Para las nuevas generaciones, la imagen de Madonna es un poco como la de Sara Montiel saliendo del ayuntamiento de Majadahonda. ¿Se acuerdan? Con sus gafas parabólicas y su melena rala color violín, gritando aquello de “Pero ¿qué pasa? ¿Qué invento es esto?” mientras que otras señoras, con permanente o cardado de rulos, le increpaban: “Que te has casao’... Que lo ha dicho la tele” porque la noticia de su boda acababa de salir en El Tomate... Ella, era cierto, se acaba de dar el ‘sí, quiero’ con el cubano y fan Tony Hernández pero, tal y como se dice ahora y entonces en las tertulias de la tarde, “negaba la mayor”. Sin embargo, tal y como ocurría con la de El último cuplé, la de Express Yourself, Vogue, Justify my love, La isla bonita, Like a Virgin o Like a prayer no está siendo bien tratada -ni entendida- con el paso del tiempo. Ni tampoco “por” el paso del tiempo.
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Quizás porque debiera haberse rendido al síndrome del ermitaño de Greta Garbo y no a las manos desaprensivas de un cirujano, de una red social o de un jovenzuelo, maquillado o no, cubano o no, de cinemateca o gimnasio o no. O que la cultura de masas es fagocitadora a tope y, así, a bote pronto, no entendemos que la grandeza de las estrellas del siglo XX y XXI está en sus desfases, sus excesos, sus errores, sus contradicciones o su lado oscuro. Ésa otra cara, muchas veces, tan atractiva y atrayente y poderosa como la de su juventud, la que resplandecía ante los focos. Porque, al final, esa turbiedad va con el tiempo ganando más y más espacio hasta convertirse en un agujero negro que, paradójicamente, termina absorbiéndolas y devorándolas en un bucle. Pero bueno, volviendo al mito, o sea, a Madonna.
Esta semana, tal y como decían en aquel gran programa de termitas que devoraban las hemerotecas, (Las hormigas blancas) “el pasado siempre vuelve” y el de la diva de Michigan ha vuelto a ponerse bajo la mira de un microscopio. Para analizarlo, escrutarlo y por qué no, diseccionarlo como si del exoesqueleto de una mantis religiosa se tratara. Porque así la han definido sus hermanos. Porque de eso la han acusado quienes cayeron a los arcenes cuando ella puso el motor al rojo vivo y no pudieron alcanzarla.
Salía hace horas a la luz -porque aún podemos contarlas-, el certificado de defunción de Anthony, Tony, Ciccone, el hermano mayor de Madonna, que moría el pasado mes de febrero y del que hoy sabemos las causas de su muerte que fue, en definitiva, consecuencia de una fatídica combinación: insuficiencia respiratoria, cáncer de garganta, malnutrición y tabaquismo cuando no, “de abandono por parte de su hermana Maddy”.
Y víctima de otro cáncer moría también estos días Seymour Stein, cuyos ojos y oídos descubrieron a Los Ramones, Talking Heads y, por supuesto, a la ambición rubia a la que, cómo no, antes de tañir la campana, tachó de “ingrata” y de “desconsiderada”… Ya ven… Como si el genio pudiera medirse con la misma vara que la mediocridad o como si el artista pudiera someterse a los mismos juicios morales o éticos que otro mortal cuando éste está acostumbrado a romper los pre-existentes y a descubrir nuevos umbrales... Pero lejos de entrar en diatribas sobre la teoría de la cancelación, sobre su carita de diamante invertido de Madonna, sobre su afición a los filtros de instagram, sobre su concepto avant garde sobre la estética, o sobre sus amores desiguales, Madonna no ha tenido una relación lo que se dice fluida-fluida con sus hermanos. Y de esto va a este post.
