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‘Karl Lagerfeld. A line of beauty’ es el título de la Met Gala 2023

Odios, fobias, secretos inconfesables y amores prohibidos del Káiser de la moda

Arrojamos luz sobre el lado oscuro del genio que sustituyó a Cocó Chanel


18 de abril de 2023 - 13:21 CEST

Eran otros tiempos. De no ser así, seguro que se habría ganado -y no siempre de manera inocente ni inconsciente- docena y media de cancelaciones. Por eso también llama la atención la reivindicación de su figura. Controvertida, como poco. También su genio, obviamente. Porque todo en él estaba fuera de norma. Ni siquiera bordeando los límites. Él siempre se desplazaba varios metros más “pa’llá” en realidad. Empezando por su concepto creativo que, por algo era un ser excepcional. Camaleónico o mercenario, según queramos verlo, porque era capaz de dirigir Chanel y Fendi al mismo tiempo, revolucionando la Maison francesa y la Casa italiana sin perder jamás un ápice de identidad. Y siguiendo por todo lo demás: por su carácter insoportable, su perfeccionismo obsesivo, su vitriólico sentido del humor, su maledicencia sin adjetivos, sus declaraciones lenguaraces, sus modales altivos, sus amores, sus enemigos y hasta por su dieta... Sin embargo, la Met Gala lo celebra. Karl Lagerfeld será el leit motiv, la inspiración, el título -Karl Lagerfeld. A line of beauty- de su próxima gran fiesta de la moda, esa alfombra roja -y posterior cena- tan excéntrica como hiperbólica e imaginativa con el que el Fashion Institute recauda fondos a golpe de click fotográfico. La brillante antesala de la inauguración de una exposición que, científicamente, hará Historia.

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Porque después de apuestas más conceptuales como la dedicada al Camp: Notes on Fashion, de 2019; la que tomó el rito y el fasto religioso como referencia en 2018 -Heavenly Bodies: Fashion and the Catholic Imagination- o la última, la del año pasado, In America: An Anthology of Fashion que, de tan genérica y abstracta, pocos acertaron con la idea, el Met ha decidido ahora ir al grano. Seguro que esta expresión, a Karl, con ese sentido estético tan impoluto, le habría aterrorizado. Pero lo que no habrá sin lugar dudas serán subterfugios extraños. El diseñador será reinterpretado grosso modo por aquellos que buscan la foto espectáculo. No irán ni a la esencia ni se transfigurarán con su espíritu. Ya sea en ese hilo plata que el llamado Káiser de la moda entretejió en el clásico tweed de Chanel o en el golpe seco de tijera que daba a las pieles de zorro ártico para luego impregnar el corte de añil como hizo en Fendi. Para nada. Irán a la coleta rala y gris, a la gafa de sol negra y el cuello camisero blanco y extraalmidonado, a su look romántico casi vampírico, de riguroso traje negro slim fit y guante mitón… Algo, por otro lado, del todo comprensible y casi natural cuando el personaje devora a la persona y se convierte en mito . En mito pop. Porque, más allá de ser uno de los diseñadores más influyentes de su tiempo y un excelso fotógrafo y, por supuesto, un artista, el alemán fue capaz de conseguir trascender las pasarelas, los grandes salones de la alta costura y, aún sin llegar a tener Maison propia -a ver, sí la tuvo, pero no con mucho éxito porque tampoco le puso mucho interés-, ser un personaje tan mainstream. Alguien tan reconocible como Marilyn Monroe, Michael Jackson o su antecesora, Coco Chanel, lo que, salvo ella, ningún otro diseñador ha conseguido en la Historia. Ni antes ni después. Ni siquiera su gran rival y, sin embargo enemigo, Yves Saint Laurent. Basta su silueta -como bien ha aprovechado el marketing- para identificarlo. Una construcción a la que contribuyó, más allá de sus hallazgos fashionistas, una vida pública repleta de titulares. Algunos buscados y, otras veces, escritos a su pesar. Por sus animadversiones. Por sus noches interminables. Por sus Coca Colas en vena. Desde sus comienzos hasta su muerte, el 19 de febrero de 2019. “Soy como una caricatura de mí mismo y eso me gusta. Es como una máscara. Y para mí el Carnaval de Venecia dura todo el año (…) Todo lo que digo es una broma, soy una broma a mí mismo”. “No tengo sentimientos humanos”.

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Arriba, Karl Lagerfeld junto a Yves Saint Laurent en el concurso del Secretariado Internacional de la Lana de 1954. YSL ganó primer y tercer premio en la categoría ‘Vestidos de noche’ y Karl se llevó el primer puesto en la categoría de ‘Abrigos’. En el pódium, ya se reconocieron como iguales y ya se odiaron. Sobre estas líneas, junto a su amiga Anna Wintour.

