Hace años, Vicky Martín Berrocal le pedía a su entrenador llegar a los cincuenta con el cuerpo de Jennifer López. Ahora que cumple medio siglo de vida este sábado 11, la diseñadora no puede estar mejor. “Eso se lo dije a mi entrenador, pero es imposible”, confiesa a ¡HOLA!, tras soltar una carcajada. “Cada una tiene sus cartas y es como es. Somos irrepetibles. Ella tiene lo suyo y yo lo mío. Hay que sacar la mejor versión de cada una con lo que tenemos”, dice antes de añadir: “Durante estos años siendo conocida, se ha visto mi “cara A”, la positiva, con personalidad, valiente, trabajadora, que parece que no sufre. Pero hay una “cara B”, que muestro en el libro por primera vez, para que se entienda cómo he sacado la “cara A””.
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La diseñadora se refiere a La felicidad ni tiene talla ni edad , donde repasa su vida y sus inseguridades. “El mensaje es que no quiero ser perfecta, quiero ser feliz. Es decir, sacar mi mejor versión”. Además, Vicky habla con ¡HOLA! del acercamiento entre su exmarido, Manuel Díaz ‘El Cordobés’ —con quien tuvo a su hija, Alba— y su padre, Manuel Benítez.
“La báscula ha sido un problema en mi vida, una lucha constante. He llorado mucho frente al espejo y al vestirme. Ha habido días que no he salido de casa por no verme bien, aunque todo el mundo me veía bien”
—¿Cómo afrontas los cincuenta?
—Encantada de la vida. Desde la libertad, la seguridad y sin miedos. Llego a los cincuenta conociéndome muy bien, mucho más segura y en mi mejor versión. En mi versión de madre, estoy viviendo el momento más bonito con mi hija. Cada día disfrutamos más estando juntas: viajamos, hablamos mucho… Alba me ha enseñado a gestionar esa relación entre madre e hija.
—¿Cómo vas a celebrarlo?
—Cuando cumplí treinta años, invité a doscientas personas y alquilé un palacete en Sevilla. Todo a lo bestia. Desde entonces, hacía grandes fiestas. Cuando empecé a escribir el libro, ya lo tenía todo para celebrar mis cincuenta: una cena para doscientas personas y en una finca en Sevilla que ya había alquilado. Pero, con este libro, ha ido saliendo una Vicky con un perfil más íntimo y que no es protagonista. Me he dado más cuenta de lo importante y ya no forman parte de mi vida esas cosas que creía que eran lo máximo. Por eso, he decidido hacer una cena para mis cincuenta personas favoritas del mundo.
“Ahora no tengo complejos. He llegado a los cincuenta feliz conmigo misma, aceptando lo que soy y sacando mi mejor versión”
—Con cincuenta, ¿qué ves al mirarte al espejo?
—Me gusto mucho más, soy feliz con mi cuerpo. Pero no porque tenga una talla cuarenta y dos y antes una cuarenta y seis, porque también he llorado con una cuarenta. No es cuestión de talla, sino de actitud y de cabeza. Me he aceptado. Hay que aceptarse y agradecer lo que tenemos, sin pensar en cosas que no tienen ningún sentido. No tenemos que ser perfectas, tenemos que ser felices. Ya está bien de que la mujer pueda con todo y ya está bien de juzgarnos a nosotras mismas. No voy a cambiar el mundo, pero, como tengo un altavoz, decidí aportar mi grano de arena y decir: “La edad no es importante. Ni los kilos y el peso”. Tras dieciocho años con mi firma y desnudando a la mujer, no me he encontrado a ninguna sola que esté feliz con su cuerpo y no tenga complejos. Ni una, y eso que he vestido a muchas mujeres en la alfombra roja.
—¿Te ha costado cincuenta años asumir tu cuerpo?
—Me ha costado cincuenta años sacar mi mejor versión en todo: como madre, como hija, como amiga, como profesional…
“Me gusto mucho más. Pero no por tener una talla cuarenta y dos y antes una cuarenta y seis. También he llorado con una cuarenta. No es cuestión de talla, sino de actitud y cabeza”
—En La felicidad ni tiene talla ni edad, tu libro, hay una frase demoledora: “Me han llamado gorda toda la vida”.
—Toda la vida. De pequeña, me llamaban gorda y tenía miedo a saltar a la comba, jugar, tirarme de cabeza a la piscina… Cosas que han limitado mi vida. Luego, me lo han llamado sin decirlo. Por ejemplo, he ido a un showroom a por ropa para una fiesta y sólo tenían tallas treinta y seis y treinta y ocho. No me han dicho gorda, pero no había nada para mí.
—¿Qué talla tienes ahora?
