La familia de Fernando Verdasco cuenta con una larga historia entre fogones. Para conocer su origen, hay que retroceder en el tiempo hasta 1870, cuando la tatarabuela del tenista, Cándida Santos, más conocida como “La Rayúa”, dejó Asturias para abrir una taberna en Madrid. En La Bola, que es como llamó a su establecimiento, junto al Palacio Real, ella comenzó a hacer sus famosos cocidos madrileños en pucheros. “De hecho, “La Chata” mandaba al chófer de palacio para recoger los cocidos de La Bola”, nos explica José Verdasco, padre de Fernando sobre los encargos de la infanta Isabel de Borbón y Borbón, hermana de Alfonso XII. Casi 150 años después, los Verdasco posan para ¡HOLA! en La Rayúa, el restaurante que la familia abrió hace diez años en homenaje a la fundadora. Mientras preparan sus míticos cocidos madrileños, comparten con nosotros las anéctotas más divertidas que Fernando, tenista y marido de Ana Boyer, ha vivido con su padre, José, y sus dos hermanas, Sara y Ana.
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—¿Quién se encarga de cocinar en las reuniones familiares?
—JOSÉ: ¡Yo!
—SARA: Cien por cien (ríe).
—ANA: ¡Y yo hago de pinche!
—J.: Me gusta hacer gachas manchegas. Mi padre las hacía con la lumbre, porque mi abuela era de Campo de Criptana (Ciudad Real).
—Como Sara Montiel.
—J.: Sí, claro. De hecho, el padre de ella trabajaba para mi bisabuelo, que era el médico de Campo de Criptana y tenía algunas viñas. No sé si en las viñas o donde fuera, pero el padre de Sara trabajaba con él.
—Aparte del cocido, ¿cuáles son las especialidades de la familia?
—J.: La cocina madrileña. Los callos nos salen espectaculares. También los arroces.
—Tendréis un montón de recuerdos de toda la familia en la cocina.
—S.: Siempre recuerdo a mi padre cocinando. Da igual dónde estuviéramos. Un año pasamos la Nochebuena en Los Ángeles con mi hermano y se puso a hacer gachas para cenar… ¡En Los Ángeles! (ríe).
—José, ¿te ha gustado siempre la cocina o fueron las circunstancias?
—J.: Empecé a trabajar con diecisiete años. Me gusta la cocina, pero lo que realmente me encanta es la hostelería, atender al público.
—S.: Ahora le toca jubilarse.
—J.: Cuando fui por la jubilación, el señor me dijo: “Se lo ha ganado”. Y eso que me faltaba año y medio. Hemos tenido varios restaurantes, un tablao flamenco… Hasta un tablao en Tokio. He hecho un poquito de todo.
—Tamara Falcó, que es chef de Le Cordon Bleu, asegura que tu pavo de Navidad es inimitable.
—J.: La primera vez que pasamos la Nochebuena con ellos —los Preysler—, Fernando avisó: “Mi padre quiere siempre pavo, aparte de lo que haya”. Tamara dijo que se encargaba ella y, en vez de un pavo, compró un pájaro (ríe). Sería un pollo (ríe). Me llamó Isabel ese mismo día y me contó que lo comprado por Tamara no sería suficiente para todos, así que compré un pavo, lo asé y lo llevé. Aunque algunos decían que no les gustaba el pavo, pero lo probaron y les gustó.
“Cuando Fernando era niño y quería ser tenista, yo pensaba que otro día diría que sería torero o futbolista. Pero no se le pasaba. Al contrario”, nos dice José de su hijo
—¿Habláis de cocina Tamara y tú?
—J.: No mucho, aunque quiere venir a aprender. Está especializada en cocina francesa y le gustaría aprender la cocina madrileña y tradicional. Me ha dicho que quiere venir al “restaurán”, pero tiene que encontrar tiempo. Ahora es imposible.
—José, ¿qué hijo cocina mejor?
—J.: ¿Te digo la verdad? Sara.
—A.: ¿Sí? Fernando, cero. Y Sara cocina, pero con la Thermomix (ríe).
—J.: Sí, pero cocina.
—¿Cuál es tu especialidad, Sara?
—S.: Los purés, por mis hijas. Me salen buenísimos. Luego, la pasta… También puedo hacer lentejas.
—¿Y el más exigente en la mesa?
—J.: Ana y Fernando. Son excesivamente exigentes.
—¿Qué destacarías de tus hijos?
—J.: Fernando, cuando se le mete algo en la cabeza, no para. De pequeñito dijo que quería ser tenista y no paró. Su constancia es increíble. Sara, para la hostelería, va muy bien. Muy buena trabajadora y muy buena relaciones públicas… Y todo corazón. Ana es muy profesional y muy exigente, además de muy cariñosa. Bueno, los tres hijos son espectaculares, porque Fernando se deja la vida por la familia. Ana es la que tiene mejor cabeza y sabe perfectamente lo que quiere. Sara es más como yo. No bohemios, porque para eso hay que tener un poco de arte y nosotros no andamos sobrados (ríe).
—¿Cómo reaccionaste cuando Fernando decidió ser tenista?
—J.: Pensaba que era un niño y que quería ser tenista como mañana torero o futbolista. Pero vi que no se le pasaba. Todo lo contrario. En invierno, cuando nevaba, le decía: “Hoy no vamos a entrenar”. Pero Fernando quería ir, hiciera -20 grados o muchísimo calor.
—¿Veías que llegaría él tan lejos?
