Es una de las grandes promesas del automovilismo. O, quizá, uno de los nombres que apunta a llegar a lo más alto del mundo del motor, la Fórmula 1. Una cima que pretende alcanzar Javier Sagrera, hijo de Mónica Pont, nacido hace diecinueve años del matrimonio de la actriz con el empresario Javier Sagrera. Sus ojos, desde el mismo momento en que entra en el Circuito de Madrid Jarama-RACE y pisa su pista, denotan ambición. Soñar siempre en grande, ser incorfomista, ir a por más, a por el premio gordo.
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“Cuando me contó que quería ser piloto de carreras, se me congeló el corazón y me dije: ‘Tienes dos opciones: sufrir el resto de tu vida o disfrutar y apoyarlo”. Aposté por lo segundo”
Eso es lo que transmite este joven piloto que, apoyado, evidentemente, por sus padres, hace dos años hizo la apuesta más importante de su vida para abrirse un hueco en el mundo del motor: irse a vivir solo a Inglaterra para competir en la prestigiosa Fórmula 3 británica, de la que tantos talentos han salido. “Coger las maletas con tan solo dieciséis años para emprender un viaje solo y sin fecha de regreso ha sido, sin duda alguna, la experiencia más enriquecedora de mi vida. Profesionalmente me ha hecho crecer mucho, porque la cultura inglesa del automovilismo es muy buena, y, a nivel personal, he aprendido a cuidar de mí mismo sin tener al lado a mi familia”.
Problemas con el peso
—No habrá sido todo tan bonito.
—Claro que no. Me ha valido para ser más disciplinado y centrarme totalmente en el mundo del motor, pero, por otro lado, me ha impedido pasar más tiempo con los míos y me ha hecho perder una gran etapa de mi adolescencia. Puede que mucha gente no lo perciba, pero la vida de un piloto de Fórmula 3 requiere muchos sacrificios. Hay muchísimo trabajo detrás. En mi caso, no solo físico, sino también nutricional, debido a los problemas que tengo con el peso por mi metro noventa de altura.
—Has cumplido los diecinueve años el pasado día doce, ¿te agobia el hecho de ver que en la Fórmula 1 cada vez los pilotos son más jóvenes?
—Pues justamente ahora está ocurriendo todo lo contrario. Es cierto que hubo una época en la que llegaron a lo más alto unos pilotos muy jóvenes, pero también con demasiada inexperiencia. Ese fue el motivo por el que, finalmente, se decidió poner un sistema de puntos para conseguir la superlicencia, que permite a los pilotos de carreras tomar parte en los Grandes Premios de la Fórmula 1 después de alcanzar diversos logros en sus carreras deportivas.
—¿Llegar a ella sigue siendo tu objetivo, verdad? ¿O hay otros campeonatos que te motivan?
—Mi objetivo desde que empecé a correr, con nueve añitos, es llegar a la Fórmula 1 y decidí dejar los estudios hace dos para alcanzar esa meta.
“Nunca he sentido el ‘gusanillo’ de la interpretación, aunque respeto muchísimo el trabajo y la profesión de mi madre”
—¿Cuándo y cómo empezaste a soñar con eso?
—Mi familia siempre ha sido muy aficionada al mundo de la gasolina. De hecho, mi padre fue piloto de rallies y compañero de escudería de Carlos Sainz. Quizá, sea ese el motivo de que me haya gustado siempre muchísimo este deporte. Recuerdo que, con tres o cuatro años, ya me ponía un casco y me subía a los karts, en los que me colocaban unos neumáticos en la espalda para que pudiera alcanzar los pedales. Pero todo empezó realmente cuando un día fui a un circuito de karting en la Costa Brava, donde vive mi familia. Yo tenía nueve años y, al verme pilotar, el propietario me preguntó si querría dedicarme profesionalmente a ello.
—¿Y cuándo te percataste de que te gustaba, de que se te daba realmente bien y de que el motor iba a ser tu vida?
—Yo creo que muy temprano, cuando vi que había gente que me veía talento y apostó por mí. Ese año completé media temporada y, en la siguiente, empecé a ganar carreras del campeonato de España. Me animó ver lo rápido que me había adaptado y había llegado a lo alto de la competición.
—¿Te resulta fácil concentrarte en el deporte y en los estudios?
—Cuando me mudé a Inglaterra, decidí dejar los estudios. Siempre había compaginado todo muy bien, pero faltaba a las clases de dos a cuatro meses al año porque me iba a competir fuera y, al volver, tenía que hacer los exámenes en verano. Finalmente, llegué a un punto de mi carrera deportiva en el que tuve que plantearme el hacer una de las dos cosas bien porque no podía hacer las dos a medias. En ese aspecto, le estoy muy agradecido a mis padres porque, tras hablarlo con ellos, me apoyaron y me brindaron la oportunidad de seguir adelante con mi pasión y dedicarme al cien por cien a los coches.
Hace una pausa y añade:
—Lo que tengo claro también es que los estudios siempre puedes retomarlos. En cambio, para dedicarte al mundo del motorsport hay una franja de edad muy corta. Cuando la superas, se termina tu carrera. Es ahora cuando tengo que dar lo mejor de mí mismo para ver hasta dónde puedo llegar, y si no me salen las cosas como las tengo planeadas, siempre tendré tiempo para hacer una carrera.