“Karl y yo íbamos solos a cenar juntos en París . Ibamos a pie, siempre el primer domingo de cada semana de la moda. A veces, se nos unía nuestra gran amiga Amanda Harlech. Durante aquellas noches, jamás hablábamos de trabajo. Era muy divertido y atractivo, parecía que tuviera siempre preparado el comentario más audaz y la broma más ingeniosa. En pocas palabras, era el mejor amigo con el que tenía la oportunidad de cenar. Las horas que pasé con él sentada a nuestra mesa me hacen sentir muy afortunada porque fueron los mejores golpes de ingenio a los que yo he tenido acceso y que jamás, sin embargo, he tenido en la mesa de mi despacho”. Estas eran las palabras de una de sus pocas “amigas”, Anna Wintour. Quizás por eso -y porque es más lista que el hambre y las últimas ediciones eran un poco desmadre- la taquígrafa todopoderosa de la moda se ha decidido por él para dar sentido a su alfombra roja aunque, entre las estrellas habituales en este tipo de convocatorias, habrá más de una que habría preferido pisotearle el culo antes que el mullido fieltro color fresa. Y razones no les faltarían. Sus enfrentamientos dialécticos son apoteósicos.

Quizás el último, el que lió por cargar contra el movimiento “  Metoo”  que, de repente, lo convirtieron, en la imagen casi disecada de la misoginia. En una entrevista, dijo que estaba “harto”, que le aburría. De hecho, su frase exacta contra aquella hipotética modelo que se le hubiera podido ocurrir denunciar comportamientos inapropiados de un hombre fue la siguiente: “Si no quieres que te bajen los pantalones, no te hagas modelo. Métete en un convento, allí va a haber siempre una plaza para ti”... Heavy. Pero bueno, recordemos lo que decía de sí mismo, que era una caricatura… O que no tenía sentimientos humanos.

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Sea como fuere, nunca se mordió la lengua. Y su odio podía ser expansivo y ubicuo o estar perfectamente teledirigido con coordenadas exactas de nombre y apellido. Por ejemplo, Angela Merkel, entonces, canciller de su país. “Odio a Merkel. Si continúa en el poder, renunciaré a la ciudadanía alemana”, porque, a su juicio, era “demasiado generosa” con los refugiados. De su también compatriota  Heidi Klum  , eterna invitada a la Met Gata, primero dijo: “No es una modelo de pasarela, es demasiado pesada y tiene el pecho muy grande”. Luego, directamente, aseguró que ni siquiera sabía quién era y que nadie la conocía en Francia. De su marido, en aquel momento, el cantante Seal, le apeteció decir algo sobre su piel. “No soy dermatólogo, pero no me gustaría tener su piel. La mía es mucho mejor. Él está cubierto de cráteres”. Como Andy Warhol, también es verdad. De él dijo que era “físicamente repulsivo”. No se anduvo con chinitas, vamos. A Meryl Streep, sin embargo, le dio una de cal y otra de arena: “Es una actriz genial pero también un tanto vulgar, ¿no?”. Pero a Pippa Middleton volvió a darle con la mano abierta. “Kate Middleton tiene una silueta agradable; me gusta ese tipo de mujer, me gustan las bellezas románticas. Pero su hermana… No me gusta su cara. Ella debería mostrar solo su espalda”. Al menos, solo se refirió a su aspecto… De la suegra de su hermana, o sea, de Lady Di, soltó “vale, es guapa y dulce, pero… tonta”.

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Lagerfeld estaba claro que tenía un particularísimo concepto sobre la hermosura. “La vida no es un concurso de belleza; algunas personas feas son grandes. Lo que yo odio es a la gente asquerosa, a la gente realmente fea. Aunque peor que feo es ser bajito. Las mujeres pueden ser bajitas pero en un hombre es imposible”. Y para él, no servía de nada que recurrieras a la cirugía plástica y/o estética para remediar ese defectillo. “Nada hace que parezca más viejo que intentar ser joven. Las peores son las operaciones de labios; hay personas que lo han hecho y después ya son irreconocibles. Parece que volaron a través del parabrisas durante un accidente de coche”. Ahora, nada peor que ser ruso. Ahí, olvídate de vivir. “Si yo fuera mujer en Rusia, me gustaría ser lesbiana ya que los hombres son muy feos. Hay unos pocos atractivos, como el novio de Naomi Campbell, pero allí se ven las más bellas mujeres y los hombres más horribles”.

De todas formas, nada, nada, nada comparable a su cruzada contra el peso . Perdón, contra aquellos con unos kilitos de más.  De Adele, dijo “un poco demasiado gorda”  (sic) y cuando a la revista teutona Brigitte se le ocurrió dedicar una portada a las modelos curvy, su respuesta fue tan airada como salvaje: “Todos esos que critican a las modelos por aparecer huesudas o anoréxicas son las típicas madres gordas que se sientan en el sofá todo el día comiendo patatas fritas”. Ejem.

