estado.
—Te refieres a que no tienes náuseas ni otras molestias.
—No. Ni sueño… Tuve al principio, pero ya estoy bien.
—¿De cuántas semanas estás?
—Más de cuatro meses y medio. Salgo de cuentas en septiembre.
—¿Darás a luz en Madrid?
—Sí.
—¿Ya conoces el sexo del bebé?
—En la siguiente ecografía nos lo dirán, pero no lo tenemos confirmado.
—Pero, ¿sabes si el bebé puede ser más niña o niño?
—Ojalá se quisieran mojar los médicos, pero no lo quieren confirmar. Nos lo dirán estos días. Por eso, hasta que no lo confirmen, prefiero no decir nada.
“Julián y yo queremos que sea niña. Como Julián ya tiene un niño, pues nos apetecía que fuera niña”
—Aun así, ¿has pensado en algún nombre?
—No, porque prefiero elegirlo cuando sepamos qué viene. No sé… Es que he estado pensando en que todo saliera bien y para adelante, que el nombre era ya más secundario. Pero reconozco que los dos queremos que sea niña. Como Julián ya tiene un niño, pues nos apetecía que fuera niña. Pero, evidentemente, venga lo que venga lo vamos a querer igual.
—¿Tienes comprado algo para el bebé o es demasiado precipitado?
—Estoy deseando poder arreglar esa habitación y hacer algunas otras cositas de la casa, como el baño. Fíjate que el otro día subí unas cositas a Instagram y todo el mundo se me avalanzó para decirme que esperara –ríe–. Me hace muchísima ilusión y, en cuanto pueda ponerme con ella, lo haré.
—Te ha costado mucho quedarte embarazada. ¿Qué ha cambiado esta vez con respecto a los anteriores intentos?
—Muchas cosas. En cada intento, he tratado de hacerlo de una manera diferente. Date cuenta que no llevo queriendo quedarme embarazada ni un año, ni cuatro ni cinco… Ha costado ocho años. Yo tenía treinta y cinco años cuando quise ser madre. Entonces, no me vieron nada aparente… Lo único que me dijeron fue que me había salido el azúcar muy alto y podía tener una diabetes tipo 2, que podía influir en la fertilidad. Por ello, me recomendaron hacer deporte diario y dieta. Desde ese año, empecé a hacer ejercicio diario para regular el tema de la glucosa. Como llevo tantos años trabajándolo, la última prueba que me hicieron salió bien.
—¿Consideras que este embarazo ha sido un milagro?
—Cuando haces tratamientos FIV –fecundación in vitro–, todos los embarazos son un milagro. No es tan fácil quedarse embarazada. Ni siquiera de forma natural. Pero, en un tratamiento FIV, puede suceder o no. Y ya no es una cuestión física, sino también mental y emocional. A veces, los bloqueos vienen porque el cuerpo decide no quedarse embarazada.
—Por estrés…
—Exacto. Una de las cosas que aprendí en el primer intento es que vivía demasiado estresada e intentaba controlar todo. Me preocupaba mucho de todo. Ahora he aprendido a delegar, teniendo un espacio para ocuparme de mi bebé y sin importar a cogerme un tiempo. Cada error me ha enseñado a tomarme el intento de una manera.
—Nunca llegaste a tirar la toalla y eso que tenías esa espada de Damocles para las mujeres que es el reloj biológico. ¿Llegaste a plantearte si no iba a suceder?
—Sí. Son muchos años. El mayor peso de un tratamiento así es la incertidumbre. Cuando te dicen que no es posible, asumes que tu vida va a ser de una manera. Pero, en mi caso, esa incertidumbre era constante… ¿Será en este intento o en el siguiente? Luego, hay que tener en cuenta que cada intento es un desgaste físico y emocional, pero económico. No todo el mundo se puede plantear todos los intentos. De hecho, la última vez pensé: “A lo mejor me estoy volviendo loca y tengo que decidir si parar”. Es más, en esta última ocasión, yo me planteé muchas más cosas. Incluso, me planteé que no sucediera.
“El mayor peso de un tratamiento así es la incertidumbre. De hecho, la última vez pensé: ‘A lo mejor me estoy volviendo loca y tengo que decidir si parar”
—Te has sometido a un tratamiento de reproducción asistida. ¿Por qué te ha funcionado más este tratamiento que otro?
