De actuar en pequeñas salas de teatro a un fenómeno estratosférico de millones de espectadores. De unos pocos seguidores a reventar las redes sociales. De España al mundo entero. Esther Acebo forma parte de ese éxito sin precedentes en la ficción de nuestro país que fue La casa de papel y convirtió a sus protagonistas en los más buscados, admirados y perseguidos en un planeta donde parece no haber un rincón ya donde puedan pasar desapercibidos. Hoy, Esther posa espectacular con joyas de Pomellato y se quita la máscara —los monos rojos y las caretas de Dalí ya forman parte de la cultura popular— para hablarnos de cómo ha vivido el proceso, lo bueno y también lo menos bueno, pero siempre agradecida de haber podido participar en un proyecto de semejante repercusión. Pronto la volveremos a ver en la segunda temporada de Operación Marea Negra , mientras asegura que su verdadero éxito es disfrutar de las cosas. “En este camino aparece mucha gente, compañeros y amigos nuevos, pero también mucho ruido y es importante anclarse a la tierra y recordarte muy bien quién eres”, nos dice la actriz, que se define como una persona normal y muy perfeccionista. “Estoy absolutamente feliz y plena” a los cuarenta, que acaba de cumplir, y loca con su pequeña Sol, que nació el pasado marzo.
—Esther, ¿qué esperas que te pueda traer este año?
—He decidido abrazar la incertidumbre, porque en muchas ocasiones me entra agobio de cómo voy a organizarme, hacer planes, mis listas de tareas, mis cosas... Y he aprendido a ir más con el día a día, a vivir un poco más abierta a improvisar y a los cambios de planes, porque creo que va mucho con mi profesión. Y también va con la maternidad. Estoy contenta porque tengo algunas cosas de publicidad, ahora también toda la promoción de la serie Operación Marea Negra, tengo una prueba sobre la mesa para marzo…
Habla de las luces y sombras de la fama mundial, de sentir el síndrome del impostor y de su gran cambio, la maternidad
—Vamos, que hay vida después de La casa de papel.
—Sí, claro que hay vida. Es verdad que, después de haber participado en un proyecto de tal envergadura, en algún momento he pensado “ahora qué responsabilidad”, “a ver qué viene después”, “a ver qué hacemos”… Pero llevo un lema siempre conmigo que es “lo que viene, conviene”. Y soy bastante partidaria de ir abrazando las cosas que van viniendo. Por supuesto, no te voy a decir otra cosa, queremos cuidar la carrera y elegir unos proyectos sobre otros que me interesen o me resulten más atractivos, pero estoy superagradecida siempre con que haya trabajo y se muevan oportunidades.
—Ha sido un fenómeno mundial, ¿cómo te cambió la vida la serie?
—Cuando se estrenó la primera temporada en Antena 3 yo creo que no éramos muy conscientes de lo que iba a suponer, sin embargo, ya empezaban a pasar cosas, que ahora he normalizado, pero en mi vida anterior, que también era actriz, aunque con proyectos mucho más chiquititos, nunca había vivido algo así. Tengo el recuerdo de ir a comer con un amigo después de haber visionado el primer capítulo, que era en la tele abierta, y el camarero me dijo: “¡Tú eres actriz!”, y a mí se me aceleró el corazón y pensé: “¡Qué fuerte!”. Claro, yo actuaba en salas de teatro de cien personas y de repente te pasa esto y dices: “Qué locura”. Y cuando entró a jugar Netflix, pues literalmente un día me reventó el móvil con las notificaciones, o sea, ya no hay un lugar en el que podamos resguardarnos, digamos, y eso es para bien o para mal.
“Yo actuaba en salas de teatro de cien personas y trabajar en un proyecto que se ve en todo el mundo es increíble. Pero ya no hay un lugar en el que podamos resguardarnos y eso es para bien o para mal”
—Os ha abierto las puertas al mundo entero.
—¿Esa exposición permanente te hace sentir vulnerable?
