El dolor y la consternación fueron los sentimientos que, a flor de piel, marcaron el funeral y posterior entierro del último Rey de los helenos, Constantino de Grecia. Un día, sin duda, muy difícil para toda la familia. La tristeza se reflejaba en el rostro de la Reina Sofía, y en el de la princesa Irene de Grecia, ambas destrozadas por la muerte de su querido hermano.
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Doña Sofía siempre estuvo muy unida a ‘Tino’ -como le llamaban cariñosamente-. Se llevaban tan sólo dos años -ella nació en el 1938; él, en 1940-. Cuando nació, como cualquier niño, sintió un poco de celos –“pasé a ser la segunda”, explicó a la periodista Pilar Urbano-, pero el rey Pablo y la reina Federica educaron a los tres hermanos para apoyarse, y entre ellos no había fisuras. Sofía y Constantino pronto se convirtieron en ‘uña y carne’ .
Siendo muy pequeños les tocó vivir, juntos, el exilio -entre Sudáfrica y Egipto, cuando Grecia fue invadida por los nazis-; y doña Sofía no dudó en volcarse con su hermano para que cumpliese su sueño olímpico, representando a Grecia en la competición de vela en 1960. “Eran una piña, ella estaba dispuesta a todos los sacrificios, y madrugones, por él. Y él era su compañero y su gran protector”, diría la princesa Irene a Pilar Urbano.
El rey Constantino encontró, también, en España, un segundo hogar; y en el recuerdo quedan los veranos que solía pasar en Marivent , junto a la Familia Real española -el rey Juan Carlos siempre recibió con los brazos abiertos a su cuñado, del que se despidió para siempre el pasado lunes-.
Tras haber sido velado en la capilla Ayios Eleftherios, donde fue despedido con un enorme cariño por miles de ciudadanos griegos, el féretro de Constantino fue trasladado a la catedral de la Anunciación de Santa María, también conocida como la catedral Metropolitana. Un instante que también vivió con profunda emoción su viuda, Ana María de Grecia, que se mostró agradecida ante las muestras de cariño que recibieron de los ciudadanos que quisieron dar un último adiós al que fue su último monarca.