Estar durmiendo y escuchar ruidos extraños sobre tu cabeza. Gimoteos, unas veces; gritos y pisadas, otras. Como si alguien muy atemorizado corriera de un lado para otro por el piso superior. Un piso vacío. Y cuando, en esa casa, solo estás tú. Bajar las escaleras y vislumbrar el resplandor del fuego en la chimenea encendida, mientras una nube de humo de una pipa se disipa sobre un sillón orejero. Es verano. Nadie fuma. Asomarte a la ventana de la cocina y ver cómo, en la piscina, alguien bucea haciendo círculos en el fondo. Alguien que no conoces. Alguien que nunca sube a la superficie a respirar. Cortar el césped del jardín y que, tras los cristales del balcón, se dibuje una silueta que parece contemplar las vistas. Y a ti. Es un niño. Tú no tienes hijos… Eran muchas las situaciones extrañas, inexplicables y misteriosas que sucedían una y otra vez entre las paredes de aquella casa victoriana que le hacían muy difícil no caer en antiguas creencias, supercherías y supersticiones.
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Tanto es así que recurrió a un sacerdote para que ‘bañara’ en agua bendita las habitaciones y exorcizara las presencias fantasmales que la estaban aterrorizando. Y eso, avanzamos, no era tarea fácil. La propietaria de esta mansión de principios de siglo con todos los indicios -e ingredientes- para ser y estar encantada era, nada más y nada menos, que Cassandra Peterson, la actriz, icono del cine de terror de los ‘70s y ‘80s -un poco serie B, también es cierto-, protagonista de The Munster y Diamantes para la eternidad. Ella se atrevió a verbalizar que lo que estaba ocurriendo en su casa no era normal. Que por eso quería venderla. Deshacerse de ella. Huir. Esa casa estaba infestada de fantasmas . Y así, precisamente, fue cómo se lo dijo a su interesado comprador. Alguien que estaba dispuesto a hacerse con aquel inmueble muy por debajo de su precio de mercado, una ganga inigualable en las colinas de Los Ángeles que, además, tenía una prole familiar a la que dar cobijo y que, pese a su incipiente fortuna, procedía de una familia del Medio Oeste que había crecido entre camiones al pie de una carretera estatal. Ese hombre era Brad Pitt .
Sucedía hace treinta años y la historia, que bien recuerda a la del Hotel Cecil o a la de La Orquídea Negra de Sunset Boulevard, ha vuelto a salir a la luz justo ahora que el de Doce Monos acaba de revender la casa por veinte veces el precio por el que la compró: 40 millones de dólares.
Porque si bien los acontecimientos que cuenta la protagonista de Elvira, la reina de las tinieblas forman parte de sus -oscuras- vivencias en los 90’s, la intrahistoria tétrica, sangrienta y dramática de esta mansión -que parece sacada de la mente de Ryan Murphy y bien podría convertirse en un capítulo de la serie American Horror Story- se remonta a muchos años atrás. A hace más de un siglo. Exactamente a 1910 cuando un magnate del petróleo compró 8.000 metros cuadrados de tierra en los surroundings de ‘La ciudad de las estrellas’, cuando aún estaba sin construir el enorme cartelón en el que rezaba Hollywoodland y allí florecían los naranjos.
Allí, construiría una elegante mansión para ofrecer grandes fiestas a los nuevos ídolos de su tiempo, a las luminarias del cine -mudo- con las que deseaba codearse entre copas de champán y, quizás, algo más, pero entre sábanas de hilo. Hasta que, para aquel rico empresario del oro negro, llegó un día aún más negro que el preciado líquido que hacía emanar de las entrañas de la tierra en su Texas natal. Ese 24 de octubre en el que Wall Street se hundía y pasaba a la historia como el ‘crack del 29’. Decide entonces quitarse la vida y la casa pasaría después por distintas manos hasta que, en los ‘60, Mark Hamill, al mítico protagonista de La Guerra de las Galaxias -el actor que dio vida a Luke Skywalker- compra la casa. Poco después, muy poco, la volvería a abandonar. Que tampoco es que la vida de este actor pueda caracterizarse por haber haber sido muy venturosa... Su compañero sentimental se corta el cuello en la habitación que ambos compartían. Pero aún faltaría una muerte más antes de que el músico y productor Mark Pierson se hiciera con el inmueble y su sombrío jardín de la soleada California para, en un guiño a los gustos cinéfilos y terroríficos de su esposa Cassandra, regalársela por su cumpleaños. Fue la de una starlette poco conocida de los espectáculos musicales del neoyorkino Broadway Ziegfield Follies. La joven sería hallada ahogada, flotando en la piscina azul de la casa, como si se tratara de la versión femenina de Williams Holden en El crepúsculo de los dioses.
