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Estas navidades hemos vuelto a ver lo unido que está a Iñaki Urdangarin con sus hijos y, también, cómo sigue manteniendo tradiciones a la vez que continúa su relación con Ainhoa. El destino de fin de año es el mismo de todos los años: Vitoria, aunque la ausencia de la infanta Cristina marcó la nueva realidad. Ya nada será igual, pero en un lugar lleno de recuerdos crean otros nuevos.
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Tal y como mostramos, en exclusiva, en nuestro último número de ¡HOLA!, los hermanos Urdangarin se reencontraron a finales de diciembre con su padre. Llamó la atención no ver a Irene en la salida familiar, y al mismo tiempo la incorporación de Juan a los planes. El hijo mayor y más desconocido casi no se ha dejado ver en el último año.
A diferencia de su hermano Pablo que, tras descubrirse la relación de su padre con Ainhoa, tuvo que hacer frente a micrófonos y cámaras, Juan pudo seguir con su vida.
De hecho, desapareció de escena semanas después de salir publicadas las imágenes de Iñaki de la mano de Ainhoa, y de haber protagonizado un solo momento mediático, en una terraza de Madrid, manteniendo su línea de discreción, Juan Valentín sólo diría que “todo está bien”, cuando fue abordado con preguntas sobre la relación de sus padres. Aunque, eso sí, con halagos hacia su hermano Pablo: “Él hace lo suyo muy bien, como lo tiene que hacer”.
Su ausencia tan prolongada -ni siquiera se le vio en verano Bidart- hizo que se cuestionase su relación con su padre, y fueron muchas las informaciones que apuntaron a que no le perdonaba la traición a la infanta Cristina. Sin embargo, las dudas resueltas a finales de septiembre, cuando los dos reaparecieron en Barcelona tan unidos como siempre.
Apasionado del deporte, muy religioso y unido a su abuela la reina Sofía
Juan Urdangarin tiene 23 años (nació en Barcelona en septiembre de 1999) y ha estudiado Relaciones Internacionales y Economía en la Universidad de Essex (Inglaterra). Al igual que a toda la familia, le encanta el deporte -su hermano Pablo sigue los pasos de su padre y despunta como jugador de balonmano en Barcelona-.
Es, también, un joven muy religioso y con una enorme conciencia social. Valores que lo han llevado a estar muy unido a su abuela, la reina Sofía y a su tía abuela, princesa Irene, de la que ha heredado su vocación de servicio a los más necesitados.
Una prueba de esa relación tan especial que les une se vio en 2019, cuando las acompañó a un concierto en el Teatro Real. Lo hizo por una buena causa: actuaba la orquesta de Paraguay, Cateura, formada por niños de la calle que tocan instrumentos construidos con material desechado.
Volcado con los que más lo necesitan
Muy alto (1,94), con los ojos azules, muy sensible y muy tímido, tiene el carácter de la infanta Cristina, quien, desde muy pequeño, le ha impulsado a abrirse camino en el mundo de las ONGs. Aunque Juan parece haber ido más allá. No es colaborar, es ser uno más, implicarse de lleno viendo y desarrollando los proyectos en el terreno.
Cuando era más joven, trabajó como monitor de verano en el campamento Gaia Camp, donde estuvieron sus primos Felipe y Victoria; y en 2018 estuvo colaborando unos meses como voluntario en la fundación del sacerdote jesuita Kike Figaredo en Camboya. Una experiencia que le llevó, según apuntaron a ¡HOLA! desde la sede de Entreculturas, a ponerse en contacto con ellos para trabajar como voluntario en Madrid.
Fue en esta ONG jesuita para la educación y el desarrollo que lleva a cabo proyectos de cooperación en América Latina, África, Asia y Europa, donde hizo las prácticas de su carrera.
El puntal de la infanta Cristina
Juan Valentín, al igual que sus hermanos, Pablo Nicolás, Miguel e Irene, tenía en el horizonte el regreso de su padre a Suiza. El futuro les sonreía después de tantos años de ‘bajada a los infiernos’ y era una tranquilidad para los mayores, que iban viendo cómo la Infanta estaba cada vez más sola, y ya con Irene haciendo planes para empezar la universidad.
El caso de Juan fue más difícil todavía. Al ser el mayor, fue el que más sufrió con la situación de su padre -condenado por el caso Nóos- llegando incluso a ser insultado por algunos compañeros de colegio en Barcelona.
Fue el puntal fuerte de su madre y el que más se ocupó de su padre cuando éste entró en prisión. No renunció a sus proyectos personales, pero algunos los aparcó hasta que la situación se fue reconduciendo viviendo entre Gran Bretaña y Madrid.
Entonces, cuando todo parecía ir a mejor, llegó la separación de sus padres… y a finales de febrero, mes y medio después de que el matrimonio de los exduques saltara por los aires, puso rumbo a la India -un país con el que su tía abuela Irene de Grecia tiene una gran conexión- como voluntario. Ahora, ha vuelto a regresar a España.
El cambio físico es notorio -salta a la vista que está mucho más delgado-, pero, también, el personal. Juan Valentín suma una experiencia más tras este viaje.