Hubo una España en la que la verdadera influencia social, cultural y económica de una persona se medía al entrar en el salón de su casa y observar si, en sus paredes, colgaba una fotografía de Gyenes o un cuadro de la pintora Isabel Westendorp de Brias. Un mundo fascinante que, aunque vetusto y lejano, se ha difuminado un poco más con la muerte de la artista española el pasado 23 de noviembre en su casa de campo en las afueras de Madrid a los 94 años. Betsy, como era conocida, fue la responsable de inmortalizar al poder patrio en el último cuarto del siglo XX. Durante muchos años, ocupó páginas y páginas en revistas y periódicos por sus aplaudidas muestras pictóricas. Sin embargo, su pérdida ha pasado inadvertida en la prensa española. “Es una pena. Nos encantaría organizar una retrospectiva o un homenaje. A lo largo de su vida ha pintado más de dos mil cuadros. Sería interesante que las nuevas generaciones conozcan su arte. Para mí, mi abuela es un genio”, expresa con emoción su nieta, la fotógrafa Carla Aguirre de Cárcer Brias.Entre los múltiples hitos de Betsy se encuentra haber dibujado en uno de sus primeros retratos al hoy rey Felipe VI cuando tenía tres años -lo hizo en al menos tres ocasiones y, al parecer, son de los favoritos del monarca- y a sus hermanas, las infantas Elena y Cristina, en el palacio de La Zarzuela. Pero no solo inmortalizó a la realeza sino también a la variada aristocracia de los setenta: la duquesa de Alba y su segundo marido, Jesús Aguirre; la marquesa de las Amarillas; Pitita Ridruejo; Carmen Polo, mujer de Franco; la marquesa de Villaverde, su hija, o la duquesa de Cádiz, su nieta, cuyos lienzos decoraban algunas estancias del Pazo de Meirás… y muchos más.Nacida en Madrid en 1927 era hija del militar Carlos Westendorp y de la ama de casa Isabel Cabeza. Betsy heredó la pasión por el arte de la mujer de su tío abuelo, el banquero y coleccionista Herman Karel Westendorp, casado con Betsy Westendorp-Osieck, considerada una de las mejores pintoras del postimpresionismo neerlandés y cuyas obras se pueden visitar en el Rijksmuseum de Ámsterdam. Con semejante maestra, la española comenzó a pintar con solo doce años. Sus padres y sus dos hermanos -Maribel y Carlos, exministro de Asuntos Exteriores en el Gobierno de Felipe González- se convirtieron en los protagonistas de sus primeras obras.En 1951, dejó Madrid y se instaló en Manila tras su boda con Antonio “Tony” Brias, un ejecutivo de la Corporación San Miguel, el gran grupo empresarial de otra influyente y fascinante familia hispano-filipina, los Zóbel de Ayala. “Mi abuelo no tenía buena salud, pero aún así mi abuela decidió casarse con él. Eso sí, lo hizo de negro, en señal de respeto a sus padres. Era una mujer con mucho carácter, enérgica, muy decidida, con una personalidad muy fuerte y una constancia y un tesón increíble”, recuerda la menor de sus tres nietas, hija de Carmen Brias, la menor del matrimonio Brias Westendorp.En Manila, Betsy y Tony tuvieron tres hijas, Isabel, Sylvia y Carmen Brias. “Sin embargo, nunca dejó de producir. Entonces, lo de ser artista y mujer era anómalo. Siempre ha sido una persona muy adelantada a todo para la época que vivió. Por ejemplo, con ochenta años, sabía manejarse perfectamente con el Photoshop”, prosigue su nieta, quien, a sus 28 años, ya se dedica profesionalmente a la fotografía con su empresa Brias Fotos. “Toda la familia somos artistas, no como ella, claro, pero de alguna forma nos inspiró. Su hija mayor Isabel era artista; Sylvia, la mediana, pintaba; y Carmen, mi madre, es la única que sigue en activo, aunque no tiene nada que ver con mi abuela. Ella es más naíf y también se dedica a la restauración”, explica Carla. Sus dos primas, hijas de Sylvia, también lo son. Cristina Grisar es pintora e Inés ha hecho sus pinitos en el mundo de la moda.Pero si hay un momento clave en la carrera de Betsy Westendorp, según contó ella misma en la revista “Tatler”, fue un día durante un almuerzo en casa de Enrique Zóbel, el magnate que construyó el primer campo de polo de Sotogrande, la exclusiva urbanización gaditana. Allí, coincidió