Con el primer amanecer de 2023, Chiara de Borbón cumplirá dieciocho años. Y que se prepare el mundo, porque esta joven tiene mucho que decir. Nació en el seno de una de las familias más influyentes de la historia. Un día, el Reino de las Dos Sicilias, cuando Nápoles rivalizaba en refinamiento y poder con París, Londres o Viena, pertenecía a sus antepasados y eso es algo que, por supuesto, siglos después, sigue estando en sus genes.
Porque, aunque de niña quisiera ser astronauta y ahora estudie a caballo entre Harvard y el Instituto Marangoni, ella no puede negar cuáles son sus raíces: ama la capital del sur de Italia, se alimentaría de pizza Margherita ‘tooodo’ el rato y sus veranos tienen el color azul cobalto de las aguas que bañan Capri. Porque ella es princesa de esa isla del golfo. Y también de Noto. Y como la piedra siciliana, su cabello es dorado y dibuja preciosos rizos como los de una escultura barroca.
Asegura que la sinceridad es su mayor virtud y de las críticas y los prejuicios no hace “ni caso”. “Me gusta ver el mundo a través de mis propios ojos, sin dejarme influir por nadie”
Pero también es una joven de su tiempo que, pese a sus responsabilidades y deberes, pide que solamente se la llame Chiara. Sin más concesiones. Como cualquier otra chica de su edad. Porque, como a ellas, le chifla ir a la discoteca y bailar como Jennifer Grey en Dirty Dancing, y pintar, e ir en moto, escuchar a Drake… y desea con todas sus fuerzas cumplir un sueño. ¿El suyo? Dedicarse a la moda y la cosmética. Eso sí, responsable. Porque, ¡ojo!, está muy concienciada con los avatares del planeta y las necesidades de los más desfavorecidos. Responsabilidades reales en sus dos acepciones en el diccionario. Hablamos con la aristócrata días antes de su mayoría de edad y, como se lo prometimos, empezamos por su titular: ‘¡Hola a los dieciocho años de Chiara!’.
—¿Cómo es ser una princesa en el siglo XXI?
—Ante todo, ser una mujer que encarna un papel, ya no necesariamente al frente de un Estado, sino dando ejemplo en los campos social, humanitario y cultural. Un nombre obliga y también permite dar voz a los que no la tienen.
—Descender de una familia tan trascendental en la historia, ¿es una responsabilidad? ¿Algo que has normalizado?
—Soy consciente de lo que mis antepasados representan, pero, obviamente, no pienso en eso todo el día. De hecho, cuando la gente quiere llamarme con un título, les pido que me llamen solo Chiara, sin ‘alteza’ ni ‘princesa’, porque, ante todo, soy una mujer que espera que se la pueda reconocer por lo que realmente es y no lo que representa su nombre.
—¿Influye ser princesa en tu día a día? ¿Es algo que sorprende a tus nuevos amigos?
—Cuando mis compañeros de universidad se enteraron de mi título, hubo quien cambió su actitud hacia mí. Se hicieron unos más distantes, más reservados; otros, más atentos… Muchas veces me digo que, si no tuviera este nombre, me podría divertir más como los jóvenes de mi edad, y evitaría que me vieran como una persona diferente, porque ¡en el fondo, no lo soy!
—¿Y a tus profesores?
—En cuanto a los profesores, cuando se dan cuenta de que tengo un nombre histórico, se vuelven mucho más severos. Recuerdo que, con seis años, los profesores de Historia me gritaban si no me sabía de memoria la historia de Francia e Italia. O qué Rey hizo qué. O las fechas de sus nacimientos y muertes… Por desgracia, no nací con ciencia infusa.
—¿Cómo es tu relación con tus padres, los duques de Castro, Carlos y Camilla? ¿Y con tu hermana, Carolina?
—Tengo una relación muy especial con mi familia. Estamos muy unidos y no hay secretos entre nosotros. Mi madre es mi mejor amiga y mi modelo a seguir. Todos los domingos, cocinamos juntas. Nos encanta hacer bucattini all’amatriciana. Y también nos gusta pasar ratos de ‘solo chicas’. Desde pequeña, soy su ‘manicurista’ privada (risas). Mi padre me transmitió la pasión por la vela y siempre lo acompaño en sus regatas. Nos gusta ver películas juntos, jugar al ajedrez y charlar sobre la vida en general. Y mi hermana es la persona con quien lo comparto todo. Lo bueno y lo malo. Por eso también aprendimos ruso, para poder hablar entre nosotras sin que nuestros padres nos entendieran (risas).
—Las niñas, cuando son pequeñas, sueñan con ser princesas. ¿Con qué soñabas tú?
—¡De niña soñaba con ser astronauta! En aquel momento, de hecho, la empresa de mis padres trabajaba con la Agencia Espacial Europea. El espacio siempre me fascinó. Cuando era pequeña, soñaba con ser la primera mujer en pisar la luna…
Ama la música. De Michael Jackson a Drake. Sus libros favoritos son Guerra y paz y El gatopardo, y su película fetiche, Dirty Dancing, “con una de las secuencias de baile mejores de la historia”
—¿Cómo vas a celebrar la mayoría de edad?
—Los dieciocho años son mágicos, ¿no? Cada uno de enero, he celebrado mi cumpleaños en familia, en casa, pero este año mis padres me han organizado un viaje sorpresa a París. ¡Ah! ¡Me han regalado un vuelo gravedad cero! ¡Estoy loca de impaciente!
—En cuanto al mito del príncipe azul, ¿cómo debería ser el chico ideal?
—Para mí es importante encontrar a alguien con los mismos intereses y valores que yo. Y respetuoso y comprometido. No me importa si tiene título o no. Ya no vivimos en los tiempos en que las hijas de las familias nobles tienen que casarse con príncipes, ¿no? Lo importante es que surja la química, tener conversaciones interesantes… Me gustaría encontrar a alguien con quien me sintiera feliz y con quien pudiera tener una relación sana y sólida.