—Una de las cosas que me han sorprendido es que vas un poco de intento y error, intento y error. Así los médicos van viendo qué puede pasar. Al principio, cuando me hice todas las pruebas, cuando me miraron las hormonas, las trompas y me midieron la calidad de los óvulos, los médicos me dijeron que lo tenía todo bien y no encontraban nada. Por eso, era más frustrante para mí. Cuando te diagnostican endometriosis o te dan una explicación médica, puedes entenderlo. Pero, a veces, no la hay. Incluso hay casos en los que la mujer se pasa años sometiéndose a tratamientos y, de repente, se queda embarazada de forma natural. Al final, la ciencia nos ayuda mucho, pero el milagro de la vida no deja de ser un milagro. Y son muchos, muchos los factores que afectan a tu cuerpo y a su capacidad de anidar un embrión: físicos, emocionales, mentales…
—Cuando te confirmaron que, finalmente, esta vez sí que estabas embarazada, me imagino que se saltarían las lágrimas de emoción.
—Es que nunca antes me había quedado embarazada. Nunca, nunca.
—Entonces, ¿esta vez ha sido la única?
—Sí, la primera vez que hemos avanzado, porque antes ni llegaba.
—¿Qué pasó en los anteriores intentos?
—Primero, me dijeron que iban a implantarme los óvulos fecundados. Otro médico me dijo que mi problema podría ser del útero. Como te digo, vamos muy a ciegas, a veces. Pero el médico nuevo me aseguró que mi útero estaba bien y que íbamos a probar de nuevo. En esta ocasión, estuve más relajada. Pero, en cada intento, me medicaban para trabajar la calidad del óvulo. Además, he hecho dieta específica para la fertilidad, he acudido hasta a acupuntura… Muchas cosas en pro del embarazo.
—Pero el primer óvulo que te implantaron es el que ha prosperado.
—Claro, porque las anteriores veces, cuando fecundaba y hacían la biopsia, los médicos decidían que no me lo implantarían.
—Pues vaya presión…
—Creo que eso ha influido mucho en mi estado de ánimo. No tiene nada que ver el primer intento, que fue con óvulos míos congelados, a este último.
—Has recurrido a todo tipo de procedimientos. ¿Te llegaste a plantear una gestación subrogada?
—Mi problema no era que no pudiese gestar. Al no tener un problema físico para gestar, evidentemente, prefiero hacerlo yo. Pero, como nunca me vi en ese supuesto, ni por mi edad ni por la exploración física que me hacía, pues ni me lo he llegado a plantear. Si hubiese estado en esa situación, no sé qué me hubiera planteado. Aun así, en España no se puede, así que tendría que haberme ido fuera y he hecho muchísimos trámites.
Cuando el médico me llamó y me dijeron que estaba embarazadísima, le respondí: ‘¿En serio? ¿No te has confundido de paciente?”
—Volviendo a la noticia, te emocionarías cuando los médicos te confirmaron que estabas embarazada.
—Claro. Durante la semana que tuve la implantación, no sabía cómo reaccionar: me quería emocionar, pero temía que luego me fuera a llevar el chasco. Cuando fui al médico a hacer la analítica diez días después, que es la espera más horrible y la de incertidumbre en su máxima potencia, le dije al médico que no sentía nada. Pero, cuando a las horas, me llamaron parar darme el resultado: “Estás embarazadísima. Es que tienes la hormona por las nubes”. Le respondí al médico: “¿En serio? ¿No te has confundido de paciente?” –ríe–. Pero me aseguraron que todo iba bien. Ya ahí tuve el primer subidón, porque ya sabía que estaba embarazada. Pero, hasta que no hayan pasado tres meses, también podía perderlo. Ese tiempo lo pasé todo con incertidumbre, observándome todo el rato.
—Controlando mucho tu cuerpo, por si pasaba algo malo, ¿no?
—Exacto. De hecho, hubo un periodo en el que manchaba y me vine abajo, pero el médico me tranquilizó y me dijo que podía pasar. Por eso, hasta los tres meses, no sentí esa relajación con el embarazo.
—Ahora ya te vemos hacer deporte. Haces vida normal.
