Estos últimos meses no habían sido sencillos -según señalan fuentes cercanas- y la convivencia se había vuelto difícil debido a sus diferentes trabajos. Aunque parecía que Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa formaban una pareja indestructible y que su historia nunca terminaría, al igual que pasa a tantas parejas, el tiempo ha pasado factura.
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Han sido casi ocho años de relación, y la ilusión del principio fue desapareciendo poco a poco. También la paz que siempre reinó en la casa de Isabel, situada en el barrio de Puerta de Hierro, en Madrid, donde vivieron hasta mediados de diciembre.
Entonces, tras una escena de celos infundados, Mario salió de la casa de Isabel para instalarse en su piso, situado cerca de la Puerta del Sol, en pleno centro de la capital. No dio la menor explicación. Quizá pensaba en regresar después de un tiempo, pero no ha sido así.
No era tampoco la primera ocasión que esto ocurría. Otra vez también había dejado la vivienda por este mismo motivo, y es precisamente esto lo que ha llevado a Isabel a pensar que no merecía la pena continuar apostando por una relación que no tiene futuro y en la que ninguno de los dos es feliz.
Celos infundados, la pérdida de la ilusión del principio y discusiones son la realidad con la que se ha despertado del sueño de un amor comenzó como el argumento de una novela romántica.
Isabel tiene una dignidad y una educación exquisita, que no sabe de faltas de cortesía. Ella lo único que desea es vivir una vida tranquila, disfrutar de sus nietos y su libertad; y, sobre todo, que su hogar continúe siendo ese lugar en el que su gran familia encuentra un refugio.
La tristeza de Isabel ante los desacuerdos han pasado desapercibidas en los últimos meses, ni el hecho de que su vida social hubiera sido menos intensa de lo que estaban acostumbrados, ya que toda la atención estaba centrada en la historia de amor y desamor de Tamara. Ahora, todo el foco vuelve a estar centrado en Isabel y, en este momento, en su corazón roto.