Nunca es fácil entrevistar a una gran amiga, sobre todo, si ella es una supernova de la comunicación. La wonder woman de una imaginaria televisión de Marvel, que, probablemente, va a decir adiós a uno de los años más complicados en la vida de la familia Muñoz Quintana. Pero si hablas con Anita, Ana Rosa , te das cuenta de la fuerza y la determinación de una mujer cuya madre siempre quiso que opositase a la Administración del Estado y que estudiase idiomas. Sin embargo, aquella joven de veinte años que, mientras acudía a la facultad, ayudaba a llevar la oficina de un padre que soñaba con que su única hija, su “debilidad”, estudiase Económicas, lo tenía todo más claro que el agua, como siempre lo ha tenido: suspiraba por ser periodista . Y ese férreo anhelo por ver realizado su sueño de siempre seguro que insufló a Ana el arrojo y el desparpajo necesarios para cruzar de un salto la calle madrileña que separaba Radio Intercontinental, donde comenzó a trabajar, de la Agencia EFE para rogar a un seguramente atónito redactor jefe de turno que le hiciera el favor de darle los teletipos que habían llegado a su redacción para así luego ella poder leerlos en su emisora, que, en aquellos tiempos, carecía de ese aparato telegráfico. Semejante determinación es la forja del éxito.
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Da gusto ver con qué naturalidad Ana se enfrenta a las distintas situaciones de la vida. Sea la que sea. Como la del cáncer de mama que hace un año golpeó su vida. Una lucha que aún no ha acabado para una mujer valiente, indomable e implacable, cuando tiene que serlo, que sabe muy bien dónde está y a lo que se enfrenta.
“Pensar en lo bueno”
—Anita, no es fácil entrevistar a una gran amiga.
—Sí, reconozco que es más complicado, pero tú haz como si no me conocieras (risas).
“Los marcadores tumorales están bien. Me hago una analítica cada mes y una prueba de imagen cada tres, pero hay que ser muy consciente de que en una revisión pueda ocurrir algo”
—Realmente, un año para olvidar.
—Bueno, mira, por una parte para olvidar y por otra…
—Para aprender, valorar…
—Para, en este momento, pensar en lo bueno. Hace exactamente un año que yo estaba empezando con la quimio y hoy ni me podía imaginar estar así.
—De bien, quieres decir.
—Sí. Porque cuando empiezas un tratamiento de estos es todo incertidumbre.
—Es un mundo desconocido realmente.
—Exacto. De repente, el tres de noviembre te dicen que tienes cáncer y que necesitas quimio, que necesitas radio, que necesitas una intervención.
“Ya no es tanto pensar en ti”
—Escuchar esa frase del médico...
—Entras en shock, aunque yo no soy de llorar, ni he llorado. Eso sí, te entra mucha pena por tus hijos. Álvaro ya es mayor y tiene su vida hecha, pero a los pequeños todavía les queda mucho por vivir.
—Tenían diecisiete años recién cumplidos.
—Sí, y me daba mucha pena no ver su evolución, no verlos crecer. Quizá, es lo que más te agobia, ¿no? Ya no es tanto pensar en ti.
“Hay que asimilar que padeces cáncer y que no estoy curada, algo que, supongo, el médico me lo dirá dentro de cinco o seis años”
—Aparte de que a ti te gusta mucho vivir.
—Mucho. Yo soy una gran disfrutona de la vida. Pero no pensaba en eso, pensaba más en mis hijos y en mi marido.
—Te pusiste manos a la obra enseguida.
—Nada más darme el diagnóstico, enseguida me fui a un naturópata para seguir una superdieta, tener suplementos para mantenerme fuerte, para contrarrestar de alguna manera toda la medicación. Sobre todo la quimio.
—Pero no quedó ahí la cosa.
—Luego busqué una entrenadora que es licenciada en Ciencias del Deporte con doctorado en Oncología, porque yo he sufrido dos intervenciones y hay que tener la musculatura bien y en forma para recuperarte completamente.
“De repente, te dicen que tienes cáncer y que necesitas quimio, radio y una intervención. Entras en shock, aunque yo no soy de llorar ni he llorado”
—Y a ti te ha funcionado.
