Desde que el pasado mes de agosto anunciara su separación de Javier Ungría, Elena Tablada no se había visto con fuerzas para hablar acerca de lo que había pasado entre ellos. Su ruptura ha sido algo inesperado, el final de una historia de amor de seis años, que sellaron dándose el “sí, quiero” en 2018 con dos bodas, una en Miami y otra en Cuba, y que trajo a sus vidas su mayor regalo: su hija Camila, de dos años. Compartían ilusiones, soñaban con un futuro en familia y remaban juntos en la vida, pero ahora han tomado rumbos distintos.
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Para Elena ha sido un punto final doloroso y no le cuesta confesar que le rompieron en mil pedazos y que ha tenido que sacar fuerzas para volver a encontrarse a sí misma con ayuda profesional, meditación y lectura, pero una vez atravesado lo más duro de este duelo, se sienta con nosotros tranquila y serena para contarnos cómo se encuentra, qué es lo que ha pasado y cómo mira hacia el futuro. No es una nueva Elena, es una Elena más fuerte, valiente, con una nueva herida que ya empieza a sanar y con muchas ganas de seguir recomponiéndose y queriéndose a sí misma, porque reconoce que se había perdido por el camino. A su lado en este proceso tiene una familia que la quiere, muchas “personas vitamina” y a sus hijas Ella —de su relación con David Bisbal— y Camila, que son su motor y lo primero para ella. Ahora, Elena toma aire y con el corazón en la mano nos habla de su divorcio y de su lucha por volver a reencontrarse con ella misma y su esencia.
“Ha sido un proceso muy duro y sigue siéndolo. Perdí mi ideal, mi estabilidad económica, mi imagen de mí misma, mis ganas, mi luz… Pero en esa oscuridad aprendí la importancia de poner límites y de dosificar lo que entrego”
—Elena, lo primero, ¿cómo estás?
—Estoy muy bien, la verdad. Ahora ya ha pasado un tiempo y sigo en proceso de sanación. Tengo mis días, pero he conseguido liberarme y volver a quererme porque me había perdido por el camino. Todo es un aprendizaje y ahora mismo estoy en ese proceso de quererme, de cuidarme, de valorarme…
—Vamos a comenzar por el principio de esta historia. El 17 de agosto anuncias que Javier y tú vais a daros un tiempo para ver en qué consiste la felicidad. ¿Qué os llevó a este punto?
—Llevábamos separados un par de meses pero, estando en el medio en el que estoy, era un secreto que en algún momento iba a salir, así que, a pesar de la inseguridad que pudiese sentir, decidí hacerlo público y que se supiera por nosotros mismos antes de que se empezase a especular.
“He llorado mucho y ha sido enriquecedor llorar y ver que en la vida nada es eterno. Hay que darse cuenta de que hay personas que tienen una fecha de caducidad”
—¿Fue una decisión que tomasteis los dos?
—Bueno, a ver, cuando en una relación no se crece al mismo tiempo, al final las personas se van convirtiendo en islas individuales y no se vibra de la misma manera. Además, si en la escala de valores las prioridades no son las mismas, es muy difícil que una relación funcione. En definitiva, nuestro amor no era lo suficientemente fuerte. Entonces lo mejor es dejar ir para que lleguen cosas nuevas.
—¿Habéis intentado solucionarlo de alguna manera en este tiempo que habéis estado separados?
—La verdad es que ha sido muy montaña rusa y, luego, los egos juegan un papel importante, no sé si perjudicial o beneficioso en este caso. Pero no —hablo por mí—, el tiempo ha pasado y lo que pensaba que era ideal, dejaba mucho que desear; lo que pensaba que era una desgracia, porque me rompió en mil pedazos, te das cuenta de que forma parte del plan de Dios, que ese plan es completamente perfecto y que tengo que agradecer lo que me ha pasado. Y no tengo reparo en decir que me rompió el corazón, porque es el riesgo que tiene vivir y amar, que te lo puedan romper y ese dolor es un duelo, que ha sido más difícil incluso que cuando se murió mi abuela, pero al final me he encontrado a mí misma. Es un proceso lento y doloroso, pero me he sabido dar el valor a mí misma, sin que ese valor dependa de cómo me valora otra gente. Me perdoné a mí misma y me liberé.
—Para haberte llegado a sentir así, debíais llevar un tiempo mal, ¿no?