con Mariana Parsons, una mujer peruana de gran belleza, a la que le preguntó si le gustaría que la retratara. La respuesta fue naturalmente afirmativa. La española nunca imaginó que ese “sí” implicase el inicio de una prolífica carrera y su conversión en una artista muy cotizada a nivel internacional. A partir de entonces, en España, queda dicho ya, pintó a la familia Franco al completo y a los hijos de los hoy reyes eméritos gracias, naturalmente, a su talento pero también a su conexión con el entonces embajador de Filipinas en España, Luis “Chito” González, y su mujer, Vicky Quirino González, hija del presidente Elpidio Quirino, quienes la invitaron a representar a Filipinas en la Semana Filipina del Instituto de Cultura Hispánica de Madrid.El éxito en nuestro país se repitió en Filipinas. Sus pinceles también ahondaron en las miradas de Ferdinand e Imelda Marcos, el presidente y la primera dama de Filipinas, a los que pintó en 1974. Ese mismo año, los retratos de Westendorp fueron expuestos en Nueva York y a su inauguración asistió Jacqueline Kennedy y su entonces marido, el naviero griego Aristóteles Onassis. “Sé que era amiga de mi abuela, al igual que la madre de Isabel Preysler y tantas otras personas”, dice su nieta con suma discreción. Tras los Marcos llegaron las peticiones de numerosas personalidades del país como la filántropa Nene Quimson, bautizada como la “última dama de Manila”; Patsy Vidal, marquesa de Valdeolmos; Conchitina Sevilla, cuyo marido fue embajador de Filipinas en España, así como Cristina Soriano de Herrera, nieta de Andrés Soriano, un español emigrado a Filipinas que fundó la cervecera San Miguel y las Philippine Airlines, la primera compañía aérea asiática. Una labor que contó con un gran reconocimiento también por parte de las instituciones. En 1976, Su Majestad el Rey Juan Carlos I de España le otorgó el distinguido Lazo de Dama de la Orden de Isabel la Católica. En 2008, en Filipinas, durante el mandato de la expresidenta Gloria Macapagal-Arroyo, se le otorgó la Medalla Presidencial al Mérito por el Arte y la Cultura.Hasta su muerte el pasado 26 de noviembre, Betsy vivió a caballo entre Madrid y Manila, donde pasaba largas temporadas. “Le encantaba estar allí. Solo echaba de menos a la familia y a la comida española, como unas buenas croquetas”, desvela Carla, entre risas. La artista española no solo es conocida por sus retratos sino también por sus bodegones de flores, como las orquídeas. “Era su flor favorita. Hace años, debía tener 18 años, le pedí que me dibujara una orquídea porque me la quería tatuar, pero le mentí. Le dije que era para un trabajo de la universidad. Luego, se la mostré… y, curiosamente, quedó encantada”, nos cuenta su nieta, quien también recuerda el gran consejo que le dio su abuela. “Ella quería que yo siguiese sus pasos en la pintura, pero cuando supo que me gustaba la fotografía me apoyó. Siempre nos decía que había que ponerle corazón a las cosas y que así era probable que algo te salga mejor”.
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Hubo una España en la que la verdadera influencia social, cultural y económica de una persona se medía al entrar en el salón de su casa y observar si, en sus paredes, colgaba una fotografía de Gyenes o un cuadro de la pintora Isabel Westendorp de Brias. Un mundo fascinante que, aunque vetusto y lejano, se ha difuminado un poco más con la muerte de la artista española el pasado 23 de noviembre en su casa de campo en las afueras de Madrid a los 94 años. Betsy, como era conocida, fue la responsable de inmortalizar al poder patrio en el último cuarto del siglo XX. Durante muchos años, ocupó páginas y páginas en revistas y periódicos por sus aplaudidas muestras pictóricas. Sin embargo, su pérdida ha pasado inadvertida en la prensa española. “Es una pena. Nos encantaría organizar una retrospectiva o un homenaje. A lo largo de su vida ha pintado más de dos mil cuadros. Sería interesante que las nuevas generaciones conozcan su arte. Para mí, mi abuela es un genio”, expresa con emoción su nieta, la fotógrafa Carla Aguirre de Cárcer Brias.