—Sí. Yo lo recomiendo. Una vez, una señora me escribió dándome a entender que “es que tú puedes permitírtelo”, y yo decía: “A ver, camino todos los días diez kilómetros y eso no cuesta nada”. Intento ir andando a los sitios. Y eso ha sido fundamental. Importantísimo. Pero no solo físicamente, sino también para la cabeza.
“He tenido mucho cuidado de no contagiarme”
—Pero ha ido mejor de lo previsto.
—Sí. Lo he llevado bastante bien, porque no me he metido ni un solo día en la cama. De repente, ha pasado un año y no me puedo creer cómo me encuentro. Por eso, doy gracias a Dios todos los días.
—Ese día que te enfrentas al espejo...
—Te diré que todo está igual que antes de la operación. Milagros de la cirugía, aunque, después de lo que he pasado, lo de menos es la estética.
“Te entra mucha pena por tus hijos. Álvaro ya es mayor, tiene treinta y seis años y tiene su vida hecha, pero a los pequeños, que entonces tenían diecisiete, todavía les queda mucho por vivir”
—Además, los marcadores tumorales están bien.
—Sí. Me hago una analítica cada mes y una prueba de imagen cada tres meses y, de momento, pues va bien, pero es verdad que hay que ser muy consciente de que en una revisión pueda ocurrir algo, aunque yo me encuentre bien.
—Asimilar lo que tienes.
—Exacto. Hay que asimilar que padeces cáncer y que no estoy curada, algo que, supongo, el médico me dirá dentro de cinco o seis años. Pero, bueno, haciendo caso a los médicos, yendo a tus revisiones, disfrutando día a día…
—Intentando no pensar en ello.
—Que cada día sea maravilloso. Recuperar tu vida normal, que es lo que vengo haciendo desde octubre. Porque, al final, han sido once meses en los que, además, ha coincidido que no había acabado la pandemia.
—Porque las Navidades pasadas hubo un rebrote importante.
—Sí, fue la sexta ola y yo he tenido mucho cuidado con no contagiarme.
“No he estado un día enferma ni en la cama ni me he encontrado mal. Me he dado mi quimio todas las semanas y, al día siguiente, no he tenido cansancio, ni una náusea. Nada”
—Y lo has conseguido.
—Sí, no me he contagiado. Yo nunca he tenido covid (ríe) y eso que he trabajado durante la pandemia, pero, claro, toda la familia con un cuidado tremendo. Tremendo.
—Vamos, que casi sin veros por casa.
—Casi. Juan y yo hemos comido con nuestros hijos en la otra esquina de la mesa porque, claro, los chicos van al colegio, salían…, pues haciendo vida normal.
“Vivir como si no hubiera ocurrido”
—Tú has sido muy optimista todo el tiempo.
—No ha habido un solo día que yo no pensara que me iba a curar, aunque no sé si es inconsciencia o qué es (ríe).
—O una gran fe.
—Yo tengo mucha fe en Dios, pero también en la ciencia y creo mucho en mis médicos. Yo he ido siempre con una actitud muy positiva.
—A lo mejor ves ahora la vida de otra manera, Ana.
—Yo creo que no. Ahora se trata de intentar que ese pensamiento no vuelva, no volver a tener pensamientos negativos ni pensar qué puede pasar. Hay que vivir como si no hubiera ocurrido.
“Todos mis compañeros han estado durante los once meses que no he estado en la tele mandándome mensajes de ánimo todos los días. Eso ayuda muchísimo”
—Sin tu familia, seguro que nada hubiera sido igual.
—No, no hubiera sido posible. Siempre lo he pensado. Yo he tenido mucha suerte porque lo he llevado bien. No he estado un día enferma ni en la cama ni me he encontrado mal. Vosotros me habéis visto.
—Eso es cierto.
—Me he dado mi quimio todas las semanas y, al día siguiente, no he tenido cansancio, ni una náusea. Nada.
—Porque hay a muchas personas a las que el tratamiento les sienta peor.
—Sí, y luego pasan dos o tres días horribles después de cada sesión. Por eso es muy importante el entorno, y no solo mi familia.
“Como si no pasara nada”
—Tú los has tenido a todos contigo.