Madonna, de hecho, ha tenido una relación, digamos que “tensa”, con sus siete hermanos. Sí, siete. Especialmente, con los chicos: Anthony, el fallecido y, por supuesto, Christopher -luego vamos con él-, que escribió una biografía “no autorizada” sobre su hermana -y jefa- en la que le decía de todo, menos “bonita”. Como si él hubiera podido escribir un libro si no se hubiera apellidado Ciccone. O como si le hubiera importado a alguien si no hubiera sido “il fratellino” de Madonna Louise Veronica. O como si el ascenso a la fama no le hubiera costado sudor y lágrimas a la protagonista de esta historia…
Porque Madonna, la tercera de los ocho hijos de un matrimonio de inmigrantes italianos, tenía tan solo cinco años cuando su madre moría de cáncer de mama y ésta acababa de cumplir los 30. Dejaba a la pequeña Veronica Louise con el corazón roto y con hueco en medio del pecho donde se despertó un ansia insaciable de huída. Necesitaba escapar de esa vida descorazonadora, deprimente y gris. Y triunfar. Como fuera. “Caminaba con un gran agujero dentro de mí, una sensación de vacío y de deseo. Y creo que ese fue el motivo por el busqué enloquecidamente el éxito”, declaró en una ocasión a la CNN la cantante. El caso es que, tras la muerte de su madre, para conseguir esa meta, confió tan solo en sí misma y no contempló qué o a quién debía abandonar para lograrla. Eso también incluía, por supuesto, a su familia que, durante décadas, ha permanecido en un segundo plano y solo han roto su silencio para poner las peras al cuarto a la hermana poderosa.
Y no, no lo ha dicho Madonna. El cuñado de la cantante, Joe Henry, quien dio la noticia de la muerte de Anthony, ya lo mencionaba en el mismo post donde hacía público el deceso. Que Anthony era “de aquella manera”. En realidad, sus palabras fueron las siguientes: “Anthony -escribió- era un personaje complejo y Dios lo sabe: nos metió en más de un lío…”. Recordemos que Anthony, en 2011, con un importante problema de drogadicción y alcoholismo, dijo en una entrevista al Daily Mail que Madonna nunca se había preocupado ni por él ni por su familia, y eso que la diva se había ofrecido para pagarle la clínica y el tratamiento de desintoxicación. Él se negaría siempre a aceptar ayuda. “A mi hermana no le importa si estoy vivo o muerto. A ella, solo le importa su propio mundo”. Madonna ya se habría ocupado por aquel entonces de los malos hábitos del primogénito de la familia Ciccone, Martin, a vueltas con el bourbon.
Anthony Ciccone había decidido romper con todo lazo familiar. Con todos sus miembros. Vivía desde hacía tiempo bajo unos cartones, durmiendo bajo un puente en Michigan, e incluso, había sido arrestado por la policía y había estado en prisión… Y, por descontado, se había enfrentado violentamente con los familiares que, como Madonna, habían querido echarle una mano. “No quiero de ellos ni una limosna ni publicidad”, había dicho en alguna ocasión a los periodistas que, de vez en cuando, se le acercaban para mostrar “la cara B” de la popstar, fuente constante de noticias para medio mundo. Es más, cuando se anunció el Celebration Tour que llevará a la reina del pop a recorrer, a partir del próximo 15 de julio, 35 ciudades del planeta con su nuevo espectáculo, en el magazine TMZ volvía a hablar del tema con una noticia en la que se revelaba que Madonna había intentado por quincuagésima vez sacar a su hermano de las calles ingresandolo en una rehab por la mala situación física y mental en la que se encontraba. “No sé a qué viene ahora tanta preocupación. Para ellos he sido siempre un cero a la izquierda. Si nadie me prestara atención y me hubiera muerto congelado, mi familia probablemente no lo habría sabido en meses…”, declaró Anthony.
“Gracias por abrirme la mente y haberme enseñado quiénes eran Charlie Parker, Miles Davis, Buddismo, Taoismo, Charles Bukowski, Richard Brautigan, Jack Kerouac y a pensar fuera de los esquema preestablecidos”, escribiría finalmente la icono del pop en su despedida a su hermano. Unas frases que no respondían a la expectación suscitada por la noticia, máxime cuando, con las habituales excentricidades de la estrella, haters y medios nos frotábamos las manos deseoso de que la de Deeper and deeper se saliera del tiesto. Y lo que dijo fue que agradecía a su hermano que “plantara” en ella la semilla del conocimiento. Más aburridamente “polite”, imposible.