—Ahora, la cuarenta y dos. He tenido hasta la cuarenta y ocho.
—¿Has llorado mucho ante la báscula?
—Sí, claro. La báscula ha sido un problema en mi vida, una lucha constante. He llorado mucho frente al espejo y al vestirme. Ha habido días que no he salido de casa por no verme bien, aunque todo el mundo me veía bien. Pasa una cosa. Cuando alguien te dice que te ve guapa, te da el subidón. Pero cuando te dicen “te veo un poquito más gordita”, te joroba el día. No debería pasar eso. Tú eres la primera que te tienes que mirar y sacar lo bueno. Hay referentes que no son grandes bellezas y que han conseguido darle la vuelta a la tortilla.
“Cuando vi a Manuel y al Benítez juntos, lloré y me acordé de mi padre, de esa lucha de tantos años. Todos hemos puesto de nuestra parte. Benítez no podía irse sin que sucediese esto”
Su lucha: no ser juzgada
—¿Cómo te enfrentas ya a la báscula?
—No hay miedos, me da igual. Cuando alguien me dice que ahora es fácil hablar desde mi mejor versión, que si me cuido y hago tratamientos… No es justo. En las redes siempre hay comentarios… Ahora contesto desde las buenas maneras: “Qué triste que una mujer sea la que habla así a otra mujer, la juzgue y la machaque. Pero, si opinas así, no tengo más que hablar. Un beso”. Lo que más me duele no es el comentario, sino que venga de una mujer. Mi lucha es que no me juzgue nadie.
—¿Te haces callo frente a los comentarios?
—Pero porque he tenido ese armazón que me creé. Me ha ayudado eso genético de mi padre, que le daba igual ocho que ochenta. También mi madre, aunque hay veces que me rompía a llorar. La primera vez que me llamaron gorda fue en el colegio. Cuando me fui a estudiar a Suiza, tenía una talla cuarenta y cuatro. No rellenita, era una niña gorda. Pero nadie tiene que venir a decirme nada. Que yo me miro al espejo por las mañanas y sé quién soy.
—Ahora se habla de “gordofobia”…
—Lo he sufrido siempre. Por eso, cuando me dediqué a la moda, dije: “No va a haber una señora que entre por la puerta de mi tienda y no haya talla para ella”.
“Benítez ha encontrado su media mitad, no se separan. No puede haber mayor regalo en la vida que encontrarte con tu hijo con ochenta y pico años y conocer a ese ser”
—En últimas vacaciones con João hubo un punto de inflexión.
—Estábamos en República Dominicana en Fin de Año con mi familia y la suya. Me tumbé en la playa y, cuando quise darme un baño, necesité la mano de mi madre y la de João para levantarme de la hamaca. No era capaz ni de cruzar las piernas. Me di cuenta de que estaba con obesidad.
—¿Cuánto pesabas?
—Casi noventa y seis kilos. Ahora estoy en setenta y dos; he perdido casi veinticinco kilos. A finales de 2020 empiezo a entender que tengo que sacar tiempo para mí, que yo soy lo más importante que tengo. Con esa presión social, la mujer es muy de dejarse para el final: ser la mejor madre, ocuparse del niño, de la casa, del trabajo… Entonces te abandonas. Pero no, tú eres lo más importante. Si quieres ser feliz, lo tienes que conseguir sola.
—¿Ha sufrido tu hija por la talla?
—No. Siempre le he dicho: “Aprende a decir no. Gústate, que este es tu cuerpo. Defiéndelo y aprovéchate de él”. Pero Alba no ha tenido una talla cuarenta y cuatro en su vida. De chica era muy delgada. Cuando desarrolla, es cuando se convierte en ese mujerón y empieza a tener ese pecho. Por eso se operó.
“Siempre le he dicho a mi hija: “Aprende a decir no. Gústate, que este es tu cuerpo. Defiéndelo y aprovéchate de él””
—Las chicas de su edad se están reduciendo el pecho, pero antes había obsesión por la talla grande.
—Alba tenía que quitarse, su pecho no era normal. Al tener una espalda estrecha, el médico le dijo que iba a ser un problema. Luego no dormía… Alba no se operó por estética. Le gustaba ese pecho, pero era imposible. Yo también me operé hace muchísimos años. Tenía muchísimo y era muy incómodo. No fue por estética. No me acuerdo cuánto me quité… No sé si tenía una ciento veinte… Era sobrehumano. Ahora tengo una noventa y cinco, aunque no sé si con la última pérdida de peso…
—Pero si estás estupenda.