—Álvaro, mi hijo mayor, que ya no vive con nosotros desde hace tiempo, ha venido todos los días durante once meses. Y Juan y Jaime, los pequeños, igual. Como si no pasara nada. Con total normalidad.
—Incluso cuando se te cayó el pelo.
—Yo lo aguanté hasta prácticamente el final, cuando me quedaban las últimas cuatro quimios, que ya iban a ser distintas a las anteriores, como ya me adelantó mi oncólogo. Así que me afeité la cabeza antes de que se me cayera.
“Nada más darme el diagnóstico, fui a un naturópata para seguir una superdieta, tener suplementos para mantenerme fuerte, para contrarrestar de alguna manera la quimio”
—Con total naturalidad.
—Juan me encontraba ideal y yo hasta me enfadaba con él: “¿Pero cómo puede ser?”, le preguntaba, a lo que él me respondía: “Es que tienes la cabeza preciosa. Estás estupenda”.
—Eso ayuda, Ana.
—Muchísimo. Luego, todos mis compañeros, que han estado durante once meses mandándome mensajes todos los días. Pero no solamente Joaquín o Ana o Patricia, sino cualquier compañero de la redacción me enviaba siempre muchos ánimos. Y luego mis amigas.
—No sin mis amigas.
—Nunca hay que dejarlas. Aunque cambies de vida, aunque te cases, aunque tengas una familia. Cada día venía alguna de mis más íntimas. “Venga, vamos a caminar, vamos a tomar algo…”.
—Tiraban de ti.
—Ha sido impresionante. Yo me decía: “Estas se están poniendo de acuerdo, porque no es posible”.
“Luego busqué una entrenadora que es licenciada en Ciencias del Deporte con doctorado en Oncología”
—O sea, que no te has sentido sola en ningún momento.
—Nunca.
—Ana, siempre puede haber momentos de bajón.
—Yo no he tenido ese bajón todavía. Es verdad que Isabel Rubio, la oncóloga que me operó, me dijo desde el principio: “Mira, Ana, tú estás muy bien, pero no te confíes. Si en algún momento necesitas apoyo psicológico, búscalo”.
—A veces puede ser necesario.
—Claro. Porque a lo mejor estás muy fuerte durante el tratamiento y luego te viene el bajón. No sé si me dará, pero si sucede, lo veré como normal porque también tenemos derecho a estar un día tristes y a quejarnos. ¡Cómo no!
—Porque tú nunca habías estado enferma.
—Jamás en mi vida. Creo que no he tenido ni una gripe. Ni siquiera en los embarazos, ni en el de Juan y Jaime que fue gemelar… Y, de repente, verte tan dependiente ha sido también una cura de humildad.
“Cuando me quedaban las últimas cuatro quimios, que ya iban a ser distintas a las anteriores, como ya me adelantó mi oncólogo, me afeité la cabeza antes de que se me cayera el pelo”
—Quizá, sea esa la gran lección que la enfermedad te ha dado.
—La gran lección ha sido saber que eres vulnerable.
—Y Juan siempre a tu lado.
—Siempre. Durante todo este tiempo solo me ha hecho la vida superagradable.
—Es que él es muy divertido… aparte de un curioso de la vida.
—Me hacía sonreír en todo momento, siempre de buen humor, divertido, con bromas, diciéndome lo guapa que estaba, lo maravillosa… Me ha acompañado a todas las quimios, a todas las radios, a todas las intervenciones.
—Mujer, lo normal, vamos.
—Eso pensaba yo, hasta que el único día que él no pudo venir a la quimio, porque tenía un ineludible viaje y me acompañaron mis amigas, la enfermera me preguntó: “¿Y su marido?, que raro que no esté aquí”.
“Juan, mi marido, me encontraba ideal sin pelo y yo hasta me enfadaba con él: ‘¿Pero cómo puede ser?’, le preguntaba, a lo que él me respondía: ‘Es que tienes la cabeza preciosa. Estás estupenda’”
—Ya se había acostumbrado a verlo a tu lado.
— “Hoy me ha fallado —le respondí—. Lo normal es que estuviera aquí, pero tenía algo que no podía dejar”. A lo que ella me respondió: “No, eso no es lo normal”.