Entre los múltiples hitos de Betsy se encuentra haber dibujado en uno de sus primeros retratos al hoy rey Felipe VI cuando tenía tres años -lo hizo en al menos tres ocasiones y, al parecer, son de los favoritos del monarca- y a sus hermanas, las infantas Elena y Cristina, en el palacio de La Zarzuela. Pero no solo inmortalizó a la realeza sino también a la exótica aristocracia de los setenta: la duquesa de Alba y su segundo marido, Jesús Aguirre; la marquesa de las Amarillas; Pitita Ridruejo; Carmen Polo, mujer de Franco; la marquesa de Villaverde, su hija, o la duquesa de Cádiz, su nieta, cuyos lienzos decoraban algunas estancias del Pazo de Meirás… y a muchos más.
Nacida en Madrid en 1927 era hija del militar Carlos Westendorp y de la ama de casa Isabel Cabeza. Betsy heredó la pasión por el arte de la mujer de su tío abuelo, el banquero y coleccionista Herman Karel Westendorp, casado con Betsy Westendorp-Osieck, considerada una de las mejores pintoras del postimpresionismo neerlandés y cuyas obras se pueden visitar en el Rijksmuseum de Ámsterdam. Con semejante maestra, la española comenzó a pintar con solo doce años. Sus padres y sus dos hermanos -Maribel y Carlos, exministro de Asuntos Exteriores en el Gobierno de Felipe González y diplomático- se convirtieron en los protagonistas de sus primeras obras.
En 1951, dejó la capital de España y se instaló en Manila tras su boda con Antonio ‘Tony’ Brias, un ejecutivo de la Corporación San Miguel, el gran grupo empresarial de otra influyente y fascinante familia hispano-filipina, los Zóbel de Ayala. “Mi abuelo no tenía buena salud, pero aun así mi abuela decidió casarse con él. Eso sí, lo hizo de negro, en señal de respeto a sus padres. Era una mujer con mucho carácter, enérgica, muy decidida, con una personalidad muy fuerte y una constancia y un tesón increíble”, recuerda la menor de sus tres nietas, hija de Carmen Brias, también la hija menor del matrimonio Brias Westendorp.
En Manila, Betsy y Tony tuvieron tres hijas, Isabel, Sylvia y Carmen Brias. “Sin embargo, nunca dejó de producir. Entonces, lo de ser artista y mujer era anómalo. Siempre ha sido una persona muy adelantada a todo para la época que vivió. Por ejemplo, con ochenta años, sabía manejarse perfectamente con el Photoshop”, prosigue su nieta, quien, a sus 28 años, ya se dedica profesionalmente a la fotografía con su empresa Brias Fotos. “Toda la familia somos artistas, no como ella, claro, pero de alguna forma nos inspiró. Su hija mayor Isabel era artista; Sylvia, la mediana, pintaba; y Carmen, mi madre, es la única de ellas que sigue en activo, aunque no tiene nada que ver con mi abuela. Ella es más naíf y también se dedica a la restauración”, explica Carla. Sus dos primas, hijas de Sylvia, también lo son. Cristina Grisar es pintora e Inés ha hecho sus pinitos en el mundo de la moda.