Lo cierto es que a Pitt, más allá de asustarse por los fatídicos augurios de Cassandra Peterson -y mira que el nombre del mito le venía como anillo al dedo a esta actriz-, quedó fascinado. “Le conté todas las cosas extrañas e incomprensibles que nos habían ocurrido en la casa desde que nos mudamos a ella mi marido y yo. Situaciones que parecían escenas sacadas de una pesadilla, de películas de terror… Le conté incluso que habíamos hecho venir a un sacerdote para que practicara un exorcismo a la casa… Pero él estaba encantado. Me dijo que todo lo que le estaba contando le parecía cool”, recuerda la actriz, que hoy tiene 71 años, y ha concedido una entrevista a la revista People donde recuerda su vida. Especialmente, sus años en Villa Feliz, que así se llama la mansión -tela, telita, tela- hasta que se deshizo de ella en 1994 por 1,7 millones de dólares.
“Sé que lo que les estoy contando parece propio de una loca. Lo sé, soy Elvira. Sé lo que se podría esperar de una mujer como yo, pero no, no sufro alucinaciones. Ni tampoco me he drogado nunca. Tampoco, entonces. Sin embargo, lo que viví en aquella casa, aún no me lo puedo explicar”, se justifica la actriz en la entrevista. Y esas mismas fueron sus palabras al entonces matrimonio y pareja más atractiva, poderosa y admirada del mundo. Pero lo que a cualquiera le habría echado para atrás, ellos lo encontraron divertidísimo. Incluso inspirador . Recordemos el look entre romántico-gótico-victoriano de la hija de John Voight, con su pelo negro manga.
Era exciting tal y como recuerda -en inglés- la famosa vendedora. Y mucho más si cabe cuando, mientras firmaban las escrituras, tal y como relata Peterson, ella exhaló un grito. La sangre se le había helado en las venas ante la escena de ultratumba que se desvelaba -únicamente- ante sus ojos: a la izquierda del actor de Missouri, se apostaba uno de los espectros que pululaban por la casa. El que solía azuzar el fuego de la chimenea que se avivaba cuando nadie lo había encendido. “Me dijo: “¡pero qué fantástico! Me encanta que haya venido a darnos la bienvenida”.
¿Y por qué si tanto quería deshacerse de ese enjambre de espíritus aterradores no permanecía callada? ¿Por qué daba la turra al de Leyendas de Pasión con ese relato morboso? “Porque me encontré con un joven fantástico, dulce, que podría haber sido mi hijo”, explica la actriz que, hasta tres veces, se encontró con él -y con sus padres- para hacerle desistir de la compra. O de, si ése era su capricho, instarle a demolerla, tal y como también le recomendaron los arquitectos quienes, por otro flanco, habían sugerido a la pareja la construcción de una casa de nueva planta al estilo Malibú. Pero los Brangelina, como dos personajes de un cuento de Edgar Allan Poe, se habían enamorado del aire decadente de Villa San Feliz, de sus detalles old fashioned , como el cenador adornado por una boiserie, es decir, por paneles de madera encastonada en las paredes, en caoba y palisandro, y los techos en cobre bruñido.
Y Brad Pitt ha vivido en esta casa hasta esta misma semana. De hecho, hasta su -sonado, controvertido, difícil y casi sanguinolento- divorcio con Angelina Jolie, la pareja convivió tranquilamente entre espectros, alucinaciones, objetos que se movían solos, cacofonías en lenguas desconocidas y sombras en la noche o, al menos, vivió la actriz durante años que no quiere ni recordar. “Cosas que a mí me hicieron dudar de mi cordura y que me condujeron a no poder seguir viviendo allí”, cuenta Peterson.
Muy poco se sabe sobre quién ha adquirido la casa de Pitt o los motivos por lo que el actor de Oscar ha decidido dejar el que ha sido su hogar durante las últimas tres décadas, donde crecieron sus seis hijos. Según Entertainment Online, Pitt habría puesto a la venta en enero de este año la casa y sus casi dos acres de terreno -en el transcurso de los años, compraría las fincas aledañas- por su denodada intención de vivir en algo más pequeño y más cerca de los estudios. Que desde 2016 vive solo y sus hijos, ya adultos, no necesitan de tanto espacio. Que quizás, al igual que con su look, busca renovarse. O que quizás porque los fantasmas del pasado , los recuerdos de almendrada mirada azul y larga melena, le acechan tanto como los espectros que Mary Shelly describía en sus relatos y que, quién sabe si es verdad, rondaban su casa.