Hace 25 años que Laura Sánchez comenzó su carrera de modelo, y lo hizo a lo grande, en Madrid, convirtiéndose en el mejor rostro de la que en la época conocíamos como Pasarela Cibeles. De ahí saltó a Barcelona, París, Milán, Nueva York, Londres… Pese a haber recorrido el mundo, Laura siempre ha tenido la necesidad de estar en Huelva, la tierra en la que se crio. De hecho, viaja varias veces al mes, tanto para poner los pies en sus paradisíacas playas como para visitar a sus padres en Santa Ana la Real, ubicado en plena sierra de Aracena y Picos de Aroche. “Soy de un pueblecito que no llega a 200 habitantes. Son siete calles, con casitas blancas, está empedrado y tiene una iglesia del siglo XVII”, nos cuenta la modelo y empresaria, que realmente nació en Alemania. Ahí comienza su recorrido por toda Huelva, desde su sierra hasta sus bellos pueblos costeros. Son lugares que también le encantan a su hija, Naia, quien vive en Bilbao y ya tiene 16 años.
—¿Qué hace única a Huelva?
—Lo primero, su luz, que es inmensa. He viajado mucho y no he encontrado esa luz tan blanca, tan plena, en ningún sitio. Por algo se llama la Costa de la Luz. Como me crie allí, pensaba que era igual en todos los sitios y no. Luego, sus gentes, por su carácter. El onubense es tranquilo, amable, empático… En resumen, buena gente.
—Estás tan enamorada de tu tierra que llevas tatuada Huelva.
—Así es. Solo tengo dos tatuajes: las iniciales de mi hija, a la que, por supuesto, amo, y la palabra Huelva, en mi muñeca. La historia del tatuaje es curiosa. Vivo en Madrid, pero voy a Huelva dos o tres fines de semana al mes. En el confinamiento, la echaba tanto de menos que mi hija me dijo un día: “Mamá, estás muy pesada con Huelva”. Al contarle que tenía necesidad, me respondió: “Pues tatúatelo”. Lo hice la primera vez que volví con mi hija. Ella escribió la palabra y me la tatué, para tener también su letra en mi piel.
—¿Cuál es la mejor época para visitar tu tierra?
—En primavera. Sin duda. Puedes ir a la costa, comer en una terraza y descubrir la gastronomía sin pasar calor. Pero la sierra es increíble en otoño. Hay un micromundo de castaños, de senderismo…
“Muchísimos atractivos”
—La gente conoce Doñana y El Rocío, pero Huelva tiene muchos más atractivos.
—Muchísimos. Por ejemplo, los más de 100 kilómetros de playa. También Aracena o toda la zona de El Condado y sus castillos medievales, como el castillo de Niebla. O pueblos blancos, como Moguer, cuna de Juan Ramón Jiménez, donde hay bodegas muy muy antiguas. Pero la zona más desconocida es su sierra, la sierra de Aracena y Picos de Aroche, tanto por sus pueblos como sus miradores o su vegetación. El de fuera siempre piensa que Andalucía es una zona árida, pero la sierra de Huelva es un poco como los Picos de Europa, que tiene esa vegetación frondosa y grandes bosques.
—¿Qué planes sueles hacer?
—Pasear por la playa, incluso en invierno, porque da mucha paz. También monto mi oficina en un chiringuito, metiendo los piececitos en la arena, pero evito hacer videollamadas para no dar envidia. No te imaginas lo productiva que puedo ser allí.
—¿También sales a navegar?
—Sí, pero no es una zona fácil, al estar muy abierta al Atlántico. Pero está el recorrido del Río Piedra y El Rompido, que es un pueblo pesquero sin playa, sino de río. Desde Lepe hasta casi Punta Umbría hay una lengua de arena de unos 50 kilómetros, sin estar a mar abierto y es salvaje. Fondear allí es increíble.
—Recomiéndanos platos típicos.
—Por ejemplo, los huevos de chocos. El calamar de Huelva, que es más grande que la sepia y tiene más carne, tiene dos huevos. Se hacen a la plancha o cocidos y su textura es totalmente diferente. O los amas o los odias. También son típicas las habas enzapatadas, que son judías verdes, gordas y cocidas con romero y yerbabuena. Se ponen como tapas y son una exquisitez. Luego, las cabrillas con caldo picante, que son caracoles. Y la gamba… No puedo pedirlas en otro lugar porque me da rabia (ríe).
—Hay buen producto en Huelva.
—Evidentemente, también los ibéricos. Teniendo yo una empresa de jamones… qué te voy a contar (ríe). El jamón de mis cerditos, totalmente ibérico, es el más exquisito porque se crían en libertad, comiendo bellotas. La topografía del terreno y la humedad del ambiente hacen que esa esquinita de Huelva sea propicia.