Pero si hay un momento clave en la carrera de Betsy Westendorp, según contó ella misma en la revista Tatler, fue un día durante un almuerzo en casa de Enrique Zóbel, el magnate que construyó el primer campo de polo de Sotogrande, la exclusiva urbanización gaditana. Allí, coincidió con Mariana Parsons, una mujer peruana de gran belleza, a la que le preguntó si le gustaría que la retratara. La respuesta fue naturalmente afirmativa. La española nunca imaginó que ese “sí” implicase el inicio de una prolífica carrera y su conversión en una artista muy cotizada a nivel internacional. A partir de entonces, en España, queda dicho ya, pintó a la familia Franco al completo y a los hijos de los hoy reyes eméritos gracias, naturalmente, a su talento pero también a su conexión con el entonces embajador de Filipinas en España, Luis ‘Chito’ González, y su mujer, Vicky Quirino González, hija del presidente Elpidio Quirino, quienes la invitaron a representar a Filipinas en la Semana Filipina del Instituto de Cultura Hispánica de Madrid.
El éxito en nuestro país se repitió en Filipinas. Sus pinceles también ahondaron en las miradas de Ferdinand e Imelda Marcos, el presidente y la primera dama de Filipinas, a los que pintó en 1974. Ese mismo año, los retratos de Westendorp fueron expuestos en Nueva York y a su inauguración asistió Jacqueline Kennedy y su entonces marido, el naviero griego Aristóteles Onassis. “Sé que era amiga de mi abuela, al igual que la madre de Isabel Preysler y tantas otras personas”, dice su nieta con suma discreción. Noventa y cuatro años dan para mucho. Tras los Marcos llegaron las peticiones de numerosas personalidades del país como la filántropa Nene Quimson, bautizada como la ‘última dama de Manila’; Patsy Vidal, marquesa de Valdeolmos; Conchitina Sevilla, cuyo marido fue embajador de Filipinas en España, así como Cristina Soriano de Herrera, nieta de Andrés Soriano, un español emigrado a Filipinas que fundó la cervecera San Miguel y las Philippine Airlines, la primera compañía aérea asiática. Una labor que contó con un gran reconocimiento también por parte de las instituciones. En 1976, el Rey Juan Carlos le concedió el Lazo de Dama de la Orden de Isabel la Católica. En 2008, en Filipinas, durante el mandato de la expresidenta Gloria Macapagal-Arroyo, se le otorgó la Medalla Presidencial al Mérito por el Arte y la Cultura.
Hasta su muerte el pasado 23 de noviembre, Betsy vivió a caballo entre Madrid y Manila, donde pasaba largas temporadas. “Le encantaba estar allí. Solo echaba de menos a la familia y a la comida española, como unas buenas croquetas”, desvela Carla, entre risas. La artista española no solo es aplaudida por sus retratos sino también por sus bodegones de flores, como las orquídeas. “Era su flor favorita. Hace años, debía tener 18 años, le pedí que me dibujara una orquídea porque me la quería tatuar, pero le mentí. Le dije que era para un trabajo de la universidad. Luego, se la mostré… y, curiosamente, quedó encantada”, nos cuenta su nieta, quien tampoco ha olvidado el gran consejo que le dio su abuela. “Ella quería que yo siguiese sus pasos en la pintura pero, cuando supo que me gustaba la fotografía, me apoyó. Siempre nos decía que había que ponerle corazón a las cosas y que así era probable que todo te salga mejor”.
Otra de las temáticas de las creaciones de Betsy son los paisajes o las puestas de sol, donde muestra la belleza de la naturaleza y exhibe, a través por ejemplo del arrebol de un bello atardecer, su conmoción ante algunos acontecimientos trágicos de su vida. “Mi abuela ha sufrido muchas pérdidas. Primero la de su marido, cuando era muy joven. Luego, la de su nieto, Ian, el hijo de mi tía Isabel, su hija mayor. Era su nieto favorito, estaban muy unidos y falleció muy temprano. Y, en 2016, la muerte de nuestra tía Isabel. Sin embargo, ha sido fuerte. Nunca la he visto hundida ni decaída”, recalca Carla, quien antes de despedirse nos desvela que ni flores ni retratos: lo que más le gustaba dibujar a su abuela, la inolvidable Betsy Westendorp, eran nubes. “Cuando mi tía estaba muy malita, ella pintó un cuadro con unas nubes muy especiales, rojas. Era su forma de ser creativa en ese momento de dolor”. Y, ahora, podemos añadir que también era su manera de decir adiós.