Y más ejem cuando habría que recordar que hasta 2003 Lagerfeld era “fofy sano”. Perdón, solo “fofy”. Porque fue entonces cuando se puso a dieta estrictísima y saludable “0” con la que perdió 42 kilos y se convirtió en delgado. En delgado y, como las Visha Kanya, las niñas indias venenosas, en una bomba de relojería de comprimidos químicos para inhibir la ingesta y la absorción de cualquier tipo de nutriente que, oh Dios, pudiera engordarlo. Evidentemente, no adelgazó ni por su bienestar físico ni por ganar en cordura emocional (perdóneme usted, pero ¿qué es eso?) sino porque se había enamorado de los trajes que diseñaba Hedi Slimane para Dior Homme que eran extramegafit y hasta a la mismísima Kate Moss le hacían michelín, cuando, sí, eran para caballero.

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Efectivamente, la suya fue una de las grandes metamorfosis corporales (de mente fue siempre “gordófobo”) del mundo de la moda donde, por otro lado, hasta casi la actualidad, tener un cuerpo alternativo al canon de la talla 36 y el 1,80 era un pasaporte al ostracismo más absoluto. Para aquellos que ya tienen lápiz y papel para apuntar cómo lo hizo, decirles -para ponerles los dientes largos- que lo logró en tan solo 13 meses y la fórmula mágica la describió en un libro en el que había frases tan inspiracionales y sugerentes como la siguiente: “Yo creo que la moda es la motivación más sana para perder peso”... Exacto, formaba parte de su autoparodia: “Quizás todo esto suene políticamente incorrecto y superficial. Pero el problema con la corrección política es que uno se aburre“.

El libro se tituló   La dieta en 3D (un diseñador, un doctor y una dieta)      y se basaba en ingerir verduras verdes, lácteos desnatados y suplementos alimenticios. Ah, y desterrar hasta los restos cualquier producto que llevara azúcar y/o harina… Para después pasar a vivir únicamente a base de pastillas (aportes de vitaminas y minerales) y de Coca Cola Light, a razón de siete diarias. “Fue importante para mi credibilidad profesional demostrar que era capaz de crear transformaciones no solo a través de mis diseños, sino en mi propia apariencia”. Y tiene gracia lo de la bebida carbonatada de cola porque era otra cosa más que, al igual que el amor y la obsesión por el trabajo, la perfección y la estética, compartía con su enemigo personal número 1: Yves Saint Laurent.  

  Chanel siempre vio en el enfant terrible de Orán a su heredero al trono de la moda parisina. Quizás ése sería el primero de los desencuentros o las causas o los motivos por los que YSL y Karl Lagerfeld se odiaron y se quisieron a partes iguales y al revés. Karl Lagerfeld sería sin embargo el elegido mientras YSL prefirió volar en solitario reivindicando su nombre, cuando el kaiser, por necesidades de la vida, supeditó el suyo siempre al de otras casas…

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Ambos se conocieron super jovencitos, aún sin carrera, en el concurso del Secretariado Internacional de la Lana de 1954. Ganó YSL, sí. El primer y tercer premio en la categoría “Vestidos de noche”. Pero Karl, también. Se llevó el primer puesto en la categoría de “Abrigos”. En el pódium, ya se reconocieron como iguales y ya se odiaron. No obstante para que Lagerfeld fuera nombrado diseñador jefe de la casa Chanel  tuvo que pasar mucho tiempo aún. Sucedería en 1982, once años después de la muerte de la matriarca y, cuando llegó al atelier del 31 de la Rue Cambon, la empresa era más una perfumería que otra cosa porque, si bien el estilo que creó Gabrielle para la mujer era en esencia y por naturaleza, moderno, apenas había cambiado desde que abrió allá por 1910. “Nadie quería ponerse su ropa ni llevar sus accesorios. Nadie vestía de Chanel. Así que me lo tomé como un reto. Los dueños me dieron carta blanca para crear, sin presión. Si no lo conseguía, vendían la marca. Pero con mi llegada vino el éxito. A mí me atrajo la idea de resucitar algo que estaba muerto”. Y que Karl iba con ventaja. Se lo auguró su pitonisa de confianza. No movía un dedo sin que ella le leyera las cartas y éstas no le mintieron. ¿Cuál fue su conjuro? Reformuló sus ideas y añadió detalles extraídos de las tendencias en constante cambio. “Si quieres arruinar un negocio, sé respetuoso con él”. Y que él se lo sabía al dedillo. Lagerfed contaba con la colección privada de Chanel más completa hasta la fecha. Atesorada durante años fuera del paraíso.

