“Quiero parecerme a Monica Vitti … Un hombre, con un traje muy entallado, se acerca, me enciende el cigarrillo y me sabe muy bien. Luego, me lleva a dar un paseo en su vespa y, al atardecer, bajamos muy cerca del mar, a uno de esos lugares realmente románticos. Bebemos y comemos grandes platos de pasta con almejas gigantes. Somos muy elegantes. Y guapos. Y felices”. Tanya, el personaje interpretado por Jennifer Coolidge, le describe así a Greg (John Gries) su idea “d’una giornata particolare in Italia”. Exacto. Estamos hablando del segundo capítulo de la segunda temporada de la serie de la que todo el mundo habla, de The White Lotus . Y de esa ensoñación, entre arquetípica y denostada, pero terriblemente sensual -y sexual- de la Italia del Sur. Siempre tan atractiva como inquietante. De esa imagen saturada de luz, de bellezas raciales y de perfumes y sabores auténticos. A jazmín, a sal, a tomate frito con albahaca. De esa tierra que se arroba para sí de todas las emociones humanas básicas. Desde la pasión, al deseo, los celos, la violencia, el goce y, también, la muerte. Y que nos sorprende siempre escondiendo una sabiduría que trasciende el progreso y a las sociedades pretendidamente modernas.
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Por supuesto, ese día planeado por Tanya se reproduce. Con todos los tópicos. Y decimos “reproduce” porque The White Lotus, al igual que Greg, cumple los deseos de Tanya aunque es verdad que no con Tanya… Lo hará con Harper que sí, ella se convertirá en Mónica Vitti. En la Monica Vitti de L’avventura, de Michelangelo Antonioni, concretamente y para ser exactos. Es más, plano a plano, su día o, lo que es lo mismo, el capítulo, revive la mítica cinta del maestro de la tetralogía de la existencia o también llamada de la incomunicación (L’avventura, La Notte, L’eclisse y Il deserto rosso). Desde los encuadres a la luz, la escenografía o el significado de la historia para, al final, descubrirnos que el clásico de la cinematografía italiana y su musa, Mónica Vitti, son de una modernidad tran atrayente como ensombrecedora.
The White lotus transcurre en Sicilia. La isla central del Mediterráneo, un mosaico de mitos, culturas, tradiciones ancestrales y el símbolo del amor carnal, la traición, la venganza y el infierno. De la infidelidad , en definitiva. Porque todo eso está en la misma tierra que, con agua y al fuego, se convierte en la cerámica de le teste di moro, los famosos tiestos con forma de cabeza humana. De hecho, en el primer capítulo, se habla abiertamente del mito de Caltagirone, la ciudad de la terracotta esmaltada. Ethan (Will Sharpe) le pregunta por esos jarrones lujuriosamente pintados de colores brillantes a un botones del Hotel en el que se ospedan. “Hace mucho tiempo, un moro sedujo a una lugareña. Cuando ella descubrió que él tenía mujer e hijos en su país, le decapitó“. “Entonces, si pones eso a la entrada de tu casa, ¿Qué estás queriendo decir?”, le pregunta el personaje que esa ingenuidad pragmática del americano que atesora trescientos años de Historia frente a los miles del suelo que pisa. A lo que el guapo de Cameron (Theo James) responde adelantándose : “Si entras en mi casa, no te tires a mi esposa”.
Porque es cierto que la Testa di Moro ha formado parte de la decoración de los balcones sicilianos durante siglos. Y la leyenda no dista de ser muy diferente a la que se cuenta en la serie. Alrededor del año 1100, en los tiempos de refriegas entre cristianos y sarracenos, un joven moro le declara su pasión a una muchacha siciliana. Ésta, después de corresponder sus sentimientos y de entregarse a él -en cuerpo y alma, obvio- descubre que su amado no solo es infiel a Cristo, sino que también lo es a ella. No le ha dicho que tiene esposa e hijos, que las tropas musulmanas están a punto de dejar la isla y que la va a abandonar para regresar cual Ulises a su hogar. La doncella queda devastada por el dolor. Solo la venganza podría devolverle la paz y restituir su dignidad perdida en mil y una noches de sexo. Así que, de madrugada, mientras su amante duerme satisfecho, le corta la cabeza y hace de ella un tiesto donde sembrar unas ramitas de albahaca. Y para que todo el mundo sepa que su honor ha sido restituido decide colocar la cabeza de moro recién decapitada en su balcón, dedicándose todos los días al cuidado de la planta que crece exuberante.
