Constantino II de Grecia, último Rey de los helenos y hermano de la Reina Sofía, falleció en la noche del 10 de enero, a los ochenta y dos años, tras muchos días en estado crítico en la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital Hygeia, en Atenas. El príncipe Pablo es el nuevo jefe de la Casa Real griega y su hijo mayor, Constantino Alexios, el príncipe heredero. Su muerte en paz pone fin a una era a la vez que sume a la gran familia real europea en el duelo. Todos lo querían y esta es su historia.
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“Es maravilloso poder volver a casa”. Con esta frase, el último monarca de los helenos puso fin a sus cuarenta y seis años de exilio
Constantino fue el segundo de los tres hijos que tuvieron los Reyes Pablo y Federica de Grecia. Nació el 2 de junio de 1940 —su hermana Sofía tenía dos años—, en Villa Psijiko, en el seno de una monarquía debilitada y en una Europa en guerra. De hecho, cuando, en abril de 1941, las fuerzas del Eje invadieron el reino, la Familia Real se vio obligada a abandonar su país. Durante los cinco años que duró el exilio, cambiaron 22 veces de domicilio y vivieron entre Alejandría (Egipto) y Ciudad del Cabo (Sudáfrica), donde nacería la princesa Irene, el 11 de mayo de 1942. En 1946, finalizada la Segunda Guerra Mundial, regresaron a Atenas, y tras la muerte de Jorge II, el 1 de abril de 1947, el Rey Pablo I sucedía a su hermano en el trono, convirtiéndose el príncipe Constantino, con seis años, en heredero y en la esperanza de un nuevo futuro. Estudió en el colegio de Anavrta y, a los dieciséis años, empezó a recibir educación especial como futuro rey. Fue explorador y comisario jefe de los «scouts» de Grecia, apasionado de la vela y deportista de élite, gran nadador, alpinista y cinturón negro de kárate. En 1958, juró los grados de oficial de las Fuerzas Armadas de Tierra, Mar y Aire. En 1960 ganó la medalla de oro en vela en clase ‘Dragón’ con el equipo griego durante los Juegos Olímpicos de Roma. Y de 1959 a 1963 estudió Derecho Constitucional y Economía Política en la Universidad de Atenas.
La boda
El príncipe tenía diecinueve años cuando, en una visita de estado a Copenhague (1959), conoció a la hija más pequeña de los Reyes de Dinamarca, la princesa Ana María, de trece. El Rey Pablo comentó entonces a su mujer: “Mira, es como una mariposa. Espero que Tino se case con ella algún día”. En su segundo encuentro, en 1961, el heredero anunció a sus padres que iba a casarse con ella, aunque la princesa se encontró con la oposición del Rey Federico. “Recuerdo cómo se enfadó… Algunas veces amenacé con marcharme de casa si me obligaba a renunciar a Constantino. En una ocasión llegué a hacer una huelga de hambre…”, confesaría Ana María años más tarde. En 1961, en la boda de los duques de Kent, fue testigo de cómo su hermana Sofía y el príncipe Juan Carlos empezaron “a sentir el tirón del atractivo” y llamó a sus padres para decirles: “Preparaos por si hay sorpresa”. Y, un año después, como contaría doña Sofía, feliz de haber dado suerte a su dama de honor, “se enamoró locamente de la princesa Ana en nuestra boda”.
Encerrado en un baño
En el verano de 1962 le propuso matrimonio, en Noruega, y en enero de 1963 pediría la mano de Ana María a su futuro suegro. Cuando lo hizo, Federico IX, angustiado, lo encerró en un baño y corrió a ver a su esposa para contarle la propuesta. Entonces, la Reina Ingrid le sugirió que lo liberara y abriera una botella de champán. El Rey puso como condición que su hija fuera mayor de edad. Y se cumplió. El 23 de enero de 1963 —hace sesenta años— se anunció el compromiso y el 18 de septiembre de 1964, diecinueve días después de su dieciocho cumpleaños, Tino y Ana María se casaban en la catedral ortodoxa de Santa María de la Anunciación, en Atenas. La princesa se convertía en Reina, la más joven del mundo, en unas celebraciones que recordaron a las del matrimonio de los príncipes don Juan Carlos y doña Sofía dos años antes: mismos escenarios, mismo carruaje, dos alianzas realizadas con monedas de la época de Alejandro Magno, las dos coronas que pertenecieron a los Romanoff, la lluvia de pétalos cayendo desde la cúpula de la catedral y un impresionante desfile de invitados reales.Constantino II, de veinticuatro años, llevaba reinando medio año. Tenía veintitrés cuando, en marzo de 1964, se convirtió en Rey de los helenos, tras fallecer el Rey Pablo de un cáncer de estómago, aunque solo lo sería durante tres años y nueve meses. Una etapa en la que vivió una lucha política interna feroz al tiempo que se convertía en padre. Su hija mayor, la princesa Alexia, nació en mayo de 1965, y su hijo Pablo, el príncipe heredero, en 1967, justo un mes después del golpe militar en Grecia.