—O sea, te estaba diciendo que muchas mujeres van solas a recibir tratamiento.
—Exacto. Por eso, en este tipo de situaciones te das cuenta de la suerte que tienes de tener una familia, unos amigos, unos compañeros.
Los madrugones
—Al menos, todos estos meses no has tenido que darte esos madrugones.
—Eso sí ( sonríe).
—Porque te llevas levantando a las cinco de la mañana ni se sabe el tiempo. Incluso cuando estabas en la radio.
—Fíjate que no había desayunado en diecisiete años con los chicos, con mis hijos. Porque los días de fiesta, como ellos habían salido la noche anterior, pues no se levantaban pronto.
“Estos once meses he estado desayunando cada mañana con mis hijos, porque durante diecisiete años, debido a mi trabajo, no ha podido hacerlo, como tampoco verlos salir al colegio
—Cada uno se levantaba a una hora.
—Claro. Como tampoco los he visto irse al colegio. Por eso, todo este tiempo que he estado mala en casa, me he levantado todos los días para desayunar con ellos.
“No me falló la intuición”
—Pero ahí estaba Juan.
—Mi marido se ha ocupado de las tutorías, del colegio, del seguimiento de sus estudios…, de todo. Tiene una calidad humana impresionante. ¡Qué te voy a contar yo a ti! Siempre me ha hecho sentirme bien.
“Estos once meses he estado desayunando cada mañana con mis hijos, porque durante diecisiete años, debido a mi trabajo, no ha podido hacerlo, como tampoco verlos salir al colegio
—La intuición no te falló cuando le conociste en la feria.
—Pues no, no me falló (risas). Juan es una persona excepcional en todo. Como amigo, como compañero. Un padrazo impresionante.
—Y mira que habrá habido momento duros.
—Fíjate, había veces que me miraba al espejo y no me reconocía. Me veía horrorosa, sin pelo, sin pestañas, pálida…, y él me encontraba ideal. Aunque también es verdad que nunca he tenido mal color.
“A mis hijos no les interesa mi mundo”
—Los mellizos acaban de cumplir dieciocho años.
—¡Madre mía! De repente ya no tengo niños. Son unos señores, por cierto, altísimos (ríe). Cuando me quedé embarazada recuerdo la cantidad de comentarios que hubo en la prensa porque una mujer fuera a ser madre con cuarenta y cinco años.
—Ana, es que entonces no era tan habitual como ahora.
—Por supuesto. Pero hoy en día es absolutamente normal.
“Cuando me miro al espejo, todo está igual que antes de la operación. Milagros de la cirugía, aunque, después de lo que he pasado, lo de menos es la estética”
—Se llegó a decir que ese embarazo había sido una prueba de amor.
—Para nada. Yo tenía muy claro que quería formar una familia con Juan. Cuando me quedé embarazada llevábamos siete años juntos y dentro de nada vamos a cumplir casi veinticinco.
—Él vivía entonces en Sevilla.
—Sí. Juan alternaba su trabajo en Andalucía y venía a Madrid los jueves y se marchaba los lunes. Pero al quedarme en estado ya se estableció aquí. Es una pena que no nos hubiéramos conocido antes, porque habría tenido más niños con él.
—Álvaro ya ha cumplido treinta y seis.
—Sí. Es un abogado brillante y un hijo excepcional. Siempre ha sido muy generoso y siempre hemos tenido una relación muy especial.
“Durante todo este tiempo, Juan solo me ha hecho la vida superagradable. Me hacía sonreír en todo momento, siempre de buen humor, divertido, con bromas, diciéndome lo guapa que estaba, lo maravillosa...”
—A ninguno de los tres parece interesarles tu mundo.
—A ninguno. Ni al mayor ni a los pequeños. Ellos son anónimos y yo voy a luchar con uñas y dientes para que sigan siéndolo.
—Eso lo has tenido claro siempre.
—Sí. Son chavales normales que van a sus clases y que tienen su grupo de amigos. Son muy buenos niños.
“Viendo más la luz”
—Es de suponer que estas Navidades habrán sido más especiales para ti.