—Ah, no tengo complejo. Ninguno. Ni quiero tenerlos. He llegado a los cincuenta siendo feliz conmigo misma, aceptando lo que soy y sacando esa versión de mí. Ha habido trastornos, mucha ansiedad con la comida, momentos en los que estuve apunto de caer profesionalmente. Dirán que soy una exagerada, pero lo juro. Los primeros diez años de mi firma no cogí ni un euro. Estuve batallando con esos sueldos, esa presión… Creía en mí, pero sacrifiqué mucho y lloré mucho.
“Al igual que Alba, me quité pecho hace años. Tenía muchísimo y era muy incómodo. No sé si tenía una ciento veinte… Era sobrehumano. Ahora tengo una noventa y cinco”
‘Familia desestructurada’
—Ahora que cumples cincuenta, ¿qué balance haces de tu vida?
—Dentro de todo lo que he vivido, la vida me ha tratado bien. Aunque lo haya pasado mal, no ha habido ni un segundo de mi vida que no haya estado agradecida. El aceptar y el agradecer son dos herramientas vitales para ser feliz.
—Pero tu infancia no fue fácil, por la situación de tus padres.
—No la recuerdo difícil. No tengo un recuerdo de mi padre en un desayuno, de un domingo levantándome con él, viendo una película juntos o saliendo a un parque… Pero ni pregunté ni juzgué. Simplemente, me tocó eso. Yo me enteré de que tenía hermanos con veinte. O lo sabía, pero no los conocía. Todo era tan raro… Mi padre estaba con dos mujeres a la vez. He nacido en una familia desestructurada.
—Lo dices con normalidad…
—Con diez años tuve a mi padre y recuperamos el tiempo. Es como le ha pasado Manuel [Díaz ‘El Cordobés’], que ha tardado cincuenta y cuatro años. Pero mi padre exprimió el tiempo y todo lo que sé lo sé por él y por mi madre. A Manuel y a mí también nos une que los dos no nos hemos cuestionado nada ni nos hemos quejado. De pequeña entendí que esa era mi vida y no iba a juzgar a mi padre ni a mi madre.
—¿Tu madre llegó a tener relación con la otra mujer de tu padre?
—Aunque mi madre se enteró de que mi padre tenía otra mujer al tiempo, las dos terminaron llevándose bien. Mi padre se sentaba con las dos mujeres y los hijos.
—Es fuerte, la verdad.
—Dime si no lo es. Cuento todo esto y más para que cualquier mujer diga: “Yo me quejo de mi vida, pero Vicky también ha tenido lo suyo, en lo personal y en lo profesional. Y si ella ha conseguido su mejor versión, yo también puedo”.
—Pese a no disfrutar de tu padre hasta los diez, nunca tuviste rencor.
—Lo comparo mucho con el tema de Manuel [Díaz]. ¿Qué le ha echado en cara en cincuenta y cuatro años a su padre, al Benítez? Nada. Yo también podía haberle dicho al mío: “¿Cuándo vienes? ¿Por qué sólo me llevas a comprar juguetes y no duermes en casa?”. Yo tenía esa sensación de abandono cuando era pequeña, porque yo vivía con mi madre. Cuando mi padre aparecía, mi madre desaparecía, porque no había buena relación. Mi padre se enteró de que tenía una hija cuando nací… La historia es heavy.
“Mi infancia no la recuerdo difícil. Pero no tengo un recuerdo de mi padre en un desayuno, de un domingo levantándome con él o saliendo a un parque”
—¿Cuál es el secreto para que se lleven bien hermanos de madre distintas, como es tu caso?
—Yo soy de llevarme bien… Hay momentos en los que no entiendo que las mujeres se lleven mal…
—Pero compartir un hombre no es fácil…
—No. No tiene que serlo.
—¿Serías capaz de compartirlo?
—¡Ni muerta! ¡Cómo voy a compartir un hombre! Yo me hubiese ido nada más enterarme de que mi padre tenía otra mujer. Yo he gestionado tan mal el amor… Para mí, el amor era sufrimiento, ansiedad, angustia… Creo que por lo que viví…. Mi madre ha tenido que pasar miedos y yo nací con eso. Por eso, he tenido que hacer mucha terapia.
—Hablemos del acercamiento de Manuel Benítez y Manuel Díaz.
—El destino manda. Todo pasa cuando tiene que pasar. Ahora quieren recuperar el tiempo y tienen todo el del mundo. No se separan. Creo que el Benítez ha encontrado su media mitad. No puede haber mayor regalo en la vida que, con ochenta y pico años, te encuentres con tu hijo y conozcas a ese ser. Maravilla de regalo de la vida.
—¿Cómo te enteraste tú?