Fin del reinado
Era demasiado joven, carecía de experiencia y se acusó a palacio de interferencias en política y de haber provocado la caída del Gobierno progresista de Yorgos Papandreu. Cometió errores, se le veía como el culpable de todo, creció el sentimiento antimonárquico y la suma de todo le costó el trono. Doña Sofía, que había viajado a Grecia con motivo del cincuenta cumpleaños de su madre, embarazada de Felipe y llevando con ella a sus hijas, Elena y Cristina, estaba en Atenas cuando estalló el Golpe de los Coroneles aquel 18 de abril de 1967. Se lo contó así a Pilar Urbano (La Reina, Plaza y Janes): “De madrugada, oficiales del Ejército irrumpieron violentamente en la casa de Psychico. Yo no entendía nada. Pensaba que los militares acudían para protegernos… Quisimos hablar con mi hermano, el Rey Constantino, que se encontraba en el palacio de Tatoi, pero fue imposible. Le habían cortado la línea telefónica. Al poco rato, teníamos frente a la casa numerosos tanques que apuntaban hacia nuestra residencia”. “A los dos días abrieron los aeropuertos. Tomé a las niñas y regresé”. “Mi hermano siguió en Grecia, al frente del Estado, mientras preparaba su “contragolpe”, que terminó fracasando, por lo que el Rey Constantino abandonó el país, el 14 de diciembre de ese mismo año, con Ana María, la Reina de los mil días, y sus hijos, Alexia de dos años, y Pablo, de siete meses.
El exilio
Los cuatro, junto a la Reina Federica, emprendieron aquella madrugada camino al exilio casi con lo puesto y en un avión, pilotado por el mismo Rey, con combustible escaso. Lo contó muchos años después en una entrevista publicada en Town and Country. También que “mi cuñado Juan Carlos tuvo que enviarme ropa, fue un período muy oscuro en nuestra historia”. Aterrizaron en Roma, donde vivieron seis años y nació el príncipe Nicolás, y después se instalaron en Dinamarca. Oficialmente, seguía siendo Rey, pero, en junio de 1973, el régimen militar proclamó la República y abolió la Monarquía ante su negativa a legitimar la dictadura. En 1974, tras la caída de la junta militar, se celebró un referéndum en el país, en el que el 69,2 por ciento de la población optó por la república.
Constantino de Grecia tuvo cinco hijos —los príncipes Alexia (1965), Pablo (1967), Nicolás (1969), Teodora (1983) y Philippos (1986)— y nueve nietos
Para entonces, los Reyes ya vivían en Inglaterra, donde nacieron sus otros dos hijos, la princesa Teodora (1983) y el príncipe Philippos (1986). Con el amparo de sus queridos primos, la Reina Isabel y el duque de Edimburgo —el Rey Pablo y el príncipe Felipe eran nietos de Jorge I de Grecia—, se instalaron en Londres, ciudad donde vivieron durante treinta y nueve años. Había vínculos de sangre, pero también una enorme amistad… La Reina Isabel tuvo todos los gestos del mundo con la familia. Era la madrina de la princesa Teodora y el Rey Constantino, del príncipe Guillermo, además de íntimo amigo de Carlos III, quien apadrinó a su nieta mayor, la princesa María Olympia (1996). Pero si los Windsor y la Familia Real danesa fueron un puntal y enorme apoyo, hay que decir que en los Reyes de España y en sus tres hijos encontraron un refugio y en su casa, otro hogar. Siempre se han tenido los unos a los otros. Siempre estuvo a su lado doña Sofía. En la niñez, cuando se acurrucaban juntos, cuando perdió el trono, en los primeros años amargos del exilio y en todos los grandes momentos familiares. Desde los nacimientos de sus sobrinos a los bautizos y bodas. Y al revés, la familia por encima de todo. Les abrieron las puertas de la Zarzuela y Marivent, reafirmando así la relación entre los primos, que construyeron juntos recuerdos de innumerables Navidades, que cerraban recibiendo el año en Baqueira Beret, y largos veranos. Aquellas vacaciones en Mallorca a las que terminaron sumándose los entonces príncipes de Gales con sus hijos, Guillermo y Harry, que estaban unidísimos a los hijos más pequeños de Constantino. Todos los primos juntos —los mayores eran de la misma edad—, primero en familia y después haciendo planes más personales. La princesa Alexia y la infanta Cristina, en Barcelona, hasta que se casaron, y Felipe VI y el príncipe Pablo compartiendo piso y aventuras en Washington (Estados Unidos) mientras estudiaban en la Universidad de Georgetown, entre 1993 y 1995.