—Hombre, viendo más la luz, ¿no? (ríe).
—Eso es cierto.
—Quizá, las anteriores hice el esfuerzo de intentar estar bien no solo por mí, sino también por mi familia y mi entorno. Y estas fiestas han sido de celebración, aunque con la pena por la muerte de mi querida tía Isa, a la que estaba muy unida.
“¡Madre mía! Me acuerdo cuando me quedé embarazada. La cantidad de comentarios que hubo en la prensa porque una mujer de cuarenta y cinco años, como yo, fuera a ser madre”
—Hay que vivir el presente, Ana.
—Como no sabes lo que te deparará el futuro, de momento, carpe diem.
—Ahora, a seguir un plan de cuidados.
—Desde el principio tuve muy claro que había que estar fuerte. Y aunque son tratamientos muy duros, quiero decir a todas las mujeres en mi misma situación que sepan que esto se supera.
—Fíjate si estabas bien que has vuelto a la televisión.
—Bueno, de momento, he vuelto, aunque al principio con un poco de incertidumbre, ya que mi programa es muy exigente.
—Son muchas horas seguidas.
—Muchas. Como te decía, te levantas muy temprano… Así que empecé y me dije a mí misma: “Bueno, vamos a ver cómo me siento”. Y a la media hora de estar sentada en el plató…
“Mi embarazo de mis gemelos para nada fue una prueba de amor. Yo tenía muy claro que quería formar una familia con Juan. Cuando me quedé embarazada, llevábamos siete años juntos y dentro de nada vamos a cumplir casi veinticinco”
—Nada, como montar en bicicleta.
—Igual. Como si no hubiera estado fuera todos estos meses. No me he cansado nada. Es verdad que los médicos me pidieron que no siguiese con el ritmo con el que trabajaba antes, porque me iba de casa a las seis de la mañana y regresaba a las siete de la tarde.
—Y eso, por lo que se ve, se ha acabado.
—Pues sí, eso ya no lo hago. Entonces, como los viernes no trabajo, ya tengo tres días de no madrugar y de descanso.
—Tampoco eres tú muy de salir por la noche, Ana.
—No. De todas formas, intento no salir por la noche para tener mis horas de sueño y siempre que puedo trato de estar en casa por la tarde lo más posible.
“La oncóloga que me operó me advirtió desde el principio: ‘Mira, Ana, tú estás muy bien, pero no te confíes. Si en algún momento necesitas apoyo psicológico, búscalo’. Pero, a día de hoy, no lo he necesitado”
—Incluso te llevas el trabajo a casa.
—Si tengo que hablar con mi socia, Xelo Montesinos, CEO de mi productora, Unicorn, además de una de mis íntimas amigas, viene a casa. Hay que ver lo que me ha ayudado. Se ha echado sobre los hombros todos los programas. Todo.
—Aunque tú no has perdido el hilo de la productora.
—No. Cuando estaba con el tratamiento, ella venía, me contaba y si había alguna decisión importante que tomar, me la preguntaba. Ha sido impresionante.
Aquella chica de Usera...
—Si echas la vista atrás y ves a aquella chica de Usera…
—Supongo que habré cambiado mucho, ¿no? Pero sigo yendo a Usera y el barrio me sigue saliendo de vez en cuando.
“Mi vida es muy normal. Cojo taxis, voy al mercado los sábados, cocino, no tengo chófer, ni un gran chalet con piscina, ni barco, ni nada por el estilo. Vivo en la misma casa desde mucho antes de conocer a mi marido”
—Pero tú no has cambiado de amigos, ni de gustos.
—En absoluto. Gracias a Dios, vivo con despreocupación de muchas cosas, aunque siendo consciente de que, desgraciadamente, mucha gente lo está pasando mal y tiene preocupaciones en ese sentido.
—Tu vida es muy normal, Ana.
—Por supuesto. Yo cojo taxis, voy al mercado los sábados, cocino… Ni tengo chófer, ni un gran chalet con piscina, ni barco, ni nada por el estilo.
—Puede haber mucha gente que crea que vivas de otra manera.
—Pues no. Por decirte, te diré que vivo en la misma casa desde mucho antes de conocer a mi marido.