—Yo soy una persona de valores familiares muy fuertes. A esto hay que sumarle que, con la primera relación que tuve, también se terminó desestructurando una familia. Entonces yo fui muy terca queriendo seguir adelante con mi matrimonio. Pensaba: “Esto tiene que funcionar, no puede fracasar otra vez”; pensaba en la palabra “fracaso”, porque nos están continuamente metiendo en la cabeza que un matrimonio de éxito lo es por la longevidad que tiene, no por la calidad. Es como que cuanto más dura, más exitoso es el matrimonio, pero nos olvidamos de la calidad y del crecimiento espiritual y yo sólo estaba obcecada en no volver a fracasar, en no volver a perder una familia… Es más, cuando hice el comunicado sentía miedo porque pensaba que otra vez iba a estar en boca de la sociedad y no quería que me identificaran con alguien que no soy yo, pero la vida te pone las cosas así y hay que vencer el miedo y me di cuenta de que lo que los demás opinen de mí no tiene nada que ver con mi identidad. Al final, la calidad de un matrimonio dice mucho más que la cantidad y yo me he dado cuenta de que estaba dispuesta a tragar todo lo que fuera y a pasar todo lo necesario para que mi familia no se rompiese. Pero, a la larga, Dios destruye tus planes antes de que tus planes te destruyan a ti mismo. Ahora, gracias a Dios, tengo mi paz otra vez, tengo a mis hijas que están tranquilas y contentas y ellas para mí van por delante de todo. La vida me ha demostrado que, a día de hoy, a las que tengo son a ellas y me necesitan porque son muy chiquititas todavía. Ser padre es un acto de inmensa generosidad y supone mucha responsabilidad, porque tienes que estar dispuesto a ceder tu primer lugar en la escala de la familia para tus hijos, que son quienes realmente tienen que ocupar ese primer lugar.
—¿Javier te ha defraudado a la hora de establecer sus prioridades?
—Intento no tomármelo como una decepción, me lo tomo como una revelación, pero sí. Hay personas que son de una manera y personas que son de otra y, por mucho que intentemos que sea diferente, esa persona es así, yo no puedo cambiarla. Al fin del día, las personas se conocen mejor por cómo se van que por cómo llegan.
“No tengo reparo en admitir que me dejé romper el corazón en mil pedazos, pero me perdono y estoy orgullosa de, poco a poco, ir sanándome”
—¿Crees que ser padre le cambió mucho?
—Yo creo que, como te he dicho antes, cuando eres padre tienes que estar dispuesto a sacrificar mucho y requiere mucha madurez. Cuando hablé con vosotros el pasado Día de la Madre, os lo dije, que “no soy igual siendo madre a los cuarenta años que cuando nació mi hija Ella”. Ser padre es madurez, es experiencia, es entrega, es amor, son valores… Los valores de familia son la brújula de la vida y lo que te inculquen, y yo he crecido en una familia que me ha dado mucho amor. Somos resilientes, luchadores y somos una piña y, eso es inquebrantable.
“Las excusas fueron tan crueles”
—En estos meses separados, ¿cómo ha sido vuestra relación?
—No te puedo explicar mucho porque no lo sé; sigue sin ser cristalina. Intento entender las cosas por mí misma, pero hay cosas que no sé. A estas alturas, tampoco necesito entenderlo ni necesito una disculpa. Eso no me va a sanar, la persona que te rompe no te puede recomponer. Solo a las personas a las que queremos les damos el poder de destruirnos; en el momento que utilizan ese poder, es el momento de soltar y seguir caminando. Ahora mi trabajo es recomponerme yo a mí misma, más fuerte y más sabia. No se puede retener a quien no te ama con todas tus luces y sombras.
—¿Ha habido terceras personas?
—Eso para mí no tiene importancia alguna. Es más, hubiera sido todo más fácil y sano. Las excusas fueron tan crueles que, como madre, solo me nació dejarlo ir y alejarme lo máximo posible.
—Ahora, ¿cómo es la relación con Javier?
—Han pasado ya siete meses y, como todas las relaciones cuando se terminan, hay momentos buenos, momentos bajos, momentos que se habla más, otros que se habla menos, pero, mi relación se rompió porque en su momento no se supo cuidar, entonces ahora no puedo esperar nada de ella.
—Pero él es el padre de tu hija Camila...
—Yo deseo que sea muy feliz, que aprenda a valorar la vida, la paz, la calma, la familia, su hija y que encuentre un amor que encaje con su modo de vida. Estas experiencias son buenas para todos; al igual que lo ha sido para mí, estoy segura de que para él también. Por mi parte, lo único que ahora mismo tengo claro es que quiero recuperar mi relación conmigo misma. Yo con mis hijas, y ya.
—¿Habéis empezado con los trámites del divorcio?
—Sí, porque cuando las cosas se rompen, no tiene ningún sentido no hacerlo.
“Ahora, mi trabajo es recomponerme a mí misma, más fuerte y más sabia. No se puede retener a quien no te ama con todas tus luces y sombras”
—¿Habéis firmado ya?
—No, aún no. Pero ese papel significó tan poco… que de la misma manera que se firmó, se puede volver a firmar para deshacerlo.
—¿Cómo ves el futuro?
—Reconozco que soy una persona exigente y perfeccionista, siempre planeando, pero, por una vez en la vida, está bien no tener planes por el momento, voy a respirar, soltar y confiar en lo que el destino tenga para mí. En lo único que voy a poner energía es en no volverme a apagar, porque mis hijas me necesitan y he notado que ellas han sufrido a lo largo de este proceso y no me puedo permitir que vuelva a pasar algo así. No me puedo permitir que piensen que su madre, en algún momento, no les haya podido dar toda la felicidad que ellas necesitan.
“La terapia me ha ayudado muchísimo”
—¿Has llorado mucho?