—J.: Todos los padres piensan que su hijo es el mejor. Al principio, Fernando era muy poquita cosa y sus compañeros eran el doble de grandes. Pero gente del tenis me decía que mi hijo era muy bueno y querían hacerle un contrato. Pero yo no, yo quería que Fernando se divirtiera con el tenis. Hay que tener los pies en el suelo todo el rato. Cuando Fernando era el número 7 del mundo, le decía: “Que nosotros…”. La vida de los deportistas no es como la de todo el mundo. Nos ha ido a buscar un helicóptero a New Haven para hacer unas fotos en Nueva York y volver a las dos horas. O nos ha invitado un millonario a su casa, donde ves cosas inimaginables. Por ejemplo, el dueño del torneo de Indian Wells —Larry Ellison—, que era compañero del de Microsoft —Bill Gates— y es de las tres fortunas más importantes de Estados Unidos. Otro nivel.
—Pero sois una familia normal.
—J.: Siempre le he dicho a Fernando: “Lo tuyo es el tenis. Mañana tienes que jugar”. Lo bueno es que él siempre lo ha tenido claro.
“Es increíble la conexión”
—Sara, ¿qué relación tienen tus niñas con los hijos de Fernado?
—S.: Los primos se adoran. Es increíble la conexión que tienen. Se quieren muchísimo.
—J.: Muchas veces voy a ver a Mateo y a Miki y lo primero que preguntan es: “¿Dónde están las primas?”.
—S.: Mis hijas —fruto de su matrimonio con el guitarrista Juan Antonio Carmona, sobrino de Antonio Carmona— ven vídeos de ellos todo el día. También nos vemos por videollamada… Nuestros hijos están superunidos. Es muy bonito lo mucho que se quieren.
—Sara, ¿cómo llevas la maternidad, siendo madre de mellizas?
—S.: Es muy dura. Cuando me enteré de que tenía dos, no sabía que iba a serlo tanto. Mi padre ya me avisó de que iba a necesitar ayuda, pero no le hice caso. Pensaba que podría con dos. Ahora, que tienen 2 años y medio, estoy empezando a ver la luz, anque he empezado a trabajar hace nada y les está costando.
—¿A qué te dedicas ahora?
—S.: A la hostelería. Quiero quedarme con La Rayúa. Luego, Juan —Carmona, su marido— y yo hemos montado una franquicia de Nail Factory, de uñas, en Tirso De Molina. Estoy con eso y las cosas de mi padre.
—J.: De pequeña era muy flamenca. Le gustaba ir al Café de Chinitas y estar con los artistas. Le gustaba vestirse y subir al escenario a bailar.
—S.: Sí. Ahora, con Juan, canto (ríe).
—Ana, tú eres estilista. De hecho, te has encargado de vestir a tu familia para este reportaje.
—A.: Sí, comencé con Anna Antic, que es muy amiga de mi hermana. Luego, con Cristina Reyes. Ahora asisto a varias estilistas, pero también estoy sola. Trabajo mucho con Lidia Torrent y la influencer Natalia Cebrián.
—¿Es difícil vestir a tu familia?
—A.: A Fernando, sí, porque tiene de todo. Pero el otro día triunfé, lo quería todo (ríe).
—¿Sueles asesorarle?
—A.: Cuando va a eventos con Ana [Boyer], le suele vestir Cristina Reyes. Pero estoy vistiendo a mi hermana, Sara, y a Juan Carmona, mi cuñado. También a Antonio Carmona y sus hijas, Marina y Lucía… Toda la familia me apoya.
—¿Qué opinas de los estilos de Isabel Preysler, Ana Boyer y Tamara Falco?
—A.: Impecables. A Isabel le queda bien cualquier cosa que se ponga. Es algo natural en ella. Luego, Ana es muy sencilla. Cualquier cosa que le pongas, lo luce de manera sencilla. ¿Y Tamara? Arriesga más con su estilo y sorprende.
—Entendemos que Fernando estará invitado a la boda de Tamara. ¿Y vosotros?
—S.: No sabemos todavía.
—¿Cómo es la familia Preysler? ¿Es diferente a cómo la veíais en las revistas?
—J.: No cambia nada. Al salir en revistas, la gente se puede pensar que es diferente, pero es una familia completamente normal. Nosotros comemos con ellos… Isabel es una abuela que está encantada con sus nietos.
—José, acabas de cumplir 40 años de matrimonio. ¿Cuál es el secreto?
—J.: ¡Que aguanto todo! (ríe). ¿La verdad? Este trabajo ayuda mucho, porque llegas a casa de madrugada y te vas a las siete de la mañana (echa una carcajada). Con el Café de Chinitas salía de trabajar a las tres de la mañana, que no había noche que no hubiera fiesta: “La Chunga”, el otro…
—¿Qué noches míticas recuerdas?
—J.: Una vez vino Clinton con su hija. Encantador. Lo mandó la Casa Real, porque a Café de Chinitas venían mucho los Reyes. Otra noche tuvimos tres: el Rey de Bulgaria, el de Marruecos y el Rey Juan Carlos. También vino Lady Di con Carlos de Inglaterra. Tuvimos unos años maravillosos. Luego llegó la pandemia y se lo cargó. 60 empleados para atender a 50 clientes… Tuvimos que cerrar el año pasado, después de 55 años, porque el público importante es el extranjero. También hemos cerrado La Cañada, pero por otro motivo: vino una multinacional que quería montar una universidad y la mayoría de la familia quiso vender el local. Yo no lo hubiera vendido, pero hay que hacer lo que diga la mayoría.