¿Queda claro? ¿Cuál sería entonces el tema de fondo de The White Lotus ? Efectivamente, la infidelidad… Por eso, Sicilia. Pero por eso también L’avventura que, qué casualidad, se acerca al mito de una manera un poco más prosaica y, aprovechando la cosa, el director Mike White se divierte con el espectador utilizándola como si fuera el juego de los tapados. ¿Greg está engañando a Tanya? En la conversación que mantiene por la mañana entre susurros, ¿quién está al otro lado del aparato? ¿Una esposa? ¿Otra amante? Tiene toda la pinta… Después de su maravilloso día all’italiana , Greg rompe la felicidad de Tanya con la noticia de que se va por la mañana. Cuando Tanya le pide que no vaya, Greg le recuerda que no puede darse el lujo de dejar su trabajo porque había firmado un acuerdo prenupcial. “Sí, no tiene ni idea, como de costumbre‘, le dice Greg a la persona que llama. “Estaré en casa mañana. Te llamaré cuando llegue. Sí, yo también te amo”. No es spoiler, es un “esto ya se ha contado” porque… Venga, vamos a por la sinopsis de L’avventura, que tiene miga y es como Alicia a través del espejo.
La Monica Vitti en la que Tanya quiere convertirse interpreta en la cinta de Antonioni a Claudia, amiga íntima de Anna (Lea Massari), una mujer que, en viaje en barco por las islas Eolias, desaparecede entre Stromboli y Panarea. Claudia decide dejar Roma para buscarla junto a Sandro (Gabriele Ferzetti), el chico de Anna. El problema es que en esa búsqueda, Sandro y Claudia se enamoran. Ergo… Tanya no sería Claudia/Monica Vitti, si no que está a punto de convertirse en consecuencia en Anna, la mujer a punto de desaparecer también de la vida de Greg y que va a ser traicionada en entre canciones de Adriano Celentano e Iva Zanicchi.
Y ese itinerario de búsqueda de Anna por Sicilia se convierte en el escenario(s) de la trama de The White Lotus. De hecho, es en el tercer episodio, en la escena en la que Harper (Aubrey Plaza) baja los escalones de la Catedral de Noto donde vemos que la serie norteamericana rescata exactamente la misma secuencia que rodó Michelangelo Antonioni en esa misma Plaza barroca. Tanto Monica como Aubrey caminan distantes en la misma atmósfera calurosa y opresiva y sienten las mismas miradas fijas y penetrantes de los hombres que las rodean, como si un aire amenazante se cerniera sobre ellas y, paradójicamente, no las dejara respirar. (Dolce & Gabbana también utilizó ara el spot de su Martini Gold esa misma referencia cinematográfica. Aquí con una Bellucci escondida tras unas gafas oscuras aunque por i vicoli del Trastevere romano ). Pero no es la única localización que comparten serie del 2022 y película de 1960. El Hotel San Domenico Palace de Taormina, donde se desarrolla la mayor parte de la acción de la serie, es el lugar en el que concluye la trama de La aventura.
La idea de hacer este homenaje surgió del director de fotografía, Xavier Grobet, cuando se dio cuenta de que estaban en la localización exacta donde Antonioni filmó la mítica primera parte de su tetralogía, casi perdida en el olvido y que, sin embargo, White sí que conocía y recordaba. En declaraciones a Variety, el director dijo que vio el filme de jovencinto y que ya entonces le impactó. “Estuve en plan: ¿Es esto lo que pasa en Italia? ¿Los tíos ahí son así? ¿Son tan descarados y agresivos con las chicas? ¿Sobrevuela siempre esa especie de amenaza en el aire?”. Y lo cierto es que la escena en Noto se encapsula perfectamente en la historia donde se retrata la complejidad de la tensión sexual dentro de las dinámicas de poder entre hombres y mujeres. Ahí, el arquetipo del hombre italiano funciona a la perfección. Pero, más allá de esta escena concreta, en la misma entrevista White resalta el paralelismo entre la película y la serie: L’avventura “va sobre la búsqueda desperada del sentido de la vida tanto como la de la mujer desaparecida. Evidentemente, The White Lotus toca el malestar de la gente rica y ese tipo de búsqueda de sentido cuando estás simplemente tumbado en una piscina infinita”.
Pero ahora bien, ¿Qué significó esta película en la Historia del cine y, en concreto, quién fue Monica Vitti? Es fascinante pensar como un filme que consiguió el premio Especial del Jurado y el Premio de la Crítica en el Festival de Cannes en 1960; una cinta que Pauline Kael, la mítica tótem de la crítica de cine, valoró en su columna en The New Yorker como “la mejor película del año”; que el NYT describió como “enormemente intensa”; y la revista británica Sight & Sound clasificó como la segunda mejor película de la Historia del cine, solo después de Ciudadano Kane, haya casi caído en el olvido y que haya tenido que ser rescatada 60 años después. Eso sí, intacta. Con la misma modernidad y vigencia que la voz de Mina en Città Vuota o L’appuntamento de Ornella Vanoni. ¿Los motivos? Quizás que aquel también fue el año de La Dolce vita , de Fellini. Que la obra maestra del de Rimini ganaría la Palma de Oro de Cannes, y que su abandono exuberante del neorrealismo sería mucho más sonoro que el que hacía, por su parte, la silente avventura de Antonioni… Cierto es que el director de Ferrara se granjearía con esta cinta un éxito internacional bastante notable. Tanto incluso, que le permitiría trabajar fuera de las fronteras italianas, descubriendo la modernidad en las nuevas formas de hacer, tanto a franceses como a británicos, con La Vitti, como bello y rubio mascarón de proa, y con estrellas internacionales de la talla de Alain Delon o Terence Stamp... Pero los fulgores posteriores (Blow up, por ejemplo) oscurecerían el brillo de la llama original.