—Sí, es parte del proceso. He llorado mucho y ha sido enriquecedor para mí llorar y ver que en la vida nada es eterno. Hay que darse cuenta de que en la vida hay personas que tienen una fecha de caducidad. He entendido que hay personas que llegan a tu vida para cumplir una misión y, cuando la cumplen, se tienen que ir; hay que dejarlas ir. Eso es doloroso porque a lo mejor tú quieres aferrarte a ellos por mantener el ideal de vida que tenías, pero lo más inteligente es soltar.
—¿Has necesitado ayuda psicológica?
—Sí, yo voy a terapia desde hace tiempo y me ha ayudado muchísimo en este proceso y, es más, mi terapeuta me enseñó dos cosas que para mí han sido de las más sabias que han compartido conmigo. La primera es que el amor, más que un sentimiento, es un acto. De nada sirve sentirlo si no lo demuestras. Por mucho que te digan “yo te quiero”, si los actos demuestran lo contrario, eso no es amor. Y la otra es que crecer es ganar. Yo no sé en qué momento de mi vida estaría sin la terapia. Por eso no estaba preparada para hacer una entrevista como esta, hasta ahora.
—Tu hija Ella, que tiene doce años, ya es mayor y es consciente de lo que ha pasado. ¿Qué te dice?
—Ella lo que quiere es verme feliz. Ha sido un proceso muy duro y sigue siéndolo. Perdí mi ideal, mi estabilidad económica, mi imagen de mí misma, mis ganas, mi luz… Pero en esa oscuridad aprendí la importancia de poner límites y de dosificar lo que entrego de mí misma. No tengo reparo en admitir que me rompieron o me dejé romper en mil pedazos, pero me perdono y estoy orgullosa de, poco a poco, ir sanándome. Ahora me valoro como yo creo que me tengo que valorar. Me doy el cariño que necesito y me trato con la lealtad y la estabilidad que creo que me merezco. A día de hoy, eso nos ha traído tanta paz en casa… Y eso es lo más importante, porque si pierdes la paz, y si algo te cuesta tu paz, es demasiado caro…
“Deseo que sea muy feliz, que aprenda a valorar la vida, la paz, la calma, la familia, a su hija, y que encuentre un amor que encaje con su modo de vida”
—¿Quiénes han sido tus mayores apoyos? Tu familia se habrá volcado contigo...
—Tengo que dar las gracias, porque tengo tanta gente a mi alrededor que me cuida. Tengo “personas vitamina” por todos lados, incluso en redes sociales, y tengo a mis hijas, saludables. Por eso todos los días doy gracias a Dios, por el momento en el que estoy, por haberme quitado lo que me quitó y haberme dado lo que me ha dado… Aunque yo haya sufrido, confío en que esto es lo mejor para mí. Terapia, rezar, leer, pasar tiempo con mi familia, viajar... eso es lo que me ha ayudado.
“David Bisbal ha mostrado mucha empatía, le estoy muy agradecida”
—¿Eres una nueva Elena?
—Soy Elena, es que yo creo que Elena tenía que ser esta, esto es parte de mi crecimiento personal y espiritual. Y lo que queda, porque me quedarán muchas cosas por pasar. Con esto Elena ha aprendido mucho y eso es con lo que me quedo, con el aprendizaje. Me he dado cuenta de que lo mejor que puedo hacer por mí misma, el mejor regalo que me puedo hacer, es quedarme solamente con lo bueno que pasó en esa relación, y lo mejor es Camila.
—David Bisbal, el padre de tu hija Ella, ¿ha hablado contigo después de la ruptura? ¿Se ha preocupado por ti?
—Sí, David ha mostrado mucha empatía ante la situación. Le estoy muy agradecida.
—Hubo mucho revuelo también en las redes, porque Chenoa te hizo comentarios y te puso emoticonos mostrándote su apoyo.
—Sí, me cae superbién y nos llevamos muy bien. La verdad es que cuando puse el comunicado me abrumó la cantidad de mensajes de apoyo que recibí. La noticia fue una sorpresa para todo el mundo, incluso para mí. Fue increíble el cariño y el amor que pude sentir a través de mis redes sociales. Era como cuando se murió mi abuela, como mensajes de pésame, que me ayudaron muchísimo también.
—Dices que ahora no quieres tener planes, pero, ¿cuáles son los próximos pasos que quieres dar ahora?
—Dejar que el universo me sorprenda, y mientras tanto, seguir creciendo, meditando, cocinando, bailando y ¡escribiendo mi libro! Ahora mismo no busco pareja. Me han hecho tanto daño que mis estándares son demasiado altos, y para permitir que alguien entre en este círculo de protección tan grueso que he creado alrededor de mis hijas y de mí, tendrá que ser una persona que tenga unos valores reales del amor y la lealtad y no que esté lleno de excusas.
—Y si no sucede, contigo misma estás muy bien.
—Exacto, ahora mismo no necesito a nadie. Estoy conmigo, estoy para mí, para mi salud emocional, para mi salud física, o sea estoy reconectando con una Elena que se mec había olvidado porque al final, cometemos el error de que nos enamoramos y nos olvidamos de nosotros para vivir para los demás.