Ahora, ¿hablará Christopher? Eso es “harina de otro costal”. De grano duro, como el de la lasagna. Él escribió el libro más vendido de 2008 en Estados Unidos y uno de los textos míticos de cómo destrozar la memoria de un familiar arrastrándolo por el fango. Muy poco a la zaga del que escribió por ejemplo la hermana de Joan Collins o del de Harry de Inglaterra… Porque suma y sigue. En cuestión, se trataban de casi 400 páginas envenenadas en donde el pequeño de los Ciccone relataba his “Life with my Sister Madonna” y se quedaba más ancho que largo. Y no es una metáfora. Primero, revelaba algunas interioridades “vergonzantes” de la infancia y adolescencia de su hermana, tales como que, de niños, dormían en un suelo infestado de cucarachas. Y después, entraba sin ambajes en las letrinas de su relación. Y esto tampoco lo es, porque los baños en el relato de Christopher son casi un leit motive dando que habría acompañado a su hermana en su ascenso a la fama, vestuarios y camerinos mediante, porque también formó parte de su elenco de bailarines.
“Mezquina”, “hipócrita”, “interesada”, “con dificultad para aprender”, “homófoba”.... Christopher no se andaba con rodeos a la hora de adjetivar a su hermana. Como que carecía de criterio -”mi hermana suele tener muy en cuenta los consejos del último caballero con el que se ha ido a la cama”-. Como que no había nada que le interesara más en el mundo que la kabbalah -”Mi hermana no se enamorará jamás de nadie a no ser que se lo diga el rabino del Kabbalah Center de Nueva York y bendiga su relación“-. Como que era una esquizoide paranoica que “buscaba pruebas en la basura de que Warren Beatty” la engañaba. O como que le daba “la carne que el pescao’”. “En el rodaje de Dick Tracy, mi hermana flirteaba con Tony Ward. Es cierto, que no era ningún magnate de Hollywood. Que aparte de una aparición en un spot de Pepsi, solo había hecho películas porno, tanto heterosexuales como homosexuales. Supongo que eso le gustaba”.
Porque lo de Christopher era un no parar de chismorreos que, se alargaban Fifth Avenue arriba, Beverly Hills 90210 abajo. Lo mismo hablaba de la vez en la que él y Demi Moore fueron a bailar a un club de travestis o como cuando se colocaba con su hermana, Kate Moss, Naomi Campbell y Donatella Versace en los baños. De una supuesta aventura de su hermana con John John Kennedy a un beso apasionado en la boca entre Madonna y Gwyneth Paltrow en una fiesta de Año Nuevo. De la forma en la que su hermana eligió a Carlos León como padre de su sobrina Lourdes María después de haberse separado a los ataques, con cuchillo en mano, con Sean Penn. Siempre, palabrita del niño Christopher porque sus ojitos lo habían visto. De cómo fue capaz de enterarse de que Madonna mantenía relaciones sadomaso con animales vivos y muertos mientras se convertía en madre con al director británico Guy Ritchie y, sin embargo no tenían ya relación, ahí, ya, habrá que apelas a que tenía visiones rollo Rappel... “Pobres niños, vivir en una casa con una madre en tal estado…”. Heavy lo suyo.
Y sus críticas llegan hasta hoy, que eso no paró en 2008… “Le regalé mi juventud para que fuera la reina que es hoy, la reina del mal… Quince años después, y sigo escuchando tus estupideces, sigo viendo su egoismo, me sigo sorprendiendo de su mediocre talento y de su mal gusto. Eso quedará para la historia”. Eso lo dijo en el transcurso de su último Tour, el de antes de la pandemia... Va a ser que, al final, va a tener razón la hermana costurera de Madonna, Melissa, la que le hizo el corsé para Madame X y que, con motivo de la publicación de aquel disco, pudimos escuchar por primera vez. “Nadie sabe mejor que ella cómo sobrevivir a nuestra familia tóxica y destruida de Michigan. Salir de ahí cuerdo o sin beber ni una gota de whisky tiene premio. Y ella, mi hermana Madonna, lo ha tenido”.