Pero ¿Y Monica Vitti? Vitti ofecía un físico bellísimamente moderno y alternativo a los cánones de la belleza italiana del cine del momento. No tenía nada que ver con la grandielocuencia napolitana de Sophia Loren . Ni tampoco con la carnalidad de Silvana Mangano o las bellezas de líneas hiperbólicamente perfectas de Gina Lollobrigida, en moreno, y Virna Lisi, en rubio. Era distinta. Extrañamente bella. De hecho, cuenta la leyenda que cuando Antonioni la vio por vez primera, su frase fue la siguiente. “Tiene una nuca bonita… Podría hacer cine”. Y ella le contestó: “También tengo cara. ¿O es que solo me va a rodar de espaldas? “. Efecticamente Vitti encarna la belleza moderna de una mujer, de voz y risa fuerte e incluso rota. No era la modernidad a la francesa de Brigitte Bardot . Era una mujer que podía ser infeliz, incapaz de amar, de reaccionar, de reír a carcajadas o de ser una neurótica, irónica, sarcástica y también ridícula y cómica.
Ella fue, quizás solo junto a Sophia Loren, la única actriz de su generación capaz de abarcar todos los géneros posibles en el cine italiano. Desde la señora aburguesada doliente y aburrida de la incomunicación de Antonioni a la mujer desprejuiciada de clase baja pero de alegría desbordante de Alberto Sordi. Un punto de referencia para todas las actrices de una época, porque era capaz de serlo todo, desde la misma profundiad y credibilidad, enigmática, sensual, divertida, intelectual, melancólica y siempre perfecta.
Monica Vitti murió a comienzos de este año que ahora acaba. El pasado 2 de febrero, con 90 años. “La chica de la pistola”, como la vió Monicelli, murió a causa de una enfermedad degenerativa que la tuvo apartada de los focos durante más de una década. Sin embargo, en Italia nunca fue olvidada. Antes del confinamiento, Roma le rindió una exposición retrospectiva en el Quirinal. No en vano, nos encontramos ante una actriz con una carrera extraordinaria repleta de premios. Desde cinco David de Donatello como mejor actriz protagonista a tres Nastro d’Argento, doce Globos de Oro, un Ciak d’Oro a su carrera, otro Leone d’Oro alla carriera a Venezia, un Oso de Plata en Belín, una Concha de Plata en San Sebastián y una candidatura al BAFTA… aunque su debut en la interpreción fue en el teatro donde dio voz a las principales heroínas. De Shakespeare a Molière. De Brecht a Pirandello. Luego, se bregó en el doblaje para el dine y, fue precisamente durante uno de sus trabajo, en una cabina de grabación, cuando estaba prestando su voz a uno de los personajes de El retrato de Dorian Gray cuando tuvo aquel encuentro “cara a nuca” con Antonioni que la elevó a la categoría de diosa rompiendo con todos los estereotipos de la mujer de aquel momento. Incluso, los del propio Antonioni al que nunca le pareció que esa nariz fuera la “giusta” y pocas veces la retrató de perfil.
Estuvo a las órdenes de Dino Risi, Monicelli, Ettore Scola, Tinto Brass, Lina Wertmuller… Y también de Buñuel, Brian di Palma o Losey. Y dio la réplica a Delon, Mastroianni, Giannini, Rock Hudson, Ugo Tognazzi, Alberto Sordi… La encarnacióm efectivamente de la época de oro del cine italiano y también símbolo de la comicidad feminina y del feminismo gracias a una capacidad innata para que sus mujeres, desde la mayor de las inquietudes y Il male di vivere hasta la felicidad más contagiosa, fueran siempre fuertes y dueñas de su propio destino, en un arco tan amplio como el de L’eclisse y L’anatra all’arancia. Y además, convirtiéndose en símbolo estético de una mujer que, hace 60 años, era más que contemporánea. Hoy todavía es imagen de Bulgari o Pomelatto, porque al igual que el cine, la moda también se vió afectada por la valentía de Vitti. El cabello se decoloraba, el eyeliner se revelaba, y mientras sacaba del underground los pantalones acampanados y las chaquetas paisley, ella se ceñía camisas estampadas con decenas de joyas étnicas sustituyendo al clásico vestido trapecio negro, la media a la rodilla y el mocasín plano de las mujeres de los 60 por un estilo que hoy llamaríamos boho chic . Y siempre fiel, hasta el final de sus días, a sus ojos delineados con eyeliner, a los labios nude y a una melena leonina como a medio peinar. Un look único para una mujer que aún hoy despierta sueños en la vida real y en la ficción.