—Has dicho justo la palabra. Hace unos años pensaba que vemos a la gente famosa como poderosa o algo así y, sin embargo, ahora que estoy cercana a la fama, creo que lo que hace es hacerte vulnerable, porque siempre hay un millón de ojos sobre ti. Es la sensación de que te resulta muy difícil generar intimidad más allá de tu casa.
—Hablemos de joyas, ¿cuál es tu mayor tesoro?
—Antes decía que mis perros eran mi mayor tesoro. Ahora tengo un cachorrito humano que ha pasado a ser mi mayor tesoro —ríe—.
—¿Qué te ha traído la maternidad que no te esperabas?
—La maternidad es absolutamente apabullante y muy transformadora. Creo que había algunas cosas que tenía muy idealizadas. Pensaba en bebés como en los que salen en Instagram, así sonrientes, felices y durmiendo casi todo el rato, y me ha llegado a la vida un torbellino. En realidad, según dice mi madre, tremendamente parecida a lo que era yo, esto es el karma. Y es verdad que tienes que hacer un trabajo, sobre todo en los primeros meses, de darte cuenta de que ahora todo es ella y el resto se pone a un lado. También me ha enseñado a poner límites, que nos cuesta a muchos y muy especialmente a muchas mujeres; hay algo que es animal. Ahora estamos yo y un cachorrete. Y esto me ha llenado de fuerza. Me ha llenado de ojeras, porque duermo poco, pero me ha dado una extraña fortaleza la maternidad. Yo digo que es extraña porque es la primera vez que la vivo, pero todas las madres la tienen.
—Llevas ligada al deporte toda la vida, ¿te preocupaba recuperar tu físico después del embarazo?
—Antes de quedarme embarazada y luego, sobre todo al principio, tienes un montón de dudas y miedos, ves que tu cuerpo empieza a cambiar y no tienes ningún control sobre él, es esa magia. Otra gran enseñanza que me ha dado el embarazo y la maternidad es que no todo está en mi mano, que hay cosas que no puedo controlar y, simplemente, tengo que fluir con ellas. Yo pensaba que esto me iba a preocupar, veía el parto como el final de la experiencia y realmente la doula con la que viví este proceso me dijo: “El parto es el inicio de todo”, y así ha sido.
—Vamos, que no ha sido como pensabas.
—De repente, en este inicio, tengo tanta energía puesta en que ella esté bien, que esté feliz, que nos organicemos bien en casa, que fluyamos con todo lo que va viniendo, que nos podamos cuadrar cuando hay un trabajo, cuando no lo hay…, que, sinceramente, el cuerpo, a nivel estético, ha pasado a un lugar bastante atrás en mi cabeza. Yo misma pensaba que me iba a preocupar más de lo que me está preocupando. No obstante, decidí durante el embarazo ocuparme y sí estuve entrenando. A partir de las seis semanas empecé a trabajar el suelo pélvico, el abdomen… No hay prisa tampoco.
—Te graduaste en Ciencias del Deporte. ¿Nunca pensaste en dedicarte profesionalmente?
—Llevo haciendo teatro toda la vida y quería ser actriz, pero vengo de una familia cero explotada en la parte de la artes, entonces, claro, mi madre me decía: “Eso no es un trabajo, es un hobby”. Y como soy bastante cabezona y trabajadora, pues terminé, me licencié y, de hecho, hice dos especialidades. Primero la de enseñanza, que di clase en un instituto, y luego hice actividad física para discapacidades y estuve trabajando en el hospital de Toledo. Estuve muy vinculada, pero al mismo tiempo no acababa de soltar el teatro y lo artístico y llegó un momento que estaba a tope y hubo que elegir. En ese momento tenía, por fortuna, un proyecto que podía sostenerme y elegí la interpretación. Y la elijo cada día porque es muy inestable, pero este es el camino con el que siento que estoy en mi lugar.