Aparcar los coches
—Está claro que, ahora mismo, no entiendes tu vida sin un volante.
—No, a día de hoy, no. Vivo por y para ello desde hace diez años. Eso sí, es tan importante estar centrado como saber desconectar. Acabo de pasar ahora unas vacaciones con mi madre, que me hacían mucha falta. Pasar dos semanas con ella, divirtiéndome y riéndome, me ha hecho recargar las baterías. Este es un deporte muy frío, en el que hay mucha tensión. Por eso viene bien aparcar los coches de vez en cuando y ni siquiera hablar de ellos. Es más, cuando estoy con mi familia, siempre les pido que no toquen el tema, que lo que me toca es desconectar.
—¿El mundo de la interpretación nunca te ha atraído?
—Nunca he sentido el ‘gusanillo’ por la interpretación, aunque respeto muchísimo el trabajo y la profesión de mi madre. Me identifico un poco con ella en el sentido de que mi pasión son los coches, pero imagino que la suya, cuando ella tenía mi edad, eran la moda y la interpretación. Ha luchado y viajado mucho para hacer realidad su sueño y, lo que es más importante, vivir de él. Eso es admirable.
“Mi padre fue piloto de rallies y compañero de escudería de Carlos Sainz. Quizá, sea ese el motivo de que me haya gustado siempre muchísimo este deporte”
—Mónica, ¿cómo reaccionaste cuando tu hijo te dijo que quería dedicarse al automovilismo?
—Cuando me contó que quería ser piloto de carreras, se me congeló el corazón y me dije: “Tienes dos opciones: sufrir el resto de tu vida o disfrutar y apoyarle”. Aposté por lo segundo porque no me quedo más remedio. Por mucho que yo sufriera, sabía que mi hijo iba a continuar corriendo. Gracias a Dios, el mundo de las carreras no es como antes. Los coches y los pilotos están muy preparados. Javier no sale de noche, no bebe y no fuma. Desde pequeñito ha sido muy responsable y sé que no va a hacer ninguna tontería. Eso es lo que más me tranquiliza.
—¿Cómo ha cambiado tu hijo en estos últimos años?
—Ha cambiado muchísimo. Veo que hace nada era un niño y ahora ya es todo un hombre. Estos dos años que ha pasado solo en Londres le han hecho madurar. Como yo vivo entre México y Los Ángeles, y estamos separados por miles de kilómetros de distancia, solemos hacer una videoconferencia una vez a la semana. Recuerdo que me hizo mucha gracia verlo por primera vez en su casita inglesa, con su habitación y su baño muy ordenados, haciendo la colada y cocinando, cosas que no había hecho nunca antes. Ahí fue cuando me dije: “Está yendo bien”. Al fin y al cabo, no hay mejor universidad que la vida misma y es en la que está formándose mi hijo.
Su ‘pepito grillo’
—¿Es tu madre ese ‘Pepito Grillo’ que tienes ahí al lado y que no te deja confiarte en exceso?
—No, también hago las cosas por mí. Cuando vives solo y no tienes a tus familiares encima, diciéndote lo que tienes o no tienes que hacer, te das cuenta de que tienes que cambiar y coger nuevos hábitos y nuevas rutinas.
—¿Qué parecidos te encuentras con tu hijo, Mónica?
—Yo creo que mi hijo y yo nos parecemos en la altura y en el carácter. Los dos somos tercos, aventureros, nos ilusionamos con las pequeñas cosas y tenemos mucho tesón. Cuando nos proponemos algo, no desistimos nunca. Nuestro lema es: “El “no” ya lo tenemos, así que vamos a buscar el “sí””.
“Yo creo que mi hijo y yo nos parecemos en la altura y en el carácter. Los dos somos tercos, aventureros, nos ilusionamos con las pequeñas cosas y tenemos mucho tesón”
—Tu hijo vive al límite sobre cuatro ruedas, ¿cómo lo vives tú? ¿Te gusta verlo en directo?
—¡Me encanta! Además, no es un piloto que se quede atrás, sino que va buscando todo el rato por dónde puede adelantar y tiene una conducción bastante agresiva. Ya conozco muy bien su manera de conducir y adivino lo que va a hacer cuando le veo intentar hacer una maniobra.
—Javier, ¿no echas de menos la vida que tienen habitualmente los chicos de tu edad?
—Es que ya no me acuerdo de cómo es esa vida (risas). Pero sí, claro que la echo de menos. A veces me apetece irme a tomar algo con mis amigos o irme a cenar, pero yo he sido quien ha escogido esta vida y quien ha sacrificado otras cosas por el motor, que es mi pasión. Me considero una persona afortunada porque hay muchas otras que no encuentran una en toda su vida.
—¿Cuál es tu plan perfecto cuando tienes tiempo libre y no estás en los circuitos?
—Como soy un amante de la adrenalina, cuando estoy subido en un coche va todo perfecto, pero en mi tiempo libre me aburro muy rápido. Por eso he tenido que buscar nuevas aventuras y he empezado a saltar en paracaídas. Y también me encanta ir a esquiar. Busco la velocidad por todos los lados y me encanta ponerme nuevos límites. Esos son los planes que más me llenan, sobre todo, a nivel mental.