—Los primeros tres meses no hice nada de deporte, ningún esfuerzo. Estaba centrada en que todo agarrara bien. Luego, ya los médicos me dijeron que, si estaba acostumbrada a hacer deporte y tenía controlado el azúcar, sí era positivo que siguiera haciéndolo. Evidentemente, no hago ejercicio del mismo modo que si no estuviese embarazada: no trabajo el abdomen y hago deporte para embarazadas. Es bueno fortalecer los músculos que tienen que soportar la barriga y la columna, como el suelo pélvico.
—¿Y el tema de la alimentación?
—El único síntoma en los primeros tres meses fue que no tenía mucha hambre. Entonces, estaba feliz –ríe–. Pero llevo ya un par de semanas que me ha vuelto el hambre. Como desde hace ocho años me dijeron que controlase el azúcar y tomaba metformina –medicamento para controlar la glucosa–, pues dejé de tomarlo. Ahora como mucho, pero como bien.
—¿Has tenido algún antojo?
—No, la verdad. Hubo una semana que me dio sólo por comer tomates y era lo que comía.
—¿Cómo está tu marido después de todo?
—Imagínate… Está superfeliz. Al final, ha vivido conmigo todos los intentos. Evidentemente, lo ha vivido de una manera diferente, porque los pinchazos y los tratamientos hormonales los he recibido yo –ríe–. Pero él ha compartido todo el proceso. Cuando estás recibiendo hormonas, estás más irascible y él siempre ha estado apoyándome. Cuando yo tenía bajones, él era el primero que me decía: “Seguimos, tranquila”.
—Entonces, Julián te ha dado mucha calma.
—Sí, me ha apoyado muchísimo. Siempre, siempre. Reconozco que ha habido momentos en el que decía ya no quiero, pero él me decía. “Vania, tranquila. Si estás enfadada, vamos a parar, descansamos y seguimos” –ríe–.
“Hubo un periodo en el que manchaba y me vine abajo. Hasta los tres meses, no sentí esa relajación con el embarazo”
—Habiendo deseado tanto este bebé, ¿has llegado a soñar con él?
—Lo que hacía todas las mañanas era escuchar una canción en el coche. En ese momento, siempre me visualizaba ese momento en el que el bebé nacía y yo estaba con él.
—¿Qué canción?
—Es una instrumental, no es conocida. Pero yo lo visualizaba y lo sentía. Era como un ejercicio que yo hacía. Cuando estás con la incertidumbre, puedes enfocarte en el miedo y en lo que podía pasar de manera negativa o en la fe de que va a pasar lo que tú quieras que pase. En mi caso, decidí trabajarlo de esa manera, apartar por qué no me quedaba embarazada y enfocarme en lo que yo quería. De hecho, era el ejercicio que hacía todos los días, cuando iba al trabajo. Por eso, ya me imaginaba así.
—¿Tu ejercicio de relajación era imaginarte como madre?
—Sí, sí. Me mentalizaba todo el rato.
—Antes de que llegue el bebé, en junio, celebrarás tu primer año de casada.
—Sí, el cuatro. Estos meses han sido muy bonitos. Desde que nos conocimos, nos propusimos montar una clínica juntos y sacarla adelante, casarnos, tener este hijo… Cuando ves todo lo que vas cumpliendo con mucho esfuerzo, porque hay mucho esfuerzo detrás, sienes orgullo y satisfacción. Pero ambos también llegamos a aceptar este verano que no podíamos tener un bebé y que teníamos que enfocarnos en nuestro trabajo, en viajar mucho y en el hijo de mi marido, que es adolescente. Cuando aceptamos esa posibilidad, te relajas mucho.
—¿Qué balance haces a estos meses de casada?
—Maravillosos. A ver, ya vivíamos juntos y teníamos la empresa juntos, pero el casarnos ha sido la coronación de todo y el broche de oro, aunque tuviéramos que posponer la boda por la pandemia. Si ya estábamos muy unidos, ahora todavía más. La verdad es que ha sido un año muy bonito: nos sentimos amigos, pareja y equipo. Nos ayudamos mucho, el uno a al otro, a crecer en todos los sentidos. Eso es lo que uno busca en una pareja, que no es fácil encontrar alguien que te ayude a construir y a crecer.