Vuelven a Grecia por primera vez
Cumpliendo con la promesa que habían hecho al Gobierno, que solo les había dado permiso para pisar tierra griega “desde la salida a la puesta del sol”, Constantino y Ana María regresaron a Grecia para asistir al funeral de la Reina Federica, en 1981, gracias a la intervención del Rey Juan Carlos, que para entonces ya se había convertido en otro hermano para sus cuñados. Allí, junto a doña Sofía y la princesa Irene, se les vio arrodillados frente a los nichos excavados en la tierra de Tatoi sin saber cuándo podrían volver, aunque en 1993 hubo un viaje privado de dos semanas. Mientras un sector de la población los recibía con los brazos abiertos, la embarcación en la que navegaban era acosada por torpederos y aviones. No gustó la visita y, al año siguiente, el Gobierno aprobó una ley con la que revocó su ciudadanía, le quitó el pasaporte y expropió sus propiedades reales, que pasaron al Estado griego. La Familia Real apeló entonces ante el Tribunal de Estrasburgo y, en sentencia dictada en 2002, se reconoció que se habían violado todos sus derechos y recibió una compensación.
Además de su extraordinario vínculo con la Familia Real española, era cuñado de la Reina Margarita de Dinamarca, primo de Carlos III, de los Reyes de Noruega y de Suecia y padrino del príncipe de Gales
Los últimos años
Todo lo que quería en los últimos años era recuperar su hogar y demostrar que no era el enemigo. Y pudo cumplir su deseo. Se fue con veintisiete años y, en 2013, regresó con setenta y tres: “Es maravilloso poder volver a casa”. Con esta frase, Constantino de Grecia puso fin a cuarenta y seis años de exilio. Comenzaba una nueva etapa en Porto Jeli, al sur del Peloponeso, muy cerca de la isla de Spetses, casi al tiempo que festejaba sus bodas de oro en la vieja Atenas. Siempre habían sido felices, pero ahora lo eran más, “porque estamos donde queremos estar. En casa, en Grecia. Aquí empezamos, ya estamos de vuelta. El círculo está cerrado”, diría la Reina a Billed-Bladet. Los Reyes vivieron sus años de paz en una preciosa villa con el Egeo en el horizonte… Allí recibió a ¡HOLA! en 2020, con motivo de su ochenta cumpleaños. El Rey nos hablaría de la ‘relación especial’ que comparten sus hijos y sus primos Felipe VI y las infantas, de lo feliz que estaba en su patria y de cuánto admiraba «lo que mi hermana Sofía ha hecho por su país, España. Gracias a Dios, nos vemos a menudo… Sofía tiene un corazón muy grande y un maravilloso sentido del humor».Constantino y Ana María estuvieron siempre llenos de planes con sus hijos, sus nueras, yernos y sus nueve nietos hasta que la salud del Rey comenzó a flaquear. El 23 de octubre de 2022 lo vimos por última vez, en la boda de su hijo menor, el príncipe Philippos, con Nina Flohr, celebrada por todo lo alto en Atenas. No ha llegado, sin embargo, a la de Teodora y Matthew Kumar, que tuvieron que aplazar por la pandemia y tenían planes de casarse este verano. Tampoco habrá más travesías en su velero, ‘Afroessa’, con su amada Ana María… Presumiendo su final, sabía a dónde quería volver, a Tatoi.