—Manuel [Díaz] me llamó. Cuando me encontré con él, me lo enseñó todo. Cuando los vi juntos, lloré y me acordé de mi padre, de esa lucha de tantos años. Pero esto no viene de ahora, es de hace un año. Todos hemos puesto de nuestra parte. Benítez no podía irse de este mundo sin que sucediese esto.
—¿Y por qué ahora y no antes?
—La vida. Cada uno ha dado pasos y han ido encajando las piezas.
—Dijiste que Alba no conocería a su abuelo hasta que él no conociera a su padre...
—Hace años, con el miedo a que Manuel Benítez fuese mayor, le dije a Alba que me encantaría que ella conociera a su abuelo. Al final, mi padre y él eran muy amigos. Intenté acercarla, pero ahí Alba me contestó: “Si mi padre no conoce a mi abuelo, yo tampoco”.
—¿Tu hija ya conoce a su abuelo?
—Ella está feliz. Ha encontrado un abuelo de carne y hueso, que es el único que tiene.
—Te llevas especialmente bien con Manuel.
—Con todos [mis ex], pero sí. No es por la hija. El secreto es recordar lo bueno. Por supuesto, cosas malas hubo para que se terminara lo nuestro. Sería estúpido decir que todo fue maravilloso. Pero siempre hay que quedarse con lo bueno y no acordarte ni un segundo de lo malo.
—¿Y llevarte bien con su mujer, Virginia Troconis?
—Eso es ser muy generosa y querer mucho a esa persona. Cuando tú quieres a alguien de verdad, como yo a Manuel, lo único que deseas es que sea feliz. Ahora que es un hombre completo —por el encuentro—, estoy más que agradecida.
Sus dos grandes amores
—¿Te apetece tener pareja?
—Me apetece que la vida me sorprenda. Sé vivir sola y no necesito un hombre para sentirme completa. Ninguna mujer lo necesita. Pero, si llega… A todas nos gusta sentirnos enamoradas.
—¿Con qué relación te has sentido más feliz?
—El amor es muy diferente a los veinte que ahora. Por un lado, está el gran amor de mi vida que es Manuel. En el programa de Julia Otero, dije que conocí el amor el día que conocí a João. Con Manuel, claro que lo conocí, que me casé con él y tuve a Alba. El problema es que éramos dos niños. Luego, he sido tremendamente feliz con João y me enseñó otro tipo de amor. También aprendí a gestionarlo y dejé los miedos.
—Hace un año no descartabas reconciliación.
—No quiero sonar a que quiero volver con João, no. Pero no descarto nada. Si la vida hace para que nos juntemos…
—Siempre hablas muy bien de él.
—Y seguiré siempre. Hay una frase que lo resume todo: “Si está para ti, ni aunque te quites. Si no está para ti, ni aunque te pongas”. Tú puedes querer en tu vida lo que quieras, pero como no esté para ti… Y tú puedes no quererlo y, como esté para ti, va a ser para ti.
—¿En este tiempo no has conocido a nadie?
—No —pausa— , he estado muy tranquila…
—No suena muy convincente…
—Creo que no he estado preparada —ríe—.
—Aun así, ¿no has conocido a otra persona?
—No he estado preparada. Estoy siendo sincera. Los primeros meses volví a España —vivía en Portugal con João—, aterricé y mi mundo me abrazó Después, en verano, necesitaba vivir mi vida. Luego, estos meses últimos han sido muy de terapia para mí, de necesitar estar sola.
“Lo comparo mucho con Manuel [Díaz]. ¿Qué ha echado en cara en cincuenta y cuatro años a su padre? Yo también tuve esa sensación de abandono”
—Pero se te habrán acercado hombres, ¿no?
—Dicen que las mujeres que más pueden gustar o ser más admiradas duermen solas, aunque muchos hombres sueñan con ellas —ríe—.
—¿Que no ligas? Eso no te lo crees ni tú.
—Creo que no doy pie. Estoy muy en mí. Pero creo que algo va a llegar a mi vida… Tengo una sensación de que alguien me va a sorprender.
—¿Qué valoras en un hombre ahora?
—Yo siempre he dicho que necesito un hombre de verdad, que me dé la mano de verdad, que sea legal, que sea leal, que me haga reír, que no venga a nada más que hacerte feliz… Yo ya soy feliz, y eso es lo importante. Lo primero que tenemos que conseguir es ser felices nosotras mismas. Luego, ya si viene alguien que te hace más feliz, bien. Pero, primero, nosotras.
—Alba sí tiene pareja. ¿Qué te parece?
—Como él está en Murcia, no le conozco mucho, la verdad.
“Estos meses últimos han sido muy de terapia para mí, de necesitar estar sola. Pero tengo una sensación de que alguien me va a sorprender”