—¿A tu hija le gusta ir allí?
—Muchísimo. De hecho, viene esta noche (ríe). Soy de un pueblecito de la sierra que se llama Santa Ana la Real, que no llega a 200 habitantes y donde ahora viven mis padres. Para mi hija es su pueblo, aunque viva en Bilbao. Tiene mil senderos… Siempre ha tenido unas vacaciones en el pueblo como la de los años 80… ¡Se olvida hasta del móvil!
“Soy alemana, lo pone en mi DNI”
—Aunque digas que es tu pueblo, en realidad, naciste en Alemania…
—Sí y viví allí hasta que tuve tres meses. La gente se sorprende cuando digo que soy alemana. Y lo pone en mi DNI. Mis padres eran emigrantes de los años 70, como tantos españoles, y vivieron allí doce años. Mi padre trabajaba en el aeropuerto de Frankfurt. Mi hermano también nació allí. Cuando le tocaba empezar el colegio, mis padres decidieron volver.
—¿Qué recuerdos guardas de tu infancia en Huelva?
—Hasta los cinco años, me crie en Santa Ana la Real con mis abuelos. Como mis padres montaron un ultramarinos y trabajaban allí, no se podían hacer cargo de mí, pero me veían los fines de semana. Al entrar al colegio, ya me fui a Huelva ciudad. Pero los fines de semana y mis vacaciones los pasaba en el pueblo. Me acuerdo de ir al campo con mi abuelo y su burrito. Tuve una crianza muy Heidi (ríe).
—¿Qué proyectos tienes a la vista?
—Voy a sacar una nueva colección de trajes de baño con Bloomers. El 15 de abril, también estreno de la segunda temporada del programa de moda en Canal Sur. Y hay más. Empezamos a exportar la moda flamenca y andaluza con un desfile en Madrid para mayo. También estoy metida en una exposición sobre la moda de Andalucía, para esta primavera.
—Aunque sea esporádicamente, sigues desfilando. ¿Qué te dice tu hija cuando te ve, siendo más consciente?
—El verano pasado, se hizo un desfile en Ibiza, con Verónica Blume, Judit Mascó y yo. Ella vino a verme y fue más consciente, porque me dijo: “No sé si es porque eres mi madre, pero yo te veo la más” (ríe). A ella le apasiona el mundo de la moda. Es más, quiere estudiar Diseño.
“A mi hija le gusta muchísimo bajar a Huelva. Para ella, allí está su pueblo, aunque viva en Bilbao. Siempre ha tenido unas vacaciones como de los años 80… ¡Se olvida hasta del móvil!”, nos cuenta Laura
—Entonces, cuando diseñes tus trajes de baño, ella…
—(Interrumpe). Opina. ¡Vamos que si opina! Y me tira para atrás cosas. Hasta opina cuando voy vestida a eventos. Me vale mucho su opinión, porque su generación tiene mucha información y está informada. Tiene un criterio muy cabal, le hago caso.
—En junio, se cumplen cinco años de tu boda con David.
—Parece mentira. El otro día lo hablaba con él y pensábamos que eran tres. Los dos años de pandemia nos los habíamos comido (ríe).
—¿Qué balance haces?
—Maravilloso. Hacemos cinco de casados y catorce años juntos. Una vida. La verdad es que ha sido muy positivo. Tengo un compañero de vida hoy. Nosotros decimos hoy. No creemos que estamos casados para toda la vida. Esto hay que currárselo todos los días. Hay rachas más tranquilas, otras que no nos vemos y otras en las que nos cabreamos más, pero sin llegar al drama, sabiendo que la vida es así.
—En unas semanas cumples 42 años. ¿Cómo te encuentras?
—Me encuentro muy bien. Parece mentira lo del número…
—Ni que fueras una persona mayor.
—Se han pasado los años muy rápido. Me veo muy bien físicamente, enganchada al deporte y como muy bien. También me encuentro muy bien emocionalmente, muy en calma. No sé si estoy en el mejor momento de mi vida, pero estoy muy bien.
—¿Y de la diabetes?
—Uf… Lo tengo controlado, pero emocionalmente… tengo mis días. No es una enfermedad de pincharte y ya. No, hay mil decisiones. Estoy en la etapa que tengo que pasar tras dos años con esta enfermedad.
—Estás todavía asimilándolo.
—Exactamente. Ahora estoy aceptando que tengo una enfermedad crónica y que me tengo que cuidar todos los días. No puedo soltar el control y eso hay que trabajárselo.
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