Pero vamos al meollo, que nos perdemos, ¿Por qué rompieron YSL y Lagerfeld? ¿Por qué se odiaban tanto? ¿Por competitividad laboral? ¿Por premios? ¿Por clientas? ¡Venga, va! No seamos naïf por el amor de Dios… Rompieron por un hombre. Que tenía nombre y la capacidad de dejarte caer, muy placenteramente por cierto, en los infiernos. Él era Jacques Bascher. El fue quien abrió el desfiladero entre ambos. Eso sí, sujetaría su mano hasta su muerte. Porque el diablo hecho carne era humano. Muy humano y muy carnal.

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Pocas veces Lagerfeld habló sobre su vida privada, pero las pocas veces que lo hizo fue para mencionarlo a él, un dandy aristócrata con quien mantuvo una relación de 18 años. “Era la persona que más me divertía, mi opuesto, imposible, odioso. Era perfecto”, confesó a Marie Ottavi, la biógrafa de su amante. Pero no lo fue solamente suyo. YSL también disfrutó de Bascher. Más de una vez. Y no fue solo sexo.

Bascher era insaciable. Bebía, se drogaba, seducía a hombres y mujeres… El Káiser era puritano, casi calvinista, abstemio, no consumía estupefacientes y trabajaba con apasionada austeridad monacal. Karl se sentía atraído a Bascher de una manera intelectual. Compartían el gusto por el romanticismo, la literatura y la estética… Lo convirtió en el primer muso conocido en la industria y disfrutaba vistiéndolo montando las fiestas temáticas más salvajes en su honor. A cambio, Bascher le llamó por primera vez “Káiser”. A él le debemos el apodo.  

En una de esas noches maratonianas, la que tuvo lugar en Moratoir Noire el 24 de octubre de 1974, se desencadenó todo. Fue cuestión de segundos, pero el estallido en la alocada noche de París es mensurable a la bomba de Hiroshima. Porque Yves acudió a la fiesta a pesar de no mantener buena relación con el alemán. Y no contento con eso, tampoco dudó en enrollarse con Bascher en uno de los armarios que, con la ley de Murphy en una mano, y el picaporte de la puerta en la otra, Karl tuvo a bien abrir mientras ellos dos se rendían a sus bajos instintos. Karl odió hasta después de muerto a YSL mientras que Bascher mantuvo la misma vida desenfrenada sin que el alemán le pidiera un poquito de embrague. Hasta que el sida se lo llevó en 1989. Hasta entonces, el alemán le guardaba ausencias. Mano sobre mano.

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Más allá de Jacques, durante años se le relacionó con el modelo Baptiste Giabiconi. “Es la versión masculina de Gisele Bündchen. Bien con la ropa y más aún sin ella”, llegó a decir de él en una doble carpado con tirabuzón de declaración íntima cuando, eso sí, ya había superado los 80… O los 85 porque, tras décadas quitándose cinco años sin que nadie se lo discutiera, en 2003 se desveló su fecha real de nacimiento. El “Bild” tiró por tierra el argumento de que su certificado de nacimiento se perdió durante unos bombardeos en Hamburgo y publicó su partida de bautismo. El nunca lo confirmó y se limitó a decir: “Odio los cumpleaños”. Sin hablar de que jamás habló tampoco de quien firmaba esa partida: su padre Otto Lagerfeld, procedente de una familia de banqueros sueco, que hizo fortuna al introducir en Alemania la leche el polvo… No le podía parecer más pequeño burgués.

Pero volviendo a Giabiconi, él, por un lado le sirvió de lazarillo en el albur de descubrimientos y nuevos talentos. Tanto que parecía obsesionado por la Generación del like. Se enamoró de Keira Knightley, de Cara Delevingne, de Lily Allen, de Kelley Jenner, de Kaia Gerber… Pero es que también fue el primer papá de Choupette, la mascota multimillonaria heredera del Imperio Lagerfeld. Una gata para la que nunca escatimó en gastos, que tenía chef personal y guardaespaldas y hoy es una rica influencer.

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Choupette, como no podría ser de otra manera, está invitada a la Met Gala  aunque, hija de quien es, aún no ha confirmado asistencia. Su invitación es + 2 porque irá acompañada de Françoise Coçote, la fiel ama de llaves del diseñador, que es quien se encarga de administrar su dinero y de Baptiste Giabiconi. Tampoco ha confirmado de quién irá vestida. Quién sabe si, como su antiguo dueño, es igual de caprichosa y elige un YSL. Humor de los Lagerfeld. Que era ácido pero escaso. Cuentan que una vez Karl Lagerfeld casi llegó a sonreír. Fue en 1995.