—Has luchado, te ha costado llegar… ¿Alguna vez te planteaste tirar la toalla?
—Sí, he pensado en tirar la toalla, de hecho, probablemente más de una y dos veces.. Es que es muy difícil compaginar una obra de teatro con un rodaje y tienes que hacer mil encajes para que al final de mes te lleguen los números. Hubo un momento que me llegó una oferta para trabajar en una cadena de televisión como reportera, les dije en el casting que yo no soy reportera y estuve trabajando un año, y para mí eso fue lo más parecido a decir “dejo la profesión”. Y, bueno, salí de ahí, de hecho, con la primera prueba que hice para La casa de papel.
—¿Has sentido alguna vez el síndrome del impostor?
—Sí, muchísimo. No lo sé, pero creo que va ligado a todo lo artístico. De hecho, rodando ya la tercera o cuarta temporada de La casa de papel, mi pesadilla, cada vez que me llegaba una secuencia que a mí me parecía difícil de rodar, era llegar al set y que dijera el director: “Nos confundimos al cogerte a ti, teníamos que haber elegido a otra”. Creo que siempre va ligado a esta sensación de querer encontrar algo tan perfecto que, probablemente, es difícil de encontrar, y por el camino tienes de repente un día que te dices: “No soy lo suficientemente buena, a lo mejor no estoy haciendo esto bien”. Pienso que la única manera de combatirlo, que no sé si de vencerlo, es practicar y practicar.
—En La casa de papel mantenías una historia de amor con Denver, a quien daba vida el actor Jaime Lorente. ¿Le has felicitado por su próxima paternidad?
—Pues justo cruzamos mensajes hace unos días, porque todavía no hemos presentado a nuestras bebés. Y estábamos diciendo que a ver si conseguíamos coincidir en Madrid todos y juntar a las niñas y supongo que ahí ya quería darme la noticia. Esperaré a que me lo cuente.
“Creo que tenía muy idealizadas algunas cosas de la maternidad. Pensaba en bebés sonrientes, felices y durmiendo casi todo el rato, y me ha llegado a la vida un torbellino”
—Eres divertida, extravertida, eres una mujer atractiva, ¿te sentiste en algún momento el patito feo?
—Te agradezco mucho que me veas así, porque soy muy tímida y tengo muchas vergüenzas. Imagínate eso en versión adolescente. Y también que me digas que soy guapa, pero ten en cuenta que mi belleza, sea cual sea, no es clásica, entonces yo en el cole y en el instituto no solo era el patito feo. Yo he sido objeto de bullying en más de una ocasión. Tengo un pelo que ninguna de mis amigas tenía ni nadie del cole tenía, era más alta… y en ese momento, que lo único que quieres es ser igual que los demás, pues es difícil ser un poco diferente. Y encima no me gustaban las cosas que le gustaban a muchas niñas. A mí me gustaba hacer deporte e ir al cine. Ser distinto, que a día de hoy, me parece enriquecedor y maravilloso, sea por mi pelo o por mis gustos, cuando tienes trece años es duro.
—¿Cómo lidiaste con eso?
—Sentía que no acababa de encajar y eso de que te hicieran bromas con tu aspecto físico era un poco complicado. Ahora mismo, estoy más segura de mí misma, más fuerte, más mayor y, por supuesto, más empoderada, y plantaría cara a algunos comentarios, pero en ese momento, básicamente, bajaba mi cabecita y seguía caminando. Ya estaba en el grupo de teatro y ahí encontré que ese era mi lugar, porque me sentía libre.
—¿Qué importancia tiene el amor en tu vida?
—Muchísima. En muchas vertientes, pero creo que el amor te da un impulso de vida y de energía brutal. Hacia las personas, hacia lo que haces, hacia los seres que te rodean… El amor de alguna manera, rebota hacia ti.
—En el amplio sentido de la palabra, ¿eres una mujer romántica?
—Sí, y además una romántica más clásica de lo que a mí me